se cumplieron 30 años desde la inauguración de uno de los torneos más controvertidos de la historia
Claudio Morresi, actual secretario de Deportes del Gobierno argentino, tenía 16 años en 1978 y era un prometedor centrocampista de la cantera del Huracán. Dos años antes, el 23 de abril de 1976, la dictadura militar que llevaba un mes en el poder había secuestrado a su hermano mayor, Norberto, quien desde entonces permanece desaparecido. Morresi sabía que el 1 de junio, día inaugural de la Copa del Mundo, los integrantes de la Junta Militar que gobernaba el país estarían presentes en el estadio del River Plate. Incluso, que el presidente de la misma, Jorge Rafael Videla, daría un discurso. Pero el amor por el fútbol pudo más. Se abrigó bien para combatir la fría tarde invernal y se acomodó en las gradas junto a otros 75.000 espectadores. "Cuando habló Videla, me quedé de brazos cruzados, insultando para adentro", recordó. La gran mayoría, en cambio, aplaudió. Gritó "¡Argentina, Argentina!" y se sumó a la fiesta del Mundial más polémico y controvertido de la posguerra, una mezcla de fútbol y utilización política; celebrado en medio de una brutal represión cuya dimensión, sin embargo, muy pocos conocían. Alemania y Polonia disputaron aquel encuentro inaugural. Un triste empate sin goles.
Treinta años después resulta imposible deslindar lo que se pudo ver por televisión y por primera vez en colores desde las heladas canchas argentinas (1978 fue, hasta la fecha, el último Campeonato del Mundo jugado con camisetas de mangas largas) de lo que simultáneamente ocurría alrededor.
El Alemania-Polonia se jugó a la misma hora que en la plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, un grupo de mujeres caminaba en torno a la pirámide con pañuelos blancos en sus cabezas. La ronda se repetía desde hacía más de un año ante la indiferencia general, pero la televisión holandesa decidió emitir la imagen minutos antes de conectar con el estadio del River. Las Madres de Plaza de Mayo, que pedían por sus hijos secuestrados, recibían al fin difusión masiva en el exterior. Justo en el instante en que la Junta iniciaba su gran campaña propagandística.
Para los milicos que derrocaron a Isabel Perón en marzo de 1976, el Mundial fue un maná. Argentina había sido designada en 1964, cuando perdió con México la votación para organizar el torneo de 1970. Desde entonces apenas se habían designado las sedes y, en tiempos de Isabel y José López Rega, se diseñaron la mascota y el logotipo, que evocaba los brazos levantados de Juan Domingo Perón sosteniendo una pelota.
Recién asumido el poder, Videla, Agosti y, sobre todo, Emilio Massera, el marino de la Junta, tal vez el más feroz de los represores y, sin duda, el de mayor ambición política, vieron en el Mundial su gran escaparate. Se creó una sociedad organizadora, el EAM'78, y se estrecharon los lazos con la FIFA para asegurarse que nada haría cambiar la sede del torneo.
El general Omar Actis y el contralmirante Carlos Alberto Lacoste, mano derecha de Massera, fueron designados al frente del EAM. Pero Actis, contrario a los grandes dispendios y a las pretensiones de la FIFA de montar un sistema de televisión en color para retransmitir los partidos al resto del mundo, fue asesinado el 21 de agosto de 1976, dos días antes de presentar su modesto proyecto. Su lugar lo asumió el general Antonio Merlo, pero, en la realidad, Lacoste quedó al mando y bajo su tutela Argentina montó el Mundial más caro de la historia hasta entonces, con más de 700 millones de dólares de gasto legal y una suma imposible de calcular pagada en comisiones y prebendas. Con el retorno de la democracia, Lacoste sería acusado de administración fraudulenta y enriquecimiento ilícito e implicado en el asesinato de Actis, pero João Havelange, entonces presidente de la FIFA y cuya compañía de seguros fue beneficiada con el 25% de las pólizas durante el torneo, le mantuvo como vicepresidente del máximo organismo del fútbol hasta 1984.
Los militares siguieron secuestrando: según el libro La vergüenza de todos, del periodista Pablo Llonto, 63 personas desaparecieron durante los 25 días que duró el Mundial.
Con la segunda fase llegaron los mejores momentos de fútbol. Holanda y Alemania brindaron un vibrante 2-2; Brasil se pareció a sí mismo frente a Perú (3-0) y Polonia (3-1) con un deslumbrante Dirceu al mando; Austria se dio el gusto de eliminar a Alemania con Krankl en plan estrella (3-2), y Argentina encontró en Kempes el goleador que necesitaba. Un golazo de Haan desde fuera del área metió a Holanda en la final a costa de Italia (2-1) y el célebre 6-0 a Perú clasificó a Argentina para el partido decisivo. Esa noche, en el momento en que Luque marcaba el cuarto tanto, una bomba estalló en el domicilio de Juan Alemann, secretario de Hacienda y crítico acérrimo de los manejos económicos en torno al Mundial. Nunca se conoció a los autores.
La final se jugó el 25 de junio en el Monumental, de Buenos Aires. Argentina ganó por 3-1 en la prórroga, Havelange le permitió a Videla entregar el trofeo a Passarella, el capitán argentino, y Ernst Happel, el entrenador holandés, sugirió off the record que en las dos finales sucesivas perdidas por el equipo naranja (1974 y 1978) "el laboratorio lo manejaban nuestros rivales".
Millones de argentinos inundaron las calles celebrando el título. Entre ellos iba Graciela Daleo, detenida en el centro clandestino de la ESMA, a escasos 500 metros del estadio de la final. Sus carceleros pensaron que sería una buena idea que ella y otras compañeras pudieran ver la explosión de júbilo popular. Acabaron cenando juntos en un restaurante a las afueras de la ciudad.
Al día siguiente nacía Guido, hijo de Laura Carlotto, secuestrada en 1977 y asesinada poco después de dar a luz. Guido fue dado en adopción con otro nombre. Su abuela, Estela Carlotto, es la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, organización que ya ha recuperado a 87 niños de los cerca de 500 que se calcula nacieron en cautiverio, y continúa buscándole. Carlotto todavía recuerda sus reproches a los familiares que gritaban los goles argentinos de aquel Mundial.
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