En un campo de golf en el Amazonas, el reto
son las boas y las pirañas
The wall
street journal-viernes, 12 de febrero de 2016
IQUITOS, Perú—Si lo construyes,
ellos vendrán, pensaba Mike Collis. Sin embargo, en la Amazonía puede haber
complicaciones, especialmente si lo que está construyendo es un campo de golf
en medio de víboras, pirañas y lluvias torrenciales.
Collis, un gerente de seguros
jubilado de Birmingham, Inglaterra, conocido en esta aislada ciudad selvática
como “Mad Mick” (“El loco Mick), no escuchó voces que le decían que hiciera
algo, como Kevin Costner en la película Campo de Sueños. En cambio, un día
estaba bebiendo cerveza cuando vio un programa de televisión sobre lugares
inusuales para jugar al golf. “De repente di un brinco y les dije a los otros
gringos: ‘Muchachos, construyamos un campo de golf nosotros mismos’”, recuerda.
“Todos me miraron como diciendo: ‘Mad Mick vuelve a las andadas’”.
Hoy, ese sueño es una realidad.
Un campo de nueve hoyos en la remota región en el noreste de Perú que se
autodenomina como el mejor de la Amazonía peruana. De hecho, es el único que
existe en la vasta selva, dice la gerencia, sin contar un pequeño campo de
pitch and putt en Manaus, Brasil. Sus miembros llaman el campo de Iquitos el
Augusta del Amazonas, en referencia al club del estado de Georgia donde se
lleva a cabo el Masters todos los años.
En Escocia, los golfistas se topan
con greens enormes y profundos bancos de arena con paredes altas en el campo de
St. Andrews. En California, los jugadores corren el riesgo de perder sus
pelotas en los precipicios de Pebble Beach. En Iquitos, el desafío es eludir
los feroces peces en los obstáculos de agua.
Para construir el Amazon Golf
Course, en las afueras de una ciudad a la que se llega sólo por barco o avión,
Collis y otros expatriados estadounidenses y británicos siguieron el ejemplo de
extranjeros que abordaron grandes proyectos en lugares inhóspitos. Durante el
auge del caucho a finales del siglo XIX en esta región, el monumental Teatro
Amazonas fue erigido en Manaos, un símbolo de la extravagancia de la Belle
Époque. Iquitos obtuvo su Casa de Hierro en 1890, ensamblada con hojas de
hierro forjadas en Europa y traídas en barco. Los magnates del caucho
construyeron suntuosas mansiones de estilo europeo con azulejos importados de
Portugal. Todos tuvieron dificultades para domar a la vasta y salvaje Amazonía.
La primera tarea de Collis, ahora
de 67 años, fue buscar un sitio para el campo de golf. El propietario de 10
hectáreas de selva a media hora de Iquitos le permitió construirlo allí.
Un amigo, Leon Jones, tenía
dudas. “Dije: ‘¿Cómo vas a construir un campo de golf en este lugar? No hay
nada más que selva”, recuerda el hombre de 81 años de Atlanta que dirige una
organización benéfica para niños abandonados en Iquitos. “Dijo: ‘Tengo un
sueño, Leo’. Y yo dije: ‘Estás más loco de lo que pensaba’”.
Collis comenzó a recaudar fondos,
juntando membresías de US$350 de unas 60 personas de 16 países, algunos de
lugares tan lejanos como Japón. Otro inglés diseñó un campo pequeño pero
difícil, mientras que Collis contrató a gente de la zona para que abrieran la
selva con machetes. Excavaron obstáculos de agua, construyeron una casa club,
plantaron palmeras y árboles de frutas nativos y aplanaron los greens. Después
de dos años de esfuerzos, el campo fue abierto en 2006.
La euforia de la inauguración se
desvaneció cuando los expatriados tuvieron que hacer frente al poder de la
selva. La mayoría de los campos de golf necesitan una constante irrigación. En
este, copiosas lluvias inundaron los greens. Muchos tuvieron que ser elevados.
También había que lidiar con el
rápido crecimiento de la vegetación. “Es fácil que todo el campo de golf se
vuelva una zona de matojos si no se tiene cuidado”, dice Bill Grimes, un ex
agricultor de soya de Indiana que vive en Iquitos y fue un importante inversionista
en el campo. “Tratar de mantener la selva a raya es toda una labor”.
Los moradores de esa jungla han
sido otro desafío. Las boas a veces se desplazan por los fairways temprano por
las mañanas y durante la frescura del anochecer.
Collis recuerda cuando estaba
podando la maleza y una serpiente peligrosa llamada cabeza de lanza se sujetó a
su mano. Afortunadamente, no descargó su potente veneno.
Se les advierte a los golfistas
que tengan cuidado de las tarántulas y no se acerquen a un pantano donde viven
caimanes. Si los jugadores se quejan porque tienen que cruzarse con un reptil
mortal al sacar una pelota de los matojos, la gerencia les da un machete para
la ronda.
Para Dag Walker, un escritor que
se crió en Idaho pero ahora vive en Iquitos, la fauna y flora es parte de la
atracción. “Es algo exótico jugar golf y darte cuenta de que estás a menos de
un metro de una serpiente venenosa y a centímetros de que una piraña muerda tu
dedo si buscas la pelota” en un obstáculo de agua, cuenta.
Cuando jugaba en el campo hace
poco, Margeaux DuMars, una profesora de inglés de Carolina del Sur, decidió dar
un golpe tras abrirse paso entre matojos que le llegaban a la cintura.
“¿Me lo vas a echar en cara si no
me meto?”, preguntó. “Es una experiencia algo aterradora no saber qué estás
cavando entre ese matorral”.
Aunque pequeño, el campo tiene un
hoyo de par 5, el séptimo, de 505 yardas. Los greens están en la parte lenta.
Personal de mantenimiento corta el césped dos veces por semana con una podadora
normal, tan bajo como sea posible, dice Margarita Vilcarromero, la gerente del
campo. Eso significa que el césped puede ser de más de 1 centímetro. El récord
del campo de par 35 es de 32 golpes, alcanzado por un sueco.
Al principio, Collis se permitió
imaginar que alguien rico como Donald Trump querría comprar un campo de golf en
esta ubicación exótica por un montón de dinero. “Teníamos visiones de que él
vendría aquí en un jet privado”, dice. No ocurrió. En cambio, los
inversionistas han atenuado sus esperanzas de recuperar los US$200.000 que
pusieron en el campo.
Si bien es popular entre los
expatriados, ha resultado difícil atraer a los peruanos. El golf les parece un
deporte extraño, muy tranquilo comparado con el alboroto de los partidos de
fútbol, dice Vilcarromero.
Juan Maldonado, un guía de
turismo de Iquitos, jugó una vez y lo disfrutó pero la entrada de US$25 le
parece demasiado cara. “A mí, personalmente me gusta”, cuenta. Pero “es raro
ver un hombre de selva jugando golf”.
Algunos residentes incluso vienen
al campo no para jugar golf sino para pescar pirañas en los obstáculos de agua,
dice Vilcarromero. “Saben que es golf, pero piensan que son solamente los de
afuera los que juegan”.
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