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viernes, 31 de octubre de 2008

Comedia

El teatro de la comedia
César Hildebrandt

La foto de Mario Vargas Llosa que ayer publica “Caretas” es una cruel venganza del tiempo y sus ácidas funciones.

Aparece nuestro mayor novelista vestido de Aladino, de amante de Sherezade, de califa en Fa y luce bordados dorados y zapatos plateados a la purpurina.

Y todo para hacer de actor junto a una Aitana Sánchez Gijón disfrazada de “mi bella genio”, de danzante ventral con el ombligo al aire y las carnes sufridas.

Todo para interpretar “Las mil y una noches” en versión teatral de Vargas Llosa y con el escritor subido al escenario y colgado de sus parlamentos.

Digo que es una venganza del tiempo porque hace un par de décadas hubiera sido imposible imaginar a Vargas Llosa haciendo un ridículo de tan ecuménicos alcances. Y porque de la pluma de Mario nació alguna vez un formidable artículo sobre la huachafería limeña. Si el rigor fuera lo suyo, Mario tendría ahora que reescribir ese artículo y situarse él mismo en primer plano, en la cima de lo huachafo y presidiendo esa nación casi en calidad de dictador vitalicio de estirpe haitiana.

Cuando Mario hace cosas como esta, uno se pregunta de qué material tan duro está hecha la huachafería peruana como para que asome de una manera tan triunfal en un personaje culto y cosmopolita como es Vargas Llosa, que ha viajado tanto y ha leído tanto y ha recibido tantos y tan justos homenajes.

O es que quizá las cosas no anden por allí, por el lado del buen gusto perdido. Es que tal vez todo esto tenga que ver con el ego insaciable y la vanidad descontrolada que empuja a algunos íntimos de Mario a seguir llamándolo, en privado y entre ellos, “Zeus”.

¿Porque qué otra cosa que la vanidad ilesa y sin tratamiento puede instigar a un escritor de su importancia a salir al escenario y a ser lector de velada universitaria y actor aficionado y sin remedio?

Mario pasará a la historia de la literatura universal por sus tres primeras novelas. Su proliferación posterior, en mi opinión, ni quita ni añade nada a su imponente biografía de narrador. En todo caso, no necesita salir disfrazado de raso o lamé a frasear su propia –y hartamente discutible- obra teatral, obra que hasta su casi seguro servidor Alonso Alegría hubo de criticar por simplona y esquemática (en referencia a “Al pie del Támesis”).

El teatro de Vargas Llosa es escalofriantemente malo. Que un gran novelista escriba teatro malo puede ser considerado un vicio tan autodestructivo como el tabaquismo. Pero que un gran novelista interprete su teatro malo vestido de Omar Shariff en el plató de la Metro, eso no puede ser otra cosa que la venganza que el tiempo se cobra contra quien fuera el más agudo censor de la huachafería nacional.

Tengo la impresión de que los secos suecos le niegan el Nobel ya largamente merecido sólo por darse el gusto de no alimentar más el ego XXXL de este magnífico escritor.

Dicen que, en 1880, el senador Víctor Hugo escuchó en plena sesión una frase protocolar y zalamera con la que el subsecretario del Interior –monsieur Constans- decidió empezar su intervención: (“Ustedes, que son el orgullo de Francia, la gloria de Europa...”) y, de inmediato, se paró a agradecer. El escritor-senador creyó que la frase estaba dirigida sólo a él porque en francés el “Vous” sirve tanto para el plural como para el singular y lo mismo sucede con el verbo “êtes” (“es” o “son”), aplicable indistintamente al “usted” y al “ustedes”. Claro, Víctor Hugo no podía imaginar que, estando él en su escaño, tales palabras se desperdiciaran como encabezado formal dirigido a toda la asamblea.

Sobre Víctor Hugo ha escrito Vargas Llosa un muy valioso ensayo apologético (“La tentación de lo imposible”, 2004).

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