Los premios se convierten en
clave para la innovación
The wall street journal- martes, 13 de diciembre
de 2016
Los patrocinadores esperan que
los hackers y los creadores se sumen al esfuerzo de las instituciones
tradicionales de investigación
Edgar Sarmiento, de Bogotá, tenía
un título flamante, una mente llena de ideas y ningún lugar donde ponerlas en
práctica. El año pasado vio un concurso patrocinado por Local Motors, una
empresa de Phoenix, Arizona, que ofrecía un premio de US$8.000 a quien pudiera
crear un mejor sistema de transporte urbano.
Eso lo puso en movimiento.
En dos meses, Sarmiento había
creado en la computadora de su casa el proyecto ganador: un autobús eléctrico,
sin conductor, que circula a pedido. Local Motors ya ha construido dos
prototipos con piezas impresas en 3D, y los está probando en Berlín y en
National Harbor, Maryland. “Fue increíble”, dice Sarmiento, de 25 años.
En un momento en que el ritmo de
la innovación parece estar disminuyendo, los patrocinadores de este tipo de
premios esperan que los hackers y los creadores se sumen al esfuerzo de las
instituciones tradicionales de investigación.
¿Mejorar el reconocimiento de voz
del teléfono inteligente? Hay un premio de US$10.000 para ello. ¿Diseñar un
dron de entrega a domicilio? Hay otro premio de US$ 50.000. ¿Extender la vida
humana? El capitalista de riesgo Joon Yun ofrece los Palo Alto Longevity
Prizes, de US$1 millón. Diagnosticar la resistencia a los antibióticos vale
US$20 millones y quien logre reutilizar de manera rentable las emisiones de
carbono que contribuyen al calentamiento global puede reclamar premios por
US$55 millones.
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“Hay un premio para lo que se le
ocurra”, dijo Karim Lakhani, del Crowd Innovation Laboratory de la Escuela de
Negocios de Harvard, que ayudó a organizar 650 concursos en los últimos seis
años.
Las compañías de crowdsourcing, o
colaboración masiva, InnoCentive Inc., NineSigma y Kaggle han lanzado cientos
de estos lucrativos concursos de investigación en nombre de empresas y
gobiernos, con recompensas en efectivo de hasta US$1 millón para resolver
problemas prácticos en química industrial, teledetección, genética de plantas y
docenas de otras disciplinas. Unidas, estas tres compañías pueden acceder a la
experiencia de dos millones de investigadores independientes.
Según McKinsey & Co., más de
30.000 premios se otorgan cada año por valor de US$2.000 millones, y el monto
total de los 219 premios más importantes se ha triplicado en los últimos 10
años.
Incluso el Pentágono ofrece
premios a través de su Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de
Defensa (Darpa, por sus siglas en inglés) para fomentar el pensamiento no
convencional para aplicaciones militares. Las agencias de inteligencia ofrecen
premios para mejorar las técnicas de vigilancia.
Desde 2010, el gobierno de
Estados Unidos ha otorgado US$220 millones en cientos de concursos similares.
Si bien esto constituye apenas una fracción del dinero gastado en investigación
y desarrollo en todo el mundo (US$477.000 millones al año, sólo en EE.UU.),
estos concursos aprovechan la ola de ingeniería experimental que recorre las
aulas y laboratorios de todo el mundo, desde Australia hasta Afganistán. Los
avances en fabricación digital, de impresoras 3-D, cortadores láser y kits de
edición de genes a circuitos informáticos baratos como Arduino y Raspberry Pi,
facilitan la participación en estas competencias de aficionados.
“Tenemos acceso a todas las
herramientas necesarias para hacer casi cualquier cosa”, dijo Katie Rast,
directora de Fab Lab San Diego, un próspero centro de diseño y fabricación
digital sin fines de lucro que integra una red de más de 1.000 laboratorios en
78 países, organizados por el Centro de Bits y Átomos del Instituto de
Tecnología de Massachusetts.
No hay tarea demasiado pequeña
para merecer un premio. Donald Knuth, el pionero del software de la Universidad
de Stanford, instauró el “Knuth Reward Check”, un premio de US$2,56 a la
primera persona que reporte un error en uno de los 24 libros publicados por el
experto en programación. Desde 2001, Knuth ha firmado más de 2.000 cheques.
El impacto que la competencia
puede tener incluso para mejoras menores puede ser sorprendente. Considere, por
ejemplo, el premio a las bolas de billar que estableció en 1863 un proveedor de
equipamiento para este popular juego. Consistía en US$10.000 para quien
descubriera un sustituto del marfil, utilizado entonces para hacer las bolas de
billar.
El ganador del concurso fue John
W. Hyatt, un inventor que desarrolló un nuevo material llamado celuloide. Su
descubrimiento contribuyó a impulsar la naciente industria del plástico.
No todos los premios funcionan,
sin embargo. En 2004, Bigelow Aerospace, una firma de Nevada, ofreció un premio
de US$50 millones a quien desarrollara el diseño que permitiera poner cinco
personas en órbita dos veces en 60 días. El premio se mantuvo vacante hasta su
expiración en 2010.
Por sí misma, una idea premiada
no es suficiente para que una innovación se imponga en el mercado. En 2006,
Netflix ofreció US$1 millón a quien pudiera mejorar en un 10% su algoritmo de
recomendación de películas. En 2009, la empresa otorgó el dinero a la fórmula
ganadora pero nunca la utilizó. Mientras tanto, Netflix había pasado de enviar
DVD a ofrecer películas por streaming, lo cual cambió fundamentalmente el tipo
de estadísticas disponibles para el análisis.
“Estos premios tienen todo este
potencial atractivo, pero hay mucho más que es necesario para que tengan un
impacto en los negocios”, dice Henry Chesbrough, director del Centro Garwood de
Innovación Empresarial de la Escuela de Negocios de la Universidad de
California en Berkeley.
En 2012, General Electric lanzó
un concurso de US$500.000 a través de Kaggle, una plataforma de innovación en
línea que permite acceder a la experiencia de unos 600.000 científicos
independientes. La compañía buscaba una fórmula más efectiva para mejorar la
puntualidad de los vuelos.
En apenas tres meses, 223
postulantes ingresaron más de 3.800 posibles soluciones. El algoritmo ganador,
desarrollado por un científico de datos en Barcelona sin experiencia en
aviación, superó el estándar de la industria en un 389%.
Cuando GE quiso probar la
tecnología de impresión tridimensional, lanzó una competencia global para
rediseñar un soporte de motor de inyección de titanio a través de GrabCAD, una
comunidad en línea de más de un millón de ingenieros y diseñadores. La
competencia atrajo a 300 participantes de 56 países, dijo Dyan Funkhousen,
director de innovación abierta y fabricación avanzada de GE, que “generaron
cerca de 700 diseños de nuevos productos”.
El primer premio, de US$7.000,
fue para Arie Kurniawan, un joven ingeniero de Indonesia. Antes de ganar el
concurso, Kurniawan vendía piezas electrónicas importadas de China y bolígrafos
de aluminio a EE.UU. “Después de ganar la competencia, llegaron un montón de
pedidos [de diseño], sobre todo de fuera de Indonesia”, señaló.
Sin embargo, ni el suyo ni
ninguno de los otros diseños terminaron siendo adoptados por GE.
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