La
poesía renovadora y balsámica de Horacio Benavides
FORBES- 28 de Mayo de 2016
Su secreto estriba en no decir.
Rigor, brevedad y hondura es lo que describe la alta poesía del vate
colombiano, una de las voces latinoamericanas más nítidas y poderosas de la
poesía.
Era un día cualquiera. La tarde
caía. En la cafetería donde estábamos, el bullicio apenas era perceptible: por
ahí, una pareja de jóvenes se tomaban de la mano, y se reían en lo bajo; en el
otro extremo, un par de ancianos bebían algo caliente…
Teníamos poco tiempo para charlar
y, sin embargo, eran varias, eran muchas las preguntas que tenía que plantearle
a Horacio Benavides. Quizá su nombre no le sea familiar, quizá no le diga
mucho. Es colombiano. Es poeta. Es un referente obligado a la hora de
aproximarse a la poesía colombiana. Y, sobre todo, Horacio Benavides es, ya,
una de las voces latinoamericanas más nítidas y poderosas de la poesía.
Conste: no es una loa gratuita.
Su amplia obra está ahí para ser analizada o leída o recitada o cantada —como
algunos de sus pares ya lo han hecho—: Asombra en Benavides su saber, no
teórico sino viviente, dijo Augusto Pinilla sobre él.
“La poesía de Horacio Benavides,
desde sus libros Orígenes, Las cosas perdidas, Agua de la orilla o Sombra de
agua, sorprende en su pasión asordinada y en la fluidez que mana del agua y su
poder seminal. No se trata del ascetismo telegráfico de algunos poetas cuyos
ritmos y palabras parecen traducidos de la poesía anglosajona, ni de una suerte
de estreñimiento verbal disfrazado de rigor. Esculca una visión del adentro
para habitar la palabra, que es afuera”, describió con precisión Juan Manuel
Roca.
Álvaro Burgos también le dedicó
palabras: “En la poesía colombiana, para unos vigorosa y crepitante, para otros
decimonónica, formal y retórica todavía, una voz como la de Horacio Benavides
acuña nueva sensibilidad. Hay largo trasiego musical en sus poemas donde ningún
artificio, ninguna bisutería de hojalata, ningún escándalo aparece ni de lejos.
Por el contrario, es una poesía graneada, como vasija precolombina que obedece
a un ritual exacto durante siglos, como alhaja simple y rotunda diseñada para
la otra vida.”
O aquí están las palabras de
Felipe García Quintero: “De manera callada y algo secreta, Horacio Benavides
viene construyendo su obra con la humilde actitud de no acumular ideas en torno
al desarrollo de un tema para agotarlas en un nuevo libro, sino la de aquel que
parece estar siempre de vuelta sobre sí mismo: solo y consigo en el trabajo de
contemplar su tiempo con profunda transparencia, preocupado y tranquilo se
pregunta para entregar lo esencial de su palabra.”
José María Espinasa lo define
así: “Horacio Benavides tiene una extraña alegría melancólica en sus poemas,
bordados muchas veces sobre imágenes muy frecuentes en la poesía, con una
transparencia tranquila de aguas agitadas en lo profundo, pero que ofrecen esa
condición de espejo de agua en la que Orfeo, más que Narciso, se mira y se
enamora de ese que habla en la otra montaña. […] Sus poemas impactan por su
sencillez reconcentrada, por su transparencia, por el poder alusivo de las
palabras.”
O, como ha dicho José Zuleta: “El
secreto de Horacio estriba en no decir.”
Así que aquella tarde me vi
preguntándole sobre sus influencias literarias, dónde podíamos encontrar las
coordinadas de su poesía. Después de todo, sus temas de poesía estaban muy
ligados a su primera etapa de vida…
Con el don de la palabra en él,
el vate empezó a contarme cómo fue el origen de todo…
—Yo creo que las influencias y el
origen parten de mi infancia, que ha quedado marcada y registrada en mis libros
—comenzó a contar el poeta—. Yo nací en un pueblo del sur de Colombia, en el
departamento del Cauca, sobre la cordillera Central, en el municipio de
Bolívar. Es una región donde hay una gran tradición popular de cuentos de
miedos, cuentos de fantasmas. De niño, escuchaba esto… esos muertos que parecen
vivos y que aún recorren las regiones, que dejaron a veces una deuda, algo que
no se cumplió, algo que falta, y entonces no pueden descansar. De niño, yo
escuchaba una mulas que descendían por un camino real, cercano a la casa. Yo
nací en el campo, y, seguramente, eso que oía eran como las mulas de los
conquistadores españoles cuando bajaban con el oro del sur…
“Entonces, en mi infancia no
había libros. Pero sí había esta tradición popular que te acabo de contar, y
también una tradición popular con adivinanzas y con las coplas… Yo escuché
coplas de boca de mi abuelo y de mi madre cuando era muy pequeño, algunas de
ellas, incluso, hasta las recuerdo. Esto fue lo que viví en mi niñez. En cuanto
a los libros, mi padre leía algunas cosas; él tenía un baúl con llave y ahí
guardaba lo que leía. No lo dejaba tocar a los hijos, ni siquiera a mí, que era
uno de los mayores. Pero un día, teniendo nueve o diez años, tomé la llave (mi
padre la había olvidado), abrí, y saqué un libro, y a escondidas me fui a leer.
Lo leí temblando, pues fue mi primer libro, y era Aura o las violetas de José
María Vargas Vila, un escritor colombiano que tuvo una gran influencia en esos
años. En Colombia, mucha gente lo leyó pero era un escritor negado, perseguido.
Era un hombre que el catolicismo no lo podía admitir, una especie de
excomulgado. También mis lecturas pasaban por los periódicos, sobre todo El
Espectador, que es un diario liberal, que le ha dado cabida a voces contra el sistema.
Mi padre lo compraba los fines de semana, y eso leía…”
Por cuestiones laborales, la
familia se mudó a Cali en 1965, y todo dio un giro.
—Yo tendría unos 15, 16 años, y
encuentro otra ciudad y otra cosa —rememoró, entonces, el poeta—. En ese momento
en Colombia estaban los nadaístas, un movimiento vanguardista que busca llevar
la palabra de la calle, la palabra cotidiana y callejera, a la poesía. Porque,
hasta ese momento, en ciudades más o menos grandes, como Cali, la poesía era
como del siglo XVIII: una poesía muy del pasado. Entonces, ellos llegan con una
palabra nueva; nueva para la región y nueva para Colombia, pienso yo. Aunque ya
ciertos escritores y poetas habían hecho un cambio, éste era más bien
individual, pues en general la palabra viva no tenía una influencia en la
poesía. Fue ahí cuando descubrí a un gran poeta que se llama Jaime Jaramillo
Escobar, una gran influencia para mí y también para muchos jóvenes en Colombia.
—Aquellos años fueron muy
agitados —me vi, de pronto, interrumpiendo.
—Es cierto. En Cali empiezo a
conocer a poetas diversos a la par de que es un tiempo convulso. Obviamente no
sólo en Colombia, sino en el mundo, hay una efervescencia: hay un movimiento
estudiantil fuerte; la revolución cubana se ha producido, y eso tiene una
influencia en América; en Estados Unidos está el auge del movimiento hippie,
hay una gran revolución en la música… Hay algo nuevo que se está moviendo en el
mundo, y llega a Colombia también. Fue justamente en esa etapa, ya en los
setenta, cuando me corren de Bellas Artes (debido a mi posición política y a
las actividades que organizaba) donde estudiaba pintura. Y es justamente en esa
etapa cuando abandono la idea de ser pintor, y decido que es hora de escribir
poesía. Eso sí: cuando empiezo, ya me he separado de lo que sería una voz
conversacional, muy prosaica, y quiero una poesía más justa, más bien secreta,
y en esto ya hay otras influencias.
—¿Como cuáles?
—A eso voy. Recuerdo que había
leído algunos poemas de José Emilio Pacheco, quien era un hombre muy justo.
Otro poeta que me marcó muy al principio, no en mi primer libro pero sí
después, y que también ha marcado a mucha gente en Colombia, fue José Manuel
Arango, quien tiene una poesía que concentra mucho el sentir; o sea, decir lo
máximo con la menor cantidad de palabras. Eso me va a marcar… Por aquellos
tiempos también conozco una bella traducción de Rilke, y esto me impacta: es
ahí cuando me doy cuenta que un escritor, un hombre como éste, es capaz de
hacer una poesía como sacra y ajustada a la vez, muy secreta.
Todo puede ser cantado, nombrado
Desde los primeros poemas, desde
las primeras obras, algo quedó evidente en la poesía de Horacio Benavides: su
voz delicada pero inteligente, suave pero aguda, junto con su verso breve,
atendía al mundo que los rodeaba.
Así, por un lado, le canta y
nombra a la naturaleza, a los animales, a las cosas de esta tierra, pero,
también, se acerca al amor, a la muerte, al dolor, a la violencia, al
desgarramiento que ha vivido su país. Siempre apoyado en sus recursos: en su
precisión austera, en la brevedad, el misterio, el silencio.
—Yo diría que todo puede ser
cantado o nombrado en la poesía —me dijo—; sin embargo, sí creo que hay temas
fundamentales. En mi caso, fui escribiendo sin darme cuenta qué escribía, pero
más tarde pude mirar hacia atrás y me dije: qué extraño. Me di cuenta que mis
primeros tres libros son sobre la naturaleza y los animales, y, bueno, eso era
como mi primer tiempo, mi infancia, pues si algo quise en mi vida fueron los
animales. Y aún sigo teniendo una gran admiración hacia ellos, aún tengo una
gran sensibilidad hacia ellos.
Luego aparece la muerte. “Y la
muerte aparece en un libro que se llama La aldea desvelada. Es una muerte que
tiene que ver con algo que había visto y escuchado de niño, y con distintas
formas de pensar y de ver la muerte, que incluye mucho de las mitologías.”
Y, más tarde, y no tiene muchos
años, se acercó al amor. “Escribí dos libros de amor, y me puse a pensar: aquí
está, son mis primeros años resumidos, mucho de mi infancia: vi animales,
escribí sobre animales; vi la muerte muy temprano, y escribí sobre la muerte. A
los 11 años me enamoré, con esas formas inocentes que teníamos en ese entonces:
con cartas y con el miedo de decirle a la chica, y luego aparecen mis libros de
amor. Ahí estaba mucho de mí: naturaleza, muerte, amor.”
—¿Y la política también da para
tema en la poesía?
—¡Claro! Pero hay que saber cómo
tratarlo. De hecho, la política también estuvo cerca de mí, en mi infancia. Mi
inserción política se hace muy temprano, porque mi padre era un campesino de
izquierda. Eso es algo muy extraño, por cierto, ya que eran los años treinta,
cuarenta, cincuenta. Me refiero a que hablamos de un hombre ateo, en primer
lugar, en un sur de Colombia católico, y en segundo: con tendencias de
izquierda. Es cierto que mi padre era campesino, pero tenía una posición social
buena, aceptable. Siempre pensó que la sociedad podía ser distinta, mejor.
Entonces, de alguna manera él primero, luego yo, quisimos ser una especie de
político, una especie de salvador del pueblo, de la gente que padece y sufre…
—Un quijote.
—Algo así. Lo que quiero decir es
que no había escrito directamente nada que tuviera que ver con la violencia…
Bueno, algunos poemas sí tenían que ver con la violencia nuestra, que es casi
eterna, de siempre. Sin embargo, ya como tema, aparece también en mi obra,
aunque mucho más tarde. Es un libro que lo estuve trabajando durante cuatro
años o así, y que publiqué en 2014. Conversación a oscuras se llama, y es un
libro que tiene que ver con la violencia tan presente en Colombia, y tan
presente en mi vida en particular. La nuestra no es una guerra civil solamente,
es una guerra que se degenera a lo más horrendo; en donde intervienen varios
ejércitos, en donde hay varias partes involucradas. En esta guerra, sobre todo
a partir de los sesenta, han participado guerrillas, el Estado y su ejército, y
han participado los paramilitares aliados del Estado, y es una guerra muy
compleja y sobre todo degradada al extremo… Entonces, en mi libro hablan las
víctimas.
—Pero, entonces, ante situaciones
como ésta, ¿el poeta debe cambiar su mirada, está obligado a cambiar su mirada
para tratar de iluminar con la poesía toda esa oscuridad?
—No, en lo absoluto. El poeta
puede escribir sobre cualquier cosa, sobre lo que quiera y pueda y piense que
es donde puede aportar. Sin embargo, para mí, hay una realidad demasiado fuerte
en Colombia, que es una guerra, y una gente que ha sufrido durante muchos años.
Se habla de más de 60,000 desaparecidos (son cifras oficiales en unos 60 años
de guerra). Otros hablan de 80,000, y éstas no son cifras amañadas de gente que
quisiera hacer daño, no. Entonces, todo esto es demasiado duro… O que
desaparezca un partido de izquierda, que todos sus dirigentes vayan siendo
eliminados, desde los candidatos presidenciales hasta los organizadores
populares en los barrios. Hablamos de por lo menos 4000 personas, que son
dirigentes de alto o bajo perfil, eliminadas. Parece mentira, una cosa loca, y
sin embargo es real. Entonces, creo que todo esto es demasiado fuerte, todo
esto está muy presente, para darle la espalda.
—Es ahí, entonces, donde la
poesía debe entrar…
—Pero es que no es tan fácil. Lo
que yo pienso es que no es fácil asumirlo; o sea, cómo poder decir, cómo poder
nombrar, ése es el problema fundamental… Casi siempre es necesario que pase un
tiempo largo para que “eso” sea pasado por el tamiz del sueño, que reaparezca
como poesía o como narrativa. Entonces, no es fácil. En Colombia está
apareciendo una poesía que tiene que ver con esas circunstancias tan difíciles.
Esperemos que aún aparezca más. Así que el poeta puede asumir esa realidad,
puede verla, y de pronto meterse un poco en ella, indagar, pero, también, puede
aislarse, quedarse encerrado, no ver, y empezar a hablar de sus pequeñas cosas
que de pronto pueden hacer contacto también con los grandes problemas de la
humanidad… Sin embargo, creo que es una realidad que no se puede tapar, y,
sobre todo, evitar, de la que no se puede huir.
—Le pregunto esto porque la
poesía tiene un efecto balsámico en mucha gente, o al menos para mí siempre ha
funcionado así. En su caso, me pregunto si también le ayudó a exorcizar
demonios o como una forma de entender el mundo en el que se está viviendo…
—Es una pregunta muy bonita, y es
cierto: mi libro Conversación a oscuras trajo para mí varios cambios. ¿A qué me
refiero? A que yo padecí también la violencia directamente. Mi hermano fue
ejecutado. Él era un dirigente comunal, dentro de una organización legal, en un
corregimiento muy cercano a Cali. Había fundado la biblioteca del lugar, jugaba
ajedrez con los niños, futbol con los jóvenes. Era amigo de la gente,
participaba en sus fiestas, cantaba con ellos. Era su manera de vivir, no
buscaba votos. Era un hombre de izquierda. Así que un día lo matan, lo ajustician.
No fue un robo. Lo levantaron, se lo llevaron, y lo mataron (de un solo tiro).
—Lo siento. Habrán sido terribles
aquellas horas, aquellos días…
—Sí, claro… Obviamente, fue un
duro golpe para toda la familia. ¡Brutal! Porque, además, era un buen hombre.
No estaba inmiscuido en la delincuencia ni era parte de la guerrilla. Nada de
eso. Entonces tuvo que pasar un tiempo, pasar ese trago amargo, para poder
escribir el libro. Cuando lo terminé, de alguna manera me liberó. Entonces sí,
la poesía, escribir este libro, fue como un bálsamo personal, pero no solamente
eso, sino que me cambió la idea de la poesía…
—Cómo en eso…
—El libro es una especie de
infierno por el que vagan los muertos hablando de sus deseos, inquietudes,
preguntas; son muertos que no han podido descansar en paz. Como son los muertos
los que hablan, lo hacen con una lengua común y corriente. La mayoría son
campesinos, así que hablan con una lengua campesina. Cuando hay mucho dolor, la
floritura (y no, no lo digo de manera despectiva) —hablo de las grandes
imágenes— no cabe aquí, no tiene sentido aquí; ante la muerte y el dolor, las
cosas son muy distintas, son mucho más secas, mucho más duras, directas.
Entonces, yo venía de hacer una poesía fina, secreta, y así me calificaban, como
alguien que escribe cosas aparentemente sencillas, pero como secretas y
profundas, y sin embargo lo primero que me dije cuando comencé a escribir este
libro fue: “Lo que quiero es escribir algo duro, algo que tenga que ver
profundamente con el corazón del hombre, y se pueda decir de una forma muy
sencilla, sin rebuscar demasiado.” Y entonces realmente me cambió la idea de lo
que podría ser la poesía, una poesía más directa. Se pueden decir cosas muy
duras y hondas siendo sencillo, creo yo…
Porque el poeta, concluye Horacio
Benavides, vive renovándose. La obra lo tiene que cambiar a uno.
—Hoy —dice, mientras manipula con
sus manos el libro Conversación a oscuras para buscar un poema—, yo creo que
soy otro. No me cabe duda.
Nota bene: Horacio Benavides no sólo
ha publicado poesía; también libros para niños.
José David Cano-Oficios
ejercidos: reportero, editor, jefe de información, periodista. De vocación
iconoclasta. Con una curiosidad fulgurante: quiere ver, y conocer, y tocar, y
frecuentarlo todo.
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