La fragilidad de la memoria
FORBES- 16 de Marzo de 2016
El presidente de los banqueros
encendió la alerta. No debemos olvidar ese regusto amargo de la inestabilidad
económica. Si cedemos a la fragilidad de la memoria, en cuestión de meses
podríamos perder lo ganado.
Lo recuerdo como si lo estuviera viendo, como
si no hubieran pasado tantos años. La cara de mi padre palideció, los ojos se
le desorbitaron y la mandíbula se le cayó. Era 1 de septiembre y estábamos
juntos, viendo en la tele el informe presidencial. Y así, a punto de acabar, el
presidente López Portillo nacionalizaba la banca en cadena nacional.
Con este acto se inauguró una
época de inestabilidad económica que duraría más de tres sexenios. Los niños de
entonces fuimos los jóvenes de la crisis. Una turbulencia sucedía a la otra y
los sueños se esfumaban de un día al otro. Adiós a las jubilaciones anticipadas,
a los ahorros que se hicieron con tanto esfuerzo, a los planes de iniciar un
negocio y a tantas metas que se esfumaron tan rápido que casi no se podía
creer.
Fueron los tiempos de la
inflación a tres dígitos, del tipo de cambio controlado, de las tasas de
interés variables e impagables, de inestabilidad de precios y de valor
adquisitivo decreciente. Las familias mexicanas resistimos los bamboleos
macroeconómicos y el padecimiento duró muchos años. El esfuerzo por controlar y
encarrilar el entorno económico fue titánico. Lo curioso es que pocos recuerdan
esos tiempos.
Al hablar de aquellos tiempos,
muchos de los que nacieron a mediados de los noventa y principios del milenio,
no se imaginan un entorno económico en el que lo que hoy se tiene en el
bolsillo mañana ya no alcanzará para pagar, de pactos económicos y de control
cambiario. No dan crédito a esos descalabros, pero sucedieron. La carrera
inflacionaria tardó en frenarse.
Miguel de la Madrid heredó el
toro desbocado y, lejos de frenarlo, el fenómeno se exacerbó. Carlos Salinas
aplicó medidas duras que amortiguaron el efecto, y fue Ernesto Zedillo quien
logró estabilizar al país. Los sexenios de los presidentes Fox y Calderón
gozaron las mieles de la estabilidad. El mérito fue de las autoridades, que supieron
aplicar la receta, pero también de los mexicanos, que abrimos la boca y nos
pasamos la medicina.
Lo asombroso es que muchos de los
que padecimos esos avatares ya no los recordamos con viveza; los vemos como una
anécdota lejana que padecieron nuestros padres. Ese regusto amargo no se nos
debe olvidar, la fragilidad de la memoria no debe hacernos olvidar la angustia
de aquellos tiempos. La alerta se encendió cuando escuché al presidente de la
Asociación de Bancos de México, Luis Robles, decir que la situación en México
era buena, pero muy frágil. En cuestión de meses podríamos perder lo ganado. No
sería justo.
En veinticinco años hemos
logrado, todos los mexicanos, transformar una economía muy petrolizada, en otra
que ya no se ve tan impactada por las veleidades del precio de los
hidrocarburos. Nos hemos fortalecido. No ha sido fácil y las medidas que se han
tomado tampoco han sido tan populares. El éxito no ha sido menor. Los bancos en
México han crecido su negocio a niveles de 3.8% sostenido a lo largo de los
últimos 15 años y han alcanzado los niveles de penetración crediticia más altos
de la historia. Crecemos a niveles más altos que Brasil, Colombia y Corea del
Sur, y ligeramente debajo de Turquía y Rusia. Más aún, el país reporta
desempeños por encima de España, Francia, Estados Unidos y Reino Unido. En el
último ciclo se creció a niveles de 20.7 puntos porcentuales del PIB, el más
virtuoso jamás reportado. Pero debemos ser prudentes y cuidar lo que hemos
construido.
La fragilidad de la memoria no
puede llevarnos a echar las campanas al vuelo. Basta ver lo que sucede en otros
países para entender lo que podemos perder. Hace unos cuantos años, Brasil era
el ejemplo a seguir. Las operaciones con Petrobras eran el prototipo de negocio
más alabado y el ex presidente Lula da Silva vino a México a decirnos cómo
hacer las cosas, y luego, en los albores del Campeonato Mundial de Futbol lanzó
duras críticas contra nuestro país, consideró que los indicadores económicos de
México no eran comparables con los de su país, por lo que aseguró que “todo en
México es peor que en Brasil”. Hoy, la economía de Brasil sufre convulsiones
similares a las que tuvimos hace veinticinco años.
Es necesario recordar. Las
variables macroeconómicas no lucen como en los sexenios de López Portillo, De
la Madrid o Salinas; la inflación se conserva en los niveles de un dígito, y
aunque el precio del barril del petróleo ha bajado dramáticamente, las cosas
parecen estar en control todavía. No obstante, se observan nubarrones en el cielo.
El hueco que se abrió por la caída de los ingresos petroleros es de gran
magnitud, y el recorte al gasto puede impactar desfavorablemente. Es tiempo de
optimizar los recursos.
Las entidades federativas y los
municipios tendrán que sumarse al esfuerzo nacional. La Secretaría de Hacienda
busca la forma de reducir el gasto con el fin de equilibrar sus cuentas. La
experiencia dicta que las reducciones sustanciales en el gasto público se
traducen en menor crecimiento económico, que socava la capacidad recaudatoria
del gobierno a través de impuestos, lo que implica esfuerzos adicionales para
equilibrar las cuentas.
Tenemos que tener prudencia. El
hecho de que el negocio bancario sea saludable en México y tenga un crecimiento
sostenido es una buena noticia; sin embargo, tal como lo dijo Luis Robles, esta
estabilidad, que ha costado tanto trabajo, debemos cuidarla. Recordar es hacer
conscientes a todos los que no crecieron entre crisis recurrentes de lo
terrible que es ver cómo el dinero cada día rinde menos, cómo el poder
adquisitivo se deteriora con el paso de los minutos. Hacernos conscientes
significa valorar la estabilidad de que gozamos hoy para cuidarla y no
perderla.
Actualmente, a diferencia de lo
que sucedió hace cinco sexenios, el trabajo es un bien escaso. En aquellos
años, la reducción del poder adquisitivo se compensaba trabajando más. En estos
días, los niveles de subempleo y de desempleo harían muy complicado lograr este
tipo de compensaciones. Así que antes de que llegue la tormenta, hay que sacar
el paraguas. De la misma manera en la que en el pasado supimos salir adelante,
hoy, antes de caer en un bache, lo mejor es cuidar lo que tenemos. No queremos
que los olvidos nos cobren caro.
Olvidar es aproximarnos
peligrosamente a lo que debemos evitar a toda costa. La fragilidad de la
memoria constituye un riesgo alto que debemos contrarrestar de inmediato.
Recordar es el primer paso para alejarnos de aquello que nos costó tanto, a
todos.
Cecilia Durán Mena- le gusta
contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora,
conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También
es escritora.
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