La era del ‘adiós’ a la ciencia
Forbes - jueves, 20 de
febrero de 2014
La sociedad postmoderna en la que
vivimos se caracteriza aceptar todo tipo de conocimiento sin importar su
fuente, colocando en el lugar de expertos a toda clase de personas e ideas sin
considerar su mérito.
Este 15 de febrero se cumplen 24
años de la muerte de uno de los individuos más brillantes del siglo XX, alguien
que me ha inspirado, el físico Richard Feynman.
Hace 51 años en 1963 Feynman dio
una conferencia en Caltech llamada “This unscientific age” donde hablaba de la
‘era heroica’ en que vivía la ciencia con sus avances, pero lo poco que las
personas lo apreciaban y lo mucho que seguían viviendo en la superstición, el
mito y la credulidad. En todo el mundo poco ha cambiado desde entonces, y
México no es la excepción.
El sociólogo postmodernista
Jean-François Lyotard decía que la sociedad postmoderna se caracteriza por el
escepticismo a todo, incluso a la ciencia misma, que él consideraba otra gran
justificación de la historia (metanarrativa).
Sin embargo, esta misma sociedad
postmoderna en la que vivimos se caracteriza aceptar todo tipo de conocimiento
sin importar su fuente, colocando en el lugar de expertos a toda clase de
personas e ideas sin considerar su mérito.
Vivimos en un mundo lleno de
tecnología y avances científicos de toda clase. Con información y conocimiento
como nunca antes en la historia humana, sin embargo, nos encontramos en un
entorno donde gozamos de estas maravillas sin vivir en el espíritu que las
produjo. Nuestro entorno social ya sea político, económico o de negocios vive
en una cultura acientífica.
El cultivar la incertidumbre no
necesariamente implica la relativización del conocimiento y la información.
La crítica más dura a la teoría
postmoderna justamente se encuentra en ese punto. Estar en una ‘era científica’
no implica aplicar el positivismo a todas las cuestiones de la vida, existen
muchos aspectos que no pueden caer en
los paradigmas de la ciencia; pero en muchos de estos aspectos sí existen
personas, instituciones e ideas que se hacen pasar por ciencia imitando su
lenguaje y sus formas, tratando de explicar o justificar sucesos que escapan al
verdadero conocimiento.
Feynman creía que era nuestra
capacidad de dudar la que determinaría el futuro de la civilización, en uno de
sus documentales se le escuchaba decir:
“Creo que es mucho más interesante vivir sin saber, que teniendo
respuestas que podrían estar equivocadas. Yo tengo respuestas aproximadas,
posibles creencias y diferentes grado de certeza sobre diferentes cosas, pero
no estoy absolutamente seguro de nada, y sobre muchas cosas no sé absolutamente
nada.”
La duda para muchos epistemólogos
y filósofos de la ciencia es la base del conocimiento y del progreso. No
significa no creer en nada, más bien es aprender a aceptar la
incertidumbre y aprender a hacer
preguntas para poder distinguir entre los niveles de certeza que podemos tener.
No obstante esto, todos nuestros avances parecen contar poco. Hace 500 años no
era raro ver a una persona consultar un astrologo para tomar decisiones
importantes, hoy en día es más común aun ver una persona en su teléfono
consultar su horóscopo, buscar libros de autoayuda o recurrir a toda clase de
“expertos” cuyo conocimiento es tan frágil que difícilmente pueden explicarse a
sí mismos.
Quizá la razón por la que
seguimos siendo tan crédulos en nuestras sociedades es por nuestra necesidad de
tener respuestas de no poder soportar el no saber, ni tener la paciencia para
buscar formas de hacerlo.
Esa necesidad muy conocida de
tener respuestas y de buscar confirmación a nuestras propias ideas está en la
raíz de muchos de los sucesos en nuestras sociedades. Es la razón que lleva a
nuestros políticos a prometer soluciones diciendo lo que queremos escuchar,
ofreciendo salidas rápidas. El resultado natural es que las promesas no se
pueden cumplir y las personas dejan de creer en la capacidad de resolver
problemas.
Preferimos tener respuestas
rápidas que una forma de encontrar respuestas correctas, por eso somos presas
de quienes aparecen ofreciendo soluciones.
Hace pocos días distintos
académicos e intelectuales de nuestro país discutían justo sobre cómo las
promesas generan expectativas en la población; complejos aparatos de
comunicación social promueven ideas y las venden a la opinión pública, la
conclusión de estas personas es que estas ilusiones tienen una duración de dos
años antes que las personas dejen de creerlas.
Justo ese mecanismo tan aplaudido
y tan usado en nuestro país es un claro ejemplo de un pensamiento que no
privilegia la realidad sobre las relaciones públicas. Una muestra de porque
nuestros servicios públicos, los productos que consumimos y las cosas que
pagamos pueden llegar a ser de tan mala calidad; no tenemos la capacidad de
exigir ni cuestionar.
La norma en nuestra sociedad es
escuchar a distintas personas, sean funcionarios públicos o personajes de la
vida pública opinar y arrojar datos que carecen de sustento. Citar números que
están fuera de contexto que llevan a conclusiones que no se pueden sostener o
buscan contar historias ad hoc para justificarse.
Un ejemplo reciente es la
retórica empleada por los encargados de comunicación de la cruzada contra el
hambre quienes ofrecen toda clase de opiniones pero ningún dato para corroborarlas.
Tristemente no es distinto en
otras esferas de la sociedad. Muchas personas van por la calle consultando en
su teléfono lo que los astros le deparan o adquieren productos milagro que le
prometen resolver todos sus problemas en su televisor. Están los hombres de
negocios que toman decisiones basados en lo que gurús con metodologías ad hoc y
números de dudosa procedencia les indican y no cuestionan.
Existen empresarios que sostienen
sus prácticas en base a la tradición y la costumbre, lo que para pensadores en
el siglo XIX como Max Weber era considerado prácticas de una sociedad pre
moderna.
En México vivimos esta dualidad
en todas partes, sostenemos practicas pre modernas y el relativismo extremo del
postmodernismo. Muchas decisiones sean de carácter personal, de negocios o
políticas públicas son tomadas sin evaluar otras posibles explicaciones, sin
buscar teorías alternativas. Buscan simplemente confirmar nuestros sesgos y no
el entendimiento.
Las teorías científicas y el
conocimiento en otras áreas evolucionan al ser cuestionados, al buscar poner al
límite lo que se puede explicar y empujar la frontera del conocimiento hacia lo
que no podemos. Es de la misma forma en que las sociedades progresan es como se
generan mejores instituciones, como se genera desarrollo económico y social.
Mejoramos conforme nos cuestionamos los paradigmas existentes.
Un mejor país, una sociedad más
informada y participativa, mejores ciudadanos y personas más capaces son
posibles si nos preocupáramos por practicar la duda razonable. Por cuestionar
lo que sabemos e investigar lo que no. Si nos ocupáramos por cultivar en
nosotros mismos el hábito de hacer preguntas y emplear la lógica para analizar
la realidad que se nos presenta podríamos progresar más rápido que si solo nos
resignamos al estado presente de las cosas, a explicaciones fáciles e
información descontextualizada.
Feynman creía que dudar era parte
fundamental de la formación de todo buen científico y más un de la formación de
cualquier buen ciudadano. Pensaba que la libertad de dudar estaba implícita en
la formación de una sociedad democrática donde todo puede estar sujeto a
cuestionamiento, deliberación y modificación. Para él las sociedades
autoritarias y sin cuestionamientos eran un reflejo de un pensamiento
acientífico.
En México tenemos la urgente
necesidad de redescubrir el placer del descubrimiento, de aprender a buscar
conocimiento en todas partes.
A 24 años de su muerte, la mejor
forma de recordar su aportación en la ciencia y en la difusión del conocimiento
es aceptar nuestra ignorancia, dudar y procurar el conocimiento a través de la
curiosidad.
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