¿Y después del fracaso… qué?
FORBES -miércoles,
24 de febrero de 2016
Con
mucha frecuencia, para mi fortuna, gran parte de los proyectos que me presentan
tanto mis alumnos como quienes solicitan mis servicios, se convierten en
realidad. A todos les digo que en el clóset ya tengo listos los zapatos de
tacón para el día en que se abra la cortina del nuevo negocio y cortemos el
listón. Contar historias de éxito es maravilloso, pero concentrarse nada más en
ello es dejar de lado la otra parte que también existe: fracasar es una
posibilidad.
Hace unos cuantos meses me buscó
una alumna que se lanzó a las aguas del emprendimiento, y hasta donde me quedé,
a ella y a sus socios les había ido bien. El proyecto, inspirado en las tiendas
efímeras o pop-ups, consistía en ofrecer servicio de lavado de ropa a turistas
que visitaban Acapulco durante la temporada de verano. Ofrecían precios mucho
más competitivos que los hoteles, recogían la ropa por la mañana, la entregaban
por la tarde. Les fue espléndidamente.
Desde un inicio, el proyecto me
encantó porque tenía un acento de responsabilidad social: quienes lavaban eran
mujeres de una zona marginada del puerto. El proyecto le venía bien a todo
mundo. Ellas ganaban dinero, los turistas ahorraban y los socios tenían un
negocio sustentable, con lo que pensaban pagar sus vacaciones. Pero el negocio
creció. Aumentaron los clientes y los problemas. La naturaleza del proyecto
cambió: la demanda no se podía satisfacer a esos niveles de incremento, se
requería infraestructura e inyección de dinero fresco que los socios no tenían.
Alguien se interesó, hizo una oferta y en sesión democrática decidieron vender.
Dos de los tres socios
encontraron empleo y se contrataron rápidamente. Ella dedicó parte del dinero a
viajar, a tomar fotografías, leer y recorrer todos los cafés del interior de la
República. Sus antiguos socios la veían disfrutando mucho y preocupándose poco
de lo que haría después. Pasó tiempo pegada a la computadora, viendo todas las
series, jugando, hasta que la vida de nini le fastidió y le empezó a remorder
la conciencia. En esa condición, la volví a encontrar. Tenía ganas de retomar
el rumbo, sólo que no sabía cuál.
Así pasa con empresarios y con
artistas que han conocido el éxito y luego se ha evaporado. ¿Después del fracaso…
qué? Es la pregunta obligada.
En una especie de bloqueo, se
entra en un estado de angustia en el que se cree que el cerebro se ha hecho
chiquito, que la visión se ha atrofiado y que la inteligencia ha menguado.
Entre escritores se le conoce como el síndrome de la hoja en blanco: a hombres
y mujeres talentosos, que tienen recursos y que no se atreven a usarlos porque
no se sienten inspirados, no se les ocurre qué hacer ni cuál dirección tomar.
Este padecimiento es más común de
lo que pensamos y se debe a que a lo largo de la vida nos preparamos para tener
éxito y perdemos de vista que también podemos fracasar. Más aún, nos formamos
para ser gente triunfadora y olvidamos que nada es para siempre, ni la victoria
y, por suerte, tampoco el fracaso. El que triunfa debe ser consciente de que
todo es un ciclo. El que fracasa tiene que entender que le sucede algo similar
a una persona que sufre una caída y se fractura la pierna: tendrá que reservar
un tiempo para curarse y entender que una cosa es ponerse de pie y otra salir a
correr un maratón. Hay que tener paciencia y hacer un plan.
La angustia de la hoja en blanco
nos lleva a entrar a escenarios de especulación en los que rige más la opinión
que los datos duros. Además, aparecen elementos exógenos que confirman lo
evidente que eran las probabilidades de fracasar y lo amenazador que sería
volverlo a intentar. La mayor parte de estos elementos vienen de gente que los
dice con cariño y sin el menor sustento. De ahí que el mejor antídoto para
curarse es el análisis. Nada aminora con mayor efectividad la ansiedad que
conocer el terreno en el que estamos parados. Del análisis se deben desprender
varias respuestas concretas.
¿Cuánto dinero tengo para vivir
sin agobios? Una vez que conocemos el tiempo, empezamos a encaminar las ideas.
No hay que darle muchas vueltas:
se quiere buscar un empleo o en el fondo no se quiere conseguir uno.
Si el camino del emprendimiento
vuelve a hacer cosquillas, es que ya se anidó alguna idea, y el miedo está
impidiendo que brote y salga de ahí. Lo importante es que no hay un camino
correcto o uno que no lo sea. Sea cual sea la opción elegida, lo importante es
disfrutarla.
En seguida viene la reflexión
profunda. Hay que pensar qué es aquello que nos motiva y nos puede sacar de ese
estado de letargo. En esta etapa, la prisa no es bienvenida. Hay que dedicar el
tiempo necesario. ¿Cuánto? El suficiente.
De la lista que surja hay que ver
cuál de todas esas actividades nos pueden abrir un camino, y entonces tenemos
que empezar a ver cómo ese gusto nos puede ayudar a ganar dinero. Este paso no
se debe dar en forma apresurada; deben mediar la cordura y la sinceridad.
Elegir aquello que es factible y disfrutable. Ir de la vocación a la acción.
Así surgen las ideas de negocio, no tengo dudas.
Con la idea en las manos se abren
ventanas de oportunidad. Pero, un buen emprendedor sabe que una idea no es
suficiente, hay que moldearla. Es preciso entender qué propuesta de valor se va
a generar con esta idea, qué necesito, cómo voy a lograrlo, quiénes me van a
acompañar, cuáles van a ser mis egresos y, lo más importante, cómo voy a
generar ingresos. En fin, armar un plan de negocios y echar a girar la rueda de
la productividad.
A la pregunta ¿y después de
fracaso… qué? Respondo que hay que hacer como el que se cae: hay que sacudirse
el polvo, prepararse y volver al camino. Después de platicar con mi alumna, la
vi salir de mi oficina mucho más tranquila. Sé que ella ya está preparando su
nuevo proyecto y ella sabe que yo tengo los zapatos de tacón en el clóset. Después del fracaso también quedan muchas
enseñanzas. Principalmente, entendemos cuál no era el camino para llegar al
éxito. Entonces, para triunfar, hay que volverlo a intentar. Sólo el que
arriesga, gana.
Cecilia Durán Mena-A Cecilia le
gusta contar. Poner en secuencia números y narrar historias. Es consultora,
conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También
es escritora.
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