Guerras comerciales y desaceleración económica
FORBES- 13 de septiembre de 2019
Un posible agravamiento en la
guerra comercial entre Corea del Sur y Japón puede generar un gran impacto
negativo en una economía mundial que se está ralentizando semana a semana
La prensa económica internacional
viene hablando desde hace meses de forma continua de los efectos que la guerra
comercial entre China y Estados Unidos están teniendo sobre la economía
mundial. La magnitud de esta guerra comercial es enorme habida cuenta que
estamos hablando de las dos mayores economías del mundo y que sus
ramificaciones afectan a muchos otros Estados con la que estos dos gigantes
están económicamente entrelazados. El final de esta guerra aún es incierto,
pero lo que sí que resulta evidente en este momento es que, por una parte, está
contribuyendo a detener el motor económico mundial y, por otra parte, está
mostrando al mundo una nueva forma de dirigir las relaciones internacionales.
Esta nueva forma de conflicto que podíamos denominar “Tripiana” o de
utilización del comercio como arma en las batallas diplomáticas constituye un
modelo inspirador para otros líderes mundiales.
En el mes de julio comenzó otra
guerra comercial, de la que no se habla tanto en la prensa, pero cuyos efectos
también pueden ser muy negativos para ese motor económico mundial que se está
deteniendo. Me estoy refiriendo a la guerra comercial entre Japón y Corea del
Sur, dos economías que sin ser tan importantes como las de China o Estados
Unidos, presentan una relevancia en el comercio mundial de primera magnitud.
Este conflicto que amenaza las cadenas de producción globales viene a poner de
manifiesto que la manera “trumpiana” de lidiar con las relaciones económicas se
está abriendo paso en la geoeconomía mundial.
El inicio de esta guerra
comercial tiene su primer hito en el mes de julio cuando el gobierno japonés
limitó el acceso a Corea del Sur de tres materiales de alta tecnología: la
poliamida fluorada, los fotoprotectores y el fluoruro de hidrógeno que son
esenciales para la industria de chips semiconductores coreanos. Para poner en
contexto lo que esto significa baste señalar que Japón produce el 90% de estos
compuestos y que Corea produce el 60% mundial de los chips de memoria. Por todo
ello, una guerra comercial bilateral con estas bases genera un cuello de
botella de primer orden para todo el mercado mundial de productos digitales.
El origen de esta guerra
comercial tiene su arranque en un motivo histórico y que no es otro que la
ocupación japonesa de la península coreana en la primera mitad del siglo XX. La
presencia japonesa en Corea dejó dos heridas profundas que todavía no se
encuentran cerradas. La primera, es el de las mujeres empleadas como esclavas
sexuales conocidas bajo el eufemismo de “mujeres de confort” por parte del
ejército japonés y, en segundo lugar, a la realización de trabajos forzados por
parte de hombres coreanos en beneficio de grandes empresas japonesas.
A finales del 2018 la Corte
Suprema Coreana estimó que todas las víctimas de aquellos hechos podrían
solicitar reparaciones. Esta sentencia causó un enorme malestar en Japón, ya
que consideraba que el asunto estaba zanjado gracias a un acuerdo bilateral firmado
en el año 1965 por el que ambos países restablecieron sus relaciones
diplomáticas y que supuso una contraprestación económica por parte del Estado
japonés. Sin embargo, el gobierno coreano considera que ese acuerdo era un
pacto entre Estados y que no resarcía a las victimas concretas de los abusos
japoneses
Como consecuencia de esa
sentencia y ante la negativa del gobierno coreano de paralizarla, el gobierno
japonés reaccionó con las sanciones comerciales anteriormente citadas. Junto a
ellas, Japón amenazó con eliminar a Corea de la lista de “países blancos” o
países que reciben un tratamiento preferencial en materia de comercio. Esta
medida sería de gran calado, ya que Japón nunca ha eliminado a ningún Estado de
esa lista y además Corea es el único país asiático integrante de la misma. En
este punto, Corea amenaza con llevar la disputa al seno de la Organización
Mundial del Comercio y mientras tanto el gobierno de Tokio considera la
posibilidad de elevar el caso a la Corte Internacional de Justicia si se diera
el caso de que la OMC falle en su contra y que los activos de empresas
japonesas en suelo coreano fueran expropiados.
Las sanciones han sido recibidas
con furia en Corea y amplios sectores de su población han comenzado a organizar
boicots contra los productos japoneses. Por su parte, los políticos japoneses
también han elevado su retórica y retratan a Corea como un socio poco fiable.
En definitiva, ninguno de los líderes políticos coreanos y japoneses cuentan
con incentivos domésticos que favorezcan la resolución del conflicto, sino que
más bien sus ciudadanos apuestan por su recrudecimiento.
Las sanciones japonesas golpearán
a Corea de forma notable, ya que su industria depende de estas importaciones y
será difícil para los productores surcoreanos de semiconductores encontrar
otros productores alternativos. Esta otra guerra comercial presenta muchas
derivadas y entre ellas supone un problema adicional para China, ya que sus
empresas tecnológicas son muy dependientes de los productos intermedios
coreanos. Si Corea no puede cubrir esta demanda, Pekín debería recurrir a la
adquisición de productos estadounidenses y en estos momentos esa alternativa no
satisface al gobierno chino.
Podemos concluir que esta nueva
guerra comercial supone un nuevo freno en el motor económico mundial. Al mismo
tiempo, pone en primera plana el auge de las políticas proteccionistas en un
orden mundial globalizado que ha generado una enorme riqueza y progreso
gracias, en gran parte, a ser un sistema basado en cadenas productivas en las
que interactúan muchas economías. En la resolución de este tipo de crisis está
en juego la arquitectura comercial mundial actual y no sólo las relaciones
comerciales y diplomáticas de los dos países “contendientes”.
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