Bauman: "El crecimiento del
PIB solo hace más ricos a los ricos"
Poznan (Polonia), 1925.
elperiodico.com
Miembro de una familia judía sin
recursos, huyó de los nazis a la URSS y, tras volver a Polonia y ejercer como
profesor de Filosofía y Sociología en Varsovia, en 1968 se vio obligado a
emigrar ante la política antisemita impuesta por el Gobierno comunista polaco.
Desde 1971, reside en Leeds (Inglaterra), en cuya universidad ha sido profesor
de Sociología durante casi dos décadas, aunque también ha impartido clases en
Israel, EEUU y Canadá. En los últimos 20 años ha desarrollado su concepto de
'modernidad líquida' para describir la época actual. En el 2010, recibió el
Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto al sociólogo
francés Alain Touraine.
Hay pensadores a los que la edad
les acaba cerrando el campo de visión y otros a quienes el paso del tiempo
logra abrirles cada vez más el angular. El sociólogo Zygmunt Bauman pertenece a
esta última categoría de sabios capaces de describir bosques donde otros apenas
palpan árboles e interpretar significados donde la mayoría solo percibe
señales. En 88 años, sus ojos han visto desfilar el fascismo, la guerra, la
proclamación de la sociedad del bienestar y la discreta instauración de un
sistema económico que en las últimas tres décadas ha ido agrandando la brecha
que separa a una minoría acaudalada, cada vez más rica, del grueso de la
población, cada día más precario.
En la era de la sociedad líquida
-término que él mismo acuñó-, la
actual crisis parece haber llegado para atornillar ese modelo, contra el que el
investigador lanza desde la portada de su último libro, editado por Paidós, una
pregunta retórica: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?
-En 1960, el salario medio de un
alto ejecutivo de Estados Unidos era 12 veces mayor que el sueldo medio de un
operario. En el 2000, esa desproporción ascendía a 530 veces. ¿Este mundo quién
lo ha diseñado, Rockefeller?
-Lo hemos diseñado las personas.
El primer gran error que se suele cometer al analizar los fenómenos sociales
consiste en creer que las cosas suceden porque sí, como si fueran fenómenos
naturales. Falso. Somos los hombres y mujeres los que decidimos cómo vivimos,
nada de lo que nos pasa nos viene dado de arriba, todo depende de nosotros. Las
necesidades de hoy son el sedimento de las decisiones que se tomaron en el
pasado.
-¿Cuándo decidimos vivir en un
mundo en el que los ricos iban a ser cada día más ricos y los pobres, más
pobres?
-Hay un momento clave: la década
de los 70. La regulación de los mercados laborales que hubo en esos años cambió
el panorama. Los sindicatos empezaron a perder fuerza, los trabajadores nos
convertimos en competidores de los otros trabajadores y se rompió el equilibrio
que había entre patrones y empleados.
-¿Qué equilibrio?
-Antiguamente, se temían pero se
necesitaban. En los años 20, Henry Ford dobló el sueldo a sus operarios para
que compraran los coches que fabricaban y, sobre todo, para tenerlos contentos
y que no se fueran a la General Motors. Hoy los patrones están liberados de ese
compromiso. Si el trabajador no acepta sus reglas, cierra la fábrica y se la
lleva a China. Ante esto, la gente aguanta situaciones de desigualdad cada vez
mayores, con el consuelo de ciertos mitos falsos.
-¿Como cuáles?
-El principal, el del crecimiento
económico. Después de Margaret
Thatcher, todos los líderes
mundiales, igual de izquierdas que de derechas, abrazaron el dogma de que
crecer era la solución de todos los problemas. De hecho, cuando no hay
crecimiento entran en pánico. La mayoría de las economías llevan 30 años viendo
aumentar su PIB, pero esto solo ha servido para hacer más ricos a los ricos y
que crezca la desigualdad entre estos y los pobres.
-También ha disminuido la pobreza
en el mundo.
-A cambio de aumentar la
incertidumbre. Hoy no vemos harapientos por las calles, pero el sentimiento de
exclusión social alcanza cada vez a más gente. Si pierdes el trabajo, el
mensaje que te lanzan es: «La culpa es tuya». El antiguo proletariado ha sido
sustituido por un precariado que pone rostro a la nueva generación de pobres y
excluidos. Por primera vez en 100 años, los jóvenes van a ser incapaces, no
solo de superar, sino incluso de igualar el nivel de vida de sus padres.
-Se nos dice que no hay un modelo
alternativo.
-Cuando un grupo acepta una
creencia como cierta, termina organizando su mundo para que sea congruente con
ese pensamiento. Es decir: la realidad se adapta a esa idea, no al revés. Hemos
asumido que el modelo liberal capitalista que tenemos es el único posible, pero
no es cierto. Solo necesitaríamos reordenar los valores y las normas que nos
guían para comprobarlo.
-¿Cambiar los valores de la
sociedad?
-Imagine que nos rigiéramos por
el patrón de la colaboración en vez de la competencia, que es la que gobierna
nuestras relaciones humanas y económicas. Imagine que valoráramos más el orgullo
del trabajo bien hecho que la acumulación de riquezas. Imagine que se pusieran
de moda formas de buscar la felicidad que fueran más sencillas y menos caras
que tener el último modelo de móvil o pasar la tarde en el centro comercial.
-Pide usted mucha imaginación.
-Cuesta verlo porque el mercado
del consumo ha logrado colonizar todos los ámbitos de la actividad humana,
incluido el amor. Hoy expresamos cariño comprando un anillo de brillantes. El
padre que no puede pasar más tiempo con su hijo le compensa con un juguete. El
consumismo se ha convertido en una virtud moral, la gente va a las tiendas a
comprar tranquilizantes contra el sentimiento de culpa. Todo esto le viene muy
bien a ese modelo que solo aspira a que el crecimiento del PIB sea unas décimas
mayor.
-¿No es cierto que siempre hubo
ricos y pobres?
-Sí, sin duda. El problema es que
ahora ese desequilibrio se ha desbocado. Por otro lado, que siempre haya habido
desigualdad no puede servirnos de consuelo, porque ya no estamos en la selva,
hemos evolucionado, la sociedad es una creación humana, no hay un determinismo
biológico que nos obligue a soportar estos desequilibrios tan grandes. Lo que
nos pasa depende de las decisiones de las personas; bastaría con cambiar esas
decisiones para que el paisaje social se modificara.
-¿Cómo se haría?
-No sé responder a esa pregunta.
Yo no hago predicciones, me limito a analizar realidades y detectar tendencias.
La situación es difícil porque en esta modernidad líquida en la que vivimos, el
poder se ha separado de la política. Cuando yo era joven, el Estado tenía el
poder y aplicaba las políticas. Hoy el poder se ha evaporado, ya no está donde
estaba, pero la política sigue luchando con las armas del siglo XIX. Mientras
el Estado no recupere el poder, estamos condenados a parchear los problemas con
soluciones temporales.
-¿Ve alguna señal de esperanza?
-Benjamin Barber, el gran
científico político norteamericano, dice que la esperanza de nuestra sociedad
está en las grandes ciudades, porque ese es un tipo de agregación humana que
permite al individuo abarcar lo que está al alcance de sus ojos e intervenir,
tocar poder. Puede que tenga razón. Ahora mismo se están ensayando nuevas
formas de hacer política. Unos tienen sus esperanzas puestas en internet;
otros, en las manifestaciones callejeras. Son solo pruebas. Está por ver en qué
queda esto, pero algo ocurrirá, no lo dude.
-Ha mencionado internet. ¿En qué
medida influirá en los movimientos sociales de las próximas décadas?
-Va a ser determinante, pero aún
no está claro qué sentido tendrá. Internet puede conectarme con personas que
están en la otra punta del planeta, pero también puede acabar rodeándome
exclusivamente de una comunidad de individuos que piensan igual que yo. Si su
final es este, será un desastre, porque no habrá fomentado el diálogo. En una
red virtual es muy fácil entrar, pero también es muy fácil salir, solo hay que
hacer clic, no hay un compromiso personal. Este es un rasgo muy típico de la
modernidad líquida en la que vivimos. No queremos sentirnos responsables, ni
obligados, ni con cargo de conciencia.
-Sabrá que en Catalunya ha
crecido en los últimos años el deseo de formar un estado independiente. Como
sociólogo, ¿qué opina?
-Tiene que ver con la forma en la
que se ha constituido la Unión Europea. Es normal que en Barcelona haya quien
vea innecesario pasar por Madrid para llegar a Bruselas. Ocurre igual entre
Lombardía y Roma, y entre Escocia y Londres. También es una consecuencia de las
diferencias que nos separan, que son buenas, porque en ellas está la base de la
creatividad. Barcelona es distinta de Madrid y eso no va a desaparecer, por
mucho que quieran algunos.
-Y el conflicto ¿cómo se
soluciona?
-Con diálogo verdadero, que debe
cumplir tres requisitos. Tiene que ser informal, sin agendas definidas antes de
que comience. Debe ser abierto, sin posturas inamovibles, aceptando la
posibilidad de cambiar de opinión. Y por último debe orientarse a la
interacción y la cooperación, sin vencedores ni vencidos. Nuestro futuro
depende de que aprendamos a manejar el arte del diálogo.
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