La ilusión de Obama
Rebelión
El triunfo de Barack Hussein Obama ha sido presentado como la victoria del cambio y la ilusión, pero para ilusión la que ha venido albergando el propio Obama desde hace años. Toda su carrera política ha estado marcada por la búsqueda de su propio acomodamiento en las instituciones y el sistema actual, más que a buscar cualquier transformación del mismo.
El triunfo de Obama ha estado basado en varios pilares. Una campaña casi “perfecta” (uso de Internet, movilización de voluntarios, marketing), las grandes dotes comunicativas (como orador y escritor) del candidato, las grandes sumas de donaciones y dinero que ha recibido (claves en las primarias) y una coyuntura política y económica favorable (la crisis financiera de septiembre, cuando las encuestas auguraban un vuelco favorable a McCain, y ser el candidato anti-Bush).
El hecho de que se convierta en el primer presidente negro de EEUU es un factor importante, pero los que tenían esperanzas en un cambio profundo pueden esperar sentados. Los discursos de Obama no varían en el fondo de lo que han defendido sus antecesores en el cargo, y su oposición a Bush era táctica (críticas a los errores y el coste…) más que objeciones morales o éticas.
Como han señalado algunas voces críticas en EEUU, “Obama ha sido el candidato de las clases dominantes”. Los que manejan la política y la economía en el país impedirían que cualquiera que ponga en duda la “jerarquía dominante y sus doctrinas” llegara a la Casa Blanca. Y no debemos olvidar que Obama ha recibido ingentes donaciones económicas de esos sectores, así como el apoyo de los medios de comunicación del establishment.
La anécdota de color, con un presidente negro en la Casa Blanca, no significará una mejora sustancial para la minoría negra, ni el racismo estructural que domina la sociedad cambiará. El futuro presidente de EEUU, definido con ironía como “republicrata” (por su capacidad por absorber los discursos de los dos partidos mayoritarios y dominantes) protegerá los privilegios de las élites y de las poderosas corporaciones, todas ellas dominadas mayoritariamente por blancos.
A partir de ahora el color del dinero en EEUU será el verde del dólar, el de su presidente, negro, pero el de la Casa Blanca, y los pilares que sustentan a ésta, seguirán siendo blancos. La obamanía y las ilusiones que se han creado se irán diluyendo en los próximos meses, dando paso a la fotografía completa de este “histórico acontecimiento”.
Cambio... ¿cuál cambio?
Pese a que los candidatos presidenciales en Estados Unidos lucharon por apoderarse de la idea de "cambio", muchos fuera de las fronteras de ese país son escépticos de que un nuevo ocupante de la Casa Blanca genere diferencias radicales en la actitud de ese país hacia el mundo.
"¿Cómo la elección de una persona puede implicar un cambio de política del país más poderoso del mundo?", dicen algunos que creen poco en las promesas de los candidatos.
Incluso algunos ciudadanos de Estados Unidos dudan de las continuas menciones al cambio que los candidatos hacen en sus actos de campaña.
"Cuanto más hablan de cambio, más pienso que las cosas no van a cambiar", escribía en un foro de discusión en internet un votante.
La aparición de una figura radicalmente diferente a lo que el mundo se había acostumbrado a imaginar como presidente de Estados Unidos -un afroamericano, hijo de un inmigrante keniata- parece haber despertado expectativas del comienzo de una nueva era en la historia de Estados Unidos.
"El mundo no debe hacerse demasiadas ilusiones sobre Barack Obama. Es -está a punto de ser- simplemente el nuevo presidente de los Estados Unidos", escribía hace pocos días en su columna de la revista colombiana Semana, el analista Antonio Caballero, sugiriendo que, al fin y al cabo, el cargo supera a la persona que lo ocupe y lo que ésta piense.
"Barack Obama es gringo. Político gringo. O sea, con las características de un político profesional, de un senador, de un presidente gringo: hipócritamente religioso, militarmente patriotero, inevitablemente imperialista. (...) Los imperios son imperialistas. Y Barack Obama es -está a punto de ser- emperador del imperio actualmente imperante", opinaba Caballero.
Expectativas
"Creo que hay una expectativa excesiva de que el presidente que resulte elegido en estas elecciones va a hacer cambios muy radicales", señaló a BBC Mundo Mariano Aguirre, analista del instituto de investigación madrileño FRIDE.
"Los cambios, si llegan a ocurrir, van a ser realmente muy lentos. Las políticas no se definen sólo por la figura del presidente. Se definen por una relación muy compleja entre la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono, las Fuerzas Armadas, el Congreso, e incluso la influencia de los medios, los lobbys de presión y la relación con las fuerzas locales", dice.
Según explicó a BBC Mundo Armand Peschard, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales en Washington, sí se notará al menos una diferencia de actitud.
"Obviamente, con un nuevo presidente habrá un cambio de visión", dice Peschard. "Pero ese cambio depende de otros factores como la composición en el Congreso. Otro factor importante es la crisis económica".
Crisis
Peschard cree que la actual crisis financiera y el daño que le ha infligido a la estabilidad económica de Estados Unidos será un factor más poderoso en el momento de definir una nueva política que la identidad de quien ocupe la Oficina Oval.
"Van a tener que desempeñar una política exterior con mucha más humildad, que estará basada en gran parte en las limitaciones económicas: será mucho más selectivo en cuanto a sus aportes en asistencia internacional o en cuanto al uso de la fuerza en zonas conflictivas ", asegura Peschard.
Las decisiones sobre escenarios claves como Medio Oriente, además, no parece que serán realmente diferentes a lo que ha pasado hasta ahora.
"El cambio no será profundo. Obama tiene una actitud más propensa al diálogo, incluso con los enemigos. Pero, por ejemplo, ha buscado el apoyo del sector más conservador de la comunidad judía en Estados Unidos y es posible que en el conflicto palestino-israelí mantenga una posición similar a la del actual gobierno", dice Aguirre.
En escenarios de conflicto armado, como en Irak y Afganistán, son otros factores los que determinarán un cambio de estrategia, como explica Aguirre.
"Hay una presión muy fuerte y cada vez mayor de la sociedad estadounidense para salir de Irak, y cualquiera de los dos candidatos que gane va a tratar de responder".
Realidad
Algo parecido es lo que podría suceder en Afganistán: según Aguirre, más allá de las posiciones políticas del candidato que gane, ya está en preparación una nueva estrategia para el país -mezcla de negociación y aumento del número de tropas- y esto podría implementarse incluso antes de que el próximo presidente asuma.
Peschard insiste en que será la situación económica la que determine cuál será la nueva actitud militar de Estados Unidos.
"Gane quien gane, EE.UU. ya no está en la situación económica como para mantener una política exterior como la de estos últimos años y tener estas aventuras militares", asegura.
¿Y en cuanto a América Latina? ¿Realmente se abrirá un nuevo capítulo en las relaciones con la elección de este martes?
"Yo pienso que el ganador va a tener que desarrollar una política más inteligente y equitativa en cuanto a un equilibrio entre los intereses de la región y los intereses de los Estados Unidos. Esta prepotencia que se ha visto yo pienso que ya ha llegado a un límite", opina Peschard.
Obama: ¿la segunda independencia de los Estados Unidos?
John Brown
Un par de días antes de las elecciones presidenciales norteamericanas declaró Hugo Chávez a propósito de Barack Obama: "Que asuma de verdad, que se mire el color de la piel, revise su historia y sienta el palpitar de la sangre negra africana que lleva por dentro, como también la llevamos nosotros". El consejo que da Hugo Chávez a Barack Obama muestra el inmenso olfato histórico del dirigente bolivariano. Sólo desde el punto de vista de un país como Venezuela, que lucha contra su pasado colonial y subalterno, puede verse que los Estados Unidos, esa potencia que se presenta como el summum del progreso mundial, como la adelantada de la economía, de la ciencia, de la potencia militar, es al igual que Venezuela, Colombia o Bolivia, un país americano: un país colonial. Colonial sin lugar a dudas es el estatuto de la población negra norteamericana. Sometida inicialmente a una esclavitud plenamente reconocida por la primera constitución de los Estados Unidos y, una vez liberados los esclavos, a regímenes de marginación y segregación como el del Jim Crow, la segregación o más recientemente al encarcelamiento masivo. Un enorme porcentaje de jóvenes negros norteamericanos pasa por la cárcel y el porcentaje de población penitenciaria negra es abrumadoramente superior al que corresponde a los demás grupos raciales.
La idea de raza, más precisamente la de una línea de raza (race line) que divide a la sociedad no está menos presente en la cultura norteamericana que en la boliviana. En términos de participación política, reducida a la elección de representantes como en las demás democracias capitalistas, la comunidad negra está excluida y marginada. En primer lugar como consecuencia del encarcelamiento masivo y del tratamiento penal de la cuestión negra, que tiene como consecuencia una muy importante pérdida de derechos electorales (disenfranchisement). En segundo lugar, por la propia marginación de una vida política y social que sigue siendo fundamentalmente blanca, incluso en los medios de izquierda.
La candidatura de Barack Obama ha supuesto una movilización sin precedentes de los que nunca votan, de los negros, los latinos y los integrantes de una clase obrera que buscó un sustituto de Estado de bienestar, de welfare, en el endeudamiento privado y se ve ahora arruinada y sin crédito a consecuencia de la crisis. Si bien las particularidades de cada país son importantes, se ha solido desatender, en cuanto a los Estados Unidos se refiere, su carácter americano, el hecho nada indiferente de que tengan su origen en una sociedad basada en una economía de plantación esencialmente esclavista. La sociedad oficial norteamericana, al igual que la venezolana o la boliviana ha procurado ocultar cuidadosamente la existencia de los esclavos y de sus descendientes. Jefferson, Adams y Washington defendieron la independencia de las colonias británicas de norteamérica en nombre de la lucha contra una esclavitud metafórica, la de quienes deben pagar tributos sin estar representados (taxation without representation), pero hicieron siempre la vista gorda sobre la esclavitud sin metáfora que era la base de la economía colonial, tanto en los Estados Unidos como en Santo Domingo, Cuba o Brasil.
Dentro de un marco rigurosamente liberal, la economía, y con ella la esclavitud, quedaban reducidas a la esfera privada. Esto suponía que la propiedad de los propietarios de esclavos quedaba protegida por el derecho general de propiedad. La liberación de los esclavos mantuvo la discriminación y la segregación como forma de gestión diferencial de la fuerza de trabajo. El racismo y la gestión “porosa” de la frontera meridional permiten al capitalismo norteamericano incluir o excluir en el mercado laboral sin garantías ni derechos a los trabajadores negros o latinos. Los negros son a este respecto una categoría particular. Los latinos tienen un país de origen donde conservan raíces y del que incluso han importado al Norte formas de orgnización política y social. Es ejemplar a este respecto el papel qu desempeñaron en la huelga del personal de limpieza californiano antiguos miembros de las organizaciones de izquierda e incluso de las guerrillas centroamericanas. Los negros, en cambio, son extranjeros en su país, pero, a diferencia de los latinos carecen además de un país de origen que sirva de centro de identificación nacional y cultural. Los múltiples intentos de aticular una identidad negra desde el Islam o desde el habla particular de las comunidades negras (ebonix) no han tenido éxito. La identidad negra es múltiple y desarticulada. Sólo de manera muy marginal se han integrado los trabajadores negros en el movimiento obrero oficial. La falta de referentes simbólicos políticos y sociales es asi, paradójicamente, una característica de los afroamericanos.
La candidatura de Barack Obama representa un acontecimiento sin precedentes. No porque Obama sea un peligroso izquierdista, sino por su color de piel y su origen. Nada comparable con la irrupción delos católicos del clan Kennedy en la vida pública y su accesión a la presidencia. Los irlandeses católicos estaban del mismo lado de la “línea racial” que los protestantes. Por primera vez con Obama un no blanco habrá accedido a la presidencia de los Estados Unidos. Con el apoyo masivo de la comunidad afroamericana y de numerosísimos latinos. Algo parecido, desde el punto de vista simbólico, aunque no en cuanto al programa político, a lo que supuso la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela o la de Evo Morales a la de Bolivia. En sí misma esa movilización, esa politización de un electorado que durante décadas ha alimentado la abstención, junto con la de la clase obrera blanca que sufre en sus propias carnes el fracaso del sucedáneo neoliberal de Estado del bienestar, es un dato importantísmo. Tanto si Barack Obama responde a sus expectativas como si no lo hace, un amplísimo sector social se ha puesto en marcha. Las autoridades lo saben y tienen previsto un amplio dispositivo de seguridad para reprimir los probables disturbios en caso de victoria de Mc Cain. Tropas norteamericanas se están replegando también de Iraq a la metrópoli en previsión de que la población americana se niegue a pagar la crisis del capitalismo neoliberal.
La irrupción en la escena política de los “parias de la tierra” es un elemento que va a determinar la política norteamericana y la mundial a largo plazo. Chávez consolidó su apoyo político y electoral mediante la inscripción en el censo de electores y de ciudadanos con derechos de unos 4 millones de personas de tez más oscura que los que salen en RCTV o en Globovisión. Los que detentaron la representación política de sus países desde la independencia han perdido el monopolio. Tanto en Venezuela como en los Estados Unidos se encuentran ahora enfrentados al desafío que define a toda democracia desde la antigüedad, el de la representación y la participación del “demos”, de los que, por definición, son los excluidos. Tal vez los Estados Unidos tengan, como Venezuela o Bolivia, o como los hiciera Cuba hace 50 años, que proclamar una segunda independencia.
Rebelión
El triunfo de Barack Hussein Obama ha sido presentado como la victoria del cambio y la ilusión, pero para ilusión la que ha venido albergando el propio Obama desde hace años. Toda su carrera política ha estado marcada por la búsqueda de su propio acomodamiento en las instituciones y el sistema actual, más que a buscar cualquier transformación del mismo.
El triunfo de Obama ha estado basado en varios pilares. Una campaña casi “perfecta” (uso de Internet, movilización de voluntarios, marketing), las grandes dotes comunicativas (como orador y escritor) del candidato, las grandes sumas de donaciones y dinero que ha recibido (claves en las primarias) y una coyuntura política y económica favorable (la crisis financiera de septiembre, cuando las encuestas auguraban un vuelco favorable a McCain, y ser el candidato anti-Bush).
El hecho de que se convierta en el primer presidente negro de EEUU es un factor importante, pero los que tenían esperanzas en un cambio profundo pueden esperar sentados. Los discursos de Obama no varían en el fondo de lo que han defendido sus antecesores en el cargo, y su oposición a Bush era táctica (críticas a los errores y el coste…) más que objeciones morales o éticas.
Como han señalado algunas voces críticas en EEUU, “Obama ha sido el candidato de las clases dominantes”. Los que manejan la política y la economía en el país impedirían que cualquiera que ponga en duda la “jerarquía dominante y sus doctrinas” llegara a la Casa Blanca. Y no debemos olvidar que Obama ha recibido ingentes donaciones económicas de esos sectores, así como el apoyo de los medios de comunicación del establishment.
La anécdota de color, con un presidente negro en la Casa Blanca, no significará una mejora sustancial para la minoría negra, ni el racismo estructural que domina la sociedad cambiará. El futuro presidente de EEUU, definido con ironía como “republicrata” (por su capacidad por absorber los discursos de los dos partidos mayoritarios y dominantes) protegerá los privilegios de las élites y de las poderosas corporaciones, todas ellas dominadas mayoritariamente por blancos.
A partir de ahora el color del dinero en EEUU será el verde del dólar, el de su presidente, negro, pero el de la Casa Blanca, y los pilares que sustentan a ésta, seguirán siendo blancos. La obamanía y las ilusiones que se han creado se irán diluyendo en los próximos meses, dando paso a la fotografía completa de este “histórico acontecimiento”.
Cambio... ¿cuál cambio?
Pese a que los candidatos presidenciales en Estados Unidos lucharon por apoderarse de la idea de "cambio", muchos fuera de las fronteras de ese país son escépticos de que un nuevo ocupante de la Casa Blanca genere diferencias radicales en la actitud de ese país hacia el mundo.
"¿Cómo la elección de una persona puede implicar un cambio de política del país más poderoso del mundo?", dicen algunos que creen poco en las promesas de los candidatos.
Incluso algunos ciudadanos de Estados Unidos dudan de las continuas menciones al cambio que los candidatos hacen en sus actos de campaña.
"Cuanto más hablan de cambio, más pienso que las cosas no van a cambiar", escribía en un foro de discusión en internet un votante.
La aparición de una figura radicalmente diferente a lo que el mundo se había acostumbrado a imaginar como presidente de Estados Unidos -un afroamericano, hijo de un inmigrante keniata- parece haber despertado expectativas del comienzo de una nueva era en la historia de Estados Unidos.
"El mundo no debe hacerse demasiadas ilusiones sobre Barack Obama. Es -está a punto de ser- simplemente el nuevo presidente de los Estados Unidos", escribía hace pocos días en su columna de la revista colombiana Semana, el analista Antonio Caballero, sugiriendo que, al fin y al cabo, el cargo supera a la persona que lo ocupe y lo que ésta piense.
"Barack Obama es gringo. Político gringo. O sea, con las características de un político profesional, de un senador, de un presidente gringo: hipócritamente religioso, militarmente patriotero, inevitablemente imperialista. (...) Los imperios son imperialistas. Y Barack Obama es -está a punto de ser- emperador del imperio actualmente imperante", opinaba Caballero.
Expectativas
"Creo que hay una expectativa excesiva de que el presidente que resulte elegido en estas elecciones va a hacer cambios muy radicales", señaló a BBC Mundo Mariano Aguirre, analista del instituto de investigación madrileño FRIDE.
"Los cambios, si llegan a ocurrir, van a ser realmente muy lentos. Las políticas no se definen sólo por la figura del presidente. Se definen por una relación muy compleja entre la Agencia Central de Inteligencia, el Pentágono, las Fuerzas Armadas, el Congreso, e incluso la influencia de los medios, los lobbys de presión y la relación con las fuerzas locales", dice.
Según explicó a BBC Mundo Armand Peschard, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales en Washington, sí se notará al menos una diferencia de actitud.
"Obviamente, con un nuevo presidente habrá un cambio de visión", dice Peschard. "Pero ese cambio depende de otros factores como la composición en el Congreso. Otro factor importante es la crisis económica".
Crisis
Peschard cree que la actual crisis financiera y el daño que le ha infligido a la estabilidad económica de Estados Unidos será un factor más poderoso en el momento de definir una nueva política que la identidad de quien ocupe la Oficina Oval.
"Van a tener que desempeñar una política exterior con mucha más humildad, que estará basada en gran parte en las limitaciones económicas: será mucho más selectivo en cuanto a sus aportes en asistencia internacional o en cuanto al uso de la fuerza en zonas conflictivas ", asegura Peschard.
Las decisiones sobre escenarios claves como Medio Oriente, además, no parece que serán realmente diferentes a lo que ha pasado hasta ahora.
"El cambio no será profundo. Obama tiene una actitud más propensa al diálogo, incluso con los enemigos. Pero, por ejemplo, ha buscado el apoyo del sector más conservador de la comunidad judía en Estados Unidos y es posible que en el conflicto palestino-israelí mantenga una posición similar a la del actual gobierno", dice Aguirre.
En escenarios de conflicto armado, como en Irak y Afganistán, son otros factores los que determinarán un cambio de estrategia, como explica Aguirre.
"Hay una presión muy fuerte y cada vez mayor de la sociedad estadounidense para salir de Irak, y cualquiera de los dos candidatos que gane va a tratar de responder".
Realidad
Algo parecido es lo que podría suceder en Afganistán: según Aguirre, más allá de las posiciones políticas del candidato que gane, ya está en preparación una nueva estrategia para el país -mezcla de negociación y aumento del número de tropas- y esto podría implementarse incluso antes de que el próximo presidente asuma.
Peschard insiste en que será la situación económica la que determine cuál será la nueva actitud militar de Estados Unidos.
"Gane quien gane, EE.UU. ya no está en la situación económica como para mantener una política exterior como la de estos últimos años y tener estas aventuras militares", asegura.
¿Y en cuanto a América Latina? ¿Realmente se abrirá un nuevo capítulo en las relaciones con la elección de este martes?
"Yo pienso que el ganador va a tener que desarrollar una política más inteligente y equitativa en cuanto a un equilibrio entre los intereses de la región y los intereses de los Estados Unidos. Esta prepotencia que se ha visto yo pienso que ya ha llegado a un límite", opina Peschard.
Obama: ¿la segunda independencia de los Estados Unidos?
John Brown
Un par de días antes de las elecciones presidenciales norteamericanas declaró Hugo Chávez a propósito de Barack Obama: "Que asuma de verdad, que se mire el color de la piel, revise su historia y sienta el palpitar de la sangre negra africana que lleva por dentro, como también la llevamos nosotros". El consejo que da Hugo Chávez a Barack Obama muestra el inmenso olfato histórico del dirigente bolivariano. Sólo desde el punto de vista de un país como Venezuela, que lucha contra su pasado colonial y subalterno, puede verse que los Estados Unidos, esa potencia que se presenta como el summum del progreso mundial, como la adelantada de la economía, de la ciencia, de la potencia militar, es al igual que Venezuela, Colombia o Bolivia, un país americano: un país colonial. Colonial sin lugar a dudas es el estatuto de la población negra norteamericana. Sometida inicialmente a una esclavitud plenamente reconocida por la primera constitución de los Estados Unidos y, una vez liberados los esclavos, a regímenes de marginación y segregación como el del Jim Crow, la segregación o más recientemente al encarcelamiento masivo. Un enorme porcentaje de jóvenes negros norteamericanos pasa por la cárcel y el porcentaje de población penitenciaria negra es abrumadoramente superior al que corresponde a los demás grupos raciales.
La idea de raza, más precisamente la de una línea de raza (race line) que divide a la sociedad no está menos presente en la cultura norteamericana que en la boliviana. En términos de participación política, reducida a la elección de representantes como en las demás democracias capitalistas, la comunidad negra está excluida y marginada. En primer lugar como consecuencia del encarcelamiento masivo y del tratamiento penal de la cuestión negra, que tiene como consecuencia una muy importante pérdida de derechos electorales (disenfranchisement). En segundo lugar, por la propia marginación de una vida política y social que sigue siendo fundamentalmente blanca, incluso en los medios de izquierda.
La candidatura de Barack Obama ha supuesto una movilización sin precedentes de los que nunca votan, de los negros, los latinos y los integrantes de una clase obrera que buscó un sustituto de Estado de bienestar, de welfare, en el endeudamiento privado y se ve ahora arruinada y sin crédito a consecuencia de la crisis. Si bien las particularidades de cada país son importantes, se ha solido desatender, en cuanto a los Estados Unidos se refiere, su carácter americano, el hecho nada indiferente de que tengan su origen en una sociedad basada en una economía de plantación esencialmente esclavista. La sociedad oficial norteamericana, al igual que la venezolana o la boliviana ha procurado ocultar cuidadosamente la existencia de los esclavos y de sus descendientes. Jefferson, Adams y Washington defendieron la independencia de las colonias británicas de norteamérica en nombre de la lucha contra una esclavitud metafórica, la de quienes deben pagar tributos sin estar representados (taxation without representation), pero hicieron siempre la vista gorda sobre la esclavitud sin metáfora que era la base de la economía colonial, tanto en los Estados Unidos como en Santo Domingo, Cuba o Brasil.
Dentro de un marco rigurosamente liberal, la economía, y con ella la esclavitud, quedaban reducidas a la esfera privada. Esto suponía que la propiedad de los propietarios de esclavos quedaba protegida por el derecho general de propiedad. La liberación de los esclavos mantuvo la discriminación y la segregación como forma de gestión diferencial de la fuerza de trabajo. El racismo y la gestión “porosa” de la frontera meridional permiten al capitalismo norteamericano incluir o excluir en el mercado laboral sin garantías ni derechos a los trabajadores negros o latinos. Los negros son a este respecto una categoría particular. Los latinos tienen un país de origen donde conservan raíces y del que incluso han importado al Norte formas de orgnización política y social. Es ejemplar a este respecto el papel qu desempeñaron en la huelga del personal de limpieza californiano antiguos miembros de las organizaciones de izquierda e incluso de las guerrillas centroamericanas. Los negros, en cambio, son extranjeros en su país, pero, a diferencia de los latinos carecen además de un país de origen que sirva de centro de identificación nacional y cultural. Los múltiples intentos de aticular una identidad negra desde el Islam o desde el habla particular de las comunidades negras (ebonix) no han tenido éxito. La identidad negra es múltiple y desarticulada. Sólo de manera muy marginal se han integrado los trabajadores negros en el movimiento obrero oficial. La falta de referentes simbólicos políticos y sociales es asi, paradójicamente, una característica de los afroamericanos.
La candidatura de Barack Obama representa un acontecimiento sin precedentes. No porque Obama sea un peligroso izquierdista, sino por su color de piel y su origen. Nada comparable con la irrupción delos católicos del clan Kennedy en la vida pública y su accesión a la presidencia. Los irlandeses católicos estaban del mismo lado de la “línea racial” que los protestantes. Por primera vez con Obama un no blanco habrá accedido a la presidencia de los Estados Unidos. Con el apoyo masivo de la comunidad afroamericana y de numerosísimos latinos. Algo parecido, desde el punto de vista simbólico, aunque no en cuanto al programa político, a lo que supuso la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela o la de Evo Morales a la de Bolivia. En sí misma esa movilización, esa politización de un electorado que durante décadas ha alimentado la abstención, junto con la de la clase obrera blanca que sufre en sus propias carnes el fracaso del sucedáneo neoliberal de Estado del bienestar, es un dato importantísmo. Tanto si Barack Obama responde a sus expectativas como si no lo hace, un amplísimo sector social se ha puesto en marcha. Las autoridades lo saben y tienen previsto un amplio dispositivo de seguridad para reprimir los probables disturbios en caso de victoria de Mc Cain. Tropas norteamericanas se están replegando también de Iraq a la metrópoli en previsión de que la población americana se niegue a pagar la crisis del capitalismo neoliberal.
La irrupción en la escena política de los “parias de la tierra” es un elemento que va a determinar la política norteamericana y la mundial a largo plazo. Chávez consolidó su apoyo político y electoral mediante la inscripción en el censo de electores y de ciudadanos con derechos de unos 4 millones de personas de tez más oscura que los que salen en RCTV o en Globovisión. Los que detentaron la representación política de sus países desde la independencia han perdido el monopolio. Tanto en Venezuela como en los Estados Unidos se encuentran ahora enfrentados al desafío que define a toda democracia desde la antigüedad, el de la representación y la participación del “demos”, de los que, por definición, son los excluidos. Tal vez los Estados Unidos tengan, como Venezuela o Bolivia, o como los hiciera Cuba hace 50 años, que proclamar una segunda independencia.
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