Las redes militares del Pentágono
INFOnews - sábado, 4 de abril de 2015
Tal como
publica Tiempo Argentino, en la madrugada del 28 de junio de 2009, el entonces
presidente hondureño Manuel Zelaya fue secuestrado a punta de pistola por un
grupo de soldados y subido a un avión con rumbo a Costa Rica. Pese a que el
viaje era corto, antes de llegar al país vecino la aeronave hizo una parada
para cargar combustible. No fue en cualquier lugar. Zelaya y sus captores
descendieron en la base militar de Palmerola, perteneciente a Estados Unidos
pero ubicada en suelo hondureño.
Aterrizamos en la base. Hubo movimientos
afuera, yo no sé con quién hablaron. Como unos 15 o 20 minutos estuvimos
ahí", contó el ex mandatario, que fue despojado del poder esa misma noche.
Tiempo después, cuando fue liberado, denunció al Departamento de Estado de EE
UU por su vinculación con el golpe. "Todas las pruebas lo
incriminan", aseguró.
La destitución de Zelaya es uno de los
capítulos más tristes de la historia latinoamericana reciente y otra muestra
más del persistente poderío estadounidense en la región. Porque, aunque son
pequeñas y se camuflan bajo el disfraz de la acción humanitaria, las bases militares
que la Casa Blanca mantiene en el continente sirven para realizar tareas de
espionaje, acceder rápidamente a valiosos recursos naturales y, por supuesto,
impulsar procesos desestabilizadores. Se trata, en definitiva, de un arma vital
para que EE UU mantenga su hegemonía en un territorio que, en los últimos años,
se mostró reacio a las relaciones carnales y a la imposición directa de
políticas foráneas.
Una pequeña muestra de esa "rebeldía"
latinoamericana se hizo pública el pasado 27 de marzo, cuando el secretario
general de Unasur, Ernesto Samper, expresó su inquietud por la multiplicación
de bases en el continente y propuso su eliminación definitiva para replantear
las siempre conflictivas relaciones entre EE UU y los países de la región. En
ese sentido, dijo que los primeros pasos para empezar a discutir el tema
podrían darse en la Cumbre de las Américas, que se celebrará entre el viernes y
el sábado que viene en Panamá. Hasta allí llegará el presidente Barack Obama,
que estará mano a mano con dos mandatarios muy críticos de la famosa política
estadounidense del "patio trasero": el cubano Raúl Castro y el
venezolano Nicolás Maduro.
En su cuestionamiento a las bases de EE UU,
Samper también consideró que esos complejos militares "pertenecen a la época
de la Guerra Fría" y nada tienen que ver con los tiempos que corren. Sin
embargo, para la Casa Blanca son un instrumento de fenomenal utilidad:
actualmente cuenta con unas 1000 bases en todo el mundo. El número exacto no
está claro: aunque en un documento de 2008 el Pentágono reconoció que hay 865
en 46 países, quienes estudiaron el tema en detalle hablan de más de 1250
distribuidas en 100 naciones y critican que en los registros gubernamentales no
se incluyan las bases instaladas en Afganistán e Irak.
En el caso latinoamericano tampoco se puede
hablar de una cifra "oficial". Muchas de las operaciones
estadounidenses en la región se mantienen bajo siete llaves, lo que vuelve
dificultoso el trabajo de los investigadores. Pero sí hay números estimativos.
El Movimiento por la Paz, la Soberanía y la Solidaridad entre los Pueblos
(MoPPaSSol) contabilizó 47 bases, aunque no todas son de EE UU: también hay de
la OTAN o de países europeos como Francia y el Reino Unido.
La periodista argentina Telma Luzzani realizó
una extensa investigación que publicó en 2012 bajo el título Territorios
vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica,
donde identificó más de 30 Sitios de Operaciones de Avanzada (FOL, por sus
siglas en inglés) en por lo menos 17 países latinoamericanos. Se trata de bases
pequeñas en las que rigen las leyes estadounidenses. Operan en red y son
utilizadas para recolectar datos, proteger oleoductos, vigilar flujos
migratorios, realizar monitoreos políticos o apoyar golpes de Estado, ya sea
exitosos, como el de Zelaya en Honduras, o fallidos, como los que hubo contra
el fallecido Hugo Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador. Algunas
bases, como la ubicada en la Bahía de Guantánamo, funcionan como centros de
detención y tortura.
El objetivo de estos complejos es, por un lado,
económico. No es casualidad que las fronteras de Venezuela y Brasil estén
rodeadas por bases militares estadounidenses: el país gobernado por Maduro es
uno de los mayores productores de petróleo a nivel global, mientras que el de
Dilma Rousseff descubrió, hace pocos años, un impresionante yacimiento
petrolero bajo el Océano Atlántico, el famoso Pre-sal. A eso se suma la riqueza
en recursos naturales y minerales del Amazonas.
El interés también es político. El surgimiento
de líderes como Chávez, Correa o Evo Morales –que cuestionaron abiertamente el
poderío estadounidense, el Consenso de Washington y las políticas neoliberales–
comenzó a inquietar cada vez más a Estados Unidos. Ante el surgimiento de
organismos de defensa de los intereses regionales, como Unasur y Celac, la Casa
Blanca vio cómo en pocos años la región, a la que estaba acostumbrada a dominar
sin muchas dificultades, se le escapaba de las manos. Algo que, según coinciden
demócratas y republicanos, no se puede permitir. Hasta 1999, Sudamérica era un
territorio libre de tropas estadounidenses permanentes. Pero las cosas
empezaron a cambiar tras la obligada retirada del Pentágono de Panamá y después
de los atentados del 11-S. Dos hechos que funcionaron como una excelente excusa
para la Casa Blanca, entonces con vía libre para aumentar la agresividad de su
política exterior. El 11-S sirvió para justificar las invasiones a Irak y
Afganistán, mientras que la retirada de Panamá fue el argumento perfecto para
la apertura de bases militares en el Caribe, Centroamérica y América del Sur,
ya que la Casa Blanca no podía darse el lujo de perder presencia en su
"patio trasero". Así fue cómo se instalaron distintos complejos en El
Salvador, Aruba, Curacao y Ecuador.
La política militarista de Obama no difirió
mucho de la de Bill Clinton o de George W. Bush. El 1 de julio de 2008, la IV
Flota de EE UU volvió a patrullar las aguas del Atlántico y el Pacífico Sur,
después de 58 años de inactividad y motivada, según denunciaron varios
especialistas, por la vigilancia de los recursos naturales. Un año después,
Colombia permitió la apertura de siete bases militares en su territorio, algo
que preocupó a toda la región e incluso generó conflictos entre distintos
mandatarios.
El tema volvió a ser noticia esta semana,
cuando EE UU anunció que creará una fuerza especial para América Latina con
sede en Honduras. La nueva unidad funcionará en la base de Palmerola, la misma
en la que aterrizó Zelaya aquel fatídico 28 de junio de 2009. Contará con 250
hombres y dispondrá de poderosos recursos de guerra, como un catamarán de alta
velocidad y cuatro helicópteros pesados. Otra vez, un incansable avance
imperial que enciende la alarma de América Latina
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