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sábado, 23 de febrero de 2008

Traicionado

Haya y García
César Hildebrandt

Ayer fue el cumpleaños de Víctor Raúl Haya de la Torre y, por lo tanto, la noche que el Apra siempre llamó la de la fraternidad.

Se dice que Alan García ha traicionado a Haya de la Torre. La pregunta que surge de modo inevitable es esta: ¿A qué Haya se refiere usted?

Si del Haya primordial se trata, lo que hay que decir es que el primero en contrariar y desobedecer a ese Haya antiimperialista y primo hermano del marxismo fue el propio Haya.

Haya se mudó al capitalismo, con mascotas y todo, en “Treinta años de aprismo”. Haya ya no era Haya pero el mito debía continuar. Por lo tanto, echando mano a Einstein, un Haya casi cuántico, un discípulo de Heisenberg vecino de la Incertidumbre, se reinventó con eso del “espacio-tiempo histórico” y asistió al velorio de sus ideas más bien panchovillescas sobre la revolución.

Ahora bien, esa abjuración del propio pasado tuvo que ver también con el clima de la segunda posguerra mundial, un escenario de guerra fría amenazante en el que muchos liderazgos venidos del marxismo fueron aproximándose a la cepa de la socialdemocracia. Era absurdo pedirle a Haya que en 1954 pensara como en 1924.

Tan absurdo como lo que hizo Haya consigo mismo y con el partido que había convertido en fervor de multitudes. Porque Haya no detuvo su viaje de converso en zancos en la estación de la socialdemocracia ni tomó el centro del espectro político como el referente inflexible de su evolución.

Una mañana, para estupefacción de todos, Haya amaneció en el dormitorio de la derecha más zafia del Perú. Su pacto convivencial con Manuel Prado –un cursi descendiente del enorme traidor de la guerra con Chile– y su ­alianza sombría con el dictador ultraderechista Manuel ­Odría, un hombre que había mandado matar a algunos de los mejores dirigentes populares del Apra, confirmaron ya no el cambio modernizante sino la simple depravación política. Haya había fugado del campo de las ideas y se paseaba orondo en la casa embrujada “de lo posible”. Y lo único posible para él era transar con quienes había descrito como la causa de todos los atrasos y todas las injusticias.

Haya de la Torre se suicidó, políticamente hablando, en 1963, cuando sus contertulios eran Beltrán y Ravines. Pero ya en 1956, aceptando el chantaje de la oligarquía pradista, había intentado cortarse las venas.

¿Este Alan García modelo 2008 traiciona o interpreta a Haya de la Torre? De ninguna manera lo traiciona. Puede decirse que lo lleva hasta las últimas consecuencias y lo despoja de la retórica enrevesada con la que Haya quiso difuminar su transformación. Haya se enredaba tratando de hacer que los enjuagues parecieran manantiales. García tiene la ventaja de decir que está apegado “al discurso global del desarrollo”.

Haya fue, desde finales de los 50 del siglo pasado, el auténtico líder de la derecha peruana. Sólo los derechistas del arrabal no lo reconocieron así.

Y como civilista popular, Haya le ofreció a la estabilidad conservadora un regalo que nadie más podía darle: el partido más organizado y poblado del Perú jamás intentaría cambiarlo todo.

La tragedia de Haya es que no entendió que entre el desahuciado “cambiarlo todo” y el cínico “no cambiar nada”, allí, en ese punto equidistante, estaba precisamente el destino del Apra.

Hoy García está haciendo desde el poder lo que el parlamentarismo aprista de Prialé, Melgar y Valencia anunció desde hace décadas. Hasta puede decirse que lo que García hace hoy es el más fiel homenaje al viejo patriarca. El García de los 80 quiso contrariar al Haya histórico. El García de hoy es un discípulo que sabe que el Haya que coordinaba con los barones del azúcar lo bendeciría si volviera. El viaje del Apra ha terminado.

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