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miércoles, 21 de diciembre de 2016

qué hago

¿Qué hay de nuevo hoy y si lo encuentro qué hago con eso?



FORBES- 21 de diciembre de 2016
El vértigo de la vida diaria nos distrae de la posibilidad de encontrar esa ventana de oportunidad que se nos está abriendo justo frente a nosotros y que ignoramos por no poner atención.
 Los días decembrinos de la última quincena del año tienen un sabor especial. Sea que nos quedemos en nuestro lugar de trabajo o que hayamos decidido tomar vacaciones, hay una calma que llega después del ventarrón. A estas alturas, ya acabaron las juntas de planeación, ya se llevó a cabo la fiesta de fin de año, ya hicimos el intercambio en la oficina, ya están los presupuestos y la actividad merma en la mayoría de los casos. La vorágine de autos, la urgencia de comprar el regalo perfecto, van diluyéndose, los compromisos empiezan a menguar y de repente, nos topamos con una ocasión bendita: estamos sentados y nos damos cuenta que no hay mucho qué hacer. Sentimos una especie de alivio y al mismo tiempo algo empieza a tintinear en la cabeza: tenemos tiempo para hacer algo exótico. Podemos reflexionar.

Hay veces que la inspiración se aparece cuando la mar está en calma. En la tranquilidad, los pensamientos pueden salir del entierro en el que los hemos confinado y podemos dejar que emerjan del córtex cerebral. Conseguimos esa pausa que podríamos aprovechar para liberar nuestras ideas y dejar que corran solas para que encuentren conexiones novedosas, sin que lleven una dirección específica. Es increíble, pero no nos damos oportunidad de clarificar lo que tenemos dentro mientras estamos ocupados resolviendo los asuntos diarios. Las prisas de la cotidianidad no nos permiten ver lo que realmente está sucediendo y preferimos la comodidad de hacer lo que siempre hacemos, sin darnos cuenta de que esa es la forma de conseguir los mismos resultados. Si nos está saliendo bien, no hay porqué cambiar, no obstante, el calor del confort nos puede estar opacando un camino a la innovación.

Sin embargo, al haber un tiempo, podemos hacer caso a esos pequeños brotes de inspiración que quieren germinar. Es probable que, sin darnos cuenta, ya hayan echado raíces en nuestra consciencia y que, tal como sucede con los árboles, esas ideas hayan crecido debajo del suelo, creando una base que las puedan sustentar y están a la espera de que les hagamos caso para empezar su crecimiento en el mundo real. Por eso, el silencio nos otorga esa oportunidad de sumergirnos en nuestro mundo de ideas. Entrar lentamente, sin prisas, sin ruidos, luchando con el miedo que nos da enfrentarlas sin juicios.

Ese mar de creatividad está pleno de olas que son nodos de conexión. En la mente hay hilos que necesitan ser desenredados para empezar a conectar puntos en forma novedosa, que generan una red de sustento, una base consistente, cimientos fuertes para construir en la imaginación una fortaleza que pueda emerger y luchar contra los embates del mercado. No es ocioso dejar que la imaginación parta detrás de un color nuevo, mire formas en las nubes, imagine nuevos sabores, se detenga en un olor o descubra una nueva textura. Las fuentes de inspiración son múltiples, generalmente sencillas y gratuitas. Lo curioso es que uno de los primeros ataques que recibirás, es fuego amigo. Las críticas más crueles vienen de nosotros mismos. Desestimamos nuestra capacidad creadora y le otorgamos una sofisticación a las soluciones, como si la sencillez no pudiera ser una alternativa.

En el silencio de estos días decembrinos, la posibilidad de navegar por nuestros pensamientos nos enfrenta a la encrucijada de nuestras propias quejas. ¿Qué es lo que no me gusta? En esta condición, conocer y poner nombre nos adentra en el comienzo de la solución. Nuestro día a día puede ser como nosotros lo queramos, es más, así debe de ser. Para ello existe la planeación y es parte de la estrategia hacer que eso suceda. No es una aspiración romántica fijarnos una meta, es ponernos en acción para que las cosas jueguen a nuestro favor.

Si imaginamos que nuestro oficio fuera el de un jardinero, podemos elegir con cuáles plantas llenar nuestro jardín. Si descubrimos que sembramos geranios y esas flores no nos gustan, podemos sembrar tulipanes, o bien, podemos entender que el mercado nos está solicitando geranios, pero podemos reservar un espacio para hacer germinar la flor que más nos gusta. Tal vez, al hacerlo, atraigamos ese interés en lo que nos gusta y nos hace feliz.

La finalidad de los planes estratégicos es buscar escenarios que nos lleven al lugar en el que queremos estar. Nuestra propuesta de valor tiene que surgir de una idea que nos sea tan agradable y tan entrañable que nos lleve a luchar por ella contra las amenazas y las fortalezas de nuestros competidores. Sin embargo, si nosotros mismos no estamos tan convencidos, estaremos empezando la lucha un escalón abajo, nos estaremos ubicando en una posición de desventaja que resulta absurda, si se analiza con cuidad.

Pero, la bruma de las prisas nos impide ver. La fortuna de los días de calma es que podemos limpiar la visión y encontrar formas de echar a volar la imaginación. Es un reto. Claro, como todo reto genera incertidumbre. No todos los jardineros, al estar escarbando en la tierra saben lo que van a encontrar, no todo lo que se siembra da frutos y no todos los frutos se multiplican en la misma forma. Sin embargo, lo que es un hecho es que un jardinero que se pasa contemplando la tierra sin hacer nada, obtendrá eso: nada. Un jardinero que siempre siembra las mismas semillas, seguirá cosechando idénticos resultados. A veces, eso es buena idea.

Pero, para saberlo, necesitamos un periodo de reflexión. Unos momentos para dejar que el pensamiento vuele y que la imaginación de pasos. Algunas veces, dejar que las ideas germinen nos sorprende. Las semillas crecen a rápidamente y los pasos ganan velocidad porque lo único que estaban esperando era la oportunidad de salir y ver la luz del sol. ¿Y si nos atreviéramos a echarnos un chapuzón dentro de nuestra propia mente?

Eso es cosa de valientes. Porque una vez que escarbamos el terreno y encontramos el tesoro, tenemos que decidir qué vamos a hacer con él. Y, ojalá nos encontremos en esa tesitura. Eso significaría que, al dejar volar nuestros pensamientos, se consiguió el objetivo y llegamos a buen puerto. La innovación es el camino más alto de excelencia, es la aspiración de mayor altura, así que parece buena idea dejar volar la creatividad y encontrar que tenemos una ventana que nos deja entrar en esos senderos.

  



Cecilia Durán Mena-  le gusta contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También es escritora.

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