Las máquinas derribarán la Torre de Babel
The Wall Street Journal. - febrero de 2016
Antes, cuando viajaba al exterior
solía llevarme un pequeño diccionario de bolsillo con traducciones de frases y
palabras de uso común.
Si quería construir una oración,
buscaba en el diccionario por cinco minutos para elaborar una expresión tosca
con verbos sin conjugar y mi mejor aproximación al sustantivo correcto. Hoy en
día, saco mi teléfono y escribo la frase en el servicio Google Translate, que
me devuelve una traducción tan rápido como lo permita mi conexión de Internet,
en cualquiera de los 90 idiomas disponibles.
La traducción por máquinas es
mucho más rápida y eficiente que mi viejo método del diccionario, pero aún le falta
precisión, funcionalidad y presentación. Eso no durará mucho. De aquí a una
década, según mi predicción, todos los que estén leyendo este artículo podrán
conversar en decenas de idiomas extranjeros, lo que eliminará el concepto de la
barrera idiomática.
Las herramientas de traducción de
hoy fueron desarrolladas computando más de 1.000 millones de traducciones al
día para unas 200 millones de personas. Con el crecimiento exponencial de los
datos, esa cantidad de traducciones pronto se realizará en una tarde y luego en
una hora.
Las máquinas se volverán
exponencialmente más precisas y serán capaces de analizar sintácticamente el
detalle más pequeño. Cuando estas traducciones se equivoquen, los usuarios
pueden señalar el error y ese dato también será incorporado en futuros
intentos. Sólo es cuestión de disponer de más datos, más potencia computacional
y mejor software.
Estos elementos llegarán con el
paso del tiempo y llenarán las brechas de comunicación, incluidas la
pronunciación y la interpretación de una respuesta hablada.
Las innovaciones más interesantes
llegarán con el desarrollo de hardware para la interfaz humana. En 10 años, un
pequeño audífono le susurrará casi en simultáneo y en su idioma nativo lo que
se diga en un idioma extranjero. La demora será igual a la velocidad del
sonido.
La voz en su oído tampoco será
una voz computarizada, como la de Siri. Gracias a avances en ingeniería
bioacústica para medir la frecuencia, la longitud de onda, la intensidad del
sonido y otras propiedades de la voz, el software en la nube conectado a su
audífono reproducirá la voz de quien le habla, pero en su lengua materna.
Cuando responda, su idioma será traducido al de su interlocutor, ya sea
mediante su propio auricular o amplificado por un parlante en su teléfono,
reloj o cualquiera que sea el aparato personal de 2025.
Las herramientas de traducción
actuales también tienden a moverse sólo entre dos idiomas. Si prueba cualquier
tipo de ejercicio de traducción con máquinas que involucre tres idiomas, se
dará cuenta que es un lío incoherente. En el futuro, en cambio, el número de
idiomas hablados no importará. Podrá invitar a una cena a ocho personas que
hablan ochos idiomas distintos y la voz en su oído siempre le susurrará en la
lengua que quiera oír.
Las investigaciones y la
comercialización de estos avances provienen de la intersección del sector
privado y las comunidades de defensa e inteligencia. Siri tiene sus raíces en
un proyecto de inteligencia artificial financiado por Agencia de Proyectos de
Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en
inglés). Su motor de reconocimiento de voz fue desarrollado por Nuance
Communications, que discretamente provee software de voz a 70% de las empresas
de la lista Fortune 100 y gasta más de US$300 millones al año en investigación
y desarrollo de biometría de voz.
La Agencia de Seguridad Nacional
de EE.UU. (NSA, por sus siglas en inglés) y la Unidad 8200 (o ISNU, por las
siglas en inglés de Unidad Nacional Sigint de Israel) invierte sumas enormes en
investigación básica de biometría de voz y traducción, motivadas considerablemente
por cómo la criptografía dificulta el análisis de comunicaciones digitales.
Gran parte de la investigación de la comunidad de inteligencia se dedica a los
dialectos locales, las inflexiones y los matices que, según los traductores
profesionales, hacen que sea demasiado complejo deducirlos de forma
algorítmica. Conforme los israelíes involucrados en este trabajo concluyen su
servicio militar y los empleados del gobierno estadounidense en Maryland y
Virginia responden al llamado de salarios más altos del sector privado, estas
innovaciones cruzarán al dominio público.
La traducción universal por
máquinas debería acelerar la creciente interconexión mundial. Si bien la actual
etapa de la globalización fue propulsada en forma considerable por la adopción
del inglés como la lengua franca para los negocios —hasta el punto de que hoy
existe el doble de angloparlantes no nativos que nativos—, la próxima ola
abrirá la comunicación aún más al eliminar la necesidad de un idioma en común.
Actualmente, cuando empresarios
coreanos conversan con ejecutivos chinos en una conferencia en Brasil, lo hacen
en inglés. Ya no habrá esta necesidad, lo que abrirá las puertas de los
negocios globales a personas que no pertenecen a la élite y a una enorme
cantidad de gente que no habla inglés.
No sólo las barreras idiomáticas
serán derribadas por las nuevas tecnologías. Las máquinas también reducirán el
aislamiento social de decenas de millones de personas de todo el mundo que
tienen severas discapacidades auditivas y de habla.
Cuando viajé a Ucrania hace poco,
un grupo de estudiantes de ingeniería me mostró un brillante guante negro y
azul robótico llamado Enable Talk, que usa sensores flexibles en los dedos para
reconocer lenguaje de señas y traducirlo a texto en un smartphone a través de
Bluetooth. El texto luego es convertido a voz, lo que permite a una persona
sorda o muda “hablar” y ser escuchada en tiempo real. Pronto, la lengua hablada
podría ser una de decenas que se pueden elegir como opción en el teléfono.
Los beneficios económicos de esta
nueva tecnología deberían ser obvios. La traducción por máquina abrirá mercados
considerados hoy en día demasiados difíciles de navegar. Considere un país como
Indonesia: en Yakarta y Bali hay mucha gente que habla inglés, mandarín,
francés, pero estos idiomas son poco usados en la mayoría de las 6.000 islas
habitadas. Si uno no necesitara dominar el javanés (o uno de los otros 700
idiomas hablados en Indonesia) para hacer negocios en esas provincias, entonces
estas se volverían inmediatamente más accesibles y, a su vez, ellas podrían
acceder más fácilmente a capitales externos.
Al otro lado de los mares de
Banda y Arafura al este de Indonesia se encuentra Papúa Nueva Guinea, un país
rico en recursos naturales. Papúa Nueva Guinea tiene abundantes depósitos
minerales, tierras aptas para la agricultura y aguas llenas de valiosos peces y
mariscos (incluyendo 18% de los atunes del mundo), pero sus 850 lenguas
ahuyentan a la mayoría de los inversionistas extranjeros.
La analítica de datos aplicada a
la traducción cambiará todo esto. Ayudará a partes del mundo económicamente
aisladas a ingresar a la economía global. Hará que cualquiera de nosotros, en
principio, sea el maestro de la Torre de Babel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario