Cómo debes dar tus primeros pasos
profesionales
FORBES- 25 de Mayo de 2016
Para dar tus primeros pasos en el
terreno profesional requieres más que elaborar un buen currículum y que te
prepares para tu primera entrevista.
Siempre que empieza la temporada
de graduaciones, fines de cursos, exámenes finales, pienso en el vértigo de
acabar etapas y lo que significa estar en los albores de otras. Finalizar nos
pone a las puertas del inicio de algo distinto. Esta semana estuve en el cierre
de la vida estudiantil de varios de mis alumnos. Me tocó darles la última clase
de licenciatura, de maestría, y fungir como sinodal de varios exámenes
profesionales y de grado. A todos los veo pensando en las oportunidades que se
les abren una vez que tienen un documento bajo el brazo. Muchos tienen un gran
entusiasmo y otros tienen dudas.
Los titubeos van desde las cosas
más sencillas —¿cómo debo redactar mi currículum vitae?, ¿cómo me debo conducir
en la primera entrevista de trabajo?, ¿cuánto debo pedir de sueldo?— hasta las
más sofisticadas —¿cómo me debo de dar de alta en el registro federal de
contribuyentes?, ¿cómo atraigo la atención de inversionistas?, ¿cómo solicito
un crédito?—; en fin, los cambios que se consiguen cuando dejamos de ser algo
para transformarnos en eso diferente que soñamos ser. Imagino que, al salir del
capullo, la anterior oruga encuentra difícil mover las hermosas alas que
construyó en el periodo de confinamiento.
Con frecuencia, me gusta hablar
con mis alumnos de mis experiencias, no por otra cosa, sino porque es la forma
de compartir vida desde la línea de golpeo sin la máscara de la teoría. Hablo
con sinceridad de lo que de verdad pasó. Mi historia de inicios de la vida profesional
es diferente. En el aula me dijeron —y lo creí— que me estaban educando para
dirigir empresas, para coordinar grupos, para planear, fijar metas, determinar
visiones, alcanzar objetivos. Mis maestros nos dijeron con tanta certeza que
estábamos hechos para triunfar que no tuve ni un motivo para dudar de su
convicción. Por eso, cuando me ofrecieron dirigir una empresa de minisupers en
la Ciudad de México, lo más normal fue aceptar, sin interesarme que tenía cero
experiencia. A casi unos minutos de haber dejado el salón de clases, sin que me
hubieran dado el título todavía, yo ya tenía oficina con puerta, secretaria,
café y una sonrisa en la cara que no me cabía. Mi mamá, en cambio, tenía una
preocupación del tamaño de la responsabilidad que yo no había sabido medir.
La historia, como muchos podrán
imaginar, cambió de ser el sueño dorado a la pesadilla de un compromiso enorme
para el que yo no tenía los tamaños. Tuve que crecer rápidamente. Los cocolazos
me llovieron desde el primer día: fueron duros y tupidos. El proceso fue
doloroso, lleno de muchas angustias, dudas, malas y buenas decisiones, titubeos
y una autoexigencia que me llevó a una flagelación peor que una monja en la
Edad Media. Mientras tanto, mis compañeros ocuparon puestos que los hicieron
escalar los peldaños profesionales con una velocidad adecuada y, sobre todo,
con menos angustia y más goce de vida.
Por supuesto, mientras fui
estudiante nunca escuché de las preocupaciones que entraña estar frente a un
grupo de trabajo, nadie me advirtió que las malas prácticas no sólo existen
sino que se ejercen, lo evidente de que el pez grande se come al chico se
desestimó. Si lo hicieron, jamás les puse atención. Andaba perdida en los
ensueños del futuro prometedor. Y aunque nos previnieron que el terreno
profesional es una selva, el entusiasmo y la ilusión me hicieron caer en la
ingenuidad, que paga factura.
La vida tiene compensaciones. Los
equilibrios me han llevado a entender los claroscuros de dirigir. He tenido la
enorme fortuna de estar al frente de equipos de trabajo, de formar directores,
de capacitar ejecutivos, de pararme en salones de clases. Le tomé gusto y
aprendí las reglas del juego. El mundo ha cambiado vertiginosamente desde que
empecé a dar los primeros pasos profesionales. En la actualidad, las
universidades dejaron de ser centros de capacitación para ejecutivos de alto
rendimiento; ahora también son semilleros de empresarios y emprendedores. La
preparación técnica es una herramienta que los puede llevar a una corporación
internacional o a crear su propia empresa.
Hoy, veo a mis alumnos con
grandes posibilidades de entrar al mundo profesional a posiciones en las que
deberán coordinar esfuerzos, determinar metas y fijar objetivos desde el primer
día. Hoy, como nunca, podrán empezar proyectos de emprendimiento y subirse a
ese pegaso dorado con el que siempre soñaron mientras estuvieron en clase.
Muchos lo harán sin tener, como fue mi caso, un periodo de crecimiento y
maduración. Las exigencias de la actualidad y las ventanas de oportunidad que
se les abren van por ese camino.
Tres batallas
Por ello, en esta temporada en la
que muchos están empezando a dar sus primeros pasos profesionales, me gustaría
—además de desearles toda la suerte del mundo— decirles que les toca tomar las
riendas del mundo. Que no les cuenten cuentos. Sí, es muy importante
confeccionar un currículum vitae estupendo y entrar preparado a la primera
entrevista de trabajo; sin embargo, hay aspectos más importantes que
reflexionar. Casi nadie habla de ellos, permanecen guardados como el secreto
más oculto que es preciso revelar. Así, los insomnios, los dolores de cabeza y
estómago serán menos angustiantes y el devenir profesional más disfrutable.
Existen tres batallas que se
deben librar: la del ego, la de los vicios y la de los obstáculos. El grado de
peligrosidad es el que acabo de proponer. El ego es el peor enemigo, los vicios
son el peor refugio y los obstáculos implican el desaliento que pueden generar.
Ganar y perder tienen sus propios riesgos. Sí, ganar es riesgoso y perder tiene
sus oportunidades.
Para todo lo anterior, el mejor
antídoto es tener los pies en la tierra y la esperanza puesta en lo Alto. Las
grandes batallas, las peores traiciones, los éxitos rutilantes, los logros
apabullantes, las lambisconerías, las felicitaciones sinceras, los
descubrimientos majestuosos, las caídas precipitadas —que de todo ello, algo
habrá en el camino profesional— siempre tendrán la dimensión real cuando somos
objetivos y estamos atentos.
Si a ello le sumamos que nada es
eterno, que el triunfo es una probadita de cielo y el fracaso nunca es para
siempre, vamos mejor preparados al terreno profesional. La caducidad del
triunfo y la derrota se han hecho cada vez más cortas. Orhan Pamuk, Premio
Nobel de Literatura, dice en su novela Nieve: “Si yo hubiera sabido que éste
era mi mejor momento, lo hubiera defendido mejor.”
En los primeros pasos
profesionales, antes que la mejor carta de intención, que la mejor corrida
financiera, que el script para la mejor entrevista de trabajo o calcular lo que
debo facturar la primera vez, lo que debemos meter en nuestro portafolios es
serenidad. Es tener el valor de conservar la calma en medio de nuestras
preocupaciones y problemas, mostrándonos amables y cordiales con los demás. En
esa condición, lo que sigue es disfrutar el camino.
Cecilia Durán Mena- le gusta contar. Poner en secuencia números y
narrar historias. Es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en
temas de Alta Dirección. También es escritora.
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