La economía de dos velocidades de China
The wall street journal - marzo
de 2016
Fushun, una ciudad construida
gracias al carbón y emplazada en el cinturón industrial del noreste de China,
está sumida en la recesión. Liu Junfen, una comerciante de chatarra que junta
bicicletas descartadas, restos de carrocería y cilindros de gas desechados que
vende a las fundiciones de acero, dice que desde que el mercado de bienes
raíces cayó en picada en 2014, los precios de la chatarra han caído cerca de
dos tercios, siempre y cuando encuentre un comprador.
Cuando se le pregunta por las
perspectivas para este año, suspira y responde “Gou Qiang”, una expresión que
podría traducirse como “insoportable”.
En el otro extremo de China,
mientras tanto, la ciudad costera de Shenzhen registró el año pasado un
crecimiento de 8,9%. Shenzhen alberga la sede central de Tencent, la empresa de
medios sociales con más de 800 millones de usuarios, y el coloso de las
telecomunicaciones Huawei. Vincent Hu, presidente ejecutivo de Cloud Frame, una
compañía que construye centros de datos, está construyendo unas gigantescas
instalaciones para Amazon. Hu dice que por ahora no ve un límite a esta
expansión, propulsada por consumidores que han abrazado el comercio
electrónico, la banca en Internet y el intercambio de videos. “Sólo hay que
usar la imaginación”, subraya.
Decir que la segunda economía del
mundo se está desacelerando—el año pasado se expandió 6,9%, el menor ritmo de
los últimos 25 años—es perder de vista estos contrastes regionales. La
característica más llamativa de la China actual es la divergencia entre
desesperación y esperanza, sentimientos que coexisten por igual. El gran
problema es cómo manejar esta brecha, que amenaza con convertirse en fuente de
conflictos sociales.
El carril lento de la economía
china está atascado con empresas estatales que operan en sectores ligados a la
construcción, como acero, cemento, carbón y equipamiento industrial, todas
afectadas por un exceso de producción. Muchas siguen a flote gracias a créditos
bancarios permanentemente renegociados y proyectos de obras públicas sin
sentido económico. Son zombies en una economía fantasma.
En la vía rápida, en cambio,
están las empresas privadas que producen bienes y servicios para el mercado de
consumo que ha desplazado a las manufacturas como motor del crecimiento chino.
Estas empresas líderes se concentran en las grandes ciudades del litoral
oriental, como Shenzhen, Guangzhou, Shanghai y Beijing, vinculadas a las redes
globales de conocimiento, finanzas y talento.
En un país nominalmente
socialista, un crecimiento tan desigual es un problema especialmente
complicado. El fallecido presidente Deng Xiaoping quiso resolverlo al declarar
que había que dejar que “algunas personas se enriquezcan primero”. Hoy, sin
embargo, los trabajadores industriales con acceso a Internet no se dejarán
tratar como ciudadanos de segunda clase. Algunos anhelan un retorno al
socialismo, otros buscan consuelo en la religión y cultos que desafían el
control del Partido Comunista. La ira generalizada ante las disparidades podría
debilitar aún más la voluntad de los líderes chinos para seguir adelante con
las reformas económicas prometidas, e incluso animarlos a lanzar aventuras
militares para desviar el foco de la frustración popular.
Fushun, ubicada en Liaoning, una
provincia de ese gran depósito de recursos naturales antiguamente conocido como
Manchuria, floreció durante la década pasada gracias a la mayor ola de
construcción de la historia china. Una voraz demanda nacional de acero permitió
soñar con la prosperidad incluso a personas como Liu, que trabaja con los
desechos de esa ola. Ella y su marido ahorraron lo suficiente para comprar un
departamento para ellos y uno para su hijo.
La provincia de Liaoning llegó a
expandirse 15% en 2007 y su crecimiento siguió superando el promedio nacional
hasta 2014. Luego, el mercado inmobiliario empezó a desmoronarse. La región
pagó un alto precio por el colosal exceso de construcción financiado por el
crédito barato con el que el gobierno trató de compensar las pérdidas de sus
mercados de exportación tras la crisis mundial de 2008. Liaoning apenas creció
3% el año pasado y la ciudad de Fushun está achicándose.
Un sentimiento de traición se
suma a la angustia de una recesión prolongada. Una amplia avenida que conecta a
Fushun con la cercana capital provincial de Shenyang es testimonio de las
aspiraciones truncadas. En el medio de la avenida se construyó el carril para
un tren eléctrico ligero; a ambos costados, se levantaron residencias de lujo.
Pero el flujo de compradores previsto por los promotores inmobiliarios nunca se
materializó. Ahora, la gente no está viniendo a la zona sino huyendo de ella y
los relucientes tranvías corren prácticamente vacíos por barrios fantasmales
engalanados con nombres de fantasía como “Green Sunshine City” y “Thai Garden
Bay”.
Gran parte del crecimiento de la
región provino de la construcción de infraestructura, no de la actividad económica
que generó. La teoría del goteo fue una ilusión, al igual que la teoría que
afirmaba que las regiones interiores de China tendrían una era dorada a medida
que el aumento de los costos de la tierra y la mano de obra expulsara a los
inversionistas del litoral.
Para los inversionistas
internacionales, las dos velocidades de la economía china—una moribunda, la
otra acelerándose—genera enorme confusión y estrategias divergentes. Si China
sigue subvencionando a ciudades como Fushun, el sistema financiero podría
estallar con el tiempo. La deuda total de China, que hoy ronda 260% de su
Producto Interno Bruto, se está acercando a niveles de riesgo. Algunos fondos
de cobertura de Wall Street están haciendo grandes apuestas contra el yuan y l
los mercados globales se preparan para un “aterrizaje forzoso” de la economía
china y años de crecimiento mediocre. Algunos, como George Soros, dicen que
China ya está estrellándose.
Al mismo tiempo, algunos de los
inversionistas más inteligentes están haciendo la apuesta contraria., China
captó US$37.000 millones en capital de riesgo en 2015, la mayor parte dirigido
a los centros tecnológicos de la costa. La cifra excede la inversión que EE.UU.
recibe normalmente en un año y es varias veces más que lo que recibe Europa.
Gary Rieschel, fundador y
director ejecutivo de Qiming Venture Partners, acaba de recaudar US$648
millones de un grupo de inversionistas entre los cuales figuran las
universidades de Harvard, Princeton, Duke y el Instituto de Tecnología de
Massachusetts. El inversionista considera que los emprendedores chinos son
igual de capaces que los de Silicon Valley y cree que China liderará el mundo
en tecnologías como los autos eléctricos.
¿Quién tiene la razón? La
respuesta depende en gran medida de la política. Hasta ahora, la situación está
en un delicado equilibrio.
El presidente Xi Jinping es a
veces descrito como el líder chino más poderoso desde Mao y su visión política
corresponde a esa época. Xi se resiste a desmantelar las industrias socialistas
en descomposición que conducen a la economía china al desastre.
Hace dos años, anunció un
ambicioso programa de reformas económicas de 60 puntos para dar a los mercados
un “papel decisivo” en la asignación de recursos. Muchos esperaban que mientras
atacaba las redes de patronazgo que se tejen entre las empresas estatales y los
gobiernos locales, Xi cerrara empresas generadoras de pérdidas y abriera
sectores protegidos por el Estado como las telecomunicaciones y la banca a
emprendedores privados.
Xi parece haberse arrepentido. En
lugar de cerrar compañías estatales, las está fortaleciendo. Parece temer que
si deja que prevalezcan las fuerzas del mercado, las disparidades regionales se
consolidarán y una subclase perjudicada terminará erosionando la legitimidad del
Partido Comunista. En los tres años que lleva en el cargo, Xi ha dejado en
claro que su primera prioridad es salvar el partido; la economía puede esperar.
En este contexto político, el proceso de toma de decisiones económicas parece
haber perdido el rumbo.
Mientras tanto, la economía de
Shenzhen no se detiene. Los precios de los bienes raíces aumentaron casi 50% el
año pasado y la ciudad es un imán para empresas innovadoras cuyos fundadores
son multimillonarios.
Frank Wang, un fanático de los
modelos de helicópteros a radio control, dio en el clavo hace tres años cuando
lanzó un dron barato y liviano con cámaras incorporadas. Su empresa, SZ DJI
Technology Co., ahora vale más de US$8.000 millones.
El gobierno ha postergado hacer
frente a los problemas industriales durante demasiado tiempo: los
desequilibrios económicos han crecido de manera monumental y podrían derrumbar
la economía. Un reciente informe de la Cámara de la Unión Europea de Comercio
en China dice que la capacidad de producción de acero de ese país es más del
doble que las de los cuatro siguientes productores del mundo—Japón, India,
Estados Unidos y Rusia—combinados. Algo similar ocurre con el cemento: en sólo
dos años, 2011 y 2012, China produjo la misma cantidad de cemento que EE.UU.
durante todo el siglo XX.
Es cierto que China se está
urbanizando y que su stock de capital (fábricas, locomotoras, puentes, etc.)
por habitante es una fracción del de EE.UU. Esto significa que la demanda de
productos industriales básicos no se agotará de inmediato, pero puede haber
llegado a su máximo. La producción de carbón ya está disminuyendo.
Xi sueña con usar los vastos
excedentes industriales de China para construir nuevas rutas comerciales a
Europa. El proyecto incluye una serie de parques industriales unidos por
carretera, ferrocarril, gasoductos y oleoductos a través de las zonas más
remotas de Asia Central y Medio Oriente. Pero estas zonas están infestadas por
el terrorismo y el bandolerismo, lo cual hace improbable que se concrete.
Si China fracasa, no será por
falta de inversión, talento o ambiciones. Será en gran parte porque Xi se negó
a abrir el interior del país a la competencia y a asumir el riesgo de la
agitación social, porque decidió rendirse a los fríos vientos que soplan en
Fushun en esta época del año.
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