Welcome Mr. Bush
César Hildebrandt
Qué bueno tenerlo por aquí, señor George W. Bush. Siempre es divertido verlo y oirlo en otros escenarios que no sean el salón oval, donde usted ha tenido que trabajar tanto para desacreditar a su país como pocos lo hicieron antes, o en la azulada salita de las conferencias de prensa de la Casa Blanca, donde usted jamás ha contestado en serio las preguntas que lo incomodaron.
Aquí, en el Perú, deberá usted sentirse como en su casa. Y si todo dependiera del doctor Alan García, ésta sería ya una extensión de su casa.
El presidente del Perú, señor Bush, no es sólo su socio. Es, como eran antes los Trujillo y los Odría, su incondicional. Así que viene usted al país de América Latina que más competencia le plantea al México de Calderón y a la Colombia de Uribe. Si usted, señor Bush, se llamara Theodore Roosevelt y usara un gran garrote, la comedia sería completa: Alan García lo recibiría disfrazado de mariscal Cáceres.
Prescindiendo del inglés del doctor García, todo será amable para usted en estas tierras que han vuelto a ser las de antes, señor Bush. Es cierto que García puede tener otros amores –los chinos, por ejemplo, ante quienes se disfraza de alfombra roja, come con palitos, habla en mandarín de mandarina, calla en idioma tibetano respecto del campo de concentración gerenteado por WalMart en que se ha convertido China-...Es cierto, decía, que hay otros amores pero le puedo asegurar que ninguno como el que le profesa al capitalismo peludo que usted representa.
El Perú, señor Bush, es, desde el punto de vista de la afinidad presidencial con los Estados Unidos, un Panamá cortado en canal, un Kuwait sin tanto petróleo pero con igual cantidad de huecos, un Irak sin haber sido bombardeado. O sea, quiero decirle, “un aliado estratégico”. Es decir, susurrando: un negro antes de Lincoln, un interrogado de Guantánamo.
Y no me refiero al pueblo peruano sino al equipo gobernante del doctor García. Es que no hay nada más radical que un anti vuelto pro ni nada más intenso que un odio que fue amor. Porque, aunque usted es un analfabeto funcional, quizá le hayan dicho, señor Bush, que el sepulto jefe de Alan García escribió alguna vez un libro titulado “El antiimperialismo y el Apra”.
Cuando el doctor García lo reciba, señor Bush, le dirá lo que aquí ha venido pregonando ante el asombro de la ciencia y las embolias de algunos economistas: que la actual crisis es una crisis de riqueza, que durará muy poco, que de ella se librarán países colonizados como el nuestro y que, tras su paso, todos las economías, empezando por la de los Estados Unidos, saldrán más fuertes y anabolizadas que antes.
Cuando usted escuche eso quizá sienta que ese fue el optimismo que le faltó a John McCain. Y es cierto: si García hubiese asesorado a McCain, McCain sería ahora el presidente electo obligado, por presión de sus financiadores, a no cumplir ninguna de sus promesas. Porque eso es exactamente lo que hizo el doctor García en esta Florida del Inca, señor Bush.
Diremos, para ser justos, que tanto usted, señor Bush, como el doctor García, son igual de mentirosos, igual de cínicos e igual de inescrupulosos. Pero si queremos ser imparciales en esto de repartir honores por vuestros talentos, tendremos que decir que sus mentiras, señor Bush, terminan en bombardeos de ciudades y asesinatos multitudinarios, mientras que las mentiras del doctor García discurren sin espoletas ni estruendo en el viejo surco colmatado de farsas de la historia peruana.
Hay otros parecidos fraternales y casi societarios entre ustedes, señor Bush. Usted ha destruido la economía de su país. El doctor García destruyó la nuestra hace 20 años y ahora aspira a hacernos ricos de la mano de ustedes, que están en quiebra técnica. Es cierto que usted es infinitamente más ignorante que el doctor García, pero digamos que, en materia de teoría económica, el doctor García casi no permite contendores.
Es cierto que el doctor García sería incapaz de decir, como usted dijo, que “es mucho más fácil triunfar con un éxito que con un fracaso”, pero, a la hora de citar a Vallejo, recitar a Calderón de la Barca, contar en inglés, dar clases de periodismo y hablar de las “altas cualidades” de su novia, el doctor García como que sigue dando la pelea.
Y en cuanto a la religión, si usted pasó, heroicamente, del alcoholismo a la obediencia de Dios, el doctor García pasó del laicismo masónico y hayista al hábito del Señor de los Milagros.
Y si usted es un líder algo apocalíptico que quiere cambiar el mapamundi a bombazos y acabar con las soberanías a punta de marines, fíjese lo que sería el doctor García si tuviera el maletín nuclear que viaja con usted: ayer, en “El Comercio”, que es un diario que vota por ustedes y bota a sus directores cuando puede, el doctor García, refiriéndose a los que critican su chilenismo de roto acholado, dijo lo siguiente: “Lo mejor que puede hacer (el Perú) es poner en una balsa a todos esos que hablan por el hígado, envidia o frustración personal y lanzarlos por el mar a que se pierdan...”
O sea que García dice lo que usted piensa pero no se atreve a decir. Es que con tal de defender a Chile, a los Estados Unidos, o a China, el doctor García es capaz de hablar como un matón que acaba de inhalar cocaína. Porque el doctor García, señor Bush, es el primer presidente auténticamente global de la historia. Mírelo bien y se dará cuenta de que hasta parece una escultura inspirada en la globalización.
Hay una diferencia a su favor, sin embargo, señor Bush. Usted ha permitido que su vice Presidente Dick Cheney robe lo que quiera. El doctor García le puede contar por qué a él le resulta tan difícil delegar. Es que las grandes faenas, los faenones, no se pueden acometer de otra manera.
César Hildebrandt
Qué bueno tenerlo por aquí, señor George W. Bush. Siempre es divertido verlo y oirlo en otros escenarios que no sean el salón oval, donde usted ha tenido que trabajar tanto para desacreditar a su país como pocos lo hicieron antes, o en la azulada salita de las conferencias de prensa de la Casa Blanca, donde usted jamás ha contestado en serio las preguntas que lo incomodaron.
Aquí, en el Perú, deberá usted sentirse como en su casa. Y si todo dependiera del doctor Alan García, ésta sería ya una extensión de su casa.
El presidente del Perú, señor Bush, no es sólo su socio. Es, como eran antes los Trujillo y los Odría, su incondicional. Así que viene usted al país de América Latina que más competencia le plantea al México de Calderón y a la Colombia de Uribe. Si usted, señor Bush, se llamara Theodore Roosevelt y usara un gran garrote, la comedia sería completa: Alan García lo recibiría disfrazado de mariscal Cáceres.
Prescindiendo del inglés del doctor García, todo será amable para usted en estas tierras que han vuelto a ser las de antes, señor Bush. Es cierto que García puede tener otros amores –los chinos, por ejemplo, ante quienes se disfraza de alfombra roja, come con palitos, habla en mandarín de mandarina, calla en idioma tibetano respecto del campo de concentración gerenteado por WalMart en que se ha convertido China-...Es cierto, decía, que hay otros amores pero le puedo asegurar que ninguno como el que le profesa al capitalismo peludo que usted representa.
El Perú, señor Bush, es, desde el punto de vista de la afinidad presidencial con los Estados Unidos, un Panamá cortado en canal, un Kuwait sin tanto petróleo pero con igual cantidad de huecos, un Irak sin haber sido bombardeado. O sea, quiero decirle, “un aliado estratégico”. Es decir, susurrando: un negro antes de Lincoln, un interrogado de Guantánamo.
Y no me refiero al pueblo peruano sino al equipo gobernante del doctor García. Es que no hay nada más radical que un anti vuelto pro ni nada más intenso que un odio que fue amor. Porque, aunque usted es un analfabeto funcional, quizá le hayan dicho, señor Bush, que el sepulto jefe de Alan García escribió alguna vez un libro titulado “El antiimperialismo y el Apra”.
Cuando el doctor García lo reciba, señor Bush, le dirá lo que aquí ha venido pregonando ante el asombro de la ciencia y las embolias de algunos economistas: que la actual crisis es una crisis de riqueza, que durará muy poco, que de ella se librarán países colonizados como el nuestro y que, tras su paso, todos las economías, empezando por la de los Estados Unidos, saldrán más fuertes y anabolizadas que antes.
Cuando usted escuche eso quizá sienta que ese fue el optimismo que le faltó a John McCain. Y es cierto: si García hubiese asesorado a McCain, McCain sería ahora el presidente electo obligado, por presión de sus financiadores, a no cumplir ninguna de sus promesas. Porque eso es exactamente lo que hizo el doctor García en esta Florida del Inca, señor Bush.
Diremos, para ser justos, que tanto usted, señor Bush, como el doctor García, son igual de mentirosos, igual de cínicos e igual de inescrupulosos. Pero si queremos ser imparciales en esto de repartir honores por vuestros talentos, tendremos que decir que sus mentiras, señor Bush, terminan en bombardeos de ciudades y asesinatos multitudinarios, mientras que las mentiras del doctor García discurren sin espoletas ni estruendo en el viejo surco colmatado de farsas de la historia peruana.
Hay otros parecidos fraternales y casi societarios entre ustedes, señor Bush. Usted ha destruido la economía de su país. El doctor García destruyó la nuestra hace 20 años y ahora aspira a hacernos ricos de la mano de ustedes, que están en quiebra técnica. Es cierto que usted es infinitamente más ignorante que el doctor García, pero digamos que, en materia de teoría económica, el doctor García casi no permite contendores.
Es cierto que el doctor García sería incapaz de decir, como usted dijo, que “es mucho más fácil triunfar con un éxito que con un fracaso”, pero, a la hora de citar a Vallejo, recitar a Calderón de la Barca, contar en inglés, dar clases de periodismo y hablar de las “altas cualidades” de su novia, el doctor García como que sigue dando la pelea.
Y en cuanto a la religión, si usted pasó, heroicamente, del alcoholismo a la obediencia de Dios, el doctor García pasó del laicismo masónico y hayista al hábito del Señor de los Milagros.
Y si usted es un líder algo apocalíptico que quiere cambiar el mapamundi a bombazos y acabar con las soberanías a punta de marines, fíjese lo que sería el doctor García si tuviera el maletín nuclear que viaja con usted: ayer, en “El Comercio”, que es un diario que vota por ustedes y bota a sus directores cuando puede, el doctor García, refiriéndose a los que critican su chilenismo de roto acholado, dijo lo siguiente: “Lo mejor que puede hacer (el Perú) es poner en una balsa a todos esos que hablan por el hígado, envidia o frustración personal y lanzarlos por el mar a que se pierdan...”
O sea que García dice lo que usted piensa pero no se atreve a decir. Es que con tal de defender a Chile, a los Estados Unidos, o a China, el doctor García es capaz de hablar como un matón que acaba de inhalar cocaína. Porque el doctor García, señor Bush, es el primer presidente auténticamente global de la historia. Mírelo bien y se dará cuenta de que hasta parece una escultura inspirada en la globalización.
Hay una diferencia a su favor, sin embargo, señor Bush. Usted ha permitido que su vice Presidente Dick Cheney robe lo que quiera. El doctor García le puede contar por qué a él le resulta tan difícil delegar. Es que las grandes faenas, los faenones, no se pueden acometer de otra manera.
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