Terremoto en Arequipa
César Hildebrandt
La arequipeña Universidad Católica de Santa María acaba de realizar una encuesta, sobre prensa y periodistas, que cubre un universo de seiscientas mil personas asentadas en la Arequipa metropolitana.
El resultado es sísmico, cataclísmico y pirotécnico.
Preguntados sobre el trabajo de los periodistas, el 24 por ciento de arequipeños lo aprueba y el 65 por ciento lo desaprueba. Y aunque hay un 65% que afirma que el periodismo sí fomenta la democracia, hay un 70% que opina que en Arequipa no se hace periodismo de investigación y otro 65% que cree que los medios de prensa de la región no son respetables.
¿Los periodistas de Arequipa luchan en contra de la corrupción? Un 34% dice que sí y un 49% dice que no. ¿Comentan de manera imparcial y correcta? Un 15% dice que sí frente a un aplastante 74% que dice que no. ¿Coimean los periodistas de Arequipa? El 36 por ciento afirma que no. El 46% asegura que sí.
¿Y son capaces o incapaces los periodistas que tienen que padecer el paisanaje apopléjico de La Ortiga? El 24% de arequipeños opina que los periodistas de su región son capaces y el 60% emplea el sugerido término de “incapaces” para calificar a los hombres de prensa.
Devastadora encuesta la de la universidad Santa María. Expresa el drama de la prensa de provincias y es muy probable que sus cifras puedan ser intercambiables con las de Lima. Claro, lo que pasa es que en Lima ninguna entidad seria ha tenido el coraje de emprender una tarea radiográfica como la que estamos señalando.
Es cierto que en la última encuesta nacional de Ipsos-Apoyo el 42% de los opinantes había dicho confiar en la prensa escrita mientras que un 49% señaló su desconfianza en esa prensa de papel. Pero como que eso se convierte en la punta del témpano que hoy, en toda su magnitud, retratan las cámaras submarinas de la Santa María.
¿Cómo se ha ido apartando la prensa, en general, de la buena fe de la gente? ¿Por qué lo que ayer era seguridad hoy es incertidumbre y lo que fue esperanza es ahora escepticismo?
La respuesta no es tan sencilla como decir que el dinero mandante y sonante es el único responsable.
Es cierto que la intromisión grosera de “la propiedad” –entendida como particularidad de intereses- ha convertido a muchos “directores” en ujieres apenas letrados y a muchísimos periodistas en cronistas de lo que no ocurrió pero sirve al propósito bastardo de los propietarios.
Pero también es cierto que el gremio que alguna vez acogió a José Carlos Mariátegui y a Francisco Igartua recluta, con cada vez más entusiasmo, a un lumpen dispuesto a todo. Y cuando digo a todo es que es a todo: a calumniar por orden superior, a insultar a quien el amo odie o tema, a falsear la realidad de acuerdo a lo que cada “familia mafiosa” de la prensa impone como realidad.
De allí que en el Perú se tracen, cada día, cinco versiones distintas sobre el mismo hecho. De allí que la palabra de la prensa escrita se haya emputecido al punto de que el invento lodoso de Montesinos-Bressani-Olaya –la llamada prensa chicha- haya encontrado nuevas encarnaciones y distintos capitalistas. De allí que para tener una visión poliédrica de algo haya que embutirse tres o cuatro diarios (a ver si así llegamos a un promedio más o menos veraz).
Entre los sucios negocios, las evasiones fiscales canjeadas con auxilios editoriales y la militancia en ideologías que perpetúan el dominio del capitalismo hampón, la prensa escrita peruana –hechas las honrosas excepciones que pasan siempre por individualidades que son parte de una especie en extinción- ha ido cavando su propia tumba. Como si de un poblador de Putis se tratara. Como si se tratara de uno de esos pobladores de Putis que “la gran prensa” –boca llena de caries de la derecha- nunca quiso poner en sus páginas cuando Fujimori se meaba en la Constitución.
Se trata de un desprestigio muy bien ganado.
Para mí que la prensa peruana -y no sólo la escrita: miremos quién manda en la tele y quiénes aburren en las radios- empezó su decadencia el día en que se divorció de la inteligencia, de la universidad, de unos ciertos ideales que querían cambiar las cosas y emparentarse con los ofendidos; el día en que entendió que Sancho Panza era su patrón; el día, en suma, en que Alfonso Tealdo fue reemplazado por Alejandro Guerrero y Raúl Villarán moría en la bohemia pobre mientras Guillermo Thorndike le pedía plata a los Banchero para después traicionarlos.
César Hildebrandt
La arequipeña Universidad Católica de Santa María acaba de realizar una encuesta, sobre prensa y periodistas, que cubre un universo de seiscientas mil personas asentadas en la Arequipa metropolitana.
El resultado es sísmico, cataclísmico y pirotécnico.
Preguntados sobre el trabajo de los periodistas, el 24 por ciento de arequipeños lo aprueba y el 65 por ciento lo desaprueba. Y aunque hay un 65% que afirma que el periodismo sí fomenta la democracia, hay un 70% que opina que en Arequipa no se hace periodismo de investigación y otro 65% que cree que los medios de prensa de la región no son respetables.
¿Los periodistas de Arequipa luchan en contra de la corrupción? Un 34% dice que sí y un 49% dice que no. ¿Comentan de manera imparcial y correcta? Un 15% dice que sí frente a un aplastante 74% que dice que no. ¿Coimean los periodistas de Arequipa? El 36 por ciento afirma que no. El 46% asegura que sí.
¿Y son capaces o incapaces los periodistas que tienen que padecer el paisanaje apopléjico de La Ortiga? El 24% de arequipeños opina que los periodistas de su región son capaces y el 60% emplea el sugerido término de “incapaces” para calificar a los hombres de prensa.
Devastadora encuesta la de la universidad Santa María. Expresa el drama de la prensa de provincias y es muy probable que sus cifras puedan ser intercambiables con las de Lima. Claro, lo que pasa es que en Lima ninguna entidad seria ha tenido el coraje de emprender una tarea radiográfica como la que estamos señalando.
Es cierto que en la última encuesta nacional de Ipsos-Apoyo el 42% de los opinantes había dicho confiar en la prensa escrita mientras que un 49% señaló su desconfianza en esa prensa de papel. Pero como que eso se convierte en la punta del témpano que hoy, en toda su magnitud, retratan las cámaras submarinas de la Santa María.
¿Cómo se ha ido apartando la prensa, en general, de la buena fe de la gente? ¿Por qué lo que ayer era seguridad hoy es incertidumbre y lo que fue esperanza es ahora escepticismo?
La respuesta no es tan sencilla como decir que el dinero mandante y sonante es el único responsable.
Es cierto que la intromisión grosera de “la propiedad” –entendida como particularidad de intereses- ha convertido a muchos “directores” en ujieres apenas letrados y a muchísimos periodistas en cronistas de lo que no ocurrió pero sirve al propósito bastardo de los propietarios.
Pero también es cierto que el gremio que alguna vez acogió a José Carlos Mariátegui y a Francisco Igartua recluta, con cada vez más entusiasmo, a un lumpen dispuesto a todo. Y cuando digo a todo es que es a todo: a calumniar por orden superior, a insultar a quien el amo odie o tema, a falsear la realidad de acuerdo a lo que cada “familia mafiosa” de la prensa impone como realidad.
De allí que en el Perú se tracen, cada día, cinco versiones distintas sobre el mismo hecho. De allí que la palabra de la prensa escrita se haya emputecido al punto de que el invento lodoso de Montesinos-Bressani-Olaya –la llamada prensa chicha- haya encontrado nuevas encarnaciones y distintos capitalistas. De allí que para tener una visión poliédrica de algo haya que embutirse tres o cuatro diarios (a ver si así llegamos a un promedio más o menos veraz).
Entre los sucios negocios, las evasiones fiscales canjeadas con auxilios editoriales y la militancia en ideologías que perpetúan el dominio del capitalismo hampón, la prensa escrita peruana –hechas las honrosas excepciones que pasan siempre por individualidades que son parte de una especie en extinción- ha ido cavando su propia tumba. Como si de un poblador de Putis se tratara. Como si se tratara de uno de esos pobladores de Putis que “la gran prensa” –boca llena de caries de la derecha- nunca quiso poner en sus páginas cuando Fujimori se meaba en la Constitución.
Se trata de un desprestigio muy bien ganado.
Para mí que la prensa peruana -y no sólo la escrita: miremos quién manda en la tele y quiénes aburren en las radios- empezó su decadencia el día en que se divorció de la inteligencia, de la universidad, de unos ciertos ideales que querían cambiar las cosas y emparentarse con los ofendidos; el día en que entendió que Sancho Panza era su patrón; el día, en suma, en que Alfonso Tealdo fue reemplazado por Alejandro Guerrero y Raúl Villarán moría en la bohemia pobre mientras Guillermo Thorndike le pedía plata a los Banchero para después traicionarlos.
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