El fin de la comida ya está entre
nosotros
The wall street journal - martes, 2 de febrero
de 2016
Un par de veces por semana me
encuentro ante un dilema que es más o menos universal. Tengo hambre, pero
apenas tengo tiempo para comer, mucho menos para comprar algo o para
prepararlo. Así que termino engullendo lo que tenga a mano, y sin importar lo
mucho que intento que sea algo saludable, rara vez lo logro.
Ese es el “punto doloroso”, para
usar la jerga de Silicon Valley, que está tratando de resolver Soylent, el
sustituto de comida preferido por los expertos y usuarios tempranos de
tecnología. Y me sorprende informar que la versión 2.0 de Soylent, disponible a
partir del mes de agosto en botellas blancas sin brillo que no se verían fuera
de lugar en los estantes de una tienda de Apple, cumple con la promesa hecha
por primera vez en la década de 1950 por los autores de ciencia ficción que
previeron un futuro de píldoras de comida y alimentos sintéticos.
Si usted ha oído hablar de
Soylent, lo más probable es que haya escuchado que es una sustancia azucarada,
harinosa y poco apetecible con la que un grupo de periodistas intentó y no pudo
sobrevivir de manera exclusiva, al igual que su inventor, Rob Rhinehart.
Comercializado originalmente a
codificadores y fundadores de startups, el fenómeno Soylent fue presentado como
un culto que buscaba privar al resto del mundo de algunos de los placeres más
básicos, como la buena comida y la camaradería que viene con ella.
Pero gracias a una infusión de
US$20 millones de la firma de capital de riesgo Andreessen Horowitz en enero de
2015, Soylent dejó de ser un vehículo para las nociones cuasi-apocalípticas de
su creador (Rhinehart declaró recientemente que “ir de compras es una pesadilla
viviente multisensorial” y lamentó que su apartamento incluyera una cocina)
para convertirse en una marca orientada a quienes necesitan algo saludable y
barato para salir de apuros hasta su próxima comida adecuada.
En otras palabras: para todos
nosotros.
Así es un día típico para mí:
suena el despertador, me actualizo con las noticias, repaso la lista de
obligaciones personales y familiares y me preparo para salir a la calle. Recién
cuando agarro las llaves me doy cuenta que olvidé comer.
Durante las últimas semanas, ese
es el momento en que agarro uno botella de Soylent. Tiene 400 calorías y una
cuarta parte de todos los nutrientes que necesito para todo el día, según la
compañía. También cuesta US$2,50 la botella y es “la comida ecológicamente más
eficiente hasta ahora creada”, según palabras de su creador. Está hecha
enteramente de fuentes vegetales de proteínas, carbohidratos y grasas, como el
aceite de algas destinado originalmente para proporcionar a la Marina de
Estados Unidos de una fuente inmediata de biocombustibles.
La versión actual, mucho más
evolucionada comparada a su primera y casi desagradable versión, es también una
inofensiva mezcla de sabor neutro. La analogía más cercana que se me ocurre es
que tiene el sabor y la textura de la leche que queda después de haber
terminado un plato de cereal Cheerios.
Sea lo que sea, me sirve para
alejar el hambre y la niebla mental que inevitablemente me inundaría si me
saltara completamente el desayuno.
No es que Soylent haya inventado
el sustituto de la comida. Junto con vino y tocino, los soldados de la antigua
Roma llevaban consigo un bizcocho recocido llamado bucellatum. Al viajar, los
aztecas confiaban en un maíz seco y tostado llamado pinolli, que puede ser
rápidamente reconstituido con agua. Lewis y Clark cruzaron América del Norte
con unos 42 kilos de sopa portátil, “un brebaje que se hierve hasta que se pone
gelatinoso y luego se deja secar hasta que se endurece”, escribe la
historiadora de alimentos Tori Avey. Y hasta 1847 la marina británica funcionó
en base a una galleta sin sal, una cocción dura y rompedientes.
En otras palabras: los amantes de
la comida pueden idealizar todo lo que quieran a los alimentos frescos y
orgánicos enteros y a la costumbre de sentarse a comer, pero no hay nada más humano
que la comida rápida. Junto con el fuego y el lenguaje, es uno de los inventos
sin los cuales los seres humanos no habrían podido extender su presencia a
todos los rincones de la Tierra.
Soylent es sólo la versión más
reciente y altamente evolucionada de estos alimentos de conveniencia, sin los
cuales algunos de nosotros no podríamos funcionar.
“Siento que estoy haciendo un
favor a todo mi personal al tener días Soylent en lugar de días de perniles de
pollo y pizza”, dice Eileen Carey, una consumidora confesa de comida basura y
cofundadora y presidenta ejecutiva de Glassbreakers, una empresa que produce
software para expandir la diversidad en el lugar de trabajo.
La evolución de Soylent me
recuerda a la de Uber. Ambas compañías nacieron de una necesidad experimentada
sólo por unos pocos —Uber del deseo de su presidente ejecutivo Travis Kalanick
de impresionar a sus amigos con un servicio de auto privado, y Soylent del
deseo de Rhinehart de no comer cualquier cosa por comer. Y ambas compañías han
pivotado de ese eje original a convertirse en servidoras de una necesidad más
amplia.
“No tengo que salir y conseguir
mi almuerzo o mi desayuno” y puedo consumir todo lo que quiera, dice Carey, que
toma Soylent para el desayuno y el almuerzo los siete días de la semana. Pero
usted no tiene que ser un barril sin fondo para sentir de vez en cuando que no
puede manejarse con una comida adecuada.
“El temor es casi como que
estamos atrayendo un futuro en el que la gente no tenga otras opciones de
alimentos, [una] distopía [que] ocurrirá en la que la gente solo beberá
Soylent”, dice el director de comercialización y cofundador de la firma, David
Renteln.
Tales temores siempre han
acompañado a la industrialización progresiva de los alimentos. En 1893, la
sufragista estadounidense Mary Elizabeth Lease predijo que cien años más tarde
los alimentos sintéticos permitirían a las mujeres liberarse de la cocina. Sus
detractores se lanzaron contra ella por haber hecho esta afirmación.
En la raíz de todos nuestros
recuerdos más tempranos, la alimentación es un fenómeno profundamente personal,
cultural e incluso político. Esta es una de las razones por las que Soylent
toca un nervio. Pero es precisamente en este momento en el que nos encontramos,
cuando nuestro humilde pan de cada día palidece en comparación con las comidas
que vemos en las redes sociales y nuestra salud y la conciencia del medio
ambiente se vuelven más agudas que nunca, que un reemplazo de comida genérica y
conveniente como Soylent comienza a tener sentido.
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