SURREALISMO E IDEOLOGÍA POLÍTICA
Vanguardia es promesa de infinitud. Todo se podrá a partir de ella, así por lo menos aseguran sus manifiestos. Como nunca antes, el arte moderno, desde 1910, se interna en lo que hasta entonces sólo unos pocos habían sospechado.
El significado mismo del término vanguardia -grupo que se adelanta del grueso hacia lo desconocido- resulta una buena síntesis de sus propósitos.
El arte moderno, del que las vanguardias resultan un fenómeno esencial, se resiste a ser copia servil o imitación de la naturaleza, se convertirá a partir del postimpresionismo en un organismo separado de la naturaleza, tratando de obtener su misma o parecida consistencia. Este salirse del mundo resulta incierto o directamente paródico; la pretendida otra realidad, el pretendido supe-mundo, al carecer de la necesaria consistencia, tuvo que reestablecer sus nexos con la realidad para no agotarse. Así, el arte jugó, y juega, un doble rol: por un lado, se opuso a lo establecido y, por otro lado, se reconcilió con lo que decía combatir.
Vanguardia es sinónimo de movimiento. Por lo menos hasta el Romanticismo el arte quedó limitado al estrecho recinto de la escuela. A partir del Renacimiento, su esfera se amplió e invadió lo hasta entonces vedado.
La relación entre arte y política nunca ha estado tan profundamente implicada como en el siglo XX. Los gobiernos han tratado de adaptar el arte a sus propósitos particulares, los artistas resisten y subvierten estos intentos pero también pueden incorporarse a proyectos políticos. El siglo XX constituyó un siglo de transformación y cambios estructurales en todas las áreas del conocimiento y la sociedad humana. El vanguardismo artístico fue también sinónimo de ese cambio; no sólo la vanguardia artística tuvo influencia por medio del arte, la economía, lo político, se enfrentan a nuevas concepciones del estado y de la forma de hacer política (por un lado los partidarios del estado totalitario tanto de derechas: Fascismo y Nazismo, como de izquierda: Comunismo real que presentan una mirada artística ligada al futurismo y este se usará como corriente política).
El arte constituye más que una forma de expresión de la sociedad, representa también ideas de tipo político, económico, social, también el arte sirve como medio de representación de las formas, la vida en el exterior de las naciones.
El surrealismo se extinguió como movimiento artístico en la década del 1930, sus planteamientos ideológicos, orientados en contra de las teorías tradicionales sobre estética, ética y política y en favor de nuevos símbolos y mitos alejados del racionalismo, continuaron ejerciendo su influencia a lo largo de todo el siglo XX. El término surrealismo, acuñado por el escritor Guillaume Apollinaire, designa un movimiento de amplio espectro que se desarrolló en la literatura y en las artes a partir de la década de 1920.
Este movimiento puede dar sentido por sí solo al apogeo vanguardista, al generar una verdadera revolución en el arte posterior a la Primera Guerra Mundial, con la explosión de capacidad imaginativa y las construcciones mentales inherentes a su desarrollo y este es el tema que nos interesa tocar en este trabajo: el Surrealismo y la Política surrealista.
Si bien es cierto que el surrealismo se desarrollo en el ambiente de la posguerra, también es cierto que sin los altibajos, la fortísima y no siempre atractiva personalidad de André Bretón (1896-1966) el movimiento sería distinto del que ahora se conoce. Su doctrina y práctica se iniciaron de manera pública con el primer manifiesto surrealista escrito en 1924, donde auguró un principio interior que tendía a desintegrarlo todo. Su aporte significó una reasignación al término y un nuevo contenido. Además su fervor constituyó un estímulo vital y esencialmente ético para el desconsuelo que distintas generaciones de jóvenes sintieron en Francia y en el extranjero. Éste definirá el surrealismo como “un automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
Sin embargo, de acuerdo al crecimiento del surrealismo este puede considerarse dividido en períodos delimitados por crisis internas. Las fuertes personalidades que conglomeró desde un comienzo se distinguieron por estar enlazadas por el signo común del disconformismo y por la consigna de Rimbaud de cambiar la vida; aunque chocaron frecuentemente por los medios diversos que pretendieron usar para ese objetivo.
Tanto la trayectoria y experiencia de Bretón como otras personalidades, Naville, Gérard, Aragón, y más tarde Tzara y Eluard, fueron manifestando su disconformismo en la revuelta de tipo político social. Otros, como Antonin Artaud, orientados bajo la concepción de un pesimismo integral, creyeron en la absoluta inutilidad de toda acción social, considerando que el problema debe quedar reducido al hombre en sí. Otros surrealistas adoptaron una posición más o menos literaria renunciando a todo tipo de acción.
A partir de 1925 el movimiento se expande y politiza. Se publican cartas-denuncias dirigidas al Papa, al Dalai Lama, contra la guerra, a favor de libertad para los delincuentes y para los locos. Su inclinación izquierdista no es problema para sufrir la desconfianza del comunismo estalinista. La voluntad de los artistas surrealistas de militar en el comunismo se encuentra con la férrea burocracia del dogmatismo del Partido Comunista Francés (PCF). Ello no impide que el "Papa Bretón" redacte su Segundo Manifiesto del Surrealismo en diciembre de 1929, donde criticará a aquellos surrealistas "puros", que no han apoyado la revolución marxista. Como consecuencia de aquella batalla dialéctica de varios años, con crisis en el grupo y cambios de posicionamientos, Bretón, Éluard y Crével serán expulsados en 1933 del PCF. Quedan así dos tendencias surrealistas: una, identificada con el Partido Comunista Francés, y otra, encabezada por Bretón que se agrupa en torno a una tendencia de tipo trotskista Con la segunda Guerra Mundial el movimiento llega a América. Bretón, exiliado en los Estados Unidos, funda allí la revista V.V.V., conoce a Trotski en México y propicia y apoya el efecto surrealista por todos esos países.
A su regreso a Europa en 1945 insiste en difundir el movimiento surrealista. Pero ya Francia, y Europa, han entrado en la onda del existencialismo y del arte comprometido desde otros presupuestos. Son Sartre y Camus los nuevos creadores de opinión literaria. Sin embargo, Bretón, respetado y elogiado, lleva su actitud de denuncia social hasta rebelarse contra la guerra de 1958.
Ahora con lo anterior y desde los manifiestos de Bretón se puede decir que tanto el primero como el segundo nos muestran la siguiente postura que explicaremos como sigue: El primero manifiesto hace mención a que si nosotros, no encontramos palabras bastante fuertes como para denigrar la bajeza del pensamiento occidental, si nosotros no tememos como entrar en conflicto con la lógica, si somos incapaces de jurar que un acto realizado en sueños tiene menos sentido que un acto efectuado en estado de vigilia, si nosotros consideramos incluso posible dar fin al tiempo, esa peligrosa mentira, este nudo ciego que parece se hace insostenible ¿cómo puede pretenderse que demos muestras de amor, e incluso que seamos tolerantes, con respecto a un sistema de conservación social, sea el que sea? Esto es el único extravío delirante que no podemos aceptar.
Todo está aún por hacerse, todos los medios son buenos para aniquilar las ideas de familia, patria y religión. En este aspecto la postura surrealista es bien conocida, pero también es preciso que se sepa que no admite compromisos transaccionales. Cuantos se han impuesto la misión de defender el surrealismo no han dejado ni un instante de propugnar esta negación, de prescindir de todo otro criterio de valoración. Saben gozar de la desolación, tan bien orquestada, con que el público burgués, siempre contrario y mal dispuesto a perdonarles ciertos errores «juveniles», acoge el deseo permanente de burlarse salvajemente de la bandera francesa, de vomitar de asco ante todos los sacerdotes, y de apuntar hacia todas las cosas confusas y enredadas de los deberes fundamentales.
Combatirán en contra de la indiferencia poética, la limitación del arte, la investigación erudita y la especulación pura, bajo todas sus formas, y no querrán tener nada en común con los que pretenden debilitar el espíritu, sean de poca o de mucha importancia. Todas las cobardías, las abdicaciones, las traiciones que quepa imaginar no bastarán para impedirles que terminen con semejantes cosas de poca importancia y valor. Sin embargo, es notable advertir que los individuos que un día les impusieron la obligación de tener que prescindir de ellos, una vez que se quedaron solos he indefensos, tuvieron que recurrir inmediatamente a los más miserables expedientes para congraciarse con los defensores del orden, todos ellos grandes partidarios de conseguir que todos los hombres tengan la misma altura, mediante el procedimiento de cortar la cabeza de los más altos.
La fidelidad inquebrantable a las obligaciones que el surrealismo impone exige un desinterés, un desprecio del riesgo y una voluntad de negarse a cualquier transacción inmoral que, a la larga, muy pocos son los hombres capaces de ello. El surrealismo será capaz de sobrevivir incluso cuando no quede ni uno solo de aquellos que fueron los primeros en percatarse de las oportunidades de expresión y de hallazgo de verdad que les ofrecía. Es demasiado tarde ya para que no quede ningún rastro o semilla en el campo humano, pese al miedo y a las restantes variedades que aspiran a dominarlo todo.
Sin embargo, el segundo manifiesto trata sobre como alcanzar aquella muestra de adhesión al principio del materialismo histórico, y que verdaderamente no se puede jugar con estas palabras. Si dependiera únicamente de nosotros, con eso quiero decir si el comunismo no nos tratara tan sólo como bichos raros destinados a cumplir en sus filas la función de badulaques y provocadores, nos mostraríamos plenamente capaces de cumplir, desde el punto de vista revolucionario, con nuestro deber.
Aproximadamente en esta época, Michel Marty vociferaba, refiriéndose a uno de los comunistas: «Si es marxista, no tiene ninguna necesidad de ser surrealista. » Ciertamente, en estos casos, no fueron los comunistas quienes alegaron como suyos el surrealismo; este calificativo les habría precedido, a pesar suyo, tal como a los seguidores de Einstein les hubiera precedido el de relativistas, o a los de Freud el de psicoanalistas. ¿Cómo no inquietarse ante el nivel ideológico de un partido que había nacido, tan bien armado, de dos de las más sólidas mentes del siglo XIX? Desgraciadamente, los motivos de inquietud son más que abundantes; lo poco que hemos podido deducir de nuestra experiencia personal coincide plenamente con las experiencias ajenas. Con esto se quiere decir claramente que el surrealismo toma un aspecto totalmente nuevo, teniendo con el comunismo en lo que concierne al fenómeno político un grado de relación inseparable, ya que este se ocupa y se ocupará constantemente, ante todo, de reproducir artificialmente este momento ideal en que el hombre, presa de una emoción particular, queda súbitamente a la merced de algo «más fuerte que él» que le lanza, pese a las protestas de su realidad física, hacia los ámbitos de lo inmortal.
Lúcido y alerta, sale, después, aterrorizado, de este mal paso. Lo más importante radica en que no pueda zafarse de aquella emoción, en que no deje de expresarse en tanto dure el misterioso campanilleo, ya que, efectivamente, al dejar de pertenecerse a sí mismo el hombre comienza a pertenecerles a todos. Estos productos de la actividad psíquica, que están lo más apartados que sea posible de la voluntad de expresar un significado, lo más ajenos posible a las ideas de responsabilidad siempre propicias a actuar como un freno, tan independientes como quepa de cuanto no sea la vida pasiva de la inteligencia, estos productos que son la escritura automática y los relatos de sueños ofrecen, a un mismo tiempo, la ventaja de ser los únicos que proporcionan elementos de apreciación de alto valor a una crítica que, en el campo de lo artístico, se encuentra extrañamente truncada, permitiéndole efectuar una nueva clasificación general de los valores líricos, y ofreciéndole una llave que puede abrir para siempre esta caja de mil fondos llamada hombre, y le disuade de emprender la huida, por razones de simple conservación, cuando, sumida en las tinieblas, se topa con las puertas externamente cerradas más allá, de la realidad, de la razón, del genio, y del amor. Llegará un día en que la generalidad de los humanos dejará de permitirse el lujo de adoptar una actitud altanera, cual ha hecho, ante estas pruebas palpables de una existencia distinta de aquella que habían proyectado vivir. Entonces, se verá con estupor que, pese a haber tenido todo tan al alcance de la mano, se haya adoptado en general, la precaución de procurar una coartada de carácter literario, en vez de adoptar la actitud de, sin saber nadar, tirarse de cabeza al agua, sin creerse dotados de la virtud del Fénix penetrar en el fuego; verdad.
El Papel del Comunismo
La izquierda vista desde bases que implican renunciar a perspectivas de cambio radical, a la reacción de otros, a aquellos que insisten en la necesidad de dicho cambio consiste con frecuencia en aferrarse con firmeza a los "principios", al "método", o a la "ideología", aceptando como mucho buscar una nueva forma de ratificar que éstos siguen siendo correctos en el fondo. Una tercera actitud habitual es la de volcarse a lo social, "acumular fuerzas", posponiendo o evitando esta revisión teórica…
Existiría un juego recíproco entre dos posiciones equivalentes cuya oposición es falsa: renuncia a las viejas convicciones en busca de la celebración de lo existente v/s reafirmación y readaptación eterna de las mismas convicciones, celebrándolas de manera de renunciar a adoptar de una vez por todas la práctica de desarrollar la teoría crítica en las actuales condiciones sociales. En realidad, estas dos actitudes se retroalimentan.
A esta izquierda olvidada la denominamos izquierda radical, en el sentido de que se dirige en su ataque a lo que se identifica como raíz del problema: el capitalismo moderno, como régimen que se constituye sobre el trabajo alienado. Estas corrientes de la izquierda han sido también por lo general englobadas bajo el rótulo de "ultraizquierda", concepto que no nos parece ofensivo en la medida que se entienda en el sentido de radicalidad ya indicado: izquierda que es socialista en cuanto existe como contraproyecto, como antagonismo conciente y práctico frente al capitalismo. En este sentido, la asociación de esta izquierda con las manifestaciones más espectaculares de lucha armada y/o nihilismo no tiende a coincidir históricamente y, de hecho, es una necesidad urgente poder superar esas asociaciones. Tenemos ejemplos bastante cercanos de que la radicalidad de las luchas y de las organizaciones que de ellas surgen no se mide necesariamente por el uso de armas (guerrillas de orientación socialdemócrata; terrorismo difuso teledirigido por el poder, etc.), y Raoul Vaneigem señalaba correctamente hace tres décadas que mientras "el nihilismo activo es pre-revolucionario, el nihilismo pasivo es contra-revolucionario".
El marxismo que conocimos fue su variedad "leninista", la socialdemocracia-radical (Stalin llegó a decir que el leninismo era el marxismo de nuestra época, la época del imperialismo). Lo que escapaba a esta variedad de marxismo provenía de la otra rama de la bifurcación que se dio en la Segunda Internacional, la socialdemócrata-reformista, y bebían ambos "marxismos" de una base común constituida por el cientificismo economicista propio de las simplificaciones del análisis marxiano que se difundieron ampliamente en esa época (fines del siglo XIX, principios del XX). Pese a que los leninistas se dividieron pronto en un laberinto cada vez más complejo e irreconciliable (stalinistas, trotskistas y maoístas; y después en una nueva flora y fauna más ecléctica y difícil de seguir, que a esas tradiciones agregaba contextualizaciones locales -como el castro-guevarismo-, aspectos religiosos -como en la teología de la liberación-, nacionalismos, misticismo, etc.), y a que los socialdemócratas-reformistas se integraron en distintos momentos pero "con tutti" al sistema capitalista, toda la reflexión, historia y matriz de pensamiento y acción que hemos conocido en la izquierda proviene de un cierto tronco común que podemos identificar con la Segunda Internacional. Historia aparte, pero no tan distinta, es la de la izquierda no-marxista que suele agruparse bajo el escurridizo nombre de "anarquismo", cuya impotencia práctica e incapacidad de actualizar la teoría crítica no es menor que en el resto de la izquierda, y que incluso se caracteriza por un carácter más marcadamente ideológico.
La defensa del contrapoder permanente de los consejos (que podemos asimilar a lo que se ha llamado "poder constituyente", en la terminología de Toni Negri), y de una crítica profunda a la representación como especialización en manos de burócratas revolucionarios, un punto interesante desarrollado por los consejistas es el de la caracterización del régimen social de la Unión Soviética y demás países del extinto "bloque socialista". Desde un comienzo, para el grueso de los consejistas lo que se inauguró allí fue una forma de capitalismo de Estado, mientras las corrientes de la izquierda leninista variaron entre una defensa a ultranza de la 'patria socialista' a una crítica del régimen político pero reivindicación de su carácter de Estado obrero ("deformado", según los trotskistas). Un ejemplo: "La 'socialización' de los medios de producción no es aquí todavía más que la nacionalización del capital como capital, es decir que, aunque ya no exista la propiedad privada, los medios de producción conservan su carácter de capital, por estar bajo el control del gobierno en vez de estar a disposición de la totalidad de la sociedad. Aunque quede eliminada la acumulación de capital privado, la explotación del hombre por el hombre continúa con un sistema de distribución que no es igualitario ni respecto a las condiciones de producción ni respecto a las de consumo".
En el trotskismo de posguerra surgieron también opiniones disidentes que terminaron conformando un campo "marxista libertario", disidencia que en parte obedeció a la discusión acerca del carácter de la URSS. En 1939 Bruno Rizzi ya polemizaba con Trotsky, definiendo aquél régimen social como "colectivismo burocrático". A posiciones similares llegaban Castoriadis, desde el grupo francés Socialismo ou Barbarie, y Daniel Guerin (dentro del trotskismo desarrolló esta idea Tony Cliff, del Socialist Workers Party inglés) . De hecho, en debates al interior del PC ruso a principios de los años 20 el término "capitalismo de Estado" era frecuente para referirse a su realidad. Así, Bujarin decía en 1925: "Si admitimos que las empresas de que se ha hecho cargo el Estado son empresas sometidas al capitalismo de Estado, si decimos esto abiertamente, ¿cómo podemos entonces lanzar una campaña en pro de un mayor rendimiento productivo?"
La diferencia con el bolchevismo se manifiesta además, en el tema de la relación entre partido y clase, concepción propia de Lenin en el "Qué hacer", de una conciencia que viene suministrada a los trabajadores desde fuera, a través del partido, es vista por los consejistas como una manifestación más de hasta donde prevalece la concepción burguesa sobre cómo se hace la historia. La historia hecha por los "grandes hombres" encontró después una expresión concentrada y burda en el culto a la personalidad, a la infalibilidad del partido y de los líderes. Esta cuestión, lejos de ser una "desviación" o un accidente, es una manifestación de las concepciones dominantes en la época.
Otros temas que se profundizaron desde la izquierda radical fueron los relativos a la profundización de los niveles y formas de alienación en la sociedad contemporánea (que incluirían la cosificación de la antigua teoría crítica transformándola en ideología como falsa conciencia), el surgimiento de nuevas formas de lucha social por fuera del sindicato y el partido obrero, las limitaciones de los conceptos clásicos sobre el poder y el partido, conceptos como espectáculo y autonomía.
Con un antecedente en este marxismo disidente y experiencias provenientes de una actividad anti-artística en ciertas vanguardias (dadá, surrealismo, letrismo), la Internacional Situacionista, organización surgida en Francia a fines de los 50, profundizó a nivel teórico y práctico muchos de estos temas. La obra principal de Guy Debord, el fundador de la IS, podemos encontrarla en sus libros La sociedad del espectáculo de 1967, y Comentarios a la sociedad del espectáculo, de 1988. En el primero el capítulo llamado "El proletariado como sujeto y como representación" aborda de manera bastante lúcida y detallada un balance del movimiento obrero tradicional, que recomendamos como buen punto de inicio para un debate que es urgente proseguir.
Decía Debord en 1967: "El proyecto de superar la economía, el proyecto de tomar posesión de la historia, si bien debe conocer la ciencia de la sociedad -y vincularla con él- no puede ser él mismo científico. En este último movimiento, que cree dominar a la historia presente por medio de un conocimiento científico, el punto de vista siguió siendo burgués". "Marx mantuvo durante toda su vida el punto de vista unitario de su teoría, pero la expresión de su teoría fue planteada sobre el terreno del pensamiento dominante al precisarse bajo la forma de críticas de disciplinas particulares, principalmente la crítica a la ciencia fundamental de la sociedad burguesa, la economía política. Esta mutilación, posteriormente aceptada como definitiva, es la que ha constituido el 'marxismo'".
La mutilación, expresada en la ideología objetivista de las fuerzas productivas, permitió por ejemplo que una peculiar y brutal acumulación originaria del capital en la URSS se efectuará en nombre de la ideología marxista. Y en cuanto punto de vista, esta ideologización mutilada subsiste en el grueso de la izquierda, incluso en el consejismo (que tiene bastante de mecanicista y determinista).
Los esfuerxos por desarrollar el análisis marxiano, en base a una práctica comunista desde la lucha de clases se han manifestado posteriormente en la corriente conocida como "autonomista", uno de cuyos principales exponentes fue Toni Negri.
El principal aporte de los obreristas y autonomistas italianos (Panzieri, Tronti, Negri) fue invertir la perspectiva del análisis, desde una concepción centrada en el movimiento oculto de las fuerzas productivas, entendidas como fuerzas técnicas, a una concepción que veía a la actividad del proletariado como la fuerza productiva más poderosa. Criticando la falsa dicotomía entre capitalismo y planificación, y la supuesta neutralidad de la tecnología, se concibe la "autonomía obrera" como un ascenso que "se expresa no como un progreso, sino como una ruptura, no como la 'revelación' de una racionalidad oculta en el proceso productivo moderno, sino como la construcción de una racionalidad radicalmente nueva, contrapuesta a la racionalidad despelagada por el capitalismo" (Panzieri). La investigación de ese período (post-68) de agudización del conflicto social en Italia se centró fuertemente en el rechazo del trabajo, tal como afirma Negri en un ensayo de esa época: "Pasar de la liberación-del-trabajo al ir-más-allá-del-trabajo, es lo que forma el centro, el corazón del comunismo".
En los años 20 Karl Korsch señalaba en su trabajo Marxismo y Filosofía, que "en la discusión básica de la situación general del marxismo actual, no obstante desaveniencias domésticas, secundarias y de carácter transitorio, van a hacer causa común en todas las grandes cuestiones por una parte la vieja ortodoxia marxista del Karl Kautsky y la nueva ortodoxia marxista del marxismo ruso o 'leninista', y por otra todas las tendencias críticas y progresistas que han surgido en la teoría del movimiento de las clases trabajadoras de hoy".
Vanguardia es promesa de infinitud. Todo se podrá a partir de ella, así por lo menos aseguran sus manifiestos. Como nunca antes, el arte moderno, desde 1910, se interna en lo que hasta entonces sólo unos pocos habían sospechado.
El significado mismo del término vanguardia -grupo que se adelanta del grueso hacia lo desconocido- resulta una buena síntesis de sus propósitos.
El arte moderno, del que las vanguardias resultan un fenómeno esencial, se resiste a ser copia servil o imitación de la naturaleza, se convertirá a partir del postimpresionismo en un organismo separado de la naturaleza, tratando de obtener su misma o parecida consistencia. Este salirse del mundo resulta incierto o directamente paródico; la pretendida otra realidad, el pretendido supe-mundo, al carecer de la necesaria consistencia, tuvo que reestablecer sus nexos con la realidad para no agotarse. Así, el arte jugó, y juega, un doble rol: por un lado, se opuso a lo establecido y, por otro lado, se reconcilió con lo que decía combatir.
Vanguardia es sinónimo de movimiento. Por lo menos hasta el Romanticismo el arte quedó limitado al estrecho recinto de la escuela. A partir del Renacimiento, su esfera se amplió e invadió lo hasta entonces vedado.
La relación entre arte y política nunca ha estado tan profundamente implicada como en el siglo XX. Los gobiernos han tratado de adaptar el arte a sus propósitos particulares, los artistas resisten y subvierten estos intentos pero también pueden incorporarse a proyectos políticos. El siglo XX constituyó un siglo de transformación y cambios estructurales en todas las áreas del conocimiento y la sociedad humana. El vanguardismo artístico fue también sinónimo de ese cambio; no sólo la vanguardia artística tuvo influencia por medio del arte, la economía, lo político, se enfrentan a nuevas concepciones del estado y de la forma de hacer política (por un lado los partidarios del estado totalitario tanto de derechas: Fascismo y Nazismo, como de izquierda: Comunismo real que presentan una mirada artística ligada al futurismo y este se usará como corriente política).
El arte constituye más que una forma de expresión de la sociedad, representa también ideas de tipo político, económico, social, también el arte sirve como medio de representación de las formas, la vida en el exterior de las naciones.
El surrealismo se extinguió como movimiento artístico en la década del 1930, sus planteamientos ideológicos, orientados en contra de las teorías tradicionales sobre estética, ética y política y en favor de nuevos símbolos y mitos alejados del racionalismo, continuaron ejerciendo su influencia a lo largo de todo el siglo XX. El término surrealismo, acuñado por el escritor Guillaume Apollinaire, designa un movimiento de amplio espectro que se desarrolló en la literatura y en las artes a partir de la década de 1920.
Este movimiento puede dar sentido por sí solo al apogeo vanguardista, al generar una verdadera revolución en el arte posterior a la Primera Guerra Mundial, con la explosión de capacidad imaginativa y las construcciones mentales inherentes a su desarrollo y este es el tema que nos interesa tocar en este trabajo: el Surrealismo y la Política surrealista.
Si bien es cierto que el surrealismo se desarrollo en el ambiente de la posguerra, también es cierto que sin los altibajos, la fortísima y no siempre atractiva personalidad de André Bretón (1896-1966) el movimiento sería distinto del que ahora se conoce. Su doctrina y práctica se iniciaron de manera pública con el primer manifiesto surrealista escrito en 1924, donde auguró un principio interior que tendía a desintegrarlo todo. Su aporte significó una reasignación al término y un nuevo contenido. Además su fervor constituyó un estímulo vital y esencialmente ético para el desconsuelo que distintas generaciones de jóvenes sintieron en Francia y en el extranjero. Éste definirá el surrealismo como “un automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
Sin embargo, de acuerdo al crecimiento del surrealismo este puede considerarse dividido en períodos delimitados por crisis internas. Las fuertes personalidades que conglomeró desde un comienzo se distinguieron por estar enlazadas por el signo común del disconformismo y por la consigna de Rimbaud de cambiar la vida; aunque chocaron frecuentemente por los medios diversos que pretendieron usar para ese objetivo.
Tanto la trayectoria y experiencia de Bretón como otras personalidades, Naville, Gérard, Aragón, y más tarde Tzara y Eluard, fueron manifestando su disconformismo en la revuelta de tipo político social. Otros, como Antonin Artaud, orientados bajo la concepción de un pesimismo integral, creyeron en la absoluta inutilidad de toda acción social, considerando que el problema debe quedar reducido al hombre en sí. Otros surrealistas adoptaron una posición más o menos literaria renunciando a todo tipo de acción.
A partir de 1925 el movimiento se expande y politiza. Se publican cartas-denuncias dirigidas al Papa, al Dalai Lama, contra la guerra, a favor de libertad para los delincuentes y para los locos. Su inclinación izquierdista no es problema para sufrir la desconfianza del comunismo estalinista. La voluntad de los artistas surrealistas de militar en el comunismo se encuentra con la férrea burocracia del dogmatismo del Partido Comunista Francés (PCF). Ello no impide que el "Papa Bretón" redacte su Segundo Manifiesto del Surrealismo en diciembre de 1929, donde criticará a aquellos surrealistas "puros", que no han apoyado la revolución marxista. Como consecuencia de aquella batalla dialéctica de varios años, con crisis en el grupo y cambios de posicionamientos, Bretón, Éluard y Crével serán expulsados en 1933 del PCF. Quedan así dos tendencias surrealistas: una, identificada con el Partido Comunista Francés, y otra, encabezada por Bretón que se agrupa en torno a una tendencia de tipo trotskista Con la segunda Guerra Mundial el movimiento llega a América. Bretón, exiliado en los Estados Unidos, funda allí la revista V.V.V., conoce a Trotski en México y propicia y apoya el efecto surrealista por todos esos países.
A su regreso a Europa en 1945 insiste en difundir el movimiento surrealista. Pero ya Francia, y Europa, han entrado en la onda del existencialismo y del arte comprometido desde otros presupuestos. Son Sartre y Camus los nuevos creadores de opinión literaria. Sin embargo, Bretón, respetado y elogiado, lleva su actitud de denuncia social hasta rebelarse contra la guerra de 1958.
Ahora con lo anterior y desde los manifiestos de Bretón se puede decir que tanto el primero como el segundo nos muestran la siguiente postura que explicaremos como sigue: El primero manifiesto hace mención a que si nosotros, no encontramos palabras bastante fuertes como para denigrar la bajeza del pensamiento occidental, si nosotros no tememos como entrar en conflicto con la lógica, si somos incapaces de jurar que un acto realizado en sueños tiene menos sentido que un acto efectuado en estado de vigilia, si nosotros consideramos incluso posible dar fin al tiempo, esa peligrosa mentira, este nudo ciego que parece se hace insostenible ¿cómo puede pretenderse que demos muestras de amor, e incluso que seamos tolerantes, con respecto a un sistema de conservación social, sea el que sea? Esto es el único extravío delirante que no podemos aceptar.
Todo está aún por hacerse, todos los medios son buenos para aniquilar las ideas de familia, patria y religión. En este aspecto la postura surrealista es bien conocida, pero también es preciso que se sepa que no admite compromisos transaccionales. Cuantos se han impuesto la misión de defender el surrealismo no han dejado ni un instante de propugnar esta negación, de prescindir de todo otro criterio de valoración. Saben gozar de la desolación, tan bien orquestada, con que el público burgués, siempre contrario y mal dispuesto a perdonarles ciertos errores «juveniles», acoge el deseo permanente de burlarse salvajemente de la bandera francesa, de vomitar de asco ante todos los sacerdotes, y de apuntar hacia todas las cosas confusas y enredadas de los deberes fundamentales.
Combatirán en contra de la indiferencia poética, la limitación del arte, la investigación erudita y la especulación pura, bajo todas sus formas, y no querrán tener nada en común con los que pretenden debilitar el espíritu, sean de poca o de mucha importancia. Todas las cobardías, las abdicaciones, las traiciones que quepa imaginar no bastarán para impedirles que terminen con semejantes cosas de poca importancia y valor. Sin embargo, es notable advertir que los individuos que un día les impusieron la obligación de tener que prescindir de ellos, una vez que se quedaron solos he indefensos, tuvieron que recurrir inmediatamente a los más miserables expedientes para congraciarse con los defensores del orden, todos ellos grandes partidarios de conseguir que todos los hombres tengan la misma altura, mediante el procedimiento de cortar la cabeza de los más altos.
La fidelidad inquebrantable a las obligaciones que el surrealismo impone exige un desinterés, un desprecio del riesgo y una voluntad de negarse a cualquier transacción inmoral que, a la larga, muy pocos son los hombres capaces de ello. El surrealismo será capaz de sobrevivir incluso cuando no quede ni uno solo de aquellos que fueron los primeros en percatarse de las oportunidades de expresión y de hallazgo de verdad que les ofrecía. Es demasiado tarde ya para que no quede ningún rastro o semilla en el campo humano, pese al miedo y a las restantes variedades que aspiran a dominarlo todo.
Sin embargo, el segundo manifiesto trata sobre como alcanzar aquella muestra de adhesión al principio del materialismo histórico, y que verdaderamente no se puede jugar con estas palabras. Si dependiera únicamente de nosotros, con eso quiero decir si el comunismo no nos tratara tan sólo como bichos raros destinados a cumplir en sus filas la función de badulaques y provocadores, nos mostraríamos plenamente capaces de cumplir, desde el punto de vista revolucionario, con nuestro deber.
Aproximadamente en esta época, Michel Marty vociferaba, refiriéndose a uno de los comunistas: «Si es marxista, no tiene ninguna necesidad de ser surrealista. » Ciertamente, en estos casos, no fueron los comunistas quienes alegaron como suyos el surrealismo; este calificativo les habría precedido, a pesar suyo, tal como a los seguidores de Einstein les hubiera precedido el de relativistas, o a los de Freud el de psicoanalistas. ¿Cómo no inquietarse ante el nivel ideológico de un partido que había nacido, tan bien armado, de dos de las más sólidas mentes del siglo XIX? Desgraciadamente, los motivos de inquietud son más que abundantes; lo poco que hemos podido deducir de nuestra experiencia personal coincide plenamente con las experiencias ajenas. Con esto se quiere decir claramente que el surrealismo toma un aspecto totalmente nuevo, teniendo con el comunismo en lo que concierne al fenómeno político un grado de relación inseparable, ya que este se ocupa y se ocupará constantemente, ante todo, de reproducir artificialmente este momento ideal en que el hombre, presa de una emoción particular, queda súbitamente a la merced de algo «más fuerte que él» que le lanza, pese a las protestas de su realidad física, hacia los ámbitos de lo inmortal.
Lúcido y alerta, sale, después, aterrorizado, de este mal paso. Lo más importante radica en que no pueda zafarse de aquella emoción, en que no deje de expresarse en tanto dure el misterioso campanilleo, ya que, efectivamente, al dejar de pertenecerse a sí mismo el hombre comienza a pertenecerles a todos. Estos productos de la actividad psíquica, que están lo más apartados que sea posible de la voluntad de expresar un significado, lo más ajenos posible a las ideas de responsabilidad siempre propicias a actuar como un freno, tan independientes como quepa de cuanto no sea la vida pasiva de la inteligencia, estos productos que son la escritura automática y los relatos de sueños ofrecen, a un mismo tiempo, la ventaja de ser los únicos que proporcionan elementos de apreciación de alto valor a una crítica que, en el campo de lo artístico, se encuentra extrañamente truncada, permitiéndole efectuar una nueva clasificación general de los valores líricos, y ofreciéndole una llave que puede abrir para siempre esta caja de mil fondos llamada hombre, y le disuade de emprender la huida, por razones de simple conservación, cuando, sumida en las tinieblas, se topa con las puertas externamente cerradas más allá, de la realidad, de la razón, del genio, y del amor. Llegará un día en que la generalidad de los humanos dejará de permitirse el lujo de adoptar una actitud altanera, cual ha hecho, ante estas pruebas palpables de una existencia distinta de aquella que habían proyectado vivir. Entonces, se verá con estupor que, pese a haber tenido todo tan al alcance de la mano, se haya adoptado en general, la precaución de procurar una coartada de carácter literario, en vez de adoptar la actitud de, sin saber nadar, tirarse de cabeza al agua, sin creerse dotados de la virtud del Fénix penetrar en el fuego; verdad.
El Papel del Comunismo
La izquierda vista desde bases que implican renunciar a perspectivas de cambio radical, a la reacción de otros, a aquellos que insisten en la necesidad de dicho cambio consiste con frecuencia en aferrarse con firmeza a los "principios", al "método", o a la "ideología", aceptando como mucho buscar una nueva forma de ratificar que éstos siguen siendo correctos en el fondo. Una tercera actitud habitual es la de volcarse a lo social, "acumular fuerzas", posponiendo o evitando esta revisión teórica…
Existiría un juego recíproco entre dos posiciones equivalentes cuya oposición es falsa: renuncia a las viejas convicciones en busca de la celebración de lo existente v/s reafirmación y readaptación eterna de las mismas convicciones, celebrándolas de manera de renunciar a adoptar de una vez por todas la práctica de desarrollar la teoría crítica en las actuales condiciones sociales. En realidad, estas dos actitudes se retroalimentan.
A esta izquierda olvidada la denominamos izquierda radical, en el sentido de que se dirige en su ataque a lo que se identifica como raíz del problema: el capitalismo moderno, como régimen que se constituye sobre el trabajo alienado. Estas corrientes de la izquierda han sido también por lo general englobadas bajo el rótulo de "ultraizquierda", concepto que no nos parece ofensivo en la medida que se entienda en el sentido de radicalidad ya indicado: izquierda que es socialista en cuanto existe como contraproyecto, como antagonismo conciente y práctico frente al capitalismo. En este sentido, la asociación de esta izquierda con las manifestaciones más espectaculares de lucha armada y/o nihilismo no tiende a coincidir históricamente y, de hecho, es una necesidad urgente poder superar esas asociaciones. Tenemos ejemplos bastante cercanos de que la radicalidad de las luchas y de las organizaciones que de ellas surgen no se mide necesariamente por el uso de armas (guerrillas de orientación socialdemócrata; terrorismo difuso teledirigido por el poder, etc.), y Raoul Vaneigem señalaba correctamente hace tres décadas que mientras "el nihilismo activo es pre-revolucionario, el nihilismo pasivo es contra-revolucionario".
El marxismo que conocimos fue su variedad "leninista", la socialdemocracia-radical (Stalin llegó a decir que el leninismo era el marxismo de nuestra época, la época del imperialismo). Lo que escapaba a esta variedad de marxismo provenía de la otra rama de la bifurcación que se dio en la Segunda Internacional, la socialdemócrata-reformista, y bebían ambos "marxismos" de una base común constituida por el cientificismo economicista propio de las simplificaciones del análisis marxiano que se difundieron ampliamente en esa época (fines del siglo XIX, principios del XX). Pese a que los leninistas se dividieron pronto en un laberinto cada vez más complejo e irreconciliable (stalinistas, trotskistas y maoístas; y después en una nueva flora y fauna más ecléctica y difícil de seguir, que a esas tradiciones agregaba contextualizaciones locales -como el castro-guevarismo-, aspectos religiosos -como en la teología de la liberación-, nacionalismos, misticismo, etc.), y a que los socialdemócratas-reformistas se integraron en distintos momentos pero "con tutti" al sistema capitalista, toda la reflexión, historia y matriz de pensamiento y acción que hemos conocido en la izquierda proviene de un cierto tronco común que podemos identificar con la Segunda Internacional. Historia aparte, pero no tan distinta, es la de la izquierda no-marxista que suele agruparse bajo el escurridizo nombre de "anarquismo", cuya impotencia práctica e incapacidad de actualizar la teoría crítica no es menor que en el resto de la izquierda, y que incluso se caracteriza por un carácter más marcadamente ideológico.
La defensa del contrapoder permanente de los consejos (que podemos asimilar a lo que se ha llamado "poder constituyente", en la terminología de Toni Negri), y de una crítica profunda a la representación como especialización en manos de burócratas revolucionarios, un punto interesante desarrollado por los consejistas es el de la caracterización del régimen social de la Unión Soviética y demás países del extinto "bloque socialista". Desde un comienzo, para el grueso de los consejistas lo que se inauguró allí fue una forma de capitalismo de Estado, mientras las corrientes de la izquierda leninista variaron entre una defensa a ultranza de la 'patria socialista' a una crítica del régimen político pero reivindicación de su carácter de Estado obrero ("deformado", según los trotskistas). Un ejemplo: "La 'socialización' de los medios de producción no es aquí todavía más que la nacionalización del capital como capital, es decir que, aunque ya no exista la propiedad privada, los medios de producción conservan su carácter de capital, por estar bajo el control del gobierno en vez de estar a disposición de la totalidad de la sociedad. Aunque quede eliminada la acumulación de capital privado, la explotación del hombre por el hombre continúa con un sistema de distribución que no es igualitario ni respecto a las condiciones de producción ni respecto a las de consumo".
En el trotskismo de posguerra surgieron también opiniones disidentes que terminaron conformando un campo "marxista libertario", disidencia que en parte obedeció a la discusión acerca del carácter de la URSS. En 1939 Bruno Rizzi ya polemizaba con Trotsky, definiendo aquél régimen social como "colectivismo burocrático". A posiciones similares llegaban Castoriadis, desde el grupo francés Socialismo ou Barbarie, y Daniel Guerin (dentro del trotskismo desarrolló esta idea Tony Cliff, del Socialist Workers Party inglés) . De hecho, en debates al interior del PC ruso a principios de los años 20 el término "capitalismo de Estado" era frecuente para referirse a su realidad. Así, Bujarin decía en 1925: "Si admitimos que las empresas de que se ha hecho cargo el Estado son empresas sometidas al capitalismo de Estado, si decimos esto abiertamente, ¿cómo podemos entonces lanzar una campaña en pro de un mayor rendimiento productivo?"
La diferencia con el bolchevismo se manifiesta además, en el tema de la relación entre partido y clase, concepción propia de Lenin en el "Qué hacer", de una conciencia que viene suministrada a los trabajadores desde fuera, a través del partido, es vista por los consejistas como una manifestación más de hasta donde prevalece la concepción burguesa sobre cómo se hace la historia. La historia hecha por los "grandes hombres" encontró después una expresión concentrada y burda en el culto a la personalidad, a la infalibilidad del partido y de los líderes. Esta cuestión, lejos de ser una "desviación" o un accidente, es una manifestación de las concepciones dominantes en la época.
Otros temas que se profundizaron desde la izquierda radical fueron los relativos a la profundización de los niveles y formas de alienación en la sociedad contemporánea (que incluirían la cosificación de la antigua teoría crítica transformándola en ideología como falsa conciencia), el surgimiento de nuevas formas de lucha social por fuera del sindicato y el partido obrero, las limitaciones de los conceptos clásicos sobre el poder y el partido, conceptos como espectáculo y autonomía.
Con un antecedente en este marxismo disidente y experiencias provenientes de una actividad anti-artística en ciertas vanguardias (dadá, surrealismo, letrismo), la Internacional Situacionista, organización surgida en Francia a fines de los 50, profundizó a nivel teórico y práctico muchos de estos temas. La obra principal de Guy Debord, el fundador de la IS, podemos encontrarla en sus libros La sociedad del espectáculo de 1967, y Comentarios a la sociedad del espectáculo, de 1988. En el primero el capítulo llamado "El proletariado como sujeto y como representación" aborda de manera bastante lúcida y detallada un balance del movimiento obrero tradicional, que recomendamos como buen punto de inicio para un debate que es urgente proseguir.
Decía Debord en 1967: "El proyecto de superar la economía, el proyecto de tomar posesión de la historia, si bien debe conocer la ciencia de la sociedad -y vincularla con él- no puede ser él mismo científico. En este último movimiento, que cree dominar a la historia presente por medio de un conocimiento científico, el punto de vista siguió siendo burgués". "Marx mantuvo durante toda su vida el punto de vista unitario de su teoría, pero la expresión de su teoría fue planteada sobre el terreno del pensamiento dominante al precisarse bajo la forma de críticas de disciplinas particulares, principalmente la crítica a la ciencia fundamental de la sociedad burguesa, la economía política. Esta mutilación, posteriormente aceptada como definitiva, es la que ha constituido el 'marxismo'".
La mutilación, expresada en la ideología objetivista de las fuerzas productivas, permitió por ejemplo que una peculiar y brutal acumulación originaria del capital en la URSS se efectuará en nombre de la ideología marxista. Y en cuanto punto de vista, esta ideologización mutilada subsiste en el grueso de la izquierda, incluso en el consejismo (que tiene bastante de mecanicista y determinista).
Los esfuerxos por desarrollar el análisis marxiano, en base a una práctica comunista desde la lucha de clases se han manifestado posteriormente en la corriente conocida como "autonomista", uno de cuyos principales exponentes fue Toni Negri.
El principal aporte de los obreristas y autonomistas italianos (Panzieri, Tronti, Negri) fue invertir la perspectiva del análisis, desde una concepción centrada en el movimiento oculto de las fuerzas productivas, entendidas como fuerzas técnicas, a una concepción que veía a la actividad del proletariado como la fuerza productiva más poderosa. Criticando la falsa dicotomía entre capitalismo y planificación, y la supuesta neutralidad de la tecnología, se concibe la "autonomía obrera" como un ascenso que "se expresa no como un progreso, sino como una ruptura, no como la 'revelación' de una racionalidad oculta en el proceso productivo moderno, sino como la construcción de una racionalidad radicalmente nueva, contrapuesta a la racionalidad despelagada por el capitalismo" (Panzieri). La investigación de ese período (post-68) de agudización del conflicto social en Italia se centró fuertemente en el rechazo del trabajo, tal como afirma Negri en un ensayo de esa época: "Pasar de la liberación-del-trabajo al ir-más-allá-del-trabajo, es lo que forma el centro, el corazón del comunismo".
En los años 20 Karl Korsch señalaba en su trabajo Marxismo y Filosofía, que "en la discusión básica de la situación general del marxismo actual, no obstante desaveniencias domésticas, secundarias y de carácter transitorio, van a hacer causa común en todas las grandes cuestiones por una parte la vieja ortodoxia marxista del Karl Kautsky y la nueva ortodoxia marxista del marxismo ruso o 'leninista', y por otra todas las tendencias críticas y progresistas que han surgido en la teoría del movimiento de las clases trabajadoras de hoy".
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