https://www.facebook.com/wilber.carrion.1 - Twitter: @wilbercarrion  
  Su apoyo es bienvenido, cuenta: BBVA Continental- 0011 0175 0200256843  

lunes, 14 de enero de 2008

50 Años


















Cuando Fischer se convirtió en Bobby
ESPNdeportes

Hace 50 años, el mejor ajedrecista de todos los tiempos se convertía en el jugador más joven de la historia en ganar el campeonato nacional de los Estados Unidos

El pequeño miró el tablero con cuidado y estudió su situación: no entendía. Del otro lado, a una mesa de distancia, estaba sentado su oponente con una sonrisa en la cara y el brazo estirado hacia él. "¿Tablas?", proponía.

Robert James Fischer -que en ese momento era Bobby sólo para su familia cercana- había jugado 18 veces en esa partida. Revisó los papeles que tenía a su derecha, una serie de hojas pegadas a una tabla de madera por medio de un clip donde anotaba cada movida: 18 anotaciones. De aceptar ese final, ese iba a ser su partido más corto en el torneo. Y uno de los más cortos de su vida.

Estaba en Nueva York, la ciudad que lo cobijaba, su ciudad. A un subte de distancia de su colegio de Brooklyn, el Erasmus High. A un bus del departamento en el que su madre saciaba ese inagotable apetito por el spaghetti y la Coca Cola. Estaba jugando por primera vez el torneo de los Estados Unidos. Tenía 14 años y 9 meses, y era el más joven de los competidores. Y aunque nadie había creído demasiado en sus posibilidades al principio, ahora lo miraban con un respeto diferente.

Para llegar a ese punto había sembrado paciencia y destreza ante 12 rivales. Todos adultos ante el niño que en cada paso se iba revelando prodigio. Es que Fischer se negaba a perder, e iba sorteando partidas ante los apellidos ilustres de ese tiempo: Feuerstein, victoria; Seidman, empate; Reshevsky, empate; Bernstein y Bisiguer, victoria; Berliner, empate; Sherwin, Kramer, Lombarda, Di Camilio, victorias. Un empate más ante Denker y ahora el brazo largo y fundado en traje que ofrecía tablas. Otra vez hazaña. Un hito más para finalizar invicto entre los mejores de su patria.

A su lado, de rodillas, un fotógrafo del New York Times. Detrás, respirando demasiado fuerte, un fiscal se aseguraba de que no hubiera irregularidades. Enfrente, la mano y el brazo, y la cara expectante y la palabra que flotaba: "¿Tablas?". El dueño de la mano y del brazo y de la cara era, por supuesto, otro ajedrecista: Abe Turner, que llevaba viviendo 32 años y jugando unos 22.

Fischer vaciló. Sonrió a medias. Su mirada se clavó en esa remera rayada, de manga corta y colores vivos, que su madre lo había obligado a vestir. Y su cabeza arrancó a 100 kilómetros por hora.

Por qué me ofrece tablas, por qué quiere empatar, esto recién empieza, puede ser de cualquiera, ya jugamos dos veces antes, y él ganó las dos veces, es mejor que yo y esto no está definido, ni mucho menos, y él puede ganarme pero quiere empatar, pero si empatamos yo soy campeón, campeón estadounidense, campeón nacional, campeón del país, de mí país, y nunca le gané todavía, y podría perder, y no quiero perder, quiero ganar, quiero ganarle y puedo ganarle, pero en este caso el empate es como una victoria, y no puede ser, no puedo dejar pasar esto, no puedo creer lo que me está pasando, aunque sí, lo creo: él tampoco quiere perder.

En ese momento levantó la cabeza y sonrió. Pensó en sus últimos dos premios: 750 dólares por llevarse el campeonato juvenil, en Cleveland; una tostadora por ganar un campeonato Sub 16. Pensó que en ese momento habría preferido estar de traje, como su rival, para estar mejor en las fotos. Pensó en todo lo que se había esforzado por comportarse como un hombre, él que era apenas un niño, en todo lo que cuidó sus modales, en todo lo que cuidó su orden, él que era un desordenado. Pensó: ¿cuál será el premio esta vez?

Estiró la mano y afirmó lo que el otro preguntaba: "Tablas". El premio resultó más grande de lo que esperaba: torneos internacionales, viajes al mundo comunista (esa victoria lo clasificó a un torneo en Portoroz, Yugoslavia), interés cada vez más feroz de los periodistas, euforia del público, invitación a programas de TV, fama mundial.

Ese medio punto lo convirtió en el campeón estadounidense más joven de la historia. Fue un 8 de enero, hace 50 años.

Y fue a partir de ese momento -de ese exacto momento, de ese estirar la mano, mirar la cara, decir la palabra-, que Robert James Fischer se transformó en Bobby.

Con 14 años y 9 meses. Con un coeficiente intelectual de 184. Con una obsesión absoluta por el ajedrez y sus formas. Con un invicto de 13 partidos. Con una madre y sin un padre, con una hermana, con rivales que le llevaban 20 años, con su talento, con su carisma, con su locura.

Se transformó en Bobby. Para todos. Y para siempre.

No hay comentarios: