https://www.facebook.com/wilber.carrion.1 - Twitter: @wilbercarrion  
  Su apoyo es bienvenido, cuenta: BBVA Continental- 0011 0175 0200256843  

miércoles, 29 de enero de 2014

La razón de mi vida

La razón de mi vida

revistaenie.clarin.com
Ensayo. En “Filosofía natural”, Paul Feyerabend cuestiona la racionalidad y el cientificismo radical para abrir las posibilidades a otras tradiciones del pensar.
En una época en que en ciertas partes del mundo se busca adjudicar casi todos los trastornos mentales a la bioquímica, con el fin de identificarlos y clasificarlos para el buen aprovechamiento de laboratorios voraces, Filosofía natural de Paul Feyerabend es un recordatorio de los límites de la ciencia y de la urgencia de no desdeñar otras tradiciones. El filósofo austríaco ya había anticipado que sus obras Contra el método y La ciencia en una sociedad libre tenían un objetivo: “borrar los obstáculos que intelectuales y especialistas crean para tradiciones distintas a las suyas”, y demostrar que “la racionalidad es una tradición entre muchas, más que un estándar que las tradiciones deben conformar”. Daba como ejemplo el hecho de que “algunas formas de medicina tribal pueden tener mejores modos de diagnosticar y tratar enfermedades que la medicina científica de hoy... Otorgarle igualdad a las tradiciones es, por ende, no sólo correcto sino de lo más práctico”.

En Filosofía natural Feyerabend también regresa al mito como alternativa ante la prepotencia de la teoría científica: “La oposición entre pueblos naturales y pueblos culturales se basa en no escasa medida en una sobrevaloración de la escritura. La escritura se asocia a menudo al progreso (o a una mayor inteligencia). Las lenguas de las tribus sin escritura a menudo sobrepasan en complejidad a las lenguas culturales que conocemos. De ahí que a veces los occidentales adultos no consigan aprenderlas (acaso los niños tengan algo más de talento).” El alcance del territorio explorado en filosofía –o para el caso, en literatura– no es determinante; sí lo es la profundidad de la exploración.

Filosofía natural constituye una investigación considerable, ofrece retazos de información preciosa y lidia en la frontera con lo incógnito: “Lo inconmensurable es un problema para filósofos, no para científicos, aunque estos últimos pueden tornarse psicológicamente confundidos por cosas inusuales”. El estilo de Feyerabend revalida que lo que inventan muchos filósofos es una forma de investigar, que a menudo conduce a una manera de decir: “La existencia de niveles inferiores junto a niveles superiores muestra lo difícil que resulta ser civilizado (tanto en la conducta como en el pensamiento).” Hay momentos, incluso, en que con Feyerabend lo que se dice –el tema, la opinión– no interesa tanto como su técnica para pensar, la ejecución mental, como si el lector aprendiera con él ejercicios de digitación. Feyerabend obliga a releer, pero a releer de inmediato, tal es la fuerza hipnótica de razonamientos bien formulados que sin embargo sólo se captan a la tercera o cuarta vuelta. Es que el autor de Adiós a la razón abogó “por una ciencia con estilo y una poesía con contenido factual. El estilo en ciencia no es una floritura externa que impide el trabajo serio; tiene su influencia en la manera de conducir la investigación y de entender los resultados de la investigación”.

Nacido para debatir y refutar con gracia, los dardos reciben la bendición de una lengua afilada: “Podríamos decir que la incompetencia, ya estandarizada, se ha convertido ahora en una parte esencial de la excelencia profesional. Ya no tenemos profesionales incompetentes, tenemos incompetencia profesionalizada”. Sus ideas más sólidas están dichas como al pasar y tienen aplicaciones diversas: “Era casi como si los racionalistas consideraran la argumentación como un ritual sagrado que pierde su poder cuando lo utiliza un no creyente”.

En una autobiografía hipnótica – Matar el tiempo – Feyerabend cuenta que tomaba apuntes muy rápido y que era un lector devoto de Conan Doyle, Verne y Von Kleist. Los llevaba en sus caminatas por los bosques y colinas cerca de Viena. Platón y Descartes lo hicieron caer en la cuenta “de las posibilidades teatrales del razonamiento”. En un momento creyó que podría convertirse en dramaturgo. Más tarde, como profesor aprovecharía sus dotes de actor. Fanático de la ópera, Feyerabend estudió canto: “un genio matemático puede empezar de inmediato con los problemas más complejos. Un cantante debe esperar. A los veinte años uno no puede cantar algo que exige diez años de preparación física, musical y espiritual. La razón es que el canto involucra a todo el cuerpo”. Otra de sus devociones fue la naturaleza: “Adoraba las noches oscuras en el campo; sin nada para ver, pero con ruidos misteriosos por todas partes. Adoraba las tormentas; cuando sentía que se acercaban, salía corriendo a los prados y le gritaba al cielo.” Filosofía natural es la secuela de diversas pasiones: la naturaleza vista desde la filosofía a lo largo de la historia. Richard Rorty decía que Feyerabend era el Norman Mailer de la filosofía. Como suele pasar, el símil no es claro pero resulta sugerente. El convencimiento acerca de lo que se está ideando es un punto crucial en la filosofía de Feyerabend; así como otros filósofos requieren de la vacilación para pensar y persuadir.


Una palabra puede definir a un filósofo y esa es la palabra que en un principio salió a buscar (“devenir” para Deleuze, “deconstrucción” para Derrida) y la que tuvo que izar para volver más visible su filosofía; con frecuencia es justamente una palabra que decidió atacar. Es el caso de Feyerabend con la palabra “razón”, y no hay una sola arremetida suya en la que haya perdido el humor. La clave de un filósofo a veces lo da el modo en que se ríe. Algunos filósofos franceses –Foucault, Deleuze, Derrida– reían muy bien, aunque no tanto de sí mismos. Hay algo que la literatura puede aprender de Paul Feyerabend: que puede estar cerca de ser, como la filosofía para los griegos, una forma de vida.

No hay comentarios: