https://www.facebook.com/wilber.carrion.1 - Twitter: @wilbercarrion  
  Su apoyo es bienvenido, cuenta: BBVA Continental- 0011 0175 0200256843  

jueves, 1 de mayo de 2008

Hinchas

Las apariencias engañan
Los distinguidos hinchas de Chelsea festejaron sin corbata el acceso a la final de Moscú

LONDRES -- Stamford Bridge está en el epicentro de un barrio muy exclusivo donde nada desentona: este estadio de fútbol le sienta muy bien a los distinguidos vecinos. Es una cuota extra de elegancia: se maquilla entre las casas de estilo victoriano, y los trajes de Dior y Versace que desfilan por sus calles. Sin embargo, nada es lo que parece cuando está en juego llegar a la final de la UEFA Champions League. Evidentemente, en el fútbol las apariencias quedan de lado...
Como en los videojuegos, los colores de Chelsea y Liverpool se distinguen por oposición. Uno es elegante y distinguido, hasta tranquilizador. El otro representa la furia, la explosión, el infierno.

Un rato antes de que empezara el partido, el color reinante en Stamford Bridge era, claro, el azul. A medida de que me iba acercando al estadio todo se teñía de ese tono: banderas, camisetas, sombreros. Hasta ahí todo normal. Pero hay algo que no me tranquilizaba, algo que me decía que tal vez no estaba yendo en la dirección correcta. Es que el barrio es demasiado distinguido para contener un estadio de fútbol en sus entrañas. Sin embargo cuanto más avanzaba, más azul veía.

Las calles de Chelsea son señoriales. Casas de la era victoriana, gente vestida de Versace, Dior o Cardin. Perros pequeños con collares con brillantes. Ferraris, Rolls Royce y Jaguars atascados en el terrible tráfico londinense.

Al llegar a la dirección marcada, un cartel en la puerta de una explanada indica "Stamford Bridge". El escudo del Chelsea en azul y blanco, iluminado. ¿Pero dónde está el famoso estadio? Al fondo, se ve una entrada a lo que podría confundirse perfectamente con un edificio de oficinas. A mi derecha, un hotel y a la izquierda, una tienda de ropa deportiva del club. Del estadio, ni noticias.

Perdido, me acerco a uno de los hombres que velan por la seguridad y me dice que entre por la puerta principal del "edificio de oficinas". Al ingresar subo por una escalera mecánica. Una señora uniformada y con escudito del Chelsea en la solapa me informa que la reunión de televisiones previa al partido está por comenzar. Un pasillo me lleva en dirección desconocida. Cruzo una sala gigante, sus paredes están pintadas con los héroes de Stamford Bridge mientras la gente del catering trabaja sin pausa. Al final del salón, una puerta indica que he llegado a la famosa reunión.

Finalmente, al entrar veo el campo. Detrás de un vidrio polarizado: el césped de Stamford Bridge y las tribunas azules con letras blancas. Estoy en una de las salas con vista al estadio. Afuera llueve a raudales.

El estadio del Chelsea tiene una característica particular. Está camuflado entre las casas del barrio. Escondido entre las tiendas y los edificios como si el fútbol fuese una práctica poco decorosa para los vecinos: si hay pasión futbolera que no se note.

Salgo del estadio y veo a la policía reteniendo a una centena de hinchas del Liverpool en una esquina. Los rojos enfervorizados cantan y enseñan sus bufandas. Mientras los seguidores azules ingresan en silencio. Algunos acaban de salir de la oficina, elegantes de pies a cabeza. La imagen es divertida. Se acercan al estadio dando saltitos entre charco y charco para no arruinar sus relucientes zapatos.

Se acerca la hora del partido y mientras me dirijo a mi butaca me voy riendo solo: el fútbol no conoce fronteras, ni distinciones, cuando empiece a rodar el balón por el verde césped ya nada de esto importará. Será un duelo igual: de once contra once.

Tras un partido vibrante y la clasificación de los blues a su primera final europea se vivió la transformación: las calles se llenaron de música y cantos. Las corbatas abandonaron los cuellos de sus seguidores para convertirse en vinchas. Los vendedores de camisetas con motivos moscovitas doblaron su precio y las vendieron como pan caliente.

La cerveza corrió en cantidades industriales y yo recibí abrazos de gente que no conozco y a la que nunca conoceré. Al final, el fútbol todo lo puede.

Martín Ainstein es reportero, comentarista de fútbol y corresponsal de ESPN en España. También es columnista de ESPNdeportes.com.

No hay comentarios: