“Perú 21” Q.E.P.D.
César Hildebrandt
Los periódicos suelen tener agonías demoradas, muertes bostezudas, decadencias de cierta parsimonia. Pero los miembros del directorio de “El Comercio” que han tomado el poder y han raptado la voluntad de Francisco Miró Quesada Rada han querido romper todas las marcas en el feo asunto de exterminar publicaciones.
Y eso lo digo porque, en apenas un par de días, “Perú 21” ha dejado de existir y lo que cuelga en los kioscos y se ojea a la distancia es su ánima exhalada el viernes último, su almita juvenil viajando al limbo.
O sea que Pepe Graña Miró Quesada, el de Collique y mil gangas, y Milagritos Miró Quesada, que tuvo a bien separarse del honorario mapochino Emilio Rodríguez Larraín, cada uno por su lado, han ayudado a matar a “Perú 21” con la celeridad de las desgracias. Es decir, de un tiro en la nuca y, si nos atenemos a tanto colega callado y a tanta coleguita con gutapercha en la boquita, al estilo de los sicarios de Detroit: con silenciador. Que la muerte que no se nombra es más muerte todavía.
En el “Perú 21” de hoy (me refiero a la edición de ayer) no están los columnistas que sostenían el templo –con la excepción de Guillermo Giacosa, un tal Bullard -que representa a su bufete y al vicepresidente Cheney- y, felizmente todavía, “Heduardo”, que camina por la cuerda sin red de protección-. No están los columnistas que sostenían el templo pero sí se oye la turbamulta de los mercaderes, las disputas de los Polvos Rosados y los ofrecimientos de la Cachina Constructora.
De los columnistas que levantaron, junto al director, la personalidad de “Perú 21” no queda nada sino una también silenciada ceremonia del adiós. Y sin ellos, “Perú 21” es un difunto de papel caminando con decidida palidez hacia los quince mil ejemplares. Porque un periódico no es un pelotón de sucesos ni un chilcano de noticias sino una manera de ver el mundo y de compartirlo con los lectores.
Sin los columnistas que le daban matices y rabias, temperatura y variedad, coraje agregado y sorna para distintos gustos, “Perú 21” es un suma cero de boletines y titulares salidos de la fosa común de las agencias noticiosas. Ya no es un periódico, en suma, sino una nostalgia. Y el problema es que las nostalgias pueden cantarse pero no leerse.
Lo que no entiendo es por qué “El Comercio” no ha publicado en la página de obituarios, donde todos esperamos aparecer algún día para morirnos de verdad, la desaparición de tan joven y prometedor pariente.
Y lo que menos entiendo es qué necesidad tenían los secuestradores de Paco Miró Quesada Rada de deshacerse de alguien que estaba haciendo las cosas bien y que era la disonancia autocontrolada que le permitía al Grupo El Comercio, que se cree una República Aristocrática, decir que ellos eran demócratas en relaciones exteriores y democráticos en asuntos del interior.
¿Qué escollo podía significar Álvarez Rodrich en los mega proyectos del grupo (una wikipedia peruana, un nuevo diario deportivo, otro Canal de TV)? Ninguno. Al contrario, “Perú 21” les atraía un público joven, nuevo, profesional y políticamente centrista. Y les permitía hablar, con la elegancia de la nobleza (aunque sea imaginaria), de los conflictos entre generaciones, de lo difícil que resulta controlar un imperio y de que la edad de la razón amansaría a los audaces de estos días. En fin, que con Álvarez Rodrich “El Comercio” tenía hasta un arma de negociación. Ahora es como si el viejo elefante hubiese matado a su cría en un ataque de locura.
¿Por qué, de verdad, esta crisis?
Porque el dinero siempre quiere más dinero. Y se supone que algunas insolencias de “Perú 21” costaron plata en publicidad, en oportunidades, en futuras licitaciones y en lo que podría llamarse “la imagen proempresarial del Grupo”. Desde el punto de vista de la representación simbólica y de clase, “Perú 21” desentonaba con sus bluyines, sus sacos casuales y algunos de esos contenidos que nada le debieron a la casualidad.
¿Ha habido presiones para que esta automutilación del holding “El Comercio” se produzca?
Todo indica que sí. Y más que presiones brutales –que ya no son necesarias en esta época de pasteurización mediática- lo que ha habido es la criolla y continua queja del presidente Alan García y de algunos de sus allegados respecto de las supuestas salidas de tono de “Perú 21”. Quejas que, expresadas ante personajes claves y en las reuniones precisas, fueron minando la capacidad de mantener la relativa autonomía que aprovechaba al máximo Álvarez Rodrich.
Lo de los petroaudios se ve ahora como un pretexto. El lado fenicio de “El Comercio” ha decidido limpiar al Grupo de veleidades y desvaríos e imponerle a la flota bajo su mando la disciplina de Nelson. No de Nelson Manrique, claro está.
El último fin de semana, en las afueras de Lima, hubo un almuerzo donde se presentó un escribidor de los Agois (los más felices con la muerte de “Perú 21”). Este señor señaló que lo que “El Comercio” había hecho estaba muy bien y que “el sistema” se encargaría de desaparecer a Álvarez Rodrich. Como si el ex director de “Perú 21” fuese un pelo caído y tuviese que escurrirse por el lavabo. El legendario idiota supone que “el sistema” es Pepe Graña, más cualquier cuchinski ladronzuelo, más las Cades de azafatas, más varios genaros y un puñado de sal gruesa y picaresca y un enlace provechoso y viajero con los que ganan las licitaciones (o las ganarán). No, ese no es “el sistema”. Ese es el sistema de Fortunato Canaán. El de Fortunato Canaán y el de Rómulo Cana.
César Hildebrandt
Los periódicos suelen tener agonías demoradas, muertes bostezudas, decadencias de cierta parsimonia. Pero los miembros del directorio de “El Comercio” que han tomado el poder y han raptado la voluntad de Francisco Miró Quesada Rada han querido romper todas las marcas en el feo asunto de exterminar publicaciones.
Y eso lo digo porque, en apenas un par de días, “Perú 21” ha dejado de existir y lo que cuelga en los kioscos y se ojea a la distancia es su ánima exhalada el viernes último, su almita juvenil viajando al limbo.
O sea que Pepe Graña Miró Quesada, el de Collique y mil gangas, y Milagritos Miró Quesada, que tuvo a bien separarse del honorario mapochino Emilio Rodríguez Larraín, cada uno por su lado, han ayudado a matar a “Perú 21” con la celeridad de las desgracias. Es decir, de un tiro en la nuca y, si nos atenemos a tanto colega callado y a tanta coleguita con gutapercha en la boquita, al estilo de los sicarios de Detroit: con silenciador. Que la muerte que no se nombra es más muerte todavía.
En el “Perú 21” de hoy (me refiero a la edición de ayer) no están los columnistas que sostenían el templo –con la excepción de Guillermo Giacosa, un tal Bullard -que representa a su bufete y al vicepresidente Cheney- y, felizmente todavía, “Heduardo”, que camina por la cuerda sin red de protección-. No están los columnistas que sostenían el templo pero sí se oye la turbamulta de los mercaderes, las disputas de los Polvos Rosados y los ofrecimientos de la Cachina Constructora.
De los columnistas que levantaron, junto al director, la personalidad de “Perú 21” no queda nada sino una también silenciada ceremonia del adiós. Y sin ellos, “Perú 21” es un difunto de papel caminando con decidida palidez hacia los quince mil ejemplares. Porque un periódico no es un pelotón de sucesos ni un chilcano de noticias sino una manera de ver el mundo y de compartirlo con los lectores.
Sin los columnistas que le daban matices y rabias, temperatura y variedad, coraje agregado y sorna para distintos gustos, “Perú 21” es un suma cero de boletines y titulares salidos de la fosa común de las agencias noticiosas. Ya no es un periódico, en suma, sino una nostalgia. Y el problema es que las nostalgias pueden cantarse pero no leerse.
Lo que no entiendo es por qué “El Comercio” no ha publicado en la página de obituarios, donde todos esperamos aparecer algún día para morirnos de verdad, la desaparición de tan joven y prometedor pariente.
Y lo que menos entiendo es qué necesidad tenían los secuestradores de Paco Miró Quesada Rada de deshacerse de alguien que estaba haciendo las cosas bien y que era la disonancia autocontrolada que le permitía al Grupo El Comercio, que se cree una República Aristocrática, decir que ellos eran demócratas en relaciones exteriores y democráticos en asuntos del interior.
¿Qué escollo podía significar Álvarez Rodrich en los mega proyectos del grupo (una wikipedia peruana, un nuevo diario deportivo, otro Canal de TV)? Ninguno. Al contrario, “Perú 21” les atraía un público joven, nuevo, profesional y políticamente centrista. Y les permitía hablar, con la elegancia de la nobleza (aunque sea imaginaria), de los conflictos entre generaciones, de lo difícil que resulta controlar un imperio y de que la edad de la razón amansaría a los audaces de estos días. En fin, que con Álvarez Rodrich “El Comercio” tenía hasta un arma de negociación. Ahora es como si el viejo elefante hubiese matado a su cría en un ataque de locura.
¿Por qué, de verdad, esta crisis?
Porque el dinero siempre quiere más dinero. Y se supone que algunas insolencias de “Perú 21” costaron plata en publicidad, en oportunidades, en futuras licitaciones y en lo que podría llamarse “la imagen proempresarial del Grupo”. Desde el punto de vista de la representación simbólica y de clase, “Perú 21” desentonaba con sus bluyines, sus sacos casuales y algunos de esos contenidos que nada le debieron a la casualidad.
¿Ha habido presiones para que esta automutilación del holding “El Comercio” se produzca?
Todo indica que sí. Y más que presiones brutales –que ya no son necesarias en esta época de pasteurización mediática- lo que ha habido es la criolla y continua queja del presidente Alan García y de algunos de sus allegados respecto de las supuestas salidas de tono de “Perú 21”. Quejas que, expresadas ante personajes claves y en las reuniones precisas, fueron minando la capacidad de mantener la relativa autonomía que aprovechaba al máximo Álvarez Rodrich.
Lo de los petroaudios se ve ahora como un pretexto. El lado fenicio de “El Comercio” ha decidido limpiar al Grupo de veleidades y desvaríos e imponerle a la flota bajo su mando la disciplina de Nelson. No de Nelson Manrique, claro está.
El último fin de semana, en las afueras de Lima, hubo un almuerzo donde se presentó un escribidor de los Agois (los más felices con la muerte de “Perú 21”). Este señor señaló que lo que “El Comercio” había hecho estaba muy bien y que “el sistema” se encargaría de desaparecer a Álvarez Rodrich. Como si el ex director de “Perú 21” fuese un pelo caído y tuviese que escurrirse por el lavabo. El legendario idiota supone que “el sistema” es Pepe Graña, más cualquier cuchinski ladronzuelo, más las Cades de azafatas, más varios genaros y un puñado de sal gruesa y picaresca y un enlace provechoso y viajero con los que ganan las licitaciones (o las ganarán). No, ese no es “el sistema”. Ese es el sistema de Fortunato Canaán. El de Fortunato Canaán y el de Rómulo Cana.
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