El precio de la gloria
La familia real de Abu Dabi quiere hacer del Manchester City el club más poderoso del mundo
La crisis económica no es ninguna broma ni en Gran Bretaña ni en ningún otro lado, pero un grupo de gente que vive en el noroeste de la isla tiene motivos para tomársela con una cierta dosis de buen humor. Son los aficionados del Manchester City, entre los cuales se incluye Liam Gallagher, el cantante del grupo musical Oasis. La subida del precio de petróleo ha sido el principal motor de la inminente recesión británica, pero Gallagher apuntó que los fans del City tendrán el gran consuelo de saber que cada vez que uno de las decenas de millones de seguidores del Manchester United en el mundo "carga gasolina en su coche estará aportando dinero a las arcas de nuestro club".
Se refería a la noticia bomba de la semana futbolística: la inesperada compra el lunes del City por la Familia Real de Abu Dabi, la más próspera de los Emiratos Árabes Unidos. En un abrir y cerrar de ojos, el City, que ha ganado la Liga inglesa dos veces desde que se fundó en 1880 (la última, hace 40 años), se convirtió en el club de fútbol más rico del mundo. Es verdad que, hoy por hoy, el Real Madrid es el que tiene más ingresos, pero, en cuanto a efectivo disponible, de repente está a años luz. Por eso fue que, a las pocas horas de hacerse pública la adquisición, sus dueños árabes se gastaron 42 millones de sus petroeuros en el jugador más talentoso del Madrid, Robinho, quitándoselo de paso de las narices a su principal pretendiente, el Chelsea del magnate ruso Roman Abramóvich.
"Money can't buy me love", "el dinero no me puede comprar amor", cantaban los ídolos del joven Gallagher, los Beatles. Pero sí puede comprar el éxito en los terrenos de fútbol, lo cual quizá tenga más valor que el amor para buena parte de la sufrida, envidiosa e históricamente resentida afición del City. La prueba más irrefutable de la relación causa-efecto entre el dinero y los trofeos lo da el Chelsea, que de la nada se ha convertido, tras la llegada de su Papá Noel ruso en 2003, en una de las potencias del fútbol europeo.
Pero, de repente, Abramóvich, cuya fortuna se calcula en unos 14.000 millones de euros, ya ha dejado de ser sinónimo de la riqueza desorbitante en el mundo del fútbol. Su lugar lo ha tomado el jeque Mansour bin Zayed al Nahyan, medio hermano del presidente de Abu Dabi y una de las figuras más visibles, y económicamente más activas, de una Familia Real que dispone de una enorme fortuna, según las cifras que se han publicado en la prensa británica esta semana.
Por eso ocurrió que el portavoz de Mansour, un hombre de negocios llamado Sulaiman al Fahim de ingresos más moderados -al nivel más o menos de Abramóvich-, declaró el día después de la compra del club -y de Robinho- que esto sólo era el comienzo. El objetivo era convertir al City en un club "más grande que el Real Madrid y el Manchester United", dijo Sulaiman. ¿Y qué manera mejor de demostrarlo que fichando al mejor jugador del mundo, Cristiano Ronaldo, que juega en el United, que el Madrid intentó desesperadamente comprar este verano y que el club español sigue soñando con fichar el verano que viene?
"Cristiano ha dicho que quiere jugar en el club más grande que hay. Pues veremos en enero si lo dice en serio", declaró sin cortarse Sulaiman refiriéndose a la ventana de fichajes que se abre en Europa a principios de cada año y mencionando de paso, como si de una visita al supermercado se tratara, que ofrecerían por el crack portugués 160 millones de euros. Agregó también que el City apuntaría a fichar al español Cesc, el brasileño Kaká y el argentino Messi: los tres otros jugadores más codiciados del mundo.
La mitad de los clubes de la Premier League inglesa está ahora en manos de propietarios extranjeros. Y todo el mundo supone, ya que los clubes ingleses son empresas privadas abiertas al mejor postor, que vendrán más. Otros jeques árabes, por ejemplo el de Dubai, país con el que Abu Dabi sostiene una competencia de vecinos no del todo diferente a la rivalidad entre el Manchester United y al Manchester City. Dubai ocupa, en esta analogía, el papel del United. Más desarrollo, más innovación, más perfil internacional. Pero, bajo la influencia del dinámico y renovador Mansour, Abu Dabi, hasta hace poco un emirato rico pero adormecido, se ha transformado en los últimos años en un rival serio de Dubai. O, como decía el Financial Times esta semana, en una "potencia económica imponente".
Pero, precisamente debido al golpe de efecto que ha dado Abu Dabi esta semana -tal es el poder del fútbol que seguramente el número de habitantes del mundo que sabe de la existencia de este desértico rincón del planeta se ha duplicado esta semana-, no sorprendería nada que Dubai también se hiciera ahora con un club inglés. No es ningún secreto que un conglomerado de Dubai ha querido hacerse con el Liverpool.
Lo que propone Mansour es levantar al City de las cenizas a la gloria. Lo que se podría proponer un jeque de Dubai -o de Kuwait o de Arabia Saudí- es seguir el ejemplo y hacer lo mismo con un club como el Newcastle, el Sunderland o el Everton.
El impacto de la adquisición del City por Mansour sacudirá los pilares del fútbol europeo. Principalmente, por dos motivos: la consolidación de la tendencia que se ha visto hace dos años hacia una creciente hegemonía de la Liga inglesa en Europa y la total distorsión económica del mercado. Ya nadie tiene ni idea de lo que puede llegar a valer un jugador. Y lo más temible del caso es que los dueños del City claramente no ven ninguna necesidad, por ahora al menos, de buscar un equilibrio entres ingresos y gastos.
Los demás clubes ingleses son los que temblarán ante esta nueva realidad. Pero también lo harán los españoles, que, además, se tendrán que empezar seriamente a preguntar si aferrarse al modelo de club que tienen el Real Madrid y el Barcelona, en el que los socios son los dueños y nadie los puede comprar, va a terminar siendo folclóricamente anacrónico.
Escribía esta semana James Lawton, veterano columnista del Independent, que ahora, en vez de apoyar a un equipo "de carne y hueso", los aficionados irán al campo a animar a "un producto".
Como se ha demostrado en el caso del Chelsea, a la afición le importa un bledo quiénes son los dueños -o si no hay ingleses en el once titular- si se conquistan trofeos. La única esperanza que tienen los que consideran que lo que ha pasado esta semana con el City es de un mal gusto atroz, con consecuencias nefastas, es que los dioses del fútbol den a la vanidad de los ricos una lección de humildad. Es decir, que triunfen no los equipos con estrellas mejor pagadas -Robinho es hoy el jugador mejor pagado de la Liga inglesa-, sino los que jueguen mejor.
La experiencia demuestra que, a la larga, los equipos con más dinero son los que se imponen. No es ninguna casualidad que el United y el Chelsea hayan sido los clubes más exitosos de Inglaterra o que el Real Madrid y el Barcelona lo sean en España. A lo que más aspiran los seguidores de un club como el City es a unirse a esta aristocracia. Perder el alma con tal de lograr la gloria terrenal es un pacto faustino que la gran mayoría de los auténticos fans, una especie primitiva y tribal, estarían dispuestos gustosamente a aceptar.
Si a los aficionados del Betis, el segundo club de la tercera ciudad española -como lo ha sido el Manchester City en Inglaterra-, les ofreciera un jeque árabe la opción de fichar a Cristiano y a Messi, de dejar al Sevilla, al Madrid y al Barcelona en la sombra y pretender seriamente a ganar la Copa de Europa, tal es la naturaleza humana -o, al menos, la naturaleza del aficionado de fútbol- que muy pocos dirían "muchas gracias, pero no".
La familia real de Abu Dabi quiere hacer del Manchester City el club más poderoso del mundo
La crisis económica no es ninguna broma ni en Gran Bretaña ni en ningún otro lado, pero un grupo de gente que vive en el noroeste de la isla tiene motivos para tomársela con una cierta dosis de buen humor. Son los aficionados del Manchester City, entre los cuales se incluye Liam Gallagher, el cantante del grupo musical Oasis. La subida del precio de petróleo ha sido el principal motor de la inminente recesión británica, pero Gallagher apuntó que los fans del City tendrán el gran consuelo de saber que cada vez que uno de las decenas de millones de seguidores del Manchester United en el mundo "carga gasolina en su coche estará aportando dinero a las arcas de nuestro club".
Se refería a la noticia bomba de la semana futbolística: la inesperada compra el lunes del City por la Familia Real de Abu Dabi, la más próspera de los Emiratos Árabes Unidos. En un abrir y cerrar de ojos, el City, que ha ganado la Liga inglesa dos veces desde que se fundó en 1880 (la última, hace 40 años), se convirtió en el club de fútbol más rico del mundo. Es verdad que, hoy por hoy, el Real Madrid es el que tiene más ingresos, pero, en cuanto a efectivo disponible, de repente está a años luz. Por eso fue que, a las pocas horas de hacerse pública la adquisición, sus dueños árabes se gastaron 42 millones de sus petroeuros en el jugador más talentoso del Madrid, Robinho, quitándoselo de paso de las narices a su principal pretendiente, el Chelsea del magnate ruso Roman Abramóvich.
"Money can't buy me love", "el dinero no me puede comprar amor", cantaban los ídolos del joven Gallagher, los Beatles. Pero sí puede comprar el éxito en los terrenos de fútbol, lo cual quizá tenga más valor que el amor para buena parte de la sufrida, envidiosa e históricamente resentida afición del City. La prueba más irrefutable de la relación causa-efecto entre el dinero y los trofeos lo da el Chelsea, que de la nada se ha convertido, tras la llegada de su Papá Noel ruso en 2003, en una de las potencias del fútbol europeo.
Pero, de repente, Abramóvich, cuya fortuna se calcula en unos 14.000 millones de euros, ya ha dejado de ser sinónimo de la riqueza desorbitante en el mundo del fútbol. Su lugar lo ha tomado el jeque Mansour bin Zayed al Nahyan, medio hermano del presidente de Abu Dabi y una de las figuras más visibles, y económicamente más activas, de una Familia Real que dispone de una enorme fortuna, según las cifras que se han publicado en la prensa británica esta semana.
Por eso ocurrió que el portavoz de Mansour, un hombre de negocios llamado Sulaiman al Fahim de ingresos más moderados -al nivel más o menos de Abramóvich-, declaró el día después de la compra del club -y de Robinho- que esto sólo era el comienzo. El objetivo era convertir al City en un club "más grande que el Real Madrid y el Manchester United", dijo Sulaiman. ¿Y qué manera mejor de demostrarlo que fichando al mejor jugador del mundo, Cristiano Ronaldo, que juega en el United, que el Madrid intentó desesperadamente comprar este verano y que el club español sigue soñando con fichar el verano que viene?
"Cristiano ha dicho que quiere jugar en el club más grande que hay. Pues veremos en enero si lo dice en serio", declaró sin cortarse Sulaiman refiriéndose a la ventana de fichajes que se abre en Europa a principios de cada año y mencionando de paso, como si de una visita al supermercado se tratara, que ofrecerían por el crack portugués 160 millones de euros. Agregó también que el City apuntaría a fichar al español Cesc, el brasileño Kaká y el argentino Messi: los tres otros jugadores más codiciados del mundo.
La mitad de los clubes de la Premier League inglesa está ahora en manos de propietarios extranjeros. Y todo el mundo supone, ya que los clubes ingleses son empresas privadas abiertas al mejor postor, que vendrán más. Otros jeques árabes, por ejemplo el de Dubai, país con el que Abu Dabi sostiene una competencia de vecinos no del todo diferente a la rivalidad entre el Manchester United y al Manchester City. Dubai ocupa, en esta analogía, el papel del United. Más desarrollo, más innovación, más perfil internacional. Pero, bajo la influencia del dinámico y renovador Mansour, Abu Dabi, hasta hace poco un emirato rico pero adormecido, se ha transformado en los últimos años en un rival serio de Dubai. O, como decía el Financial Times esta semana, en una "potencia económica imponente".
Pero, precisamente debido al golpe de efecto que ha dado Abu Dabi esta semana -tal es el poder del fútbol que seguramente el número de habitantes del mundo que sabe de la existencia de este desértico rincón del planeta se ha duplicado esta semana-, no sorprendería nada que Dubai también se hiciera ahora con un club inglés. No es ningún secreto que un conglomerado de Dubai ha querido hacerse con el Liverpool.
Lo que propone Mansour es levantar al City de las cenizas a la gloria. Lo que se podría proponer un jeque de Dubai -o de Kuwait o de Arabia Saudí- es seguir el ejemplo y hacer lo mismo con un club como el Newcastle, el Sunderland o el Everton.
El impacto de la adquisición del City por Mansour sacudirá los pilares del fútbol europeo. Principalmente, por dos motivos: la consolidación de la tendencia que se ha visto hace dos años hacia una creciente hegemonía de la Liga inglesa en Europa y la total distorsión económica del mercado. Ya nadie tiene ni idea de lo que puede llegar a valer un jugador. Y lo más temible del caso es que los dueños del City claramente no ven ninguna necesidad, por ahora al menos, de buscar un equilibrio entres ingresos y gastos.
Los demás clubes ingleses son los que temblarán ante esta nueva realidad. Pero también lo harán los españoles, que, además, se tendrán que empezar seriamente a preguntar si aferrarse al modelo de club que tienen el Real Madrid y el Barcelona, en el que los socios son los dueños y nadie los puede comprar, va a terminar siendo folclóricamente anacrónico.
Escribía esta semana James Lawton, veterano columnista del Independent, que ahora, en vez de apoyar a un equipo "de carne y hueso", los aficionados irán al campo a animar a "un producto".
Como se ha demostrado en el caso del Chelsea, a la afición le importa un bledo quiénes son los dueños -o si no hay ingleses en el once titular- si se conquistan trofeos. La única esperanza que tienen los que consideran que lo que ha pasado esta semana con el City es de un mal gusto atroz, con consecuencias nefastas, es que los dioses del fútbol den a la vanidad de los ricos una lección de humildad. Es decir, que triunfen no los equipos con estrellas mejor pagadas -Robinho es hoy el jugador mejor pagado de la Liga inglesa-, sino los que jueguen mejor.
La experiencia demuestra que, a la larga, los equipos con más dinero son los que se imponen. No es ninguna casualidad que el United y el Chelsea hayan sido los clubes más exitosos de Inglaterra o que el Real Madrid y el Barcelona lo sean en España. A lo que más aspiran los seguidores de un club como el City es a unirse a esta aristocracia. Perder el alma con tal de lograr la gloria terrenal es un pacto faustino que la gran mayoría de los auténticos fans, una especie primitiva y tribal, estarían dispuestos gustosamente a aceptar.
Si a los aficionados del Betis, el segundo club de la tercera ciudad española -como lo ha sido el Manchester City en Inglaterra-, les ofreciera un jeque árabe la opción de fichar a Cristiano y a Messi, de dejar al Sevilla, al Madrid y al Barcelona en la sombra y pretender seriamente a ganar la Copa de Europa, tal es la naturaleza humana -o, al menos, la naturaleza del aficionado de fútbol- que muy pocos dirían "muchas gracias, pero no".
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