El recurso de la Filosofía
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¿Qué clase de ser mueve al
Universo? ¿Quién soy yo?
En su devenir, la filosofía ha
sido hasta hoy la mejor asistencia del ser humano; la mejor manera de
preguntar, de indagar, de proponer, de señalar. La filosofía, como ciencia, es
reflexión, especulación, quehacer dialéctico; una ventana abierta por donde se
puede mirar al mundo en perspectiva, una puerta que nos permite entrar o salir,
mirar hacia adentro o hacia afuera; en el adentro mismo del ser humano, en su
psique o alma, afuera en su entorno o en su circunstancia.
La filosofía es la mejor opción
que tiene el hombre para aprender a observar o preguntar; sobre todo preguntar.
La filosofía ha sido siempre una eterna pregunta; ¿Quién es Dios? ¿Qué es el
mundo, el cosmos, el tiempo, la vida, el amor, la muerte… el hombre?
Pero antes de Tales de Mileto
(considerado el primer filósofo de la phisis, naturaleza) la filosofía era
mito; una explicación fantástica sobre los dioses y los mortales; mito de Urano
(cielo) y Era (tierra), de Eros (vida) y Tánatos (muerte).
Antes también fue cosmología;
cuando los hombres aún no se preguntaban sobre sí mismos, sobre su ser y su
alma, sino por el cosmos del universo, por la estructura y la composición del
mundo, por su esencia y principio (arché), fuente y origen de todas las cosas.
“El mundo es agua”, decía Tales. “Es aire”, decía Anaxímenes. “El mundo es
fuego de donde todo fluye”, dirá luego Heráclito; “Lucha de contrarios que se
resuelve en armonía: las cosas frías se calientan, las húmedas se secan, el
joven envejece, el viejo muere…”.
Luego la filosofía se preguntó
por el hombre, abriendo un caudal de posibilidades antropológicas a partir de
su propio ser y destino. ¿Qué y quién es el hombre?, se preguntaba Sócrates.
“El hombre es la medida de todas las cosas”, dirá el sofista Protágoras en uno
de los mejores diálogos de Platón, bautizado con el nombre mismo del filósofo.
“Conócete a ti mismo”, se leía en la inscripción délfica. El hombre entonces se
volvió el centro de la filosofía de los siglos V y IV de la cultura griega; así
nació el concepto que hasta hoy tenemos de las ideas, la razón y la lógica, la
educación, el conocimiento y la opinión, la empírea (experiencia) el arte y la
virtud que para Aristóteles será un acto de habilidad repetida.
Las preguntas sobre Dios por esta
misma época también se volverán fundamentales. Platón sostendrá que Dios es el
supremo Bien, entendido como sabiduría y virtud, conocimiento y verdad a que
todo hombre de bien (como Sócrates) debe aspirar. “Dios es amor”; será luego el
juicio medieval de san Agustín inspirado en la filosofía platónica.
Para Aristóteles, Dios es
voluntad y fin, propósito ético, virtud cardinal derivada a la felicidad del
ser; motor inmóvil, generador y contemplador, razón suficiente, entidad
metafísica, fin y principio de todo. Lo que más tarde santo Tomás interpretará
en la fe.
La filosofía, si se nos permite
la analogía, es una llave que abre preguntas, un prisma por donde todo se mira,
forma y modo que le permiten a un hombre establecer un diálogo consigo mismo o
con los otros, con su alma o la naturaleza de la que deviene.
La filosofía -dice Heidegger- es
siempre posibilidad, conocimiento inminente para el ser auténtico que debe ser
el hombre. El hombre pregunta y, aunque no asegure, la filosofía responde.
Kant, el filósofo idealista, hace cuatro preguntas fundamentales que
regularmente aparecen en la mayoría de los libros de ética. ¿Qué puedo saber?
¿Qué debo hacer? ¿Qué cabe esperar? ¿Qué es el hombre? Preguntas que luego
responderá él mismo en la parte más significativa y central de su obra.
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