Seguir órdenes nos hace sentirnos
más irresponsables
El País - miércoles, 24 de
febrero de 2016
Adolf Eichmann, el principal
responsable del plan del gobierno nazi para aniquilar a los judíos del imperio
alemán, se excusó ante el tribunal que le juzgó en Jersusalén diciendo que él
solo obedecía órdenes. Durante el jucio, el teniente coronel de las SS se
presentó como un buen funcionario que había tratado de llevar a cabo con la
mayor eficiencia posible la tarea que se le había asignado. El cazanazis Simón
Wiesenthal afirmó que gracias a Eichmann sabemos que “uno no tiene que ser un
fanático, un sádico o un enfermo mental para asesinar a millones; basta con ser
un seguidor leal deseoso de cumplir con su deber”.
Este rasgo terrible de la
naturaleza humana, lo que Hannah Arendt bautizó como la banalidad del mal, fue
puesto a prueba en una serie de experimentos llevados a cabo durante los años
60 por el psicólogo Stanley Milgram. En ellos se colocó a cientos de personas,
en principio decentes, ante la opción de provocar sacudidas eléctricas a otros
voluntarios como parte de lo que creían era un experimento sobre el
aprendizaje. A instancias del director del estudio, los participantes iban
incrementando el voltaje que aplicaban a otra persona que se situaba en una
habitación adyacente, fuera su vista. Poco a poco, los sujetos sometidos a las
descargas, actores que fingían, incrementaban sus expresiones de dolor y
acababan pidiendo que parase el experimento. Empujados por el director, más de
la mitad de los voluntarios continuaban realizando su tarea pese a las súplicas
que escuchaban.
Ahora, en un artículo que ha
aparecido en la revista Current Biology, un grupo de investigadores liderado
por Patrick Haggard, investigador del University College de Londres (Reino
Unido) ha tratado de comprender los mecanismos observados por Milgram.
La percepción del paso del tiempo
entre acción y efecto varía si el resultado es positivo o negativo
Este trabajo aplicaba un
conocimiento que habían obtenido en estudios anteriores sobre la percepción del
tiempo que transcurre entre que llevo a cabo una acción y esa acción produce un
resultado dependiendo de si el resultado es positivo o negativo. En aquel
experimento, se pidió a los voluntarios que presionasen un interruptor. Cuando
lo hacían se escuchaban expresiones de placer o de disgusto o dolor. Después,
se pidió que estimasen el tiempo transcurrido desde que activaron el
interruptor hasta que percibieron sus efectos. Curiosamente, aunque el tiempo
que había pasado en realidad era el mismo, los participantes en el estudio
pensaban que había transcurrido menos tiempo cuando el resultado de su acción
había sido positivo. De alguna manera, concluyeron los investigadores, nos
sentimos más vinculados con los resultados de nuestros actos cuando no son
negativos.
En el nuevo ensayo, los
investigadores crearon un entorno en el que los participantes podían producir
un castigo financiero a otros voluntarios o una leve sacudida eléctrica a
cambio de una recompensa. En algunas ocasiones, eran los propios voluntarios
los que decidían cuando aplicar su castigo y en otras lo hacían porque el director
del experimento se lo ordenaba. De una manera similar a la del experimento
anterior debían calcular el tiempo transcurrido desde que habían presionado el
botón para aplicar un castigo y la percepción del efecto causado. En casi todos
los casos, los participantes consideraban que había transcurrido menos tiempo
cuando ellos mismos habían elegido castigar.
Los autores del estudio concluyen
que estos resultados muestran una mayor sensación de responsabilidad cuando se
realiza un acto por voluntad propia que cuando se lleva a cabo por órdenes
externas, aunque el acto en sí sea el mismo. Haggard apunta que este tipo de
resultados no solo limitan la responsabilidad de las personas que hacen cosas
siguiendo órdenes, sino que agravan la responsabilidad de los que mandan.
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