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sábado, 1 de febrero de 2014

costumbre europea

Quejas: una vieja costumbre europea

telam.com.ar
“Hay más retrasos que en Sudáfrica”, dijo el presidente la de FIFA Joseph Blatter días pasados, en referencia a los estadios brasileños que aún no están terminados. Estas declaraciones, sin embargo, no son novedosas en la historia de los mundiales, desde que comenzaron las competencias los europeos han tenido constantes quejas contra las organizaciones sudamericanas.
Aunque Dilma Roussef le aseguró a Joseph Blatter que el Mundial se desarrollará con total normalidad, la ansiedad y la presión por la cercanía de la competencia se hizo carne en los micrófonos. El presidente de FIFA se despachó contra la organización de Brasil 2014, comparándolos de manera negativa con Sudáfrica. Si bien las obras están demoradas, no es la primera vez que una sede sudamericana es  asediada por la FIFA y sus empresas auspiciantes antes de la organización de
un Mundial.

Buen momento, entonces, para repasar esas historias.

Nadie se opuso cuando en el Congreso de la FIFA de Barcelona, el 18 de mayo de 1929, Uruguay fue elegida como sede de la primera Copa Mundial. Había seis países dispuestos a tener la gran competencia en sus canchas; pero Hungría, Holanda y España retiraron sus candidaturas previendo que podían fallar. Suecia también renunció, pero lo hizo a favor de que lo organizaran los italianos. Sólo quedaban Italia y Uruguay en la competencia. Sin embargo, la gestión del dirigente argentino Adrián Beccar Varela, hizo que la balanza se inclinara para el lado de los charrúas. Al fin y al cabo eran bicampeones olímpicos reinantes, título que en ese entonces era el de Campeón del Mundo.

Entonces, los cinco europeos que se quedaron sin la organización del mundial decidieron boicotear al país sudamericano y no participar con el argumento de que “Uruguay está muy lejos de todo, los pasajes son muy caros y sus costas son inaccesibles”. Españoles e italianos fueron mucho más allá e intentaron incluso –y con bastante éxito- convencer a muchos para que se abstengan de viajar al Río de la Plata.
“Si bien las obras están demoradas, no es la primera vez que una sede sudamericana es  asediada por la FIFA y sus empresas auspiciantes antes de la organización de un Mundial."

El rey Alfonso XIII, teniendo en cuenta que Uruguay tenía una gran colonia española, recomendó a la Real Federación de Fútbol que concurriera al Mundial, pero la respuesta del técnico de la selección, José María Mateos, fue contundente: “El viaje es impracticable. Los clubes perderán dinero al prestar a los jugadores, que además se perderán los primeros partidos de la liga”.

Gianni Bonaveri, presidente del Bologna F.C., era la cabeza visible del boicot italiano. Junto a otros colegas también argumentaban la crisis económica de Europa para el traslado, pero cuando los uruguayos ofrecieron cubrir los gastos de transporte, alojamiento y darle una compensación monetaria a los jugadores, los italianos argumentaron contra al “crudo invierno uruguayo” y hasta esgrimieron argumentos sobre la  inseguridad que se vivía en la calles de Montevideo.

Los organizadores dijeron basta cuando algunos clubes europeos llegaron a pedir hasta 15 mil dólares por jugador (los búlgaros pidieron más). Jules Rimet tuvo que ponerse al frente y forzar la participación de cuatro seleccionados europeos. Al final, la Copa se disputó con 13 equipos.

Para 1938 se suponía que el Mundial volvería a Sudamérica (el pacto tácito decía que se jugarían de manera intercalada con Europa). Argentina había presentado su candidatura y sólo restaba que fuera puesta en votación, pero el presidente de FIFA, Jules Rimet, logró convencer a los votantes que optaran por Francia logrando así que el tercer mundial se jugara en su país. Rimet sabía que se venía una gran guerra en Europa y creía que probablemente aquel fuera el último Mundial. Tras la movida política, Francia logró 19 votos, contra 4 a favor de Argentina.

En 1950 los brasileños conocieron sobre ausencias y excusas europeas. La competencia se jugó con 13 seleccionados porque se sucedieron las renuncias de Portugal, Turquía, Escocia, India y Francia (las dos últimas en las semanas previas al torneo). La distancia entre las sedes era el pretexto favorito de los abandonos. Ese mismo año los suizos, con una rosca que sería la envidia de House of Cards, consiguieron la organización de la copa de 1958 sin oposición, dejando sin chances a la otra candidata, Argentina.

Chile 1962 fue la tercera copa que se organizó en Sudamérica y los italianos fueron nuevamente los líderes del ataque. Los periodistas Antonio Ghiselli (Bologna) y Corrado Pizzinelli (“La Nazione”, Florencia), escribieron: “Santiago es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del planeta, afligido por todos los males posibles, como la desnutrición, la prostitución, el analfabetismo, el alcoholismo y la miseria”.

La repercusión llegó inmediatamente y la reacción no se hizo esperar. Antes del encuentro Chile - Italia, por la primera ronda, los jugadores de la azurra entraron con flores para repartir y aplacar los ánimos, pero a los siete minutos de juego, con la rechifla ensordecedora del público, comenzó lo que pasaría a la historia como la “Batalla de Santiago”, un partido que ganó Chile pero que se recuerda como de los más violentos de la historia de los mundiales.
El último “gran ataque” –y vaya que fue eficaz- lo sufrió Colombia, que debió haber organizado la Copa de 1986. Un alto vocero de Adidas, marca que auspiciaba (y aún lo hace) la competencia, declaraba por esos años: “ocho de cada diez personas caminan descalzas en ese país, es imposible que ahí se haga un Mundial”. Los colombianos hasta hoy sospechan que la FIFA, temerosa por la pérdida del sponsoreo más importante, les puso una serie de condiciones imposibles de cumplir: doce estadios, una red ferroviaria entre las sedes y una serie de privilegios para los hombres más importantes de la federación internacional.


A fines de 1982 Colombia bajó su candidatura y México fue elegida “de urgencia”. El vicealmirante Carlos Lacoste, dictador argentino y hombre de confianza de Joao Havelange, fue uno de los máximos operadores en contra de los colombianos.

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