Menos lectores
César Hildebrandt
Cada día se lee menos. Y muchos piensan que es por eso que cada día que pasa la democracia formal del Occidente cristiano se parece más a una multitud de berlusconianos llenando el coliseo que al club de atenienses que legislaba en una plaza.
La Unesco, la entidad de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, señala que el subdesarrollo cultural de un país se mide también por el índice de lectura de los periódicos. Y hace poco “The Economist” nos recordó cuál era esa tabla según la estadística del 2007.
Japón ocupa el primer lugar de lectoría de diarios con un ratio asombroso: 546 lectores de periódicos por cada mil habitantes (el referente es la población absoluta, lo que hace esa cifra aún más significativa).
Segunda está Noruega, con 514 lectores por mil. Suecia, Finlandia y Singapur ocupan el tercero, cuarto y quinto lugar respectivamente. Dinamarca, Austria, Suiza y Reino Unido les siguen y en el décimo lugar, con 262 lectores de diarios por cada mil habitantes, está Alemania.
La lista completa de los primeros treinta países en lectoría de diarios no incluye a ningún país latinoamericano. Tampoco está África. Y otros ausentes decidores son el sudeste asiático y el medio oriente. Con lo que se confirmaría la relación que algunos sociólogos señalan como inexorable: el desarrollo viene de la educación y leer prensa es parte fundamental del consumo educativo.
La Unesco afirma que un país está instalado en el subdesarrollo cultural cuando su índice de lectoría de periódicos es menor que 100 por cada mil habitantes. Sorprende que en la lista de los 30 no esté España, cuya lectoría descendió de 104 lectores por mil en 1997 a 98 por cada mil en el 2007.
Y asombra que Francia esté apenas en 129 lectores por cada mil, por debajo de Estonia (190 por 1,000), Hong Kong (181) y Latvia (157/1,000). Estados Unidos ocupa el puesto 19, por debajo de Nueva Zelanda y Eslovenia. China no aparece y, en ese sentido, al igual que India, confirma pertenecer todavía al tercer mundo.
El promedio europeo de lectura de periódicos ha bajado considerablemente en los últimos años. Era de 208 lectores por cada mil habitantes en el año 2000. Ahora es de 189.
Planteadas las cifras, intentemos una interpretación.
El Internet y su creciente difusión es una primera explicación. Allí deben de estar, camuflados para la estadística, varios millones de lectores que ahora prefieren husmear gratis un abanico de periódicos antes que seguir siendo fiel a un kiosco y a un logotipo.
Una segunda explicación está en Sartori y su vídeocracia.
¿Marchamos a un mundo en el que el soporte de papel desaparecerá?
¿Es la lectura la que está en crisis o la crisis proviene de periódicos cada vez más uniformados por la concentración de la propiedad y el dominio de las corporaciones?
¿La juventud acude a la pantalla de la red porque está mutando a lo visual o huye de la grosera manipulación de los medios escritos, empeñados en decirle que el mundo que Bush aprueba es el único en el que se puede vivir?
Y, desde esta perspectiva, ¿no será que ahora la derecha debería de preocuparse más por la reducción de lectores dado que ella controla la mayor parte de los contenidos de la prensa con soporte de papel?
Son preguntas para el debate.
Lo que es cierto es que al Perú esas preguntas casi no le conciernen. En relación a lectoría de periódicos, el Perú parece no haber llegado todavía a la edad de los metales. Banalizada por sus políticos de plazuela, sus periodistas sin gramática, sus partidos sin vida y su sequía de ideas, Latinoamérica, en general, llena su agenda de remedos ultramarinos y ecos deformes procedentes de las casas matrices.
Basta echarle un vistazo a un periódico de esta parte del mundo –hay poquitas excepciones– para encontrar una sobredosis de pequeñez en traje de grandeza, chismografía ripiosa y abolición virtual de la página de Internacionales. En Latinoamérica es posible que hasta los estalinistas que jamás se arrepintieron se pronuncien en favor de la libertad de expresión.
Como me decía hace unos días Ignacio Ramonet, el periodista más importante de habla hispana, el asunto es que hoy los medios de comunicación –la llamada “gran prensa internacional”– son el gran problema de la democracia.
Quizás estemos próximos al día en que no leerlos se convierta en un modo de protestar.
César Hildebrandt
Cada día se lee menos. Y muchos piensan que es por eso que cada día que pasa la democracia formal del Occidente cristiano se parece más a una multitud de berlusconianos llenando el coliseo que al club de atenienses que legislaba en una plaza.
La Unesco, la entidad de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, señala que el subdesarrollo cultural de un país se mide también por el índice de lectura de los periódicos. Y hace poco “The Economist” nos recordó cuál era esa tabla según la estadística del 2007.
Japón ocupa el primer lugar de lectoría de diarios con un ratio asombroso: 546 lectores de periódicos por cada mil habitantes (el referente es la población absoluta, lo que hace esa cifra aún más significativa).
Segunda está Noruega, con 514 lectores por mil. Suecia, Finlandia y Singapur ocupan el tercero, cuarto y quinto lugar respectivamente. Dinamarca, Austria, Suiza y Reino Unido les siguen y en el décimo lugar, con 262 lectores de diarios por cada mil habitantes, está Alemania.
La lista completa de los primeros treinta países en lectoría de diarios no incluye a ningún país latinoamericano. Tampoco está África. Y otros ausentes decidores son el sudeste asiático y el medio oriente. Con lo que se confirmaría la relación que algunos sociólogos señalan como inexorable: el desarrollo viene de la educación y leer prensa es parte fundamental del consumo educativo.
La Unesco afirma que un país está instalado en el subdesarrollo cultural cuando su índice de lectoría de periódicos es menor que 100 por cada mil habitantes. Sorprende que en la lista de los 30 no esté España, cuya lectoría descendió de 104 lectores por mil en 1997 a 98 por cada mil en el 2007.
Y asombra que Francia esté apenas en 129 lectores por cada mil, por debajo de Estonia (190 por 1,000), Hong Kong (181) y Latvia (157/1,000). Estados Unidos ocupa el puesto 19, por debajo de Nueva Zelanda y Eslovenia. China no aparece y, en ese sentido, al igual que India, confirma pertenecer todavía al tercer mundo.
El promedio europeo de lectura de periódicos ha bajado considerablemente en los últimos años. Era de 208 lectores por cada mil habitantes en el año 2000. Ahora es de 189.
Planteadas las cifras, intentemos una interpretación.
El Internet y su creciente difusión es una primera explicación. Allí deben de estar, camuflados para la estadística, varios millones de lectores que ahora prefieren husmear gratis un abanico de periódicos antes que seguir siendo fiel a un kiosco y a un logotipo.
Una segunda explicación está en Sartori y su vídeocracia.
¿Marchamos a un mundo en el que el soporte de papel desaparecerá?
¿Es la lectura la que está en crisis o la crisis proviene de periódicos cada vez más uniformados por la concentración de la propiedad y el dominio de las corporaciones?
¿La juventud acude a la pantalla de la red porque está mutando a lo visual o huye de la grosera manipulación de los medios escritos, empeñados en decirle que el mundo que Bush aprueba es el único en el que se puede vivir?
Y, desde esta perspectiva, ¿no será que ahora la derecha debería de preocuparse más por la reducción de lectores dado que ella controla la mayor parte de los contenidos de la prensa con soporte de papel?
Son preguntas para el debate.
Lo que es cierto es que al Perú esas preguntas casi no le conciernen. En relación a lectoría de periódicos, el Perú parece no haber llegado todavía a la edad de los metales. Banalizada por sus políticos de plazuela, sus periodistas sin gramática, sus partidos sin vida y su sequía de ideas, Latinoamérica, en general, llena su agenda de remedos ultramarinos y ecos deformes procedentes de las casas matrices.
Basta echarle un vistazo a un periódico de esta parte del mundo –hay poquitas excepciones– para encontrar una sobredosis de pequeñez en traje de grandeza, chismografía ripiosa y abolición virtual de la página de Internacionales. En Latinoamérica es posible que hasta los estalinistas que jamás se arrepintieron se pronuncien en favor de la libertad de expresión.
Como me decía hace unos días Ignacio Ramonet, el periodista más importante de habla hispana, el asunto es que hoy los medios de comunicación –la llamada “gran prensa internacional”– son el gran problema de la democracia.
Quizás estemos próximos al día en que no leerlos se convierta en un modo de protestar.
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