¿Por qué es tan fuerte el Bayern?
elpais.com -Por: Fernando
Aramburu
Hace cincuenta años, el Bayern Múnich ni
siquiera era considerado el mejor equipo de su ciudad, a tal punto que no fue
invitado a integrar el grupo selecto que inauguró la primera temporada de la
Bundesliga. En representación de su zona, dicho honor le cupo al TSV 1860
Múnich, hoy en Segunda División.
En la década de los setenta, el
Bayern vivió su primera etapa gloriosa; pero acaso, desde la perspectiva
actual, el episodio más determinante de su historia posterior fuera la asunción
en 1979 de las funciones de mánager por parte de Uli Hoeness, exfutbolista
internacional, hombre de negocios (posee una fábrica de salchichas) y actual
presidente del club. A él se debe principalmente la creación de una estructura
organizativa de extraordinaria solidez.
De la gestión económica del
equipo de fútbol se encarga una sociedad filial que recibe el nombre de FC
Bayern München AG, presidida por Karl-Heinz Rummenigge. Debido a esta
circunstancia, la entidad no depende de las decisiones, tantas veces
arbitrarias, despóticas o poco profesionales, del mecenas de turno. En su
consejo de administración hay representantes de grandes empresas alemanas
(Adidas, Audi, Volkswagen).
Al mismo tiempo, el equipo ha
procurado desde antiguo colocar en puestos relevantes de la estructura
organizativa a antiguos futbolistas, ya sea en la dirección deportiva, en los
órganos gestores o en la presidencia. Por tanto a personas que guardan una
fuerte vinculación emocional con el club y con el fútbol como deporte, no sólo
como negocio, y que por ello mismo ponen mucho corazón en el desempeño de sus
funciones. Constituyen, además, un puente comunicativo excelente con la
plantilla.
En lo económico, Uli Hoeness
aplicó tres principios elementales todavía vigentes: no externalizar la
actividad financiera, impedir a toda costa que los gastos excedan a los
ingresos y destinar estos por entero a las arcas del club.
Días atrás, la prensa deportiva
alemana publicó los datos de déficit de los grandes equipos europeos: 540
millones de euros el Real Madrid, 330 el FC Barcelona, 465,5 el Manchester
United, etc. El Bayern Múnich, por el contrario, aunque facture menos que los
dos primeros, está en cifras negras, con capital propio y pingües ingresos
anuales. Dada su fortaleza económica, puede permitirse comprar jugadores de
alto nivel tanto como defenderse de las seductoras ofertas que a estos les
puedan llegar de fuera.
No otro es el objetivo del Bayern
Múnich sino situarse en la cúspide del fútbol internacional. Sus dirigentes no
ocultan que ser campeones de la Bundesliga y ganar la Copa suponen para el club
objetivos mínimos. Su ambición rebasa los límites del fútbol nacional, donde
ahora mismo no hay adversario que le plante cara. Algunos opinan que su
hegemonía deportiva hace tediosa la Bundesliga o, en todo caso, previsible. Sin
negar dichos supuestos, lo cierto es que la gente acude en masa a los estadios
a ver al Bayern, no parece que con la intención de aburrirse.
El Bayern Múnich, ahora mismo,
está concebido para competir con garantías de éxito en la Liga de Campeones, su
torneo predilecto. A este fin ha reunido una plantilla de la que se puede decir
cualquier cosa menos que consista en once titulares y unos agregados. Malas
lenguas vaticinan feroces rivalidades dentro del vestuario. Sea como fuere,
cubierta cada posición con varias opciones, todas de calidad, el equipo es apenas
vulnerable a las lesiones o a la fatiga física o mental. El Bayern actual
podría alinear simultáneamente dos equipos distintos, ambos con un grado alto
de competitividad.
A dicho criterio está sometida la
contratación de jugadores. Comprar con cabeza es una expresión que suelen usar
a menudo Uli Hoeness o Karl-Heinz Rummenigge. Comprar, por tanto, con sentido
práctico y no para dar un golpe publicitario o impresionar a la competencia. Y
eso sin desdeñar la incorporación al equipo de jugadores de la casa (Lahm,
Schweinsteiger, Müller) o de jóvenes promesas del fútbol alemán, a veces
descubiertas en categorías juveniles.
Muchos llegan y se van al cabo de
un tiempo; pero no son raras las renovaciones de contratos. De esta manera
prevalece cierto sentido de la continuidad y los aficionados lo tienen más
fácil para identificarse con los jugadores. Dos ejemplos. El belga Daniel van
Buyten, ya en el ocaso de su carrera, llegó al Bayern en 2006 y Frank Ribéry un
año después. Llegaron y se quedaron. Al francés se le oye con frecuencia
afirmar que el Bayern es su casa. Por algo será.
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