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lunes, 12 de mayo de 2008

Señora

Ay, qué Rico
César Hildebrandt

La señora Maite Rico vive extraordinariamente bien y escribe horriblemente mal. La verdad es que a ella le importa poco el asunto del estilo.

La Rico es la típica estrella del nuevo “El País”, un diario que nació para luchar contra los rezagos de una dictadura y que ahora maromea en la difícil cuerda de ser “socialista” de dientes para afuera y de ser aznarista en las entrañas. “El País” fue una península de libertad y talento. Hoy es la nueva bahía de cochinos del bushismo armado y bilingüe.

Maitecita no pierde el tiempo y se contonea para todos los efectos viendo qué gusanera de Miami la ama más, qué fascista del Caribe cotiza mejor sus completos servicios y cuántos son los ceros a la derecha que le propone el cliente que tiene sede en Guantánamo y filial en Abu Ghraib.

Examinemos algunas de sus “hazañas”. Un día, por ejemplo, dizque se cansó de las poses del subcomandante Marcos, el jefe del movimiento zapatista, y entonces escribió un pasquín de éxito universal y traducciones casi simultáneas: “Marcos, la genial impostura”. En ese folletón, tan alabado por el “Washington Times” y casi toda la bazofia impresa que Rupert Murdoch parece inspirar, la señora Rico no tocaba el asunto de la corrupción mexicana, el problema social y agrario de Chiapas, el devastador efecto que las asimetrías comerciales con los Estados Unidos producen en el campo mexicano.

A Maitecita no le interesaba enfocar, desde la legítima insolencia o desde la iconoclastia informada, el problema, realmente existente, de un zapatismo confuso y arrinconado. No. Lo que a ella le interesaba era hacer lo que Televisa hubiese hecho si sus directivos tuviesen más neuronas que cocaína en el cerebro: convertir a Marcos en un payaso, un imbécil de capirote y baba, un impostor más repudiable que el jefe de la policía chihuahense. ¡Grandes aplausos y enormes talegas con monedas recibió por el empeño! “El Diario de las Américas”, que es como decir las cuevas de Altamira de la Pequeña Habana, elevó el libro a la categoría de “imprescindible para entender algunas de las mayores farsas de la historia contemporánea”.

Otro día Maitecita estaba aburrida de escribir las idioteces que suele escribir para “El País” y, entonces, ¡zas!, fue asaeteada por su próximo márquetin: descubrir quién mató no a Palomino Molero, que eso ya lo había descubierto Vargas Llosa, sino al obispo guatemalteco Juan Gerardi, pieza clave de los derechos humanos en la Guatemala donde operaron las Fuerzas Armadas más brutales de Centroamérica (incluyendo a El Salvador).

Pues bien, a Ciudad de Guatemala se fue la señora Rico, acompañada, como suele suceder, por su negro literario Bertrand de la Grange, que alguna vez fue corresponsal de “Le Monde” en México y que firma al alimón los volúmenes que han hecho rica a la infradicha. Y en Ciudad de Guatemala husmeó, olisqueó, penetró, y recibió.

Un libro de Francisco Goldman sobre el asesinato del obispo Gerardi afirma abiertamente que la Rico y La Grange recibieron plata del mismísimo Álvaro Arzú, interesadísimo en que todo quedara en el misterio y en que los milicos fuesen limpiados todo lo que se pudiese de un crimen que, casi por derecho, les pertenecía.

Por supuesto que la Rico ha dicho que Arzú no les pagó y que a ella sólo le pagan (“y bien”) sus editores. “Porque somos serios, venimos de diarios con reputación y jugamos en las grandes ligas”, añade respondiendo a Goldman.

Bueno, en las grandes ligas también hay maletines y mafias como la de la Juventus. Pero aun creyéndole, lo cierto es que el libro del dúo Rico-La Grange “¿Quién mató al obispo?” sirvió a los propósitos de Arzú y los suyos. Desde las primeras páginas, las bragas amables de la señora Rico quedan al descubierto y el objetivo del libro también: el juicio que condenó a varios militares fue una farsa, la investigación fue una chapuza, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado jugó un papel nefasto encubriendo datos importantes y, al final, nada queda resuelto, todo es un expediente inconcluso, los verdaderos culpables quizás caminen por las calles. ¡Misión cumplida! De tanta confusión alentada y tanta sombra fabricada con máquinas de humo uno se pregunta, al terminar el libro, si en realidad hubo alguna vez un obispo Gerardi asesinado salvajemente una mañana en Ciudad de Guatemala.

Maitecita, que es amigota –cómo no– de Enrique Krauze (o sea el Octavio Paz del PAN) y aduladora persiguiente de Mario Vargas Llosa no puede estar quieta. Así es que pasó del cráneo destrozado del obispo Gerardi a los huesos del Che, hallados después de muchos años en las cercanías de La Paz. Y como ella no podía dejar de ser la diva del entierro, el centro de la galaxia y el ombligo de la bailarina ventral que de verdad quisiera ser, pontificó: “¡Esto es una farsa! Esos no son los huesos del Che. Los huesos del Che continúan siendo un misterio!” ¡Y lo dijo basándose en el hecho de que las dos autopsias fraguadas no coincidían!

Y se mandó con un artículo que parecía la necropsia de su propio periodismo necrófilo y aullador. Pero armó el escándalo que quería, le respondieron quienes ella había imaginado que le iban a responder y le dieron importancia en La Habana y Venezuela. Si la CIA hubiese concebido un plan para matar al Che (cosa que hizo), para difamarlo en ausencia (cosa que ha venido haciendo), y para perseguir hasta la existencia misma de su esqueleto combatiente no habría hallado mejor libretista que esta escritora favorita de los Estados Unidos.

Ahora Maite Rico dice que ha tenido acceso a la computadora de Raúl Reyes, la que sobrevivió intacta y sin una sola chamuscada a una tonelada de bombas y a miles de impactos de metralla aérea. Y también dice que esa computadora apunta con un dedito uribista y de lo más oportuno a la Coordinadora Continental Bolivariana –convertida, según el dedito, en el brazo político continental de las FARC–, a Hugo Chávez como el financiador de 300 millones de dólares gastados en la subversión regional y a Quito como centro de operaciones en “la expansión política de la guerrilla colombiana”. Antes, la Rico ya había publicado, en “El País” convertido en sentina de la OTAN, “que un traficante internacional de nacionalidad ecuatoriana provee de armamento a las FARC”. Claro, no se puede descuidar al tal Correa, ¿verdad Maite?

La computadora del difunto Reyes dice todo lo que Washington quiere oír. Y Maitecita repite, como siempre, lo que excita a Cheney y hace salivar a Rice. Eso es pura coincidencia. Maite es una periodista de investigación que el Pentágono quisiera tener en su plantilla. Es como la Chichi pero alfabeta, a lo grande y con éxito.

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