Érase una vez (una historia
densa) en Hollywood
FORBES-martes, 9 de febrero de 2016
Como si de una buena película se
tratara, en Hollywood salió a la luz una más de sus misteriosas historias: la
rivalidad entre el director Quentin Tarantino y Disney.
Es Hollywood un lugar mágico.
Aquellos que han visitado la ciudad de Los Ángeles no dejan de sorprenderse por
la omnipresencia de la industria del entretenimiento en cada espacio de la
urbe. Y como si de una buena película se tratara, la meca del cine es un lugar
donde el misterio rodea a aquellos que manejan los hilos de lo que puede ser el
más grande imperio americano. Sus relaciones con la mafia, con las más altas
esferas políticas y, sobre todo, su capacidad para ocultar los resultados de su
negocio son hechos que superan la más increíble ficción.
Sólo en Hollywood un estudio como
Paramount puede declarar que una película como Forrest Gump, con un costo de
55,000,000 de dólares y una taquilla de 677,000,000, no les generó alguna ganancia.
Y sólo allí, otro estudio, Warner Bros, puede repetir tal fraude fiscal
anunciando varios años después que con “Harry Potter and the Order of the
Phoenix” sufrieron pérdidas por 167,000,000 de dólares, a pesar de que la
taquilla llegó a los 940,000,000 de dólares y el costo fue de 150,000,000.
El año pasado salió a la luz una
de las rivalidades más fuertes y escondidas del séptimo arte, consecuencia del
enfrentamiento directo entre Quentin Tarantino y Disney, por el deseo que cada
uno tenía de estrenar, en una sala de cine en particular, sus respectivas
producciones: The Hateful Eight y Star Wars: The Force Awakens. La historia es
densa, compleja y fascinante.
A principios de los años noventa,
un nuevo estudio de cine, Miramax, fundado por los hermanos Harvey y Bob
Weinstein, se había venido consolidando como “el hermano menor” de las siete
majors de Hollywood (Sony, Warner, Paramount, Universal, Disney, 20th Century
Fox, MGM). Su original enfoque, de buscar talento y proyectos comerciales en el
cine independiente, rindió frutos ingentes para la empresa. Gracias a esa
visión encontraron a artistas tan indispensables para el cine como Steven
Soderbergh, Neil Jordan, Robert Rodriguez y, claro, el mismo Quentin Tarantino.
Pero difícilmente se podría considerar
a Miramax como una compañía independiente. El 30 de junio de 1993, Disney la
adquirió por 60 millones de dólares, y en esa transacción se da comienzo a
nuestro relato.
Uno de los grandes talentos
descubiertos por los hermanos Weinstein, durante sus años en Miramax, fue
Michael Moore. Para 2004, el afamado documentalista había concluido, para
ellos, su reconocido trabajo Farenheit 9/11. El filme se estrenó en el Festival
de Cine de Cannes, donde un jurado presidido por Tarantino le otorgó el máximo
honor, la Palma de Oro; la primera vez en la historia que lo recibía un trabajo
de no ficción.
Harvey y Bob tenían razones para
celebrar. Pero, para su desgracia, el CEO de Disney en aquellas fechas, Michael
Eisner, buscando no lidiar con el alto contenido político y controversial del
largometraje, forzó a los Weinstein a abandonar la película. ¿El problema? No
tenía facultad para hacerlo, porque a pesar de que para esas fechas Miramax era
ya propiedad de Disney, en el contrato de adquisición se estipulaba que todas
las películas que incurrieran en inversiones menores a 100 millones de dólares
serían manejadas con total libertad por los hermanos. Según varios rumores, la
verdad oculta era que había una inmensa cercanía entre Eisner y George W. Bush,
este último retratado de una manera muy crítica en el documental, por lo que el
directivo de Disney presionó agresivamente para que la película fuera eliminara
del catálogo, acción que eventualmente logró concretar.
El resto es historia: Lions Gate
distribuyó el filme de Moore, y éste se convirtió en el documental más exitoso
de la historia, recaudando 222,000,000 de dólares a nivel mundial. Producto de
la frustración que le provocó haber perdido tan increíble éxito, los Weinstein
abandonan Disney y Miramax. Siendo típico de la personalidad de Harvey (se dice
que el personaje de Lee Grossman, el horroroso productor de cine de la película
Tropic Thunder, está basado en él), la partida se hizo por todo lo grande y con
mucho ruido.
Ya establecidos como independientes,
los hermanos fundaron The Weinstein Company, organización con la que no han
podido repetir el éxito de Miramax, y que cuenta con los derechos de los filmes
de Tarantino. Y así llegamos al 2015.
En su afán por recuperar al cine
como una forma de arte de la mayor importancia y de profundizar en su cruzada
contra la tecnología digital, Tarantino filmó su más reciente película, The
Hateful Eight, en cinta de celuloide de 70 mm, buscando hacer una proyección a
la antigua: grandilocuente y espectacular. Lamentablemente para él, ese tipo de
exhibición se tiene que hacer en salas de cine específicas, diseñadas para
presentar largometrajes filmados en ese formato tan particular. Una de ellas es
el Cinerama Dome de Los Ángeles, el favorito de Quentin por razones personales
ligadas a su infancia y donde quería estrenar su producción en la Navidad de
2015.
Disney, hoy un conglomerado
multimillonario que compró Lucas Film y, por ende, la saga Star Wars, le exigió
a ArcLight, los propietarios del Cinerama Dome, que en ese teatro durante todo
diciembre se proyectara exclusivamente Star Wars, forzando a la empresa a
incumplir su contrato con The Weinstein Company. ArchLight se rehusó a la
petición, y Disney respondió llevando la situación a un extremo inconcebible. La
multinacional le informó a ArchLight que si no accedían a sus deseos ninguna de
sus salas en todo el país iba a poder pasar Star Wars: The Force Awakens. Por
supuesto, tratándose de la producción más importante de los últimos años, los
dueños de los teatros se vieron forzados a ceder, y Quentin vio frustrado su
sueño.
Tarantino, bastante conmovido,
airó una parte de esta controversia en la entrevista que dio a Howard Stern. En
el programa, el director afirmó varias veces que Disney estaba siendo
“vengativo” con él. A Quentin, brillante escritor y magnífico narrador de
historias, difícilmente se le encuentra un uso errado de una palabra, por lo
que al utilizar ese término se puede especular que se refería a que Disney
estaba tomando una acción en contra suya por lo sucedido en los días de Miramax
y la dolorosa partida de los hermanos Weinstein.
Kill Bill, de Quentin Tarantino,
comienza con una cita de un proverbio chino que dice: “La venganza es un plato
que se sirve mejor frío.” Esa producción es propiedad de Miramax y, por ende,
de Disney al día hoy. Lo ironía de toda esta situación es que, al parecer, los
ejecutivos del estudio dueño del Ratón Mickey aplicaron la sabiduría de la
sentencia oriental, para concretar una revancha contra el propio Tarantino.
Cosas de película que pasan en
Hollywood.
Andrés Arell-Báez es escritor,
productor y director de cine. CEO de GOW Filmes.
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