Rebelión
Informarse o enfermarse
La secuencia genética de la realidad que nos muestran los informativos de televisión está modificada. Se reduce cada vez a la versión del poder, programada e interesada. Y cada vez tenemos acceso a más datos que lo evidencian.
La investigación científica para generar nuevos fármacos sigue un protocolo de experimentación cuidadoso, por fases. Arrancan con experimentos de sustancias en laboratorio, pasan a experimentos con animales y finalmente se inicia la fase clínica en la que el fármaco se prueba con personas voluntarias.
Hay que contrastar el producto antes de llevarlo a los consumidores.
Si cualquier medicamento que se le ocurriese a cualquier investigador se empezase probando directamente con personas enfermas, con esperanzas de ser curadas y a las que se administrase el fármaco sin advertirles de que no está contrastado, ¿no creen ustedes que habría denuncias? ¿Creen que nadie se quejaría, que no prendería acaso una alarma social?
Cuidado con lo que le metemos al cuerpo. Las voces de aviso se han multiplicado en muchas ocasiones: aceite de colza, vacas locas, gripe aviar, aceite de girasol de Ucrania…
Es alta la sensibilidad social con los ataques al cuerpo. Nada parecido pasa con los ataques a la mente. Por la ventana de nuestra atención dejamos pasar cada día radiaciones informativas altamente tóxicas. Dañan nuestros intereses, nuestra percepción de la realidad, contaminan nuestras creencias… Pero no hay alarmas.
En la mente llevamos la fábrica de las decisiones (libres) que cada uno tomamos a diario. La materia prima de esa fábrica es información: según lo que sabemos, así decidimos. El principal medio de abastecimiento informativo de la mayor parte de los hombres y mujeres del mundo capitalista es la televisión.
La media del número de fuentes –entidad, base de datos, personas consultadas para elaborar una información- en los informativos de la radio y la televisión de las principales cadenas españolas no llega ni siquiera a uno. La cifra es 0´71 fuentes por noticia (el plural en “fuentes” en este caso, claro, resulta retórico). Considerando por separado los informativos de televisión, la media aún es más baja. La cadena mejor parada es TVE que ofrece un poco más de media fuente por pieza (0´57). En conclusión: como mucho, en una noticia, se escucha lo que dice alguien y se da por bueno sin más.
En los noticieros televisivos se cocina de muy malas maneras, pero nuestra sociedad devora el alimento basura con total algarabía. Y mayor impunidad. No hay inspección sanitaria informativa, ni a los telediarios se les exige una etiqueta en la que se indiquen sus ingredientes, su elaboración, nada garantiza que la dosis de noticias que tomamos de la televisión haya sido contrastada adecuadamente.
¿Cuántos productos informativos conocen ustedes que las autoridades hayan retirado del mercado debido a su mala calidad? No piensen en portadas de El Jueves porque la censura sobre esa revista no tenía nada que ver con la calidad de la información y además no se censuró para cuidar de la salud de los lectores.
La mayor parte de las noticias que las principales emisoras de televisión ofrecen se elaboran resumiendo, sin crítica y sin contrastarlo, algo que una fuente interesada ha contado a los periodistas. Es decir, el periodista –generalmente muy mal pagado, no especializado, con gran presión de tiempo y un contrato precario, temeroso de perder su puesto de trabajo- va a un lugar al que le ha citado alguien que tiene interés en hacer saber algo, toma nota de lo que le cuentan, con frecuencia no puede preguntar, resume lo más llamativo y fácil de entender y con ello hace la noticia. Si es mentira, no lo sabrá ni tendrá tiempo de comprobarlo antes de que la noticia se emita.
Las televisiones locales andaluzas recibieron una inspección de trabajo y en 145 casos encontraron 61 incidencias: trabajadores sin inscripción y alta en la seguridad social, falsos becarios, falsos autónomos… La inspección se realizó gracias a la presión de las organizaciones de periodistas de Andalucía y es pionera y única en España. No sabemos cómo andan otras comunidades.
Podrán pensar que la solvencia informativa de las televisiones locales no es comparable a la de las grandes cadenas, pero en las grandes el panorama arroja datos aún más lastimosos.
Casi la cuarta parte de las fuentes consultadas son decorativas, para adornar la información, darle color humano, rostro, poner una nota de gracia o curiosidad… es decir, nada informativo, lo que los especialistas llaman pseudofuentes (el 23%). Las fuentes oficiales o institucionales representan en radio el 72´4 % y las de televisión el 65´88%.
Estos datos no se inventan en ningún foro antisistema. Emergen de un estudio de la Universidad Camilo José Cela de Madrid, coordinado por Juan Manuel Romero.
Son especialmente relevantes los que ilustran sobre cómo se consigue la información. En periodismo sabemos que no ofrecen la misma garantía ni se pueden tomar con igual tratamiento las fuentes que están ansiosas por contar algo a la prensa que las fuentes que se resisten a contar algo a la prensa. Tampoco es igualmente considerable la fuente que forma parte o tiene una posición afectada por la noticia, que la fuente que no es interesada por no ser parte de lo relatado.
De cada diez noticias televisivas de las principales cadenas españolas, de cada diez, ocho se elaboran con el contenido proporcionado por un informante cuyos intereses están afectados directamente por lo que cuenta la noticia.
Y casi el 80% de las informaciones (77´77%) son fruto de actos declarativos. Consisten en dar una versión de la versión que alguien da sobre algo. La televisión hablando de lo que se habla, no de lo que ocurre. No hay hechos. Reina el ruido. Ese es el menú principal.
Los hechos reales tienen la mala costumbre de ocurrir cuando les da la gana. Para informar de ellos hay que estar pendientes, buscarlos, desvelarlos, indagar, preguntar a informantes que no son profesionales de la palabra y que no se explican bien en 15 segundos, que no están adiestrados para el espectáculo televisivo. La realidad no está adiestrada para el espectáculo televisivo.
Por eso hay que modificarla genéticamente para que de bien en pantalla y a la hora adecuada. Pierde algo de sabor, algo de aroma, algo de aporte vitamínico, pero da el pego, aunque ya no sea realidad.
Cada día, en las horas previas a la emisión de los informativos de las cadenas españolas, miles de periodistas, miles de ellos dispuestos a no rechistar para no perder el puesto, esperan con las cámaras ya montadas sobre los trípodes a que la realidad acuda a la cita, a la hora y el lugar previstos.
Ruedas de prensa, actos oficiales, declaraciones tras la reunión del consejo… Es el dominio informativo de las fuentes organizadas sobre el periodismo modificado genéticamente.
La secuencia genética de la realidad que nos muestran los informativos de televisión está modificada. Se reduce cada vez a la versión del poder, programada e interesada. Y cada vez tenemos acceso a más datos que lo evidencian.
La investigación científica para generar nuevos fármacos sigue un protocolo de experimentación cuidadoso, por fases. Arrancan con experimentos de sustancias en laboratorio, pasan a experimentos con animales y finalmente se inicia la fase clínica en la que el fármaco se prueba con personas voluntarias.
Hay que contrastar el producto antes de llevarlo a los consumidores.
Si cualquier medicamento que se le ocurriese a cualquier investigador se empezase probando directamente con personas enfermas, con esperanzas de ser curadas y a las que se administrase el fármaco sin advertirles de que no está contrastado, ¿no creen ustedes que habría denuncias? ¿Creen que nadie se quejaría, que no prendería acaso una alarma social?
Cuidado con lo que le metemos al cuerpo. Las voces de aviso se han multiplicado en muchas ocasiones: aceite de colza, vacas locas, gripe aviar, aceite de girasol de Ucrania…
Es alta la sensibilidad social con los ataques al cuerpo. Nada parecido pasa con los ataques a la mente. Por la ventana de nuestra atención dejamos pasar cada día radiaciones informativas altamente tóxicas. Dañan nuestros intereses, nuestra percepción de la realidad, contaminan nuestras creencias… Pero no hay alarmas.
En la mente llevamos la fábrica de las decisiones (libres) que cada uno tomamos a diario. La materia prima de esa fábrica es información: según lo que sabemos, así decidimos. El principal medio de abastecimiento informativo de la mayor parte de los hombres y mujeres del mundo capitalista es la televisión.
La media del número de fuentes –entidad, base de datos, personas consultadas para elaborar una información- en los informativos de la radio y la televisión de las principales cadenas españolas no llega ni siquiera a uno. La cifra es 0´71 fuentes por noticia (el plural en “fuentes” en este caso, claro, resulta retórico). Considerando por separado los informativos de televisión, la media aún es más baja. La cadena mejor parada es TVE que ofrece un poco más de media fuente por pieza (0´57). En conclusión: como mucho, en una noticia, se escucha lo que dice alguien y se da por bueno sin más.
En los noticieros televisivos se cocina de muy malas maneras, pero nuestra sociedad devora el alimento basura con total algarabía. Y mayor impunidad. No hay inspección sanitaria informativa, ni a los telediarios se les exige una etiqueta en la que se indiquen sus ingredientes, su elaboración, nada garantiza que la dosis de noticias que tomamos de la televisión haya sido contrastada adecuadamente.
¿Cuántos productos informativos conocen ustedes que las autoridades hayan retirado del mercado debido a su mala calidad? No piensen en portadas de El Jueves porque la censura sobre esa revista no tenía nada que ver con la calidad de la información y además no se censuró para cuidar de la salud de los lectores.
La mayor parte de las noticias que las principales emisoras de televisión ofrecen se elaboran resumiendo, sin crítica y sin contrastarlo, algo que una fuente interesada ha contado a los periodistas. Es decir, el periodista –generalmente muy mal pagado, no especializado, con gran presión de tiempo y un contrato precario, temeroso de perder su puesto de trabajo- va a un lugar al que le ha citado alguien que tiene interés en hacer saber algo, toma nota de lo que le cuentan, con frecuencia no puede preguntar, resume lo más llamativo y fácil de entender y con ello hace la noticia. Si es mentira, no lo sabrá ni tendrá tiempo de comprobarlo antes de que la noticia se emita.
Las televisiones locales andaluzas recibieron una inspección de trabajo y en 145 casos encontraron 61 incidencias: trabajadores sin inscripción y alta en la seguridad social, falsos becarios, falsos autónomos… La inspección se realizó gracias a la presión de las organizaciones de periodistas de Andalucía y es pionera y única en España. No sabemos cómo andan otras comunidades.
Podrán pensar que la solvencia informativa de las televisiones locales no es comparable a la de las grandes cadenas, pero en las grandes el panorama arroja datos aún más lastimosos.
Casi la cuarta parte de las fuentes consultadas son decorativas, para adornar la información, darle color humano, rostro, poner una nota de gracia o curiosidad… es decir, nada informativo, lo que los especialistas llaman pseudofuentes (el 23%). Las fuentes oficiales o institucionales representan en radio el 72´4 % y las de televisión el 65´88%.
Estos datos no se inventan en ningún foro antisistema. Emergen de un estudio de la Universidad Camilo José Cela de Madrid, coordinado por Juan Manuel Romero.
Son especialmente relevantes los que ilustran sobre cómo se consigue la información. En periodismo sabemos que no ofrecen la misma garantía ni se pueden tomar con igual tratamiento las fuentes que están ansiosas por contar algo a la prensa que las fuentes que se resisten a contar algo a la prensa. Tampoco es igualmente considerable la fuente que forma parte o tiene una posición afectada por la noticia, que la fuente que no es interesada por no ser parte de lo relatado.
De cada diez noticias televisivas de las principales cadenas españolas, de cada diez, ocho se elaboran con el contenido proporcionado por un informante cuyos intereses están afectados directamente por lo que cuenta la noticia.
Y casi el 80% de las informaciones (77´77%) son fruto de actos declarativos. Consisten en dar una versión de la versión que alguien da sobre algo. La televisión hablando de lo que se habla, no de lo que ocurre. No hay hechos. Reina el ruido. Ese es el menú principal.
Los hechos reales tienen la mala costumbre de ocurrir cuando les da la gana. Para informar de ellos hay que estar pendientes, buscarlos, desvelarlos, indagar, preguntar a informantes que no son profesionales de la palabra y que no se explican bien en 15 segundos, que no están adiestrados para el espectáculo televisivo. La realidad no está adiestrada para el espectáculo televisivo.
Por eso hay que modificarla genéticamente para que de bien en pantalla y a la hora adecuada. Pierde algo de sabor, algo de aroma, algo de aporte vitamínico, pero da el pego, aunque ya no sea realidad.
Cada día, en las horas previas a la emisión de los informativos de las cadenas españolas, miles de periodistas, miles de ellos dispuestos a no rechistar para no perder el puesto, esperan con las cámaras ya montadas sobre los trípodes a que la realidad acuda a la cita, a la hora y el lugar previstos.
Ruedas de prensa, actos oficiales, declaraciones tras la reunión del consejo… Es el dominio informativo de las fuentes organizadas sobre el periodismo modificado genéticamente.
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