Días de radio
César Hildebrandt
El periodista recibe una llamada a las 8 y 20 de la mañana.
-No hay fluido eléctrico en las cuadras 22 y 23 de Javier Prado. Se fue después de las 7 de la mañana –le dicen.
Entonces, no hay programa. Qué pena. No pudimos decir que el acta del acuerdo con Moquegua quería mantenerse como secreta, a pesar de ser, en líneas generales, un logro plausible de las autoridades moqueguanas y de la PCM. Tampoco pudimos decir que el ministerio público ya ha comenzado las investigaciones in situ para pedir el apresamiento de “los cabecillas” de la asonada popular –como si unos cuantos pudieran mover a quince mil y obligar a cientos de ellos a pernoctar por turnos en un puente durante ocho días–, acatando, con literal diligencia, la virtual orden emanada de la presidencia de la República.
Ya el martes había pasado que una baja de tensión en la mismísima cuadra de Radio San Borja casi nos sacó del aire. Los técnicos de Luz del Sur dijeron, tras una revisión y una hipotética reparación, que no había nada de qué preocuparse.
Y ahora esto.
A comienzos de la semana, llamadas pactadas un día antes –una relacionada con Moquegua y la otra con la concesión de los puertos a probables accionistas chilenos– no habían podido culminarse a pesar de la insistencia.
Sus destinatarios le dijeron a Rebeca Diz que sus teléfonos ni siquiera habían timbrado y que las llamadas aparecieron, horas después, en el rubro de Perdidas. ¿Congestión del servicio y falta de redes? Puede ser. Ya hemos vivido antes en el escenario de los hechos coincidentes y las explicaciones diversas.
Al mismo tiempo, la pundonorosa hija del Piojo Valenzuela se atreve, disfrazada de buganvilia, a vincular a este diario con el narcotráfico y con las FARC. Por supuesto que no aporta ninguna prueba, indicio, documento que le permita sostener tales infamias. Lo importante es señalar que tan tenaz trepadora tiene un vínculo especial con Palacio de Gobierno y que algunos de sus flatos verbales podrían ser, perfectamente, una manera más de ascender en el escalafón de las validas. Desprestigiar a este periódico se ha convertido en una tarea de necesidad pública para el séquito del doctor García.
Mientras tanto, el embargo publicitario en torno al programa de Radio San Borja se mantiene al ritmo de llamadas, amenazas y advertencias. El miedo y la conveniencia hacen el resto, a despecho de la inmensa sintonía que la gente nos brinda.
El periodista ya ha pasado por esto una y mil veces. Está curtido pero vivo, empobrecido pero sin arrastrarse, exiliado de las luces que nunca amó, feliz de no deberle a nadie esos favores que deshonran. Y está dispuesto a seguir pensando que vivir de verdad consiste en evitar la muerte del alma. Sí, porque una cosa es ser agnóstico y otra es creer que sólo somos la banalidad que nos ocupa y las tripas que rugen. Cuando el alma se te muere te conviertes en la persona que hubieras despreciado en tu juventud.
Por eso, veterano de ninguna victoria decisiva, el periodista va a un estante, coge un libro y lee: “Castilla varonil, adusta tierra/ Castilla del desdén contra la suerte/ Castilla del dolor y de la guerra,/ tierra inmortal, Castilla de la muerte...”
Y se pone a pensar (a colores) en las musarañas.
César Hildebrandt
El periodista recibe una llamada a las 8 y 20 de la mañana.
-No hay fluido eléctrico en las cuadras 22 y 23 de Javier Prado. Se fue después de las 7 de la mañana –le dicen.
Entonces, no hay programa. Qué pena. No pudimos decir que el acta del acuerdo con Moquegua quería mantenerse como secreta, a pesar de ser, en líneas generales, un logro plausible de las autoridades moqueguanas y de la PCM. Tampoco pudimos decir que el ministerio público ya ha comenzado las investigaciones in situ para pedir el apresamiento de “los cabecillas” de la asonada popular –como si unos cuantos pudieran mover a quince mil y obligar a cientos de ellos a pernoctar por turnos en un puente durante ocho días–, acatando, con literal diligencia, la virtual orden emanada de la presidencia de la República.
Ya el martes había pasado que una baja de tensión en la mismísima cuadra de Radio San Borja casi nos sacó del aire. Los técnicos de Luz del Sur dijeron, tras una revisión y una hipotética reparación, que no había nada de qué preocuparse.
Y ahora esto.
A comienzos de la semana, llamadas pactadas un día antes –una relacionada con Moquegua y la otra con la concesión de los puertos a probables accionistas chilenos– no habían podido culminarse a pesar de la insistencia.
Sus destinatarios le dijeron a Rebeca Diz que sus teléfonos ni siquiera habían timbrado y que las llamadas aparecieron, horas después, en el rubro de Perdidas. ¿Congestión del servicio y falta de redes? Puede ser. Ya hemos vivido antes en el escenario de los hechos coincidentes y las explicaciones diversas.
Al mismo tiempo, la pundonorosa hija del Piojo Valenzuela se atreve, disfrazada de buganvilia, a vincular a este diario con el narcotráfico y con las FARC. Por supuesto que no aporta ninguna prueba, indicio, documento que le permita sostener tales infamias. Lo importante es señalar que tan tenaz trepadora tiene un vínculo especial con Palacio de Gobierno y que algunos de sus flatos verbales podrían ser, perfectamente, una manera más de ascender en el escalafón de las validas. Desprestigiar a este periódico se ha convertido en una tarea de necesidad pública para el séquito del doctor García.
Mientras tanto, el embargo publicitario en torno al programa de Radio San Borja se mantiene al ritmo de llamadas, amenazas y advertencias. El miedo y la conveniencia hacen el resto, a despecho de la inmensa sintonía que la gente nos brinda.
El periodista ya ha pasado por esto una y mil veces. Está curtido pero vivo, empobrecido pero sin arrastrarse, exiliado de las luces que nunca amó, feliz de no deberle a nadie esos favores que deshonran. Y está dispuesto a seguir pensando que vivir de verdad consiste en evitar la muerte del alma. Sí, porque una cosa es ser agnóstico y otra es creer que sólo somos la banalidad que nos ocupa y las tripas que rugen. Cuando el alma se te muere te conviertes en la persona que hubieras despreciado en tu juventud.
Por eso, veterano de ninguna victoria decisiva, el periodista va a un estante, coge un libro y lee: “Castilla varonil, adusta tierra/ Castilla del desdén contra la suerte/ Castilla del dolor y de la guerra,/ tierra inmortal, Castilla de la muerte...”
Y se pone a pensar (a colores) en las musarañas.
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