Sustentabilidad: mitos y realidades
FORBES- 10 de Marzo de 2016
Las empresas no tienen elección:
la sustentabilidad es un mandato de la sociedad global. Ser sustentable no es
un ‘maybe’ sino un ‘must’. ¿Por qué no empezar ya?
Sustentabilidad. La palabra se
escucha en todos lados: en los medios de comunicación, en los directorios, en
los reportes de las empresas, en las ONG, en los reguladores, en los
certificadores, en los mercados, en los centros de estudios. Es un concepto que
ocupa el centro del debate empresarial y, sin embargo, ¿cuántas organizaciones
mexicanas y del resto de Latinoamérica son genuinamente sustentables? La razón
que explica este fenómeno es el poco entendimiento que aún tenemos del término,
que se explica en función de los siguientes mitos:
I. Cuesta mucho dinero
Claro, es cierto que la
sustentabilidad demanda inversiones, pero éstas rendirán sus frutos más
adelante, o en algunos casos, incluso de inmediato. Las empresas deben evaluar
qué estrategia van a seguir y a qué plazo, y a partir de ahí elegir la
inversión.
Lógicamente, una estrategia
inmediata o de corto plazo requerirá menores inversiones que aquellas a mediano
o largo plazo, pero cuidado: si se escoge el camino rápido sin una adecuada
visión de futuro, se corre el riesgo de que ese esfuerzo no sea sostenible
después, por lo que se requerirá una nueva inyección de capital que acarreará
más costos.
Una adecuada visión de futuro nos
permitirá implementar una adecuada estrategia de sustentabilidad del mismo, lo
que no sólo generará mayores beneficios económicos, sino también ambientales y
sociales.
Esas estrategias tienden a
obtener el visto bueno o licencia social por parte de sus stakeholders
–conocidos también como grupos de interés, pueden ser personas que forman parte
integral de la organización (accionistas, empleados), personajes externos que están
ligados económicamente a ella (clientes, proveedores) o entidades periféricas
que influyen en las variables que determinan el contexto en que se desempeña
una empresa (comunidades, ONG, políticos).
Una correcta estrategia
preventiva genera menos impactos ambientales, menos pérdidas, mayor eficiencia
productiva y, a final de cuentas, un negocio más rentable.
Para un motor eléctrico, por
ejemplo, el costo operativo anual es de entre 5 y 6 veces el costo de la
inversión. Un motor de alta eficiencia de alto uso (heavy duty), con un consumo
energético más eficiente, puede costar 30% más que uno convencional, pero
disminuye el costo operativo anual de un 30% a 50%, dependiendo del tamaño del
dispositivo.
Lo mismo sucede con los
denominados “edificios verdes” o de edificación sustentable. El uso de
materiales apropiados y un diseño bioclimático puede costar más al inicio, pero
a la larga redundan en un consumo energético menor. Diseño bioclimático,
Iluminación y ventilación naturales, iluminación LED, sistemas inteligentes de
Calefacción, Ventilación y Aire Acondicionado (HVAC, por sus siglas en inglés),
filtros en las ventanas, sistemas de medición y control, entre otras
implementaciones, pueden derivar en una reducción de hasta 50% del consumo.
Botón de muestra: el uso de doble
ventana, así como el pintado de techos o techos verdes como aislantes térmicos,
pueden generar en zonas cálidas ahorros de 50% en el consumo de sistemas de
HVAC. El aire acondicionado puede representar hasta 60% del consumo energético
de un edificio de oficinas o comercial en regiones cálidas, por lo que el
ahorro podría ser de hasta 30% del consumo total.
II. Es una cuestión de portarse
bien, ser “verde” o dar dinero a la filantropía
La sustentabilidad es un término
que con frecuencia se usa como sinónimo de otros conceptos con los que guarda
relación, pero que en sentido estricto no son completamente análogos.
Se le vincula, por ejemplo, con
la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa (RSE o RSC). La RSE, en su
acepción más amplia, es una cultura de gestión orientada a conectar
directamente a la organización con el desarrollo de la sociedad a través del
bienestar de sus integrantes, el respeto al medio ambiente, una relación
respetuosa y productiva con su comunidad y, sobre todo, ética en la toma de
decisiones.
Por otro lado, de acuerdo con la
World Commission on Environment and Development de las Naciones Unidas, también
conocida como la Comisión Brundtland, responsable de acuñar el término en 1987,
la sustentabilidad (o sostenibilidad) consiste en “satisfacer las necesidades
de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones
futuras para atender las suyas”; crecer en el presente sin sacrificar los
recursos para enfrentar el futuro. La sustentabilidad se enfoca primordialmente
en formas de crecimiento que no estén peleadas con la salvaguarda de los
recursos naturales del planeta, a la vez que se alinea a directrices generales
relacionadas con la economía y el bienestar social. De ahí el término Triple
Bottom Line: Planet, People, Profits (Triple Cuenta de Resultados: Planeta,
Gente, Resultados).
Ambos conceptos están íntimamente
relacionados: la RSE contempla el aspecto ecológico, y la sustentabilidad,
grosso modo, la relación con la integridad del individuo y la comunidad. La RSE
concibe al respeto al medio ambiente como elemento sine qua non para la
ciudadanía global; la sustentabilidad visualiza al desarrollo social y la
creación de riqueza como parte de la viabilidad futura del planeta.
El giro de la organización
también importa: para una empresa como Coca-Cola, con la capacidad industrial
de impactar significativamente en el medio ambiente, la mera sustentabilidad
ecológica debería ser prioridad; para una compañía financiera, cuestiones como
la gobernanza y la supervisión ética en la toma de decisiones guardan mucho más
sentido. En la praxis, el enfoque ecológico de la sustentabilidad la coloca en
un estadio más concreto y científico que el de la RSE.
La RSE es una cultura de gestión
–casi un ideal a alcanzar– que contempla varios vectores; la sustentabilidad se
focaliza en algo más concreto: la viabilidad de una organización en el tiempo.
La primera se relaciona con la ética y toma de decisiones, con condiciones de
justicia y vinculación con la comunidad; la segunda se interesa más en la
óptima utilización de los recursos para alcanzar un futuro mejor. La medición
de la RSE es ambigua y abstracta (como lo son la ética y los valores); la
sustentabilidad, por otra parte, puede ser evaluada de una manera rigurosa (la
huella de carbono o la emisión de gases tóxicos no son controvertibles).
La Corporación Financiera
Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), entidad del Grupo Banco Mundial
orientada a impulsar al sector privado en los países en desarrollo, ubica a la
sustentabilidad en un marco de 8 normas de desempeño que sus clientes deben
cumplir para poder recibir financiamiento:
Evaluación y gestión de los
riesgos e impactos ambientales y sociales.
Trabajo y condiciones laborales.
Eficiencia en el uso de los
recursos y prevención de la contaminación.
Salud y seguridad de la comunidad.
Adquisición de tierras y
reasentamiento involuntario.
Conservación de la biodiversidad
y gestión sostenible de los recursos naturales vivos.
Salvaguarda de pueblos indígenas.
Respeto al patrimonio cultural.
A la sustentabilidad también se
le asocia con “valor compartido”, un concepto acuñado por el académico Michael
Porter que busca cambiar los modelos de negocios de las empresas para conciliar
la productividad y el bienestar social en sus cadenas de valor.
La idea es aumentar la
competitividad mediante la creación de diversas redes en el entorno que
fomenten un crecimiento conjunto, es decir, de generar “valor compartido”.
Campbell’s, Philips y GE son
empresas campeonas en materia de “valor compartido”; en México, PepsiCo –vía
Sabritas– es ejemplo de esta práctica con un notable plan agrícola que ayuda a
la modernización de varias familias campesinas, a la vez que garantiza
autosuficiencia en su abastecimiento.
Una concepción más problemática
es la que visualiza la sustentabilidad como una forma de filantropía.
Etimológicamente, la palabra filantropía deriva de las raíces griegas “filos”
(amor) y “antropos” (humanidad). Por tanto, un filántropo es una persona que
“ama a la humanidad” y lo demuestra con donaciones a causas benéficas, en su
rango más limitado, o mediante la construcción de redes sociales, económicas y
políticas encaminadas al altruismo, en su rango más amplio.
Por loables que sean, las
acciones filantrópicas son generalmente actividades focalizadas en una causa
específica, por lo que su rango tiende a ser más una obra de naturaleza
individual que empresarial, una labor más identificada con la magnanimidad de
la persona que con la política de una organización. El uso eficiente de los
recursos para asegurar la perdurabilidad del planeta –misión que anima a la
sustentabilidad– no se relaciona realmente con la filantropía.
La confusión más lamentable, sin
embargo, es la que liga la sustentabilidad con la frivolidad del llamado
greenwashing, término utilizado para designar las prácticas mercadotécnicas de
organizaciones más interesadas en difundir una imagen ecológica que en
establecer políticas y procedimientos que en verdad agreguen valor al cuidado
del orbe.
III. Es algo opcional y ajeno a
la generación de utilidades
Las empresas deben internalizar
el concepto de la sustentabilidad dentro de la toma de decisiones. Algunos
empresarios conservadores aún la visualizan como un mero precepto ético
consistente en “portarse bien” frente a la sociedad, o como “buenos deseos”
ajenos a la rentabilidad y la generación de valor. Craso error: más allá de una
sencilla lógica virtuosa –no hay empresa triunfante sin sociedad exitosa–,
invertir en sustentabilidad equivale a comprometerse con esfuerzos que serán
redituables económicamente.
Ser sustentable ahorra costos,
fortalece la imagen de la marca, atrae talento (los mejores quieren trabajar
para una empresa inteligente y comprometida) y nos sintoniza con el lado más
noble de la globalización.
Asimismo, las empresas que
integran una estrategia de sustentabilidad a sus negocios –sea vía gobiernos
corporativos, reportes de sustentabilidad, comunicaciones de progreso del
Global Compact (COP, por sus siglas en ingles), por mencionar algunas acciones–
no sólo minimizan el riesgo para sus inversionistas, sino que también atraen
las llamadas inversiones éticas o socialmente responsables. Además de
contribuir al desarrollo de un país, una buena dirección empresarial en este
tema genera ventajas competitivas a la hora de atraer inversionistas. El
mercado valora en gran medida los activos intangibles de la empresa:
reputación, buen gobierno, prácticas sustentables y estrategias determinantes
para atraer nuevo capital.
La transparencia es un tema
total. Los millennials no confían en la legitimidad de los programas sociales
promovidos por las marcas y son sustancialmente más exigentes en torno del
compromiso social que esperan de una organización que las generaciones que los
antecedieron; la diferencia estriba en que para ellos conceptos como la
sustentabilidad y responsabilidad social no son posibles si no se cumple con un
concepto inmanente a la forma en la que entienden el mundo, la transparencia.
Es natural: si desde su infancia
han estado acostumbrados a obtener información de todo aquello que les interesa
con un solo clic, ¿por qué no someter a esa misma lógica a las organizaciones
con las que interactúan diariamente? ¿Por qué no hacer pública su satisfacción
o rechazo ante la transparencia u opacidad de una compañía través de las
múltiples redes sociales a las que se encuentran conectados todo el día?
La consolidación del maximum
disclosure (apertura total) avanza con velocidad creciente: de las etiquetas
con el desglose de calorías en los productos alimenticios a la práctica de
hacer públicas las huellas de carbono, sin obviar la constante atención de
grupos de interés sobre la ética de las decisiones de las grandes
corporaciones, no hay empresa peleada con la transparencia que pueda
proclamarse como sustentable en la posmodernidad. Las compañías ahora están
obligadas a reportar mecanismos de mejora, tiempos de ejecución y montos de
inversión a stakeholders cada vez más calificados para ver, verificar y validar
la información sin necesidad de esperar que llegue a través de terceros de
manera sesgada.
Las empresas ya no tienen
elección: la sustentabilidad es un mandato de la sociedad global y es algo que
deben incorporar a su cultura corporativa. Una compañía que cumpla con los
parámetros mínimos de sustentabilidad será más competitiva en el mediano plazo
que una que se niegue a hacerlo. Ser sustentable no es un maybe, sino un must.
¿Por qué no empezar lo antes posible?
Luis A. Salomón Arguedas es
especialista en eficiencia del uso de recursos y energías limpias de la
Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés).
La Corporación Financiera
Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), miembro del Grupo Banco Mundial,
es la mayor institución internacional de desarrollo dedicada exclusivamente al
sector privado.
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