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viernes, 25 de abril de 2008

China

Occidente da la bienvenida al gesto de China
Monjes tibetanos en el exilio participan en una manifestación contra China en Katmandú (Nepal).

Francia, Reino Unido, Alemania y EE UU expresan su satisfacción por el anuncio de Pekín a aceptar reunirse con representantes del Dalai Lama.- El Gobierno tibetano en el exilio afirma no tener noticia al respecto

China ha aceptado reunirse con representantes del Dalai Lama, líder espiritual y político de Tíbet, según ha informado la agencia gubernamental china, Xinhua, citando fuentes oficiales. La noticia ha sido recibida con gran satisfacción por varios países occidentales y coincide con la visita del presidente de la Comisión Europea, Manuel Durao Barroso, que ha presionado a Pekín para abrir el diálogo con los tibetanos.
"En vista a las repetidas peticiones hechas por parte del Dalai para iniciar conversaciones, los departamentos pertinentes del Gobierno contactarán con representantes privados del Dalai en los próximos días", ha informado Xinhua, citando declaraciones de un funcionario del régimen comunista.

China había responsabilizado al Dalai Lama de los disturbios del pasado mes de marzo en Lhasa, capital tibetana, que fueron el origen de la actual ola de protestas por todo el mundo. "Se espera que a través de estos contactos y consultas, el Dalai dará los movimientos adecuados para detener las actividades contra China, parar la incitación a la violencia y dejar de interrumpir y sabotear los Juegos Olímpicos de Pekín", ha recogido la agencia gubernamental.

Por su parte, el Dalai Lama, quien se encuentra exiliado en India desde 1959, ha declarado que se está "dispuesto" y a la espera de una confirmación oficial sobre esta presunta reunión. El líder tibetano ha rechazado en repetidas ocasiones el boicoteo a los Juegos Olímpicos y se ha mostrado partidario del diálogo con Pekín.

Satisfacción en Occidente
La comunidad internacional ha aplaudido el gesto de Pekín a tres meses de la celebración de los Juegos Olímpicos. Desde el comienzo de la represión china contra los tibetanos, diferentes países habían presionado diplomáticamente al Gobierno chino para que se sentara a hablar con el Dalai Lama, mientras se sucedían las protestas por todo el mundo.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha dicho que este diálogo renovado se trata de una "etapa capital" y entraña "verdaderas esperanzas". Reino Unido y Alemania también han felicitado la iniciativa china, mientras la embajada de Estados Unidos en Pekín confía que las conversaciones tengan "un desarrollo muy positivo".

Hasta el país asiático ha viajado el presidente de la Comisión Europea. En la agenda de Barroso había un mensaje señalado en rojo a transmitir a las autoridades chinas: el libre acceso a Tíbet tanto para periodistas como turistas. El representante europeo ha dicho sentirse "muy feliz" tras conocer la noticia del inicio de las conversaciones, aunque Pekín no se ha pronunciado sobre el cierre de los pasos fronterizos a la región del Himalaya. Tíbet todavía permanece sellado.

La antorcha, custodiada en Japón
Mientras tanto, la llama olímpica ha llegado a Japón, donde las autoridades han desplegado un fuerte dispositivo de seguridad ante la posibilidad de que se produzcan más protestas. La llama ha aterrizado en el aeropuerto Haneda de Tokio rodeada de fuertes medidas de seguridad, como ha ocurrido anteriormente en Reino Unido o Francia. Más de 3.000 policías se encargan de custodiar el recorrido para evitar cualquier tipo de altercados.

El Pekín que nos espera
REPORTAJE: Hacia Pekín 2008

El éxito económico y los Juegos inflaman el nacionalismo chino

"Hay que venir a China porque todo lo que está ocurriendo en el siglo XXI está ocurriendo en este enorme país. Lo que pasa aquí tiene escala mundial y nos afecta a todos: al precio del petróleo y de los alimentos, a las relaciones comerciales, al desarrollo tecnológico, a los costes laborales...", afirma Enrique Concha, director de la Asociación Cooperación Sino Española en Tecnología e Innovación, que desde hace más de tres años reside en Pekín.
No le falta razón. La llegada a la terminal 3 del aeropuerto de Pekín sitúa de entrada al viajero en otra dimensión. La terminal, recientemente inaugurada y diseñada también por Norman Foster, es como la madre de la terminal 4 de Madrid-Barajas. Un escenario colosal desde el que se inicia el trayecto hasta el centro de una ciudad de más de ocho millones de habitantes que vive sepultada la mayor parte de los días por una densa capa de contaminación y polvo en suspensión.

Pekín se ha llenado en los últimos cuatro años de gigantescos y amazacotados rascacielos de hierro, cristal y cemento, erigidos sin orden ni concierto, que son atravesados por pasos elevados y enormes avenidas que hacen casi imposible cruzarlas antes de que el semáforo vuelva a cerrarse. Tanto es así que en algunas de ellas hay unos tipos provistos de banderines con los que apremian a los peatones a cruzar como si fuesen jueces de línea que exigieran que la jugada continúe.

La capital china no duerme. Los coches hace tiempo que han sustituido a las bicicletas, y los atascos de tráfico, incluso de noche, son ya moneda corriente. Como las obras de destrucción de los barrios viejos y la construcción de nuevos bloques de oficinas, en las que miles de obreros se afanan incansables día y noche en precarias condiciones de seguridad por unos 150 euros al mes.

China tiene un proyecto como país a 50 años vista, que consiste en lograr el bienestar, y los Juegos son una magnífica ocasión para mostrar al mundo que ese proyecto es ya una realidad. Por eso le duelen tanto al Gobierno las críticas occidentales a la violación de los derechos humanos, la represión en Tíbet o a la pésima calidad del aire de la capital.

Lo que quería ser el escaparate de los progresos ya realizados se está convirtiendo en el flanco por el que competidores y rivales atacan sin piedad. De momento, el espectáculo sólo es político y cada comparación entre Pekín 2008 y Berlín 1936, cuando emergió otra superpotencia, es interpretada por el régimen como un intento occidental de humillar a China. Las autoridades responden exacerbando el nacionalismo de la población, recordando, como hacía hace unos días el periódico China Daily, la época en que las concesiones europeas troceaban la soberanía china y agitando el fantasma de los laowai (viejos extranjeros).

Responsables del Diario del Pueblo, el órgano oficial del Partido Comunista, y portavoces del Ministerio de Asuntos Exteriores repiten imperturbables el discurso oficial: "La prensa occidental miente. Los rebeldes tibetanos son criminales. Los periodistas extranjeros no pueden ir a Tíbet porque no podemos garantizar su seguridad personal". Pero esta cerrazón de los despachos, donde se intuye el ánimo de sustituir la vieja ideología comunista por el nacionalismo, no se hace sentir, al menos de momento, de forma opresiva en las calles.

En la capital apenas quedan símbolos de la Revolución de Mao -el único visible es su gigantesco retrato de la plaza de Tiananmen- y sus calles no llevan, frente a lo que se podía esperar, los nombres de los héroes o los mártires del pueblo. Desde que, hace casi 30 años, Deng Xiaoping inaugurara la era de la apertura y reforma económica, se calcula que unos 300 millones de chinos han salido de la pobreza, demostrando que el éxito de China es probablemente también el éxito de la humanidad.

Dos lugares simbolizan actualmente el nuevo Pekín. El céntrico barrio de Houhai, literalmente "el lago de detrás", reúne a lo largo de sus melancólicas orillas decenas de restaurantes y bares con estilo, de los que sale música pop, occidental o china, y por donde cada noche pululan un montón de jóvenes que, vestidos igual que sus compañeros de generación de EE UU o Japón, ponen a prueba que el partido sea más fuerte que la MTV. Houhai tiene todas las papeletas para hacer su agosto con las riadas de extranjeros que abrevarán en sus locales para sacudirse el bochorno del verano pequinés en busca de ladies y masajes.

El otro lugar es el distrito 798, un gigantesco centro de arte situado en las afueras de la capital. Un complejo de antiguas fábricas de electrónica, construidas con la ayuda soviética por arquitectos de Alemania Oriental, alberga ahora espléndidas galerías con lo mejor del arte de vanguardia chino (extremadamente crítico e irónico) y numerosos cafés y restaurantes. El ambiente bohemio y cool de la zona contrasta con las miradas de asombro de los inmigrantes recién venidos del campo para asfaltar sus calles y construir los nuevos altares del bienestar.

Pero son esos obreros y los habitantes de los hutong, los callejones de Pekín donde viven hacinadas familias enteras, quienes, con un sacrificio inigualable en otros puntos del globo y otro tanto de deseos de aprender, están decididos a que esta vez, justo 50 años después, el gran salto adelante sea una realidad y no un nuevo fracaso.

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