De misionero y líder campesino a nuevo presidente de Paraguay
Un cura enemigo de la rosca mafiosa
Mercedes López San Miguel Página12
Fernando Lugo, el obispo católico considerado uno de los referentes de la Teología de la Liberación, de 56 años, anunció en la Navidad de hace dos años que abandonaba su estado clerical para meterse inmediatamente en la campaña para las presidenciales del 20 de abril. Al frente de una coalición heterogénea de organizaciones de izquierda y aliado al Partido Liberal Radical Auténtico se impuso destronar al Partido Colorado. Con carisma y dando sus habituales palmadas en las espaldas, ha mantenido unido a todo ese amplio abanico de fuerzas que lo sustentan y ha aumentado su popularidad de un modo inédito para alguien que no tenía experiencia política.
Un cura enemigo de la rosca mafiosa
Mercedes López San Miguel Página12
Fernando Lugo, el obispo católico considerado uno de los referentes de la Teología de la Liberación, de 56 años, anunció en la Navidad de hace dos años que abandonaba su estado clerical para meterse inmediatamente en la campaña para las presidenciales del 20 de abril. Al frente de una coalición heterogénea de organizaciones de izquierda y aliado al Partido Liberal Radical Auténtico se impuso destronar al Partido Colorado. Con carisma y dando sus habituales palmadas en las espaldas, ha mantenido unido a todo ese amplio abanico de fuerzas que lo sustentan y ha aumentado su popularidad de un modo inédito para alguien que no tenía experiencia política.
Lugo insistió en su campaña que gobernará el país con la ayuda de todos y para todos, incluidos los colorados, excepto con la “rosca mafiosa”, como define a los grupos que han copado el poder durante seis décadas y fueron responsables de la impunidad del país.
El religioso ha manifestado sus simpatías por los presidentes Rafael Correa (Ecuador), Hugo Chávez (Venezuela) y también por Lula da Silva (Brasil), aunque se muestra esquivo de identificarse con alguno de estos referentes de la oleada progresista que está viviendo la región. Sin embargo, podría compararse con Correa por su catolicismo de base y por ser un fenómeno emergente en un país castigado por la corrupción y que llegó a la presidencia sin un partido de pertenencia. Lugo promete una reforma agraria y devolverles a los paraguayos la dignidad que merecen.
Para los sectores de propietarios rurales, Lugo es un peligroso izquierdista, porque no olvidan su labor comunitaria en los once años que fue obispo en San Pedro, una de las zonas más empobrecidas de Paraguay. En 1994 fue nombrado obispo de San Pedro y hoy está castigado por la Santa Sede con la suspensión a divinis por dedicarse a la política.
Nació en una familia humilde de San Pedro de Paraná, pero creció en Encarnación. Ingresó al noviciado en 1971 y paralelamente realizó sus estudios en la Universidad Católica de Asunción, obteniendo el título de licenciado en Ciencias Religiosas. Se ordenó sacerdote católico y se trasladó a Ecuador a trabajar como misionero. Luego viajó a Roma, donde estudio Espiritualidad y Sociología. Siendo obispo creó en 2006 la organización Resistencia Ciudadana y reunió a más de 30 mil personas frente al Congreso para pedir el juicio político de Duarte Frutos. Fue su bautismo político.
La resurrección de un pueblo olvidado
Stella Callón La Jornada
El triunfo histórico del ex obispo católico Fernando Lugo logró finalmente quebrar la hegemonía de más de seis décadas de gobiernos del Partido Colorado, que incluyeron la larga dictadura del ya fallecido general Alfredo Stroessner (1954-1989).
También derrotó los intentos oficiales de debilitarlo con acusaciones burdas, que fueron desde vincularlo a guerrillas y a otros presidentes de la región, a quien el gobierno de Estados Unidos señala como “ejes del mal”.
Además su triunfo se produce en un país donde la presencia de Estados Unidos fue y es más que significativa, desde la dictadura de Stroessner, cuando Paraguay era sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) hasta estos últimos años, donde Washington logró que un Congreso oficialista mayoritariamente votara (2005) la inmunidad para las tropas estadunidenses, que han dejado una infraestructura utilizable para cualquier acción regional.
Este popular triunfo además de la significación que tiene al interior del país, fortifica el esquema político de la integración regional en un momento clave.
En sus primeras palabras demostró un fuerte tacto porque será muy difícil desmantelar las estructuras de un poder que fue absoluto, donde la corrupción es crónica y cruza a toda la sociedad.
Aunque Stroessner fue derrocado por un golpe en febrero de 1989, nadie dudó de un cambio “gatopardista”, para que nada cambiara, también promovido por Washington, pero el respiro que significó el alejamiento del dictador resultó una incontenible puerta abierta para un pueblo sometido a uno de los aislamientos más terribles que recuerde la región.
Paraguay fue víctima de olvidos e indiferencias. Esto no permitió analizar a fondo el desgaste del Partido Colorado en sus feroces internas a partir de 1989 y que costaron vidas, como tampoco se registró sistemáticamente la dimensión que tomó la demanda de justicia por parte de los miles de familiares de víctimas y sobrevivientes de los largos años del horror.
La vinculación de la dictadura con la contrainsurgente Operación Cóndor, cuya selectividad en las víctimas posibilitó encontrar huellas en todo el mundo, también hizo volver las miradas hacia ese pequeño país que a veces se perdía en la bruma de esos olvidos.
Esa lucha humanitaria trascendió fronteras y ayudó a diversos sectores en sus demandas en los caminos y las calles, dejando el miedo atrás. Nuevos protagonistas surgieron a la escena. Los movimientos campesinos e indígenas fueron claves como los de las mujeres, los sin techos y otros que fueron hoy vitales para el triunfo.
Los protagonistas de este triunfo “han sido los que en estos años han luchado en todo el país”, señaló Lugo con razón.
En esas luchas quedaron muchas víctimas, entre ellos unos 200 campesinos muertos y también reprimidos y procesados por demandas sociales.
Además de desmantelar las viejas estructuras, reveer leyes muy graves que se votaron en los últimos años, dando facultades incluso para la creación de fuerzas paramilitares, que ya han actuado en el país, Lugo deberá luchar contra la pobreza que atrapa a más de un 60 por ciento de la población, lo que lo llevará a enfrentarse con los nuevos y viejos grupos de poder económicos-militares y señores feudales, surgidos de viejas y nuevas corrupciones. Deberá luchar contra mafias viejas y nuevas.
También en el plano exterior, donde avanzó en conversaciones con los gobiernos de Brasil y Argentina, para revertir la injusta situación de los corruptos acuerdos de las grandes fuentes de energía como la represa de Itaupú y Yaciretá, entre otros temas sostuvo que quiere estar en la integración en pie de igualdad y que su país tiene cómo hacerlo. La primera parte de un sueño se ha cumplido, pero sabe que necesitará que las disímiles fuerzas que se han unido para llevarlo a la presidencia se mantengan firmes en esa unidad, con difíciles equilibrios y paciencias en un país que ha esperado desde hace mucho más de 60 años. América Latina festeja otro día histórico, pero para Paraguay es vital la permanente solidaridad de la región y del mundo hacia un pueblo que resucitó de todos los olvidos.
El fin de un ciclo
Atilio Borón Página12
El triunfo del ex obispo Fernando Lugo en las elecciones de ayer pone fin a casi 61 años de predominio del Partido Colorado. La mayor parte de este período transcurrió bajo el signo de una de las más feroces y reaccionarias dictaduras de América latina, presidida por Alfredo Stroessner, quien se hizo del poder mediante un golpe de Estado en 1954 y permaneció en él hasta 1989. Luego de su derrocamiento el Partido Colorado retuvo el poder político, hasta ayer. A lo largo de esos años, Paraguay, un país que, como Bolivia, posee grandes recursos naturales y una población relativamente pequeña (no llega a los siete millones de habitantes), profundizó su atraso económico, político y cultural, condenando a la pobreza a la gran mayoría de sus hijos y reteniendo a aquellos que no emigraron bajo las tenazas de un sistema corrupto hasta la médula, en donde los más altos funcionarios del Estado eran, con muy pocas excepciones, los organizadores del saqueo practicado en contra de la nación guaraní.
Con el triunfo de Lugo cayó el último bastión de los despotismos que asolaron la región durante la segunda mitad del siglo pasado. El de Paraguay fue el más longevo; mudó de piel como una serpiente y se las ingenió para perpetuar la dictadura del mismo bloque dominante bajo un ropaje que apenas si formalmente podía parecer democrático. El transformismo del que hablaba Gramsci fue una verdadera escuela entre la clase política paraguaya y los cambios que ocurrieron luego de la partida de Stroessner sirvieron, como decía el Gatopardo, para que todo siguiera igual.
Con Lugo como presidente toda la estructura de la sociedad paraguaya se enfrentará a fuertes remezones. Por empezar, del aparato clientelístico montado desde hace seis décadas y alimentado permanentemente por la corrupción imperante. La oposición con que se enfrentará el ex obispo será inclemente e intratable: dueños absolutos de vidas y haciendas durante décadas y oportunistas e hipócritas adherentes a la norma del juego democrático no dejarán de emplear cualquier recurso para desestabilizar el proceso y provocar una situación similar a la que hoy sufre en Bolivia Evo Morales.
Por otra parte, como si la oposición interior fuera poca cosa, los ojos del imperio se clavarán de hoy en más en la hermana república paraguaya, que pasará a engrosar la lista de los gobiernos con “débiles credenciales democráticas”. La imperdonable miopía de los gobiernos de Brasil y Argentina, la misma que está empujando cada vez con más fuerza al Uruguay hacia los brazos de los Estados Unidos, hizo que Asunción terminara por conceder para uso de las fuerzas estadounidenses la base aérea de Mariscal Estigarribia. Situada en una zona prácticamente despoblada, a unos 200 kilómetros de la frontera de Argentina y unos 300 de Brasil, tiene la pista aérea más extensa del Paraguay, superior a la del aeropuerto internacional de Asunción y capacidad para albergar 20.000 tropas. Tropas que gozan de inmunidad bajo un supuesto “Acuerdo Militar de Entrenamiento” firmado entre gallos y medianoche en el 2005, mientras Itamaratí y la Cancillería argentina estaban distraídas en cuestiones menos relevantes.
Habrá que ver si ahora que Lugo es gobierno Argentina y Brasil pasan de la retórica de la solidaridad al apoyo efectivo a un gobierno que va a necesitar de mucha ayuda para poder sobrevivir a los embates ya diseñados para precipitar su fracaso y volver al Paraguay a su normalidad.
Paraguay: ¿nueva época?
Editorial de La Jornada
El holgado triunfo del candidato opositor Fernando Lugo en las elecciones presidenciales celebradas anteayer en Paraguay es un hecho histórico para ese país sudamericano, sumido en la pobreza, el atraso y la corrupción por longevas dictaduras y, desde 1989, por un grupo gobernante oligárquico, a pesar de la fachada democrática, y carente del menor sentido de nación. Desde el Partido Colorado y sus ramificaciones, ese grupo ha ocupado el poder político y económico en forma ininterrumpida desde la guerra civil de 1947 y lo ha ejercido por medio tanto de regímenes castrenses de facto –el de Alfredo Stroessner duró de 1954 a 1989– como de presidentes civiles que han tolerado, propiciado o incluso protagonizado un sistemático saqueo de los fondos públicos: Juan Carlos Wasmosy, Raúl Cubas, Luis González Macchi y Nicanor Duarte Frutos.
El legado que deja el Partido Colorado es aterrador. Paraguay es, hoy, el segundo país más pobre de Sudamérica, después de Bolivia; su industrialización es prácticamente nula, la miseria y la marginación social alcanza grados exasperantes, la infraestructura y los servicios se encuentran en un subdesarrollo mucho más pronunciado que el de otras naciones latinoamericanas.
El candidato triunfante en los comicios de ayer, ex obispo de la diócesis de San Pedro, en la región más pobre del país, es uno de esos religiosos latinoamericanos con preocupaciones sociales a los que Joseph Ratzinger ha hostilizado, ya fuera desde la Congregación para la Doctrina de la Fe o desde la cabeza del papado, como Benedicto XVI. En marzo del año pasado Fernando Lugo pretendió renunciar a sus labores eclesiásticas para dedicarse de lleno a la oposición política, pero el Vaticano le rechazó la dimisión, sólo para suspenderlo ad divinis, unos meses más tarde, el propio Ratzinger.
Lugo representa el vasto descontento político, social y económico que recorre a Paraguay; un vasto y diverso conjunto de partidos políticos marginados por el oficialismo, así como organismos sindicales, sociales y culturales, confluyeron en la Alianza Patriótica para el Cambio (APC) para postular al ex obispo a la Presidencia.
El desafío que habrá de enfrentar es enorme, no sólo por las dimensiones del atraso paraguayo en casi todos los órdenes y por las inercias de un país que durante la mayor parte de su vida independiente ha sido gobernado por déspotas, por corruptos y por déspotas corruptos, sino también por la heterogeneidad ideológica y de intereses que subyace en las siglas de la APC, y que va desde sectores democristianos hasta grupos claramente definidos en la izquierda del espectro político.
Por otra parte, en el escenario continental, la inminente llegada de Lugo a la Presidencia de Paraguay consolida la tendencia latinoamericana a buscar modelos alternativos al asfixiante y depredador neoliberalismo oligárquico que aún gobierna en México, la mayor parte de Centroamérica, Colombia y Perú. Es posible que, con Lugo en la Presidencia, Paraguay experimente un acercamiento con su vecina Bolivia, con Venezuela y con Ecuador; por lo demás, para los gobiernos de Luiz Inacio Lula da Silva, Cristina Fernández y Michelle Bachelet, el ex obispo de San Pedro será un interlocutor mucho más sólido y confiable que sus predecesores.
Cabe felicitarse por su triunfo, que es una inequívoca victoria popular, y hacer votos por que su gestión consiga colocar a Paraguay en la dirección del desarrollo democrático, social y económico.
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