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viernes, 1 de febrero de 2008

Hildebrandt

Carranza y Alva Castro
César Hildebrandt

Al convertir en resolución suprema su acuerdo con los médicos, el ministro Hernán Garrido Lecca ha adquirido un compromiso de hierro que ningún Carranza podrá desconocer.

Luis Carranza, como se sabe, es el ministro de Economía y el cajero automático carnal del BBVA. O sea que si no conoces la clave que lo mueve no te suelta ni un peso. Y Carranza, según se dice por allí, está muy enojado con Garrido Lecca.

Lo que no entiende Carranza –porque los cajeros no están hechos para entender sino para pagar o recibir– es que lo hecho por Garrido Lecca era lo único que podía hacerse a estas alturas.

¿O es que los médicos están bien pagados? ¿O es que los hospitales están bien equipados? ¿O es que Carranza ganó unas elecciones que desconocemos y tiene una investidura secreta y unas prerrogativas que retan a la Constitución y un poder que le viene de la derechaza que allí lo puso?

Carranza habría exigido el desconocimiento del acuerdo con los médicos. Quizás sea ­una buena ocasión para que Garrido Lecca se vaya de verdad de un gabinete que sólo considera blindados los compromisos con los ricos.

Porque a veces hay que renunciar, como lo puede decir este periodista de profesión renunciante. No está mal irse cuando el que manda es un Carranza, a quien García le ha dado las alas de un Concorde sólo para ganar una ­apuesta y demostrarle a alguien que hay chanchos que vuelan.

Y, además, si Garrido Lecca renunciara denunciando que Carranza se opone a los aumentos al gremio médico daría un ejemplo que quizás le sirva al ya extirpado de la vida doctor Luis Alva Castro.

Como también se sabe, Luis Alva Castro es el único cadáver con chaleco antibalas, el único ido con mando, el único apopléjico con escalafón, el único gilipollas nativo que no habla español sino un dialecto de la tartamudez y el único insepulto que se va a guardar al Ángel precedido de sirenas. Es decir, Alva Castro, como se demostró en la última sesión de espiritismo de Jossie Diez Canseco, no existe. A pesar de eso, sin embargo, tendría que renunciar.

Porque gracias a él la policía ha pasado a ser, en masa, una banda armada de asaltantes de carreteras.

Porque gracias a él los patrulleros prometidos siguen siendo tan invisibles como su alma purgada (aunque ya los está comprando el Banco Mundial, al que tuvimos que acudir el día en que el mencionado expiró como pensante).

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