¿Qué está frenando a la economía
mundial?
El País - febrero de 2016
Siete años después de que en 2008
entrase en erupción la crisis financiera mundial, la economía del mundo ha
continuado dando tumbos en 2015. Según el informe de las Naciones Unidas (ONU)
titulado Situación y Perspectivas de la Economía Mundial 2016, la tasa promedio
de crecimiento en los países desarrollados ha disminuido en más del 54% desde
la crisis. Se estima que cerca de 44 millones de personas están desempleadas en
los países desarrollados, aproximadamente 12 millones más que en 2007, mientras
que la inflación ha alcanzado su nivel más bajo desde la crisis.
Aún más preocupante es el hecho
de que las tasas de crecimiento de los países avanzados también se han tornado
más volátiles. Esto es sorprendente, ya que, en su posición de economías
desarrolladas con cuentas de capital totalmente abiertas, estas economías
deberían haberse beneficiado de la libre circulación del capital y de la
distribución internacional del riesgo —y, por lo tanto, deberían experimentar poca
volatilidad macroeconómica—. Además, las transferencias sociales, prestaciones
por desempleo incluidas, deberían haber permitido a los hogares estabilizar sus
niveles de consumo.
Sin embargo, las políticas
dominantes durante el período posterior a la crisis —el ajuste fiscal y la
flexibilización cuantitativa (QE)— han ofrecido poco apoyo para estimular el
consumo de los hogares, la inversión y el crecimiento. Por el contrario, han
tendido a empeorar las cosas.
En EE UU, la flexibilización
cuantitativa no impulsó el consumo y la inversión porque, en parte, la mayor
parte de la liquidez adicional regresó a las arcas de los bancos centrales, en
forma de excesos de reservas. La ley de flexibilización regulatoria de los
servicios financieros de 2006 autorizó a la Reserva Federal (Fed) a pagar intereses
sobre las reservas obligatorias y sobre las reservas en exceso, socavando, de
esta manera, el objetivo clave de la QE.
De hecho, con el sector
financiero de Estados Unidos al borde del colapso, la ley de Estabilización
Económica de Emergencia de 2008 adelantó en tres años la fecha de entrada en
vigencia del ofrecimiento de pago de intereses sobre reservas, estableciendo
que la misma se iniciaría el 1 de octubre de 2008. Como resultado, el exceso de
reservas que se mantiene en la Fed se disparó, pasando de un promedio 200.000
millones de dólares durante el período 2000-2008 a 1,6 billones durante el
período 2009-2015. Las instituciones financieras optaron por mantener su dinero
en la Fed en lugar de realizar préstamos a la economía real, ganando casi 30.000
millones —sin correr ningún riesgo— durante el último lustro.
Esto equivale a una generosa —y,
en gran medida, oculta— subvención de la Fed al sector financiero. Y, como
consecuencia de la subida de tasas de interés estadounidense del mes pasado, la
subvención se incrementará en 13.000 millones este año.
Los incentivos perjudiciales son
solo una de las razones por las que no se materializaron muchos de los
beneficios que se esperaba recibir como resultado de las bajas tasas de
interés. Dado que la QE logró mantener las tasas de interés cerca a cero
durante casi siete años, se debería haber incentivado a que los gobiernos de
los países desarrollados obtengan préstamos e inviertan en infraestructuras,
educación y sectores sociales. El aumento de las transferencias sociales
durante el período posterior a la crisis habría impulsado la demanda agregada y
suavizado, en cierta medida, los patrones de consumo.
Por otra parte, el informe de la
ONU muestra claramente que en todo el mundo desarrollado la inversión privada
no creció como era de esperar, tomando en consideración las extremadamente
bajas tasas de interés. En 17 de las 20 mayores economías avanzadas, el
crecimiento de la inversión se mantuvo más bajo durante el periodo posterior a
2008 respecto al nivel alcanzado durante los años anteriores a la crisis;
asimismo, cinco economías experimentaron una disminución de la inversión
durante el periodo 2010-2015.
En todo el mundo, los
títulos-valores emitidos por las corporaciones no financieras —las mismas que,
se supone, llevan a cabo inversiones fijas— aumentaron significativamente
durante el mismo período. Esto implicaría que muchas corporaciones no
financieras obtuvieron préstamos, aprovechando las bajas tasas de interés. Sin
embargo, en lugar de invertir, estas corporaciones utilizaron el dinero
prestado para volver a comprar sus propias acciones o para adquirir otros
activos financieros. Por lo tanto, la QE estimuló fuertes incrementos en el
apalancamiento y en la rentabilidad del sector financiero.
Sin embargo, dígase una vez más,
nada de esto fue de mucha ayuda para la economía real. De manera clara,
mantener las tasas de interés en un nivel cerca de cero no conduce
necesariamente a niveles más altos de crédito o inversión. Cuando a los bancos
se les da la libertad de elegir, eligen ganancias libres de riesgo o incluso
eligen la especulación financiera en lugar de realizar préstamos que apoyarían
el objetivo más amplio de crecimiento económico.
Por el contrario, cuando el Banco
Mundial o el Fondo Monetario Internacional prestan dinero barato a los países
en desarrollo, se imponen condiciones a estos países con relación a lo que
ellos pueden hacer con dicho dinero. Para tener el efecto deseado, la QE
debería haber ido acompañada no sólo por esfuerzos por reestablecer los
deteriorados canales de préstamos (especialmente aquellos que dirigen fondos a
las pequeñas y medianas empresas), sino también por objetivos específicos de
otorgamiento de créditos para los bancos. En vez de fomentar efectivamente a
que los bancos no presten, la Fed debería haber penalizando a los bancos por
mantener excesos de reservas.
Si bien las tasas de interés
extremadamente bajas produjeron pocos beneficios para los países desarrollados,
dichas tasas impusieron costos significativos a las economías de los mercados
en desarrollo y emergentes. Una consecuencia no intencionada, pero no
inesperada, de la flexibilización monetaria ha sido los fuertes aumentos en los
flujos de capital transfronterizos. El total de entradas de capital a los
países en desarrollo aumentó desde alrededor de 20.000 millones en 2008 a más
de 600.000 millones en 2010.
En dicho momento, muchos mercados
emergentes tuvieron dificultades para manejar el aumento repentino de flujos de
capital. Muy poco de ese flujo se dirigió a la inversión fija. De hecho, el
crecimiento de la inversión en los países en desarrollo se redujo
significativamente durante el período posterior a la crisis. Este año se espera
que los países en desarrollo en su conjunto registren su primera salida neta de
capital desde 2006.
Ni la política monetaria ni el
sector financiero están haciendo lo que tiene que hacer. Parece ser que la
inundación de liquidez se ha dirigido de manera desproporcionada hacia crear
riqueza financiera e inflar burbujas de activos, en lugar de ir a fortalecer la
economía real. A pesar de las fuertes caídas de los precios de las acciones, la
capitalización de mercado como porcentaje del PIB mundial sigue siendo alta. El
riesgo de una nueva crisis financiera no puede ser ignorado.
Hay otras políticas que mantienen
la promesa de restaurar el crecimiento sostenible e integrador. Estas políticas
comienzan con la reinvención de reglas para la economía de mercado con el
propósito de garantizar una mayor igualdad, más pensamiento a largo plazo y la
aplicación de controles al mercado financiero mediante una regulación eficaz y
estructuras de incentivos que sean apropiadas.
Pero también se necesitará un
gran aumento de la inversión pública en infraestructura, educación y
tecnología. Estos incrementos tendrán que ser financiados, al menos en parte,
por la imposición de impuestos ambientales, incluyendo impuestos al carbono y
al monopolio, así como impuestos a otras rentas, mismas que se han tornado en
omnipresentes en la economía de mercado y que contribuyen enormemente a la
desigualdad y al crecimiento lento.
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