Objetos de lujo que no se venden
a la gente común, aunque tenga dinero
El Confidencial - mayo de 2016
Hay cosas que el dinero no puede
comprar, y no nos referimos al honor, la simpatía, el cariño de nuestros seres
queridos, el amor o el reconocimiento de nuestros compañeros. No, nos referimos
a productos o servicios de élite tremendamente deseables y a los que no
podríamos acceder ni siquiera con cantidades exorbitantes de dinero en nuestro
bolsillo. Es lo que ocurre, sobre todo, con el arte: La Gioconda solo hay una y
es propiedad de Francia, por lo que por mucho dinero que tengamos, no nos la
van iban a vender.
Los productos no son infinitos,
mucho menos en el mundo del lujo, caracterizado por una mayor carestía que
asegura al comprador que está gastando su dinero en algo que nadie más posee.
En algunos casos, hace falta tener buenas relaciones para acceder a ellos
–imagínese ver el partido de su equipo preferido desde el palco privado del
club, rodeado por celebridades y los amos de las finanzas–; en otros, un
estatus social en consonancia con el número de ceros de nuestra cuenta corriente.
Es decir, que garantice que no somos uno de esos nuevos ricos que se acaban de
subir al carro.
Una investigación de 'The Daily
Mail' ha recogido algunos de estos solicitados productos o servicios para los
que es necesario algo más que dinero. Y que nos dicen mucho acerca de la manera
en que está diseñado el consumo moderno de lujo… y la psicología de aquellos
que recurren a él.
'Fitness' para la élite
Ya dedicamos un artículo a
explicar el funcionamiento del Skinny Bitch Collective, un exclusivo gimnasio
londinense situado en Baker Street y entre cuyos miembros se encuentran ángeles
de Victoria's Secret, atletas profesionales, actrices y modelos de primer
nivel. Parece ser que la única criba no son las más de 8.000 libras que, entre
matrícula y cuotas, cuesta el gimnasio al año por sufrir y dejarse ver: a pesar
de que la lista de espera es inacabable, si tu nombre es conocido lo tendrás
mucho más fácil para formar parte del Colectivo de las Zorras Delgadas.
El club privado de Walt Disney
Los visitantes de Disneyland
pueden intentar buscar, en la zona de Nueva Orleans del popular parque temático
californiano, la puerta que conduce al club 33. Otra cosa es que los dejen
entrar, algo que muy probablemente no ocurrirá. Se trata de uno de los últimos
sueños del propio Walt Disney, que murió sin llegar a ver cómo abría sus
puertas este salón que tenía como objetivo agasajar a las celebridades que
visitasen su parque temático.
Al parecer, los miembros deben
pagar una reserva inicial de 27.000 dólares para suscribirse al club (más los
12.000 que cuesta la cuota anual). Eso sí, siempre y cuando uno haya aguantado
la larga cola que en 2011 se encontraba en 14 años. A cambio, recibirá en cada
una de sus visitas un menú de la más exquisita comida francesa (Nueva Orléans,
¿recuerdan?) y, sobre todo, alcohol. Sí, eso que resulta tan fácil adquirir en
el bar o la tienda de alimentación de la esquina. Pero no es lo más importante:
sí lo es poder comer lejos de las miradas de los miles de turistas que cada día
pasan por el parque de atracciones.
Si de exclusividad hablamos, no
podemos olvidarnos del restaurante neoyorquino Rao's, que presume –seguramente
por cuestión de 'marketing'– de no haber tenido una mesa disponible en 38 años
(lo cual no quiere decir que la cola de espera sea tan larga, claro). Un
reclamo que es todo un imán para los famosos –pero no para los críticos, ya que
no ha pasado ninguno desde hace casi cuatro décadas–, que se sientan en sus 10
mesas. Sorprendentemente, no es ni especialmente caro ni vanguardista.
Simplemente, es muy exclusivo.
La suite más cara del mundo
La élite de la élite. En una de
las esquinas de Hyde Park, a tiro de piedra del arco de Wellington, se
encuentra el Lanesborough, uno de los hoteles más exclusivos de Londres. Su
precio medio de más de 600 euros por noche resulta asequible en comparación con
las 14.000 libras que cuesta pasar una noche en su Suite Real. Al fin y al
cabo, es como alquilar un pequeño palacio: tiene 445 metros cuadrados –que muy
probablemente duplican, triplican, cuadriplican o quintuplican el tamaño del
piso del lector, no digamos ya del del redactor–, siete habitaciones con sus
respectivos baños y, de paso, un servicio exclusivo de limusinas. Lujo por todo
lo alto que hace parecer baratos los casi 30 euros que se piden por un bollito
con champiñones y bacon.
Volando voy (solo)
El sector de la aviación ha
explotado como ningún otro los bolsillos de sus adinerados clientes. Volar es
como ir al cuarto de baño: todos lo tenemos que hacer en un momento u otro,
pero no es lo mismo hacerlo en unos servicios públicos que en un trono de oro.
Con los aviones ocurre lo mismo, como bien sabe el fabricante estadounidense
Gulfstream Aerospace, responsable del Gulfstream G650, un modelo del que solo
existen 40 ejemplares en todo el mundo. ¿Adivinan en manos de quién se
encuentran? Era de esperar: el director de cine Peter Jackson, Bill Gates,
Warren Buffet o la presentadora Oprah Winfrey se encuentran en la corta lista.
Bolsos y joyas, yo quiero bolsos
y joyas
Entre esa constelación de
servicios y productos siguen ocupando un lugar precioso esos objetivos a los
que Marilyn Monroe cantaba en “Diamonds Are a Girl's Best Friend” en “Los
caballeros las prefieren rubias” (Howard Hawks, 1953). Un buen ejemplo son las
joyas diseñadas por Jacob Arabo, un judío de Bujará emigrado que a comienzos de
los noventa comenzó a llamar la atención de las celebridades; entre ellas,
raperos como Jay-Z o Nas. Actualmente, Jacob solo diseña para famosos, ya sea
unos pendientes de un millón de euros para Victoria Beckham o un collar de
952.000 para Rihanna. Piezas exclusivas y, en muchas ocasiones, diseñadas para
llevarse tan solo una vez.
Un poco más accesible es el
mercado de los bolsos: los potenciales compradores disponen de unos seis
segundos para hacerse con uno de la marca Mansur Gavriel. Aunque es accesible
para muchos bolsillos (a estas alturas sus 500 euros nos parecen hasta
baratos), lo complicado es adquirir alguna de las muestras de las tiradas de
300 ejemplares. Aunque resulta sospechoso que Sienna Miller o Kirsten Dunst
tengan uno; no parecen la clase de persona que se pasaría toda una mañana
haciendo F5 frente a un ordenador para conseguir un objeto de deseo. Aunque, en
cuanto a bolsos, la partida la sigue ganando el Birkin de Hermès, que como
explicaban en 'Vanitatis', suele “ofrecerse primero a los clientes con
conexiones dentro de la firma”. Y es que aún hay clases, incluso entre los
súper ricos.
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