El ingenio matemático contra las
loterías
- EL PAÍS - domingo, 22 de mayo
de 2016
La banca siempre gana. No hay que
olvidar esta máxima de los juegos de azar en los que se apuesta dinero. Pese a
ello, en este sector con cierto papel en la economía de muchos países se han
utilizado argucias sin fin, el puro ingenio o el análisis matemático más
sorprendente para sacar ventaja ante el azar. Algo que a veces ha funcionado.
Y es que dejando atrás las
manipulaciones y trampas más vulgares hay que reconocer que el ingenio humano
no tiene límites. El tema resurgió el año pasado a raíz de una noticia en la
que se explicaba que Eddie Tipton, uno de los responsables de seguridad de la
US Multi-State Lottery Association (que agrupa a las principales loterías de
numerosos estados norteamericanos) había sido detenido por modificar el
software con el que se realizaban los sorteos, permitiéndole predecir los
números.
El ordenador en cuestión estaba
aislado del mundo exterior y custodiado con cámaras, tras haber sido
meticulosamente auditado. Pero el cracker aprovechó el cambio al horario de
invierno de ese PC para entrar físicamente en la sala y –aún siendo grabado–
conectar un pendrive con software malicioso que modificó el original. (El hecho
de que se realicen algunos actos de tal relevancia «por ordenador» en vez de
con bombos y bolas da una idea de lo mal que se entienden a veces el tema de la
seguridad informática y las auditorías – pero esa es otra historia).
El sujeto en cuestión actuó con
calma: entre los años 2005 y 2011 se le relacionó con al menos seis premios
distintos de los que acabó siendo beneficiario. ¿Cómo lo hacía? Eligió un par
de días clave en los que podría apostar sobre seguro a «sus» números. Los
sorteos amañados tuvieron lugar siempre o bien el 23 de noviembre o el 29 de
diciembre, aunque no está claro cómo esto no se detectó en las auditorías del
software. Luego vendía los boletos, que otros cobraban «legalmente». El hecho
de que un buen día le sorprendieran con 500.000 dólares en efectivo y asegurara
haberlos ganado en una lotería de otro Estado con ayuda de un amigo no le ayudó
mucho. Estaba bajo los focos. Con el tiempo, y tras rocambolescas historias con
grandes premios no reclamados, empresas en paraísos fiscales, como la isla de
Belize, y el intento de cobro de 14 millones de dólares de un superbote, en
octubre de 2015 acabó detenido y con una acusación formal. Tras el juicio, dio
con sus huesos en la cárcel, donde actualmente cumple 10 años.
En otros casos, hay quien utiliza
sus conocimientos pero no necesariamente para hacer el mal. La revista Wired
contó hace tiempo la historia de Mohan Srivastava, un matemático experto en
estadística que descubrió un fallo de diseño en los cupones del «rasca y gana»
canadiense. Tras observar muchos de ellos, llegó a una conclusión: los números
no podían imprimirse puramente al azar, pues debían repartirse cierta cantidad
de premios pequeños, intermedios y grandes. Si el algoritmo con el que se
elegían esas combinaciones no era perfecto los números que quedan visibles en
los cupones quizá permitieran adivinar algo sobre los que estaban tapados. De
hecho, no necesitaría «rascar» nada: podría anticipar qué cupones eran
ganadores y cuáles no. Su fórmula no era perfecta, pero comprobó que funcionaba
el 90% de las veces. Habiendo calculado que no le resultaría muy práctico ir de
tienda en tienda «mirando» cupones para comprar solo los premiados, se dirigió
al organismo de loterías para demostrar su método. Pudo hacerlo sin ser tomado
por «numerólogo chiflado» y cuando quedaron convencidos acabaron modificando la
forma en que se elegían e imprimían todos esos números y cupones.
Otro notable caso de ingenio
humano aplicado a los sorteos fue el de los australianos que compraron todas
las combinaciones de la loto para ganar un bote de 27 millones de dólares.
Sucedió hace un par de décadas, cuando estos juegos y premios eran un poco
distintos de como son ahora: más fáciles, probabilísticamente hablando, y
todavía con buenos premios (hoy en día ya no sería posible llevar esta
estrategia a cabo). La idea básica era simple: en la lotería de Virginia
(Estados Unidos) se había acumulado un bote gigantesco con una probabilidad de
1 entre 7 millones de acertar con la combinación ganadora. Hicieron sus
cálculos y vieron que si reunían esos 7 millones de dólares podrían comprar
todas las combinaciones posibles y garantizarse el premio, aunque quizá no
fueran los únicos en acertar y tuvieran que compartirlo.
Todo pintaba bien, pero la
historia se complicó cuando llegó el momento de hacer las apuestas: no era
trivial la logística necesaria para rellenar millones de boletos correctamente
y validarlos en las tiendas, sobre todo en un tiempo limitado. De hecho, no
consiguieron rellenar nada más que unos 5 de los 7 millones de boletos
necesarios antes de plazo; aun así las apuestas estaban a su favor, aunque no
por mucho. En este caso la diosa Fortuna y –como añadirían los matemáticos–
«las leyes estadísticas» fueron sus aliados: la combinación ganadora no solo
estaba entre las que habían jugado sino que además era única. Aunque el
organismo de loterías examinó con lupa todo lo sucedido pocas cosas había más
legales, claras y transparentes. El premio lo cobraron al completo los 2.500
socios del autodenominado «sindicato australiano» que había reunido el dinero.
Y haciendo una doble pirueta aprovecharon las leyes fiscales vigentes entre
Australia y EE UU para llevárselos libre de impuestos. La banca también ganó,
pero menos.
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