La
guerra contra las drogas debería ser librada por economistas
The wall
street journal -miércoles, 24 de febrero de 2016
En abril, representantes de todos
los gobiernos del mundo se reunirán en Nueva York para asistir a una asamblea
especial de La Organización de Naciones Unidas. El objetivo de la reunión es
discutir la forma de resolver el problema de las drogas. Las expectativas no
son muy altas: desde una reunión similar celebrada hace casi dos décadas, a la
industria de los narcóticos le va mejor que nunca. A partir de 1998, el número
de personas que utilizan el cannabis y la cocaína ha aumentado 50%, mientras
que el número que consume heroína y otros opiáceos se ha triplicado. Las drogas
ilegales son un negocio que mueve hoy en día US$300.000 millones en todo el
mundo, y los diplomáticos de la ONU no están ni remotamente cerca de hallar la
forma de acabar con él.
Este fracaso tiene una razón muy
sencilla: los gobiernos continúan tratando el problema de las drogas como una
batalla que librar, no como un mercado que deben contener. Los carteles que
manejan este negocio son monstruosos, pero enfrentan los mismos dilemas que las
empresas comunes, y tienen las mismas debilidades.
En El Salvador, el líder de una
de las dos principales pandillas del país se quejó conmigo sobre los problemas
de recursos humanos que enfrenta debido a la alta tasa de rotación de sus
empleados (irónicamente, sus principales fuentes de reclutamiento son las
mismas prisiones que se supone deben reformar los jóvenes delincuentes). En los
pueblos de México, los carteles proporcionan servicios públicos básicos e
incluso construyen iglesias, una versión cínica de la “responsabilidad social
corporativa” que las empresas tradicionales usan para limpiar sus imágenes. El
cartel de Los Zetas se expandió rápidamente mediante la afiliación de mafiosos
locales, de quienes retiene una parte de sus ingresos. Actualmente franquicia
su marca al estilo de McDonald’s y enfrenta disputas territoriales similares
entre sus afiliados. Mientras tanto, en los países más ricos los distribuidores
callejeros están siendo superados en precio y calidad por la llamada “web
profunda”, de la misma manera en que las tiendas físicas están siendo socavadas
por Amazon.
Soldados y agentes de policía han
tenido un resultado bastante pobre en la regulación de este complejo negocio
global. En cambio, ¿Qué pasaría si la guerra contra las drogas fuera librada
por economistas?
Miremos el ejemplo de la cocaína,
uno de los grandes rompecabezas económicos del negocio de los narcóticos. La
guerra contra este estupefaciente se basa en una idea simple: si se restringe
el suministro, se presiona el precio al alza, con lo que supuestamente
ocasionará que haya menos gente dispuesta a comprar. Los gobiernos andinos han
desplegado sus ejércitos para arrancar las plantaciones de coca que
proporcionan la materia prima de la cocaína. Cada año, erradican cultivos que
cubren un área equivalente a 14 veces el tamaño de Manhattan, lo que priva a
los carteles de la mitad de su cosecha. Pero a pesar de la erradicación, el
precio de la cocaína en Estados Unidos no se ha movido mucho durante los
últimos 20 años, de entre US$150 y US$200 el gramo puro. ¿Cómo han logrado esto
los carteles?
En parte, mediante una táctica que
se asemeja a la que emplea Wal-Mart. La mayor cadena minorista del mundo
también parece a veces inmune a las leyes de la oferta y la demanda al ser
capaz de mantener sus precios bajos, independientemente de la escasez o los
excedentes de oferta. Sus críticos dicen que Wal-Mart puede hacer esto en
algunos mercados porque su gran tamaño le permite comportarse como un monopolio
de compras al por mayor. Del mismo modo que un monopolista puede imponer un
precio a los consumidores porque éstos no tienen a quién más comprarle, un
monopolio de suministros puede imponer el precio a sus proveedores, quienes no
tienen a quién más venderle sus productos. El argumento sugiere que si falla
una cosecha, el costo es asumido por los agricultores, no por Wal-Mart o por sus
clientes.
En los Andes, donde los
cultivadores de coca suelen tener solo un grupo armado a quien venderle, parece
estar ocurriendo lo mismo. El cruce de datos sobre la erradicación de
plantaciones con información sobre los precios locales de la coca muestra que
en aquellas regiones donde la destrucción de plantas ha creado una escasez del
producto, los agricultores, contra lo que podría esperarse, no aumentan sus
precios. No es que la erradicación de los cultivos no esté teniendo efecto,
sino que el costo es absorbido por los campesinos, no por los carteles ni por
sus clientes.
Incluso si el precio de la coca
se elevara, no tendría mucho impacto en el precio de venta de la cocaína en las
calles. La hoja de coca necesaria para obtener un kilogramo de cocaína en polvo
cuesta en Colombia alrededor de US$400. En EE.UU., el kilogramo, una vez
fraccionado en gramos, se cotiza en unos US$150.000. De modo que aún en el caso
de que el precio de la hoja de coca se duplicara, de US$400 a US$800, el precio
de venta de la cocaína experimentaría a lo sumo un aumento de US$150.000 a
US$150.400 el kilo, un alza de unos 40 centavos de dólar por gramo. No es un
gran retorno por los miles de millones invertidos en la destrucción de los
cultivos. Imagínese si se trata de aumentar el precio del arte elevando el
costo de la pintura; sería un esfuerzo inútil, porque el costo de la materia
prima tiene poco que ver con el precio final de una obra.
La ciencia económica apunta a un
error fundamental en la guerra contra las drogas: la mayor parte del dinero que
se gasta en la lucha antinarcóticos está dirigida a la interrupción de la
oferta (erradicación de plantaciones, combate contra los carteles,
encarcelamiento de los distribuidores, etc.). Centrarse en la demanda, en
cambio, sería más eficaz.
La demanda de drogas es
inelástica, es decir, cuando los precios suben, la gente corta el consumo
relativamente poco (esto no es sorprendente, teniendo en cuenta que las drogas
ilegales son adictivas). Por lo tanto, aun cuando los gobiernos logren aumentar
los precios, los distribuidores siguen vendiendo casi la misma cantidad que
antes a precios más altos, lo cual a su vez significa que el valor del mercado
aumenta. La reducción de la demanda, por el contrario, provoca una caída tanto
en la cantidad consumida como en el precio pagado, lo cual afecta el mercado
ilegal en dos frentes.
Las intervenciones del lado de la
demanda no sólo son más eficaces; también son considerablemente más baratas que
andar jugando con helicópteros en los Andes. Un dólar gastado en educación
sobre las drogas en las escuelas de EE.UU. reduce el consumo de cocaína dos
veces más que el dólar que se invierte en la reducción de la oferta en América
del Sur. El gasto en el tratamiento de los adictos, reduce el consumo hasta 10
veces más. Los programas de rehabilitación para adictos a los medicamentos
contra el dolor pueden parecer costosos, pero previenen que las personas se
pasen al colosalmente más caro problema de la adicción a la heroína. Donde la
demanda no puede ser reducida, puede ser redirigida hacia una fuente legal,
como algunos estados de EE.UU. han hecho con la marihuana. Esta alternativa ha
infligido pérdidas más grandes a los carteles que cualquier política de
interrupción de la oferta.
En cualquier otra industria, un
enfoque similar como el seguido hasta ahora para controlar las drogas habría
sido identificado hace años como fallido. A pesar de los miles de millones de
dólares gastados y las miles de vidas perdidas, el negocio es más fuerte que
nunca. Sin embargo, la tendencia a tratar los narcóticos como una cuestión
militar o policial significa que la defectuosa teoría económica que está detrás
de esos esfuerzos permanece sin cuestionamiento. En momentos en que la ONU se
apresta a celebrar esta conferencia, los gobiernos deberían buscar el consejo
de economistas en lugar del consejo de sus generales.
—Tom Wainwright es el editor
británico de ‘The Economist’ y autor de ‘Narconomics’, que acaba de ser
publicado en EE.UU. La versión en español será publicada por Penguin Random
House Grupo Editorial entre octubre y noviembre de este año.
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