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viernes, 4 de noviembre de 2016

compañeros

Nos quejamos de nuestros compañeros pero ¿y nosotros?


América Economía -   noviembre de 2016
Todas las oficinas los tienen: colegas que brillan por su mala conducta. Listos que no hacen más que inflar sus informes de gastos, que se ausentan por enfermedad y se van a la playa, o que simplemente evitan reponer el papel de la impresora. Sus desfachateces no tienen fin.
Maryam Kouchaki, de la Kellogg School, ha realizado investigaciones que contribuyen a explicar por qué. En pocas palabras, sus conclusiones indican que las personas tienden a recordar sus malos comportamientos con cierta falta de nitidez, lo que aumenta sus probabilidades de reincidir en el mismo tipo de comportamiento en el futuro.

“Es un fenómeno que observamos continuamente en las organizaciones, en la vida diaria: personas que cometen faltas de ética una y otra vez”, dice Kouchaki, profesora titular interina de gestión y organizaciones. “En este estudio hemos intentado dilucidar el por qué”.
Kouchaki explica que a nadie le gusta tener un mal concepto de sí mismo, así que empleamos un mecanismo de defensa que consiste en guardar un recuerdo confuso de las faltas que hemos cometido. Su investigación demuestra que eso puede dar lugar a malos comportamientos futuros ya que, al perder el recuerdo de nuestras propias experiencias, desaparece su efecto disuasorio. Kouchaki denomina al fenómeno “amnesia de las faltas de ética”.

Sin embargo, este es un fenómeno que se puede evitar. “Adoptar el hábito de la autoreflexión ayuda mantener vivos esos recuerdos y a aprender de ellos para no reincidir en el mal comportamiento”, dice.

Por qué preferimos olvidar nuestras faltas de ética
Para demostrar que las personas tienden a recordar las faltas de ética con menor claridad, Kouchaki y su coautora, Francesca Gino, de la Universidad de Harvard, llevaron a cabo nueve estudios con más de 2000 participantes.
En el primero, los participantes, reclutados en línea, tuvieron que redactar una historia detallada sobre uno de los cuatro temas siguientes: una falta de ética que hubiesen cometido, un acto ético realizado; un acontecimiento negativo que hubiesen experimentado; o un acontecimiento positivo experimentado.
Luego evaluaron la claridad de sus recuerdos por medio de una escala de siete puntos. Los participantes que escribieron sobre una falta de ética que habían cometido fueron los que indicaron tener el recuerdo más borroso del acontecimiento que habían descrito. Pero el motivo no pareció ser que ese tipo de acontecimiento fuese simplemente menos significativo que otros, ya que los participantes que describieron la experiencia de un acontecimiento negativo indicaron haber sentido la misma intensidad emocional.
Si bien en la mayor parte de los estudios fueron los propios particip
antes los que indicaron el grado de nitidez de sus recuerdos, Kouchaki asegura que fue una valoración fiable de lo que en realidad recordaban. Las investigadoras no llamaron la atención de los participantes sobre sus engaños, ni se refirieron a ellos cuando les preguntaron sobre lo que recordaban de la tarea, así que fue poco probable que los participantes mintieran sobre el recuerdo que tenían para restar importancia a su mal comportamiento, dice Kouchaki. De hecho, en uno de los experimentos los participantes tuvieron que contestar preguntas objetivas sobre una historia que habían leído. Los que leyeron sobre comportamientos poco éticos sacaron una puntuación más baja que los que leyeron sobre comportamientos éticos.
En otro experimento se estudió el papel que desempeña el paso del tiempo en el deterioro del recuerdo de las faltas de ética.

Los participantes, reclutados en línea, leyeron una historia en la que imaginaron que eran un alumno que hacía trampa o no en un examen. A continuación, los participantes realizaron durante 30 minutos una tarea que no guardaba relación con lo leído. Un grupo evaluó la claridad con la que recordaban la historia inmediatamente después de terminar la tarea; los demás, cuatro días después.
Entre los que evaluaron lo que recordaban de la historia solo 30 minutos después de leerla, los que imaginaron hacer trampa indicaron recordar el hecho con una claridad similar a la de los que imaginaron no hacerla. Pero entre los que evaluaron sus recuerdos cuatro días después, los que más propensos se mostraron a recordar mal la historia fueron los que leyeron la versión en la que hacían trampa.
“Básicamente, las personas reprimen la recuperación de esta información y eso con el tiempo conduce a la amnesia”, dice Kouchaki. “Si hago algo malo ahora mismo y media hora después alguien me pregunta acerca de ello, no habrá ningún efecto. Tiene que pasar algún tiempo”.

Cuando los recuerdos amenazan la imagen de sí mismo
¿Se vuelve borroso el recuerdo de todas las faltas de ética? ¿O solo el de las que cometemos nosotros mismos?
Para contestar esa pregunta las investigadoras hicieron que los participantes, reclutados en línea, adoptaran la perspectiva de otra persona. Les hicieron leer una historia que describía un comportamiento ético o uno no ético. Algunas de las historias estaban escritas en primera persona para que el lector asumiera el punto de vista del protagonista. Las demás, en tercera persona.
Cuatro días después, los participantes evaluaron la claridad con la que recordaban la historia. Efectivamente, la perspectiva del narrador —y, por lo tanto, supuestamente también la del lector— resultó ser importante. Los que leyeron una historia escrita en tercera persona indicaron recordarla con igual claridad, independientemente de que el comportamiento descrito en ella fuese ético o no. Pero los que leyeron una historia sobre un mal comportamiento escrita en primera persona indicaron recordarla con menos claridad.
La honradez y la amnesia de las faltas de ética
¿Qué efecto tiene todo esto en el mal comportamiento futuro?
Las investigadoras reclutaron participantes en línea y les hicieron jugar un juego de dados que ofrecía la oportunidad de ganar dinero. Algunos jugaron una versión del juego en la que no solo era tentador hacer trampa, sino que era posible hacerla, mientras que los demás jugaron una versión en la que no era posible.
Dos días después se invitó a los participantes a resolver 10 revoltijos de letras. Ellos mismos tenían que declarar cuántos habían descifrado correctamente y ganaban $1 por cada uno. Sin embargo, la solución de uno de los revoltijos era una palabra muy poco conocida: "taguán". Era poco probable que un participante íntegro asegurara haber podido encontrarla.
Los participantes que habían jugado el juego de dados en el que era probable que se hiciera trampa recordaron el juego con menor claridad que sus contrapartes. Y los que menos claro tenían el recuerdo resultaron ser los más proclives a hacer trampa nuevamente en el revoltijo de letras.

Esto indica que la amnesia de las faltas de ética ayuda a las personas a reconciliarse con su comportamiento pasado —en este caso, hacer trampa en un juego—, lo que aumenta sus probabilidades de reincidir en el mismo tipo de comportamiento en el futuro porque no se los impide la vergüenza de haber hecho trampa.
Cómo luchar contra la tendencia al olvido
Comprender la amnesia de las faltas de ética ¿acaso ayudaría a las empresas a detectar y quizás eliminar la mentira, la corrupción y demás conductas inmorales entre sus empleados?
Tal vez. Como mínimo, nos ayudaría a entender que la falta de honradez es algo "en que las personas suelen reincidir una y otra vez a lo largo del tiempo”, dice Kouchaki. “Hay un elemento repetitivo en la participación en muchos casos de corrupción corporativa. Espero que podamos crear intervenciones que ayuden a las personas a permanecer fieles a sí mismas, para que logren ser todo lo buenas que quieren ser”.
Por ejemplo, animar a los empleados a practicar la autoreflexión podría contribuir a que actúen de manera honrada.
“Eso es lo que enseño en mis clases de Maestría de Administración de Empresas”, dice, “que para ser un buen dirigente es necesario tomarse el tiempo de reflexionar para aprender de los éxitos y los fracasos, hay que crear ese hábito”. Esto ayuda a no bloquear los molestos recuerdos de los malos comportamientos pasados.
“Si no estamos pendientes, si no nos empeñamos en mejorarnos como personas a través de la reflexión sobre nuestros defectos y nuestros errores, no aprendemos de ellos”, dice. “Aunque los seres humanos no solemos aprender de nuestros fallos, tenemos que tomar el control de nuestros actos para no volver a errar”.




*Previamente publicado en Kellogg Insight. Reproducido con la autorización de Kellogg School of Management*

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