Estilos
de liderazgo político
FORBES - miércoles, 7 de octubre de 2015
La personalidad es uno de los
componentes que definen a un político, quien debe aplicar su inteligencia y
habilidades en beneficio del pueblo, desarrollar estrategias efectivas para
imponerse a los obstáculos y a los opositores, mantenerse vigente, generar
impacto y asumir el poder como vía de transformación.
Como menciono en la primera
entrega, el discurso, la oferta, propuestas, trayectoria, objetivos, contexto,
posicionamientos, ideología, formación, valores, perspectiva, proyectos y
programas de los actores políticos son los componentes a partir de los cuales
podemos definir y distinguir diferentes estilos de liderazgo. Aquí la segunda y
última parte:
Visionario: Este estilo lo
dominan los políticos que aprovechan las coyunturas en que los ciudadanos están
buscando cambios. Capitalizan la inconformidad de la gente asumiendo como
oferta el signo del progreso, la innovación y la evolución.
Sus discursos están llenos de
inspiración, motivación, reflexión. Proponen cortar de tajo con el pasado y
abrirle camino a lo nuevo. Personajes de edad mediana funcionan para este
estilo, pues deben combinar un poco de experiencia con la energía de la
juventud.
El visionario es un emprendedor,
un explorador, alguien que invita a la aventura, que le ofrece a la sociedad la
oportunidad de abrir mercados, nuevas ideas, nuevos horizontes. Su vestimenta,
lenguaje y estilo de vida reflejan distinción sin excesos, minimalista, casual,
contrastante, fresco.
La oferta es simple: la disputa
política es por la reconstrucción, el cambio, mejora y ascenso de la sociedad,
rompe la rutina y mira hasta dónde puede llegar. La cita es con el futuro.
Oportunista: En política, saber
aprovechar el momento, subirse en la inercia y dominar el arte de la
improvisación suelen producir buenos dividendos para los osados, los miméticos,
los actores y los calculadores que sepan encontrar las rendijas por las cuales
pueden concretar sus ambiciones personales.
Estos personajes aprovechan la
volubilidad y falta de memoria histórica del ciudadano. Cambian de partido y
colores sin dudarlo, se construyen y reconstruyen una y otra vez, pasan de la
izquierda a la derecha, conservadores liberados y liberales conservados, nada
los detiene.
Sus redes sociales, formación
académica, relaciones personales, propaganda, discursos, estado civil y
trayectorias son misteriosas; se alteran en cada ciclo electoral. Expertos
trapecistas, saben que la política es una rueda de la fortuna: a veces estás
abajo, otras arriba; eso no importa mientras te aferres a ella.
Populista: El líder populista
debe ser primero popular. Forjado en la parte amplia de la pirámide social,
conoce a fondo la problemática nacional, la ha vivido en carne propia, el
pueblo lo reconoce como uno de los suyos, lo aclama, lo sigue y lo defiende de
sus detractores.
Su propuesta es clara, simple y
en lenguaje muy cotidiano: acabar con vicios de un sistema enquistado dominado
por un grupo de intereses perversos que concentra la riqueza y los privilegios,
viviendo con gran lujo a expensas del sacrificio inhumano del pueblo.
Ante la enorme desigualdad, la
injusticia, la inseguridad y la corrupción aberrante nadie pude discutir el
fundamento filosófico. Las causas sociales son muy claras, contundentes,
insultantes, pero hay que sustentar el método, la forma, la ruta intachable del
progreso. El gobierno tampoco puede hacer todo y de todo; cada quien debe poner
lo que le toca, es decir, a cada derecho corresponde una obligación ciudadana.
Los programas sociales cuestan y no pueden dejar de verse con criterios de
sustentabilidad, viabilidad, eficiencia.
Sometido al escrutinio de sus
enemigos, el populista vive en la cuerda floja todo el tiempo. Sin duda, las
clases beneficiadas del sistema actual miran con mucho recelo a quien quiera
alterar el estado de las cosas, echándole en cara el exceso de promesas, el
asambleísmo, los alardes, su protagonismo y un estilo demasiado irreverente de
hacer política que suele generar muchos seguidores pero que –razonablemente– no
resulta efectivo a la hora de hacer números.
Estratega: Ganar elecciones es
una cosa; ocupar un cargo público, otra, y todos los ciudadanos en pleno goce
de sus derechos pueden aspirar a ambas sin ningún problema, con todas las de la
ley y en condiciones de igualdad y equidad, pero tener poder, eso no es para
cualquiera. Los estrategas representan la operación política, los hábiles para
sentar acuerdos, sumar fuerzas, manejar conflictos, mover a las masas y hacer
uso de las tácticas necesarias para enfrentar a sus adversarios. Su vestimenta
es impecable, exquisita, refinada, distintiva. La dicción profunda, concreta,
precisa.
Llegadas y despedidas son
rituales, ceremoniales a la vieja usanza, pero con el signo de la alegría, la
seguridad que provee la contundencia, el resguardo de la fuerza y la cercanía
inexpresiva. Son notables, muchas veces rudos, pero efectivos, concretos,
distantes.
Antes de ser populares son
respetados. Se les critica en silencio y de lado; todos dudan de hacerlo de
frente y en voz alta. Sus activos son el dominito absoluto de sus emociones y
su pensamiento crítico. Se les reconocen cualidades, habilidades, recursos,
relaciones, pero se les escatima humanidad y sensibilidad.
Son protagonistas a quienes los
reflectores les llegan solos; su presencia pesa, su actuar genera mitos. El
poder persuasivo del discurso crudo, la verdad obvia e implícita, el arte de
hacer política sin restricciones ni complejos. La medianidad asusta si se
acerca a la mediocridad.
Alfredo Paredes-CEO de Capitol Consulting&Communication. Experto
en comunicación estratégica. Consultor y académico internacional. Asesor de
empresas y gobierno.
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