Maestra vida
César Hildebrandt
Con una modestia que llega a conmover, Guillermo Thorndike ha mutilado de sus recuerdos algunos capítulos importantes.
Uno es aquel que lo sitúa como padre putativo de Pepe Olaya, su subdirector en “La República”. Después de muchos éxitos entre la poblada y de agotar el catálogo de los mayores prontuarios policiales, Olaya –que ya es parte de la historia del periodismo que irradia Thorndike– sería el primer director de “El Popular”, esa contribución que el socialismo entendido por los Mohme hizo y hace a las letras peruanas.
Uno se pregunta por qué entonces, en la exhaustivamente biográfica entrevista que Thorndike concedió ayer al suplemento dominical de “La Primera”, no aparece esta paternidad imborrable. ¿Será lo que algunos llaman, excediéndose, “un olvido higiénico”?
Otro aspecto cabal para comprender a Thorndike, cuya vida profesional habría que cabotear más que contar, es el de biógrafo por encargo. Este oficio sacrificado tuvo en él dos vertientes: la del biografiado que podía adularse sin esfuerzo, como es el caso de “Maestra vida”, su libro dedicado a Horacio Zeballos; y la del biografiado que debía de mejorarse siguiendo el ejemplo colosal de Atlas, como es el caso de Ricardo Belmont y familia, retratados gracias a su pluma como la familia Medici de radio “Excelsior”.
En ambas versiones, Thorndike muestra la abundancia de su prosa.
Eso sí, a veces la memoria se le marchita para retratar el éxito de otros, especialmente si algo le enseñaron. Tal es el caso de Raúl Villarán, un genio de la prensa popular de quien Thorndike bebió todo lo que un discípulo brillante podía beber. Sin embargo, en una pincelada más bien avara Thorndike escribe de Villarán lo siguiente:
“Raúl Villarán brillaba como una bengala, podía estallar en fuego de pólvora festiva pero carecía de la voluntad demoledora de esa dinamita editorial que es el pensamiento” (“Ocupación testigo”, página 149).
¿Voluntad demoledora? ¿Dinamita editorial? ¿Pensamientos explosivos? No, no se alarmen. Ese es el estilo pata negra y libérrimo de Thorndike, algo que, según algunos de sus lectores menos generosos, está entre los cubitos Maggi de la sopa sin presa y los polvos mágicos de las noches sin fin. No es justo, en todo caso, decir que Villarán fue un periodista alejado de todo pensar. Recordemos que alguna vez recibió el encargo de dirigir “La Tribuna”, el vocero aprista que hoy sigue tosiendo sus eslóganes.
En todo caso, lo más sustancioso que Thorndike ha omitido decir en su desembuchada entrevista en este diario es que fue el director noticioso y el comandante editorial en jefe de Frecuencia Latina en la época en que los hermanos Winter batían el chocolate del fujimorismo gracias a un contrato de compraventa por varios millones de dólares.
Porque una cosa es haber tenido que limpiar “baños y letrinas para tener tiempo de escribir”, como dice el mismo Thorndike recordando su proximidad con Ramón Ramírez, y otra es haber estado en el núcleo duro del muladar montesinista y haber vivido durante muchos meses protegiendo a mafiosos con noticias trucadas y censurando a cualquier reportero que asomase un palmo de decencia. Maestra vida que le dicen.
César Hildebrandt
Con una modestia que llega a conmover, Guillermo Thorndike ha mutilado de sus recuerdos algunos capítulos importantes.
Uno es aquel que lo sitúa como padre putativo de Pepe Olaya, su subdirector en “La República”. Después de muchos éxitos entre la poblada y de agotar el catálogo de los mayores prontuarios policiales, Olaya –que ya es parte de la historia del periodismo que irradia Thorndike– sería el primer director de “El Popular”, esa contribución que el socialismo entendido por los Mohme hizo y hace a las letras peruanas.
Uno se pregunta por qué entonces, en la exhaustivamente biográfica entrevista que Thorndike concedió ayer al suplemento dominical de “La Primera”, no aparece esta paternidad imborrable. ¿Será lo que algunos llaman, excediéndose, “un olvido higiénico”?
Otro aspecto cabal para comprender a Thorndike, cuya vida profesional habría que cabotear más que contar, es el de biógrafo por encargo. Este oficio sacrificado tuvo en él dos vertientes: la del biografiado que podía adularse sin esfuerzo, como es el caso de “Maestra vida”, su libro dedicado a Horacio Zeballos; y la del biografiado que debía de mejorarse siguiendo el ejemplo colosal de Atlas, como es el caso de Ricardo Belmont y familia, retratados gracias a su pluma como la familia Medici de radio “Excelsior”.
En ambas versiones, Thorndike muestra la abundancia de su prosa.
Eso sí, a veces la memoria se le marchita para retratar el éxito de otros, especialmente si algo le enseñaron. Tal es el caso de Raúl Villarán, un genio de la prensa popular de quien Thorndike bebió todo lo que un discípulo brillante podía beber. Sin embargo, en una pincelada más bien avara Thorndike escribe de Villarán lo siguiente:
“Raúl Villarán brillaba como una bengala, podía estallar en fuego de pólvora festiva pero carecía de la voluntad demoledora de esa dinamita editorial que es el pensamiento” (“Ocupación testigo”, página 149).
¿Voluntad demoledora? ¿Dinamita editorial? ¿Pensamientos explosivos? No, no se alarmen. Ese es el estilo pata negra y libérrimo de Thorndike, algo que, según algunos de sus lectores menos generosos, está entre los cubitos Maggi de la sopa sin presa y los polvos mágicos de las noches sin fin. No es justo, en todo caso, decir que Villarán fue un periodista alejado de todo pensar. Recordemos que alguna vez recibió el encargo de dirigir “La Tribuna”, el vocero aprista que hoy sigue tosiendo sus eslóganes.
En todo caso, lo más sustancioso que Thorndike ha omitido decir en su desembuchada entrevista en este diario es que fue el director noticioso y el comandante editorial en jefe de Frecuencia Latina en la época en que los hermanos Winter batían el chocolate del fujimorismo gracias a un contrato de compraventa por varios millones de dólares.
Porque una cosa es haber tenido que limpiar “baños y letrinas para tener tiempo de escribir”, como dice el mismo Thorndike recordando su proximidad con Ramón Ramírez, y otra es haber estado en el núcleo duro del muladar montesinista y haber vivido durante muchos meses protegiendo a mafiosos con noticias trucadas y censurando a cualquier reportero que asomase un palmo de decencia. Maestra vida que le dicen.
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