El Camino del Inca llega a museo indígena de
Washington
The wall street journal-Miércoles, 28 de
Octubre de 2015
En 1535, uno de los compañeros del
conquistador Francisco Pizarro describió lo que consideró como “una de las
grandes construcciones que el mundo haya visto”. Se trataba del Camino del
Inca, una red de casi 40.000 kilómetros de extensión que atraviesa seis
naciones actuales, desde Colombia hasta Chile. Otro de los conquistadores dijo
que desde el comienzo de los tiempos no había existido tanta grandeza como la
que podía verse en esta obra. Actuales pobladores conservan y usan partes
significativas de estas carreteras de 500 años de antigüedad, y grupos de
excursionistas las emplean para las caminatas de cuatro días que unen la ciudad
de Cuzco con las ruinas de Machu Picchu. Otras partes del camino fueron aprovechadas
como base para la carretera Panamericana. En 2014, la Unesco declaró el Camino
del Inca como Patrimonio de la Humanidad, en parte gracias a la investigación
que originó la fascinante exposición recientemente inaugurada en el Museo
Nacional de los lndios Americanos, en Washington, bajo el título de The Great
Inka Road: Engineering an Empire (El gran Camino del Inca: construyendo un
Imperio) y que puede ser vista en la capital estadounidense hasta junio de
2018.
¿Todo esto por una simple
carretera?
La respuesta de los curadores,
Ramiro Matos Mendieta y José Barreiro, consiste en explorar el lugar que el
Camino del Inca ocupa tanto en el paisaje sudamericano como en el cosmos de las
culturas prehispánicas. El camino serpentea por llanuras y praderas, desiertos
y franjas costeras, picos de los Andes y selva amazónica. Tuvo que ser
construido con los materiales que se hallaban en el lugar: los escalones están
pavimentados con piedras, los precipicios son atravesados por puentes de
cuerda, hay sistemas para drenar las aguas y controlar la erosión. Todo esto se
logró sin el auxilio de la escritura, sin herramientas de hierro, sin animales
de tiro pesado, sin la rueda.
También fue un logro político. El
Imperio inca duró alrededor de un siglo antes de ser conquistado por los
españoles en 1533. En ese entonces, el Camino era la construcción más grande
del continente americano y permitía controlar un territorio de casi dos
millones de kilómetros cuadrados. De hecho, hizo posible la existencia del
Imperio; era su sistema circulatorio y su sistema de comunicaciones, un
instrumento político y militar y una parte integral de los rituales religiosos.
Todos los rincones del imperio eran accesibles gracias a este. Hizo posible una
cultura que se ha prolongado hasta hoy, con millones de personas que hablan las
diversas variantes del quechua, la lengua inca.
La exposición también marca un
hito en la historia del Museo Nacional de los Indios Americanos. En 2004,
cuando fue inaugurado, fue presentado como un “museo diferente” que permitiría
a los pueblos originarios de las Américas contar su propia historia. El
resultado fue el museo estadounidense intelectualmente peor informado del
último medio siglo. Los artefactos fueron presentados desconectados de su
contexto, se celebró una visión ingenua e idealizada del pasado indígena, sin
olvidar la condena a siglos de explotación de los pueblos originarios. Pero con
esta exposición y otra montada recientemente, el museo muestra que está
comenzando a tomar la historia en serio, y tal vez un día pueda incluso
despojarse de su preocupación por la defensa de intereses comunales.
La exhibición estudia al Camino a
lo largo de su paso por la región, acompañado por artefactos que abarcan tiempo
y espacio: un ornamento para la cabeza hecho de oro en el primer milenio antes
de Cristo, una túnica de los años 1000-1500, hecha con unas aún coloridas
plumas de aves, o un sombrero peruano del siglo XX. También hay imágenes
espectaculares: al llegar a la orilla de un barranco en Q’eswachaka, el camino
se conecta a un puente colgante de 30 metros de largo hecho de plantas
trenzadas y enredaderas que se balancea sobre las torrentosas aguas del río
Apurímac. El puente es reconstruido cada año para un festival local.
El nombre de la obra en quechua
es Qhapaq Ñan, “camino del poder” o “camino del poderoso”. Funcionaba como un
camino real, utilizado para fines gubernamentales. A intervalos regulares de 20
a 25 kilómetros (un día de camino a pie) se construyeron posadas, que a menudo
se usaban para hacer el relevo de los mensajeros. El Camino estaba también
acentuado con altares de piedra al dios del sol y depósitos para almacenar el
exceso de granos. Esta era una arteria imperial meticulosamente planeada.
Hace dos años pude seguir una de
sus vertientes en Huayna Picchu, un pico que se eleva por encima de la
magnífica Machu Picchu. El antiguo camino corre a través de túneles excavados
en la roca y paredes montañosas como una espiral ascendente o un tejido en
zigzag. En algunos sectores tuve que subir por empinadas escaleras de medio
milenio de antigüedad, que carecen de la pretensión de seguridad de una
baranda. Aquí, como en otros extraordinarios sitios incas como Písac, la
travesía no es sólo a través de un paisaje, sino que uno siente que es parte del
paisaje. Hay un aspecto ceremonial en estos senderos.
Esto también se verdad en el
Camino principal, que estaba asociado con el mundo celestial. En la exhibición,
una pantalla interactiva explica que los incas percibían las constelaciones no
como conjuntos de estrellas sino como patrones de oscuridad que evocaban, por
ejemplo, a un pastor, un zorro, una llama. Tales patrones tenían un significado
simbólico y ejercían su influencia en la vida humana. Se pensaba, por ejemplo,
que la Vía Láctea era un río y el Camino del Inca su espejo terrenal.
Características celestiales pueden haber inspirado también la forma de otros
sitios incas, creando así una especie de geografía sagrada.
La exposición podría haber sido
un poco más detallada y coherente en estas exploraciones. ¿Cómo se construyó el
Camino? ¿Cómo hicieron los constructores para llevar bloques de piedra de más
de 125 toneladas a la cima de una montaña? Trabajo humano, sin duda. La
exposición alude a la “mita”, una especie de tributo según el cual la gente
debía dedicar cierto porcentaje de su tiempo al servicio del Estado. El
trabajo, nos dice la muestra, estaba basado en el concepto de “ayni” o
reciprocidad, “el principal código de los pueblos andinos”, que se manifiesta
“en la idea del apoyo mutuo entre los miembros de una comunidad”. Este
concepto, se nos dice también, está muy vivo aún hoy en las “comunidades que
trabajan juntas por el bien común”.
Pero tratemos de imaginar cuánto
trabajo humano requiere, incluso con cuerdas y rampas, erigir una pared de seis
metros de altura con piedras cinceladas de cien toneladas de peso extraídas de
canteras ubicadas a kilómetros de distancia, o levantar un complejo masivo como
Saqsaywaman, cuyas ruinas presiden sobre Cuzco como el Partenón sobre Atenas.
Las tareas tienen que haber requerido mucho trabajo forzado, algo que sugiere
más bien la idea de esclavitud que de labor comunitaria. Una ilustración que
representa estos trabajos, hecha por un cronista inca del siglo XVI, muestra a
un capataz sosteniendo una vara sobre los trabajadores. Las tumbas de Machu
Picchu sugieren que estos trabajadores podrían haber sido esclavos de etnias
vencidas en guerra. Nada de esto puede entenderse a partir de la exposición,
que decorosamente omite otro detalle, mencionado por los curadores en el
catálogo publicado con la muestra: algunas de las procesiones ceremoniales
involucraban a niños, que eran llevados hasta la cima de las montañas para ser
sacrificados. ¿Cómo se relaciona todo esto con ayni?
En medio de una exposición apasionante
e informativa, uno se da cuenta del giro ideológico que se ha convertido en
lugar común en los museos que representan a pueblos indígenas. El pasado nativo
es reformulado y tratado como un precursor visionario del presente progresivo,
como una muestra de apoyo a los herederos contemporáneos de esos pueblos. ¿Por
qué? No tenemos ningún problema en imaginar a Pizarro y a los conquistadores
como seres avaros y crueles; no se nos ocurriría omitir esto de una
interpretación de la cultura española del siglo XVI. ¿Por qué no podemos ver a
los incas del mismo modo, mezclando sus actos de barbarie con sus logros?
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