Éste es el error que puede costarle millones a
tu empresa
FORBES-26 de Febrero de 2016
Hace mucho tiempo, durante mis años de
estudiante universitario, obtuve un éxito que superaba todas mis expectativas
en una pasantía remunerada de verano. Sin embargo, hubo un problema, que a
pesar de que yo estaba haciendo mi mayor esfuerzo, llegó el invierno, la nieve
cubrió las calles y Santa Claus saludaba desde las ventanas de las tiendas. Mi
manera de justificar este asunto fue no darle mayor importancia. A mí me
encantó laborar en un trabajo de adultos, por lo que el septiembre previo no
regresé a la universidad. Mis jefes estaban complacidos por mi servicio
inesperadamente eficiente y a bajo costo, y, por lo tanto, me retuvieron. Pero
al culminar diciembre, mi jefe finalmente me anunció que mi pasantía de verano
había llegado a su fin. Recibí el año nuevo como una persona desempleada que
había abandonado sus estudios universitarios.
No hay problema, pensé.
Tenía un plan para conseguir otro
trabajo formidable en tan sólo unos meses. Antes de obtener el trabajo del
que me acababan de despedir, apliqué para dos pasantías de verano y fui
aceptado en las dos. Por supuesto que volvería a aplicar para la posición que
rechacé el año anterior. Sin duda, se ofrecerían a contratarme de nuevo.
Únicamente tendría que desempeñar trabajos provisionales durante el resto del
invierno y verano, y después volvería a hacer lo que me gusta.
No esperaba que esto sucediera.
Nunca lo consideré como un escenario posible el estar en una situación sin
alternativas. Esto fue simplemente lo que yo supe que sucedió. Ninguna otra
alternativa era concebible y ciertamente yo no las concebía.
El estar un par de horas en
cualquier oficina revelarían el autoengaño (el sobrevalorar las capacidades
personales y menospreciar los obstáculos), una característica emblemática de
la adultez. En Estados Unidos, Europa y Asia —que son lugares en donde los
automóviles son comunes—, aproximadamente 80% de las personas se denomina como
conductores que están “por encima de la media”.
Asimismo, una investigación de la
firma Opower encontró que la mayoría de los consumidores en Oriente Medio,
América del Sur y Europa del Este piensan que están más preocupados por el
medio ambiente y son mejores en conservar energía que sus vecinos.
El autoengaño no está confinado a
un género, una clase social o a un grupo de cierta edad. En una encuesta
realizada por MSNBC Network y Elle.com, mucho más del 50% de una muestra de
26,000 personas encuestadas se percibe como “por encima de la media”.
Las edades de los encuestados
oscilaban entre 18 y 75 años. Entonces, la mayoría de los estudiantes piensa
que está muy por encima del percentil 50 en lo que respecta a inteligencia y
habilidades, la mayoría de los profesores piensa que son docentes por encima
de la media, la mayoría de los ejecutivos piensa que su desempeño laboral está
cómodamente arriba de la media.
No obstante, no todo mundo es tan
extremo como el accionista que en una reunión anual de Tesla Motors reciente
preguntó si él, que no contaba con un conocimiento específico ni estaba
calificado, podría tener un puesto en el Consejo. Pero diariamente todos nos
enfrentamos a momentos en los que no somos capaces de vernos como los demás nos
ven.
Estas ilusiones no sólo ocasionan
caídas vergonzosas en nuestras vidas personales. El autoengaño cuesta a las
compañías y a otras instituciones cantidades significativas de dinero cada año.
Como el economista Terrance Odean escribió, hasta cierto punto la volatilidad
en el capital y en otros mercados está causada por los comerciantes que asumen
equivocadamente que son lo suficientemente brillantes para atacar el mercado.
Adicionalmente, cada año cientos de demandas van a juicio en lugar de llegar a
un acuerdo, ya que los abogados sobrevaloran sus capacidades para ganar. Todas
las organizaciones pierden cientos o miles de horas cada año por la falta de
autoconocimiento. La autoevaluación errónea conduce a objetivos inalcanzables,
fechas límites que no pueden ser respetadas, búsqueda de puestos y colocaciones
que no se hicieron correctamente. ¿Por qué nos aferramos a este costoso error?
Y, ¿cómo podemos aprender a percibirnos correctamente?
Debería ser una tarea simple.
Después de todo, la mayoría de nosotros no tenemos problemas viendo a través
de la autoevaluación ilusoria de los demás —el chico tímido de finanzas que
quiere ser considerado para una posición directiva, el supuesto experto de
PowerPoint cuyas presentaciones son un desastre, el jefe torpe y despistado
que da consejos a otros porque él es, en su mente, un gerente extraordinario.
Aun cuando asumimos que los demás no nos conocen (porque hay mucho de nosotros
mismos que nunca revelamos), asumimos que nosotros conocemos a los demás (ya
que con ellos, lo que ves es lo que hay)—. Esta curiosa asimetría significa que
cuando las personas aprenden uno de los más famosos estudios psicológicos de
autoengaño, su reacción es generalmente felicitarse por ser más inteligentes
que las personas en el experimento.
En ese estudio, los psicólogos
David Dunning y Justin Kruger demostraron que las personas que tienen escaso
conocimiento de un conjunto de habilidades son propensas a pensar que su
desempeño en éstas es sobresaliente y que quienes realmente saben lo que están
haciendo son más humildes. El efecto Dunning-Kruger es generalmente invocado
para afirmar que las personas ineptas tienen una incapacidad para reconocer su
propia ineptitud. Pero como Dunning le dijo al periodista Chris Lee en 2012, la
verdadera lección del trabajo “es que uno debería detenerse para preocuparse
de la certeza de sus propias ideas, no de la certeza de los demás”.
En otras palabras, ser capaz de
detectar las deficientes autoevaluaciones de los demás no contribuye a tu
autoevaluación. La razón está constituida en el insidioso mecanismo de
autoconocimiento. Tú aplicas diferentes estándares para tu persona que para
los demás. Por consiguiente, las pruebas de probabilidad y evidencia que impones
a las creencias de los demás no están organizadas para desafiar su propia
visión de su persona.
Lo que evita que esto se sienta
como un error es la abundancia de información adicional que piensas que tienes
de ti mismo. Como Dunning advirtió, las palabras y acciones de los demás (y
sus consecuencias) es lo único que ves cuando los juzgas. Pero cuando te miras
a ti mismo, sabes (o piensas que sabes) mucho más: los sueños que nadie más ve,
las aspiraciones que has tenido desde tu niñez, las buenas intenciones que
nunca has expresado.
Al conocer demasiado sobre tu
persona interna oculta, siempre puedes encontrar algo para justificar tus
defectos y errores. De hecho, aun si tú en ese momento inventas una nueva
excusa, la mente te lo presentará como si fueras una verdad profundamente
arraigada que siempre habías sabido.
Esta es la ironía del autoengaño:
Mientras más conocimiento tengas (o pienses que tienes) sobre ti mismo, será
más fácil rechazar información genuinamente útil en forma de malas puntuaciones,
evaluaciones negativas, regaños y otra evidencia correctiva. Asimismo, tal y
como lo describió Dunning y otros dos psicólogos en Psychological Science in
the Public Interest: “el conocimiento de sí mismo mantiene únicamente una
relación modesta y tenue con su comportamiento y rendimiento real”.
De hecho, una investigación
neurocientífica reciente sugiere que el autoengaño color de rosa puede ser
nuestro modo “predeterminado” para sobrellevar la vida. En un estudio publicado
en Neuropsychologia, el neurocientífico Tom F.D. Farrow y sus colegas mapearon
las regiones del cerebro que están más involucradas en el autoengaño, al
combinar las imágenes de resonancia magnética con un procedimiento para
suscitar pensamientos autoengañosos.
Los investigadores querían medir
las diferencias en la actividad cerebral cuando las personas se presentan a sí
mismas bien en comparación con cuando se desacreditan. Estos hechos los
condujeron a entender que a las personas les cuesta más trabajo desarrollar
respuestas que los desacrediten de lo que les tomaba hacer respuestas que
hagan lucir bien. Eso sugiere que observarse a sí mismo de manera negativa
involucra un mayor esfuerzo mental. La implicación, como los investigadores lo
establecen es que “fingir bien” puede ser nuestra “modalidad predeterminada”
más practicada.
Por lo tanto, tal vez sea
completamente normal ser demasiado positivos sobre nosotros mismos y nuestros
prospectos. De hecho, como los psicólogos Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abramsonn
concluyeron con sus experimentos, las personas que sufren de depresión son
aquellas que tienen una visión más acertada de ellos mismos y de su desempeño.
¿Por qué el resto de nosotros
tenemos que imaginarnos que somos excepcionales? En su libro Seeing Red, el
psicólogo británico Nicholas Humphrey propone que sentirse único y especial es
una adaptación antigua y poderosa para los animales. La conservación,
argumenta, la puede desarrollar más fácilmente y rápidamente una criatura que
sienta que valga la pena ser preservada. Nuestros ancestros no eran anfibios
que pensaban “yo sólo soy un renacuajo como cualquier otro”. Ellos fueron los
que hicieron una introspección en sus reflexiones y pensaron el equivalente
prehistórico de “tú eres especial, porque tú eres tú”.
Si eso es asertivo, entonces la
mente ha horneado profundamente dentro de sus cavidades una resistencia a las
noticias, es decir, que su dueño y todo lo que valora no son nada especial, no
tiene un talento particular y no tiene grandes expectativas de éxito. Sentirnos
especiales es una parte del ser humano y cualquier cosa que diga que no somos
sorprendentes o únicos no es bienvenida y nunca lo ha sido. Como un guerrero
amerindio capturado por sus enemigos en el siglo xix, en Sudamérica le dijo a
un misionero: “Ahora sin ser pintado me veo como un esclavo y sin tener las
plumas adheridas a mi cabeza, a mis brazos, alrededor de mi cintura, como la
gente importante de mi país, sin los decorados, prefiero morir”. Puede ser que
nosotros realmente no podamos vivir sin la noción de autoengaño, de que somos
talentosos, importantes y destinados para la gloria.
Quizás, entonces, no deberíamos
siquiera desear deshacernos del autoengaño, por lo menos no completamente.
Después de todo no se puede negar que un sentido exagerado de sus propias
capacidades ha ayudado a muchas personas exitosas a lograr objetivos que otros
dijeron que eran imposibles.
Hace dos décadas, Samantha Power,
que actualmente se desempeña como embajadora de Estados Unidos ante las
Naciones Unidas, era una pasante en Carnegie Endowment for International Peace
(Fondo Carnegie para la Paz Internacional) que quería ir a los Balcanes y
reportar sobre las guerras que antecedieron la ruptura en Yugoslavia. El
problema era que ella particularmente no tenía experiencia como reportera de
guerra y no podía obtener las acreditaciones que requería. Su oficina, sin
embargo, estaba en el mismo edificio en el que estaba la revista Foreign
Policy, entonces una noche Power “tomó prestados” algunos artículos de
papelería de la revista para pedir su acreditación para reportar desde Bosnia.
La maniobra funcionó y pronto
Power estaba reportando para uno de los principales centros de noticias. Su
carrera, que años después incluiría un libro relativo al genocidio ganador del
premio Pulitzer y años de servicio público de alto nivel, fue impulsada. Si
ella hubiera sido realista sobre sus cualificaciones y prospectos en 1992, tal
vez nunca hubiera ocurrido.
Tú puedes argumentar que Power
era, además de talentosa, muy afortunada. Pero los beneficios del autoengaño no
se limitan a ayudar a pocos soñadores a alcanzar sus sueños. Parece que tener
una visión de color de rosa de nuestros propios errores puede contribuir a que
las personas tengan vidas más ordinarias. En un artículo que pronto será
publicado en Journal of Experimental Social Psychology, la psicóloga Alexandra
E. Wesnousky y sus colegas encontraron que las personas se desempeñan mejor
cuando se imaginan que sus rasgos negativos tienen un lado bueno. En su
experimento, eligieron a un grupo de estudiantes con puntuación elevada en
impulsividad y los dividió en dos equipos. Uno leyó un artículo supuestamente
científico que “demostraba” que la impulsividad está relacionada con la
creatividad.
El otro equipo leyó un artículo
que “probó” que la creatividad e impulsividad no estaban conectadas.
Posteriormente, les proporcionaron un objeto a los integrantes de cada equipo y
les dieron la instrucción de ver todos los usos posibles de éste.
Los estudiantes impulsivos que
acababan de leer que la impulsividad aloja a la creatividad lo hicieron
notablemente mejor, encontraron más usos para el objeto que los estudiantes
impulsivos que leyeron que la creatividad y la impulsividad no están ligadas.
Si tiene un rasgo negativo, entonces creer que tiene un aspecto positivo
mejorará su desempeño.
La conciencia plena
A la conciencia plena
frecuentemente se le asocia con la meditación, sin embargo, no hay necesidad de
estar en posición de loto. Simplemente es el estado de prestar atención a su
propia mente, observarla cuidadosamente sin hacer juicios. En el curso de un
día, prestarle atención momento a momento a la experiencia disponible, nosotros
esporádicamente notamos nuestras reacciones o estados y cuando utilizamos
dispositivos para “cuantificarnos” medimos los estados físicos para ver qué
tan bien conformamos con un objetivo. La conciencia plena involucra un tipo
distinto de observación. El principal objetivo es alojar y expandir lo que el
psiquiatra Dan Siegel llama “observación mental” (mindsight) nuestra capacidad
para percibir nuestra propia mente, así como de las de los demás. La
observación mental, comenta Siegel, se convierte en algo evidente cuando
decimos “me siento triste” en vez de “estoy triste”. La segunda lo limita a un
sentimiento del momento, como si triste eres tú y tú fueras esa emoción. Pero
al pensar “yo me siento triste”, Siegel describe: “sugiere la habilidad de
reconocer y conocer un sentimiento, sin ser consumido por él”. Las habilidades
de concentración que son parte de la observación mental hacen posible ver algo
que está dentro, aceptarlo y en la aceptación dejarlo ir y, finalmente,
transformarlo”.
Desde que el futuro es
inherentemente desconocido, una mejor manera de compararnos en diferentes
momentos es viendo hacia atrás. El escritor y ejecutivo de Mercadotecnia Terri
Trespicio propone una prueba a 10 años como un recurso para tener una mejor
visualización de nosotros mismos. A diferencia de muchos enfoques
motivacionales, su concentración no está en el futuro, sino en el pasado;
visualiza lo que eras hace 10 años. Esa era una persona que conoces o conociste
Puedes hacer una buena predicción de cómo se ve esa persona actualmente.
Es una gran idea para promover
una visión más distante del individuo. Utiliza uno de los principales recursos
del autoengaño, la abundancia de información que tenemos (o pensamos que
tenemos de nosotros mismos) y lo convierte en un lente para ver más claramente.
Cuando tratamos de evaluarnos a nosotros mismos objetivamente, no podemos
asegurarnos de que estamos en lo correcto (no podemos salirnos de nosotros
mismos) y cuando tratamos de imaginar como los demás nos ven, generalmente
estamos en un error (ya que no conocemos a los demás suficientemente bien para
estar seguros de cómo nos perciben).
Como el alcohol, la marihuana, el
amor apasionado y otras fuerzas que alteran las mentes, el autoengaño es muy
peligroso. No puedes lograr mucho si lo conviertes en su guía. Pero los
líderes no son personas que evitan el autoengaño del todo. Son aquellos que lo
usan moderada y cautelosamente con conciencia. La autora S.E. Hinton, quien
decidió que ella podía escribir una novela aun estando en preparatoria (y lo hizo,
y después escribió muchas más), describió su conciencia bien: “Me mentí a mí
misma todo el tiempo”. “Pero nunca me creí”.
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