¿Quieres saber cómo hacerte invisible?
FORBES- 6 de Mayo de 2016
En el libro ‘Cómo hacerse invisible’, Strato
Nyman descubre cómo ver sin ser visto. A partir de ese momento, su mente será
sacudida por lo inverificable… y será capaz de ver lo que antes estaba oculto.
No es muy común, no le pasa a cualquiera, pero
cuando alguien descubre la manera de hacerse invisible puede ser capaz de ver
lo que antes estaba oculto. Como mirar las cosas que realmente importan, eso
que no está hecho de materia. Por ejemplo, darse cuenta de que una lágrima es,
en efecto, más que agua, sal y trazas de otros compuestos, pues arrastra con
ella sentimientos y significados imposibles de aislar y luego observar con
experimentos científicos.
Un 13 de septiembre, 13 días después de su
decimotercer cumpleaños, el adolescente Strato Nyman halla en una vieja y
polvosa librería desolada —una de las 30 que existen en el antiguo y pequeño
pueblo inglés de Hedgecombe-upon-Dray— un libro que le revela cómo hacerse
invisible. A partir de ese momento, la brillante y metódica mente científica de
Strato será sacudida por lo inverificable y podrá ver —sin ser visto— las
razones de la separación de sus padres, los motivos del acoso escolar que
sufre, las terribles consecuencias de su timidez, los absurdos del racismo y,
con todo ello, que la ciencia es hermosa, pero no es nunca —en realidad
pretende serlo desde hace muy poco— la única versión posible de lo que sucede
en el mundo: “Hay misterios en todas partes, en la ciencia y fuera de ella”,
concluye Strato al final de Cómo hacerse invisible, un libro escrito por el
periodista Tim Lott (1953, Southall, Middlesex, Inglaterra) y publicado en
español por Océano, en su colección Gran Travesía.
El pequeño Strato es un niño singular: es dueño
de una timidez casi patológica, posee un coeficiente intelectual de 156 —sólo
lo tiene el 1.2 por ciento de los niños del mundo—, es el único jovencito negro
de ese pueblo al que ha llegado a vivir después de gastar la mayor parte de sus
13 años de vida en Londres, es un entusiasta de las historias de fantasía y
ciencia ficción y, sobre todo, anda siempre empleando observaciones, pruebas,
experimentos y razonamientos lógicos para explicarse la realidad, aunque todo
esto no le alcanza para entender por qué se siente culpable de la separación de
sus padres; por qué se encoge de hombres y agacha la mirada cuando Lloyd
Archibald Turnbull arremete contra él en la escuela o el Facebook, acosándolo,
humillándolo; por qué se queda mudo ante la mirada de la bella Susan, su
compañera de clase, o por qué lo desconcierta la burlona gentileza del
conductor del autobús escolar (que esconde un hiriente racismo).
2okEntre otros, el libro de Lott tiene un
planteamiento muy interesante: para volverse invisible al mundo no es necesario
encontrar un mágico libro, rodearlo con los brazos sobre el pecho y lanzarse
convencido contra un espejo para salir de él transformado en materia
transparente, como le sucede a Strato. Sino que convivimos cotidianamente con
un universo de invisibilidad en el que las máscaras (eso es lo que significa
persona: máscara) y los secretos rigen las relaciones.
Cierto: Strato necesitó desempolvar un antiguo
y fantástico libro para dejar de mirarse en el espejo y tener la posibilidad de
sacudirse en algunos momentos ese engrandecido y venerado invento de la
sociedad contemporánea llamado “yo”, para, curiosamente, poder observar el lado
invisible de los demás. Y el suyo propio.
Por ejemplo, mirar que Peaches, su madre, no es
capaz de perdonarle a Melchior, su padre, la aventura sexual que tuvo con la
joven estudiante de su laboratorio de investigación, Annabel, cuando vivían en
Londres. Por esa razón tuvieron que dejar la gran ciudad. Para que el
científico Melchior Nyman no volviera a ver a la bella Annabel.
Por ejemplo, saber que para Melchior la
aventura con Annabel no significó nada, que fue un error, que lo hizo porque se
sintió halagado de saber que un hombre como él, de 41 años, le gustaba a una
chica de apenas 23; que a quien Melchior en realidad ama, siempre ha amado, es
a Peaches.
Por ejemplo, enterarse de que Peaches había
firmado un contrato con una editorial para escribir un libro intitulado
Bienvenido a la granja de los nerds, que habla sobre las dificultades que pasan
los padres para criar a un niño superdotado y talentoso como el propio Strato.
Por ejemplo, observar que la madre de Lloyd, el
niño abusador de la escuela, es una gorgona que, tras la muerte de su marido en
un accidente automovilístico en el que Lloyd perdió la movilidad de uno de sus
brazos, abusa del abusador, golpeándolo, insultándolo, hiriéndolo con sus
palabras y su manera de vivir, expresándole más afecto al perro enano Chronic
que al mismo Lloyd, su hijo.
Por ejemplo, descubrir que el aparente gentil
conductor del autobús escolar es miembro de un grupo racista y, sin embargo, es
capaz de compadecerse y alimentar a diario y con ternura a una anciana casi
centenaria e inmóvil.
Por ejemplo, vivir la sorpresa de que la
pequeña y simpática Susan Brown no es su enemiga ni está coludida con Lloyd
para fastidiarlo, sino que es una nerd igual que él, sólo que de la biología y
la literatura, no de la física, como Strato, y que además le gusta.
Y finalmente, por ejemplo, que el siempre
formal, religioso y estricto profesor de ciencias Nathan Walter Ojebande —la
única otra persona negra que vive en Hedgecombe— no es, ni de cerca, lo que
todos suponen que es.
Así que a veces únicamente basta con ubicarse
en la posición y lugar adecuados, saber guardar silencio, observar y escuchar
sin distracciones para poder volverse invisible. Porque hasta en el universo
más pequeño, en el universo de las partículas, uno modifica la realidad por el
simple hecho de estar ahí. Lo recuerda el curioso de Strato. Quien además
advierte que para poder continuar, también se hace necesario hacer invisibles
muchas cosas: “Todo cambia. Todo está pasando en todo momento. Todo es cambio,
y el cambio duele, pero también es bueno.”
Así como la inquieta mente empírica del pequeño
Nyman concluye que el asunto de culpar a alguien es muy complicado, aprende a
darse cuenta de que muchas cosas no son lo que parecen cuando uno es capaz, a
su vez, de desaparecer, observar y comprender: “No sólo era yo el invisible.
Todos eran invisibles, pues nadie podía ver en el interior de la cabeza de la
otra persona, y todos aprovechamos esa invisibilidad para guardar secretos,
capa bajo capa.”
Juan José Flores Nava-Periodista, aficionado a
la psicología social, forofo del Atlas y practicante (siempre que se puede) del
‘dolce far niente’. No es especialista en nada.
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