El ajedrez, entre la guerra y la vida
Anand, representante del nuevo mundo, sobresale en posiciones tácticas, el predominio del cálculo y su fantasía infinita Kramnik, el viejo mundo, destaca en posiciones estratégicas, para las que la moderna tecnología no sirve El ajedrez, el azar no juega ningún papel, su objetivo es la búsqueda de la perfección
Para Paco Bravo Compré en mayo del año pasado las entradas para las cuatro últimas partidas, de las doce previstas, del duelo por el campeonato del mundo entre el ruso Vladimir Kramnik y el indio Viswanathan Anand. Este es para mí el más grande espectáculo deportivo (competitivo, no cruento) e intelectual (transparencia del razonamiento lógico) al que se puede asistir hoy en día. Ningún entendido esperaba que ese día de noviembre, cuando llegué a Bonn, el jugador indio tendría una ventaja de tres puntos, es decir, sólo tenía que conseguir un punto más para proclamarse vencedor. La primera partida que vi, la novena, acabó en tablas después de una ligera ventaja de las negras (Kramnik) que, contra la opinión de muchos, entre ellos el propio Anand, como confesó después en la rueda de prensa, nunca creí que el ruso supiera, o quisiera (el espíritu ruso sólo se motiva en situaciones extremas, de ahí toda la épica que envuelve su historia y su literatura) transformar en victoria.
Ningún analista daba ya ninguna posibilidad de triunfo al ruso, pues tenía que ganar las tres últimas partidas... ninguno excepto yo. (Cuando escribo esto estoy en la sala de juego en la jugada 20 de la décima partida, con ligera ventaja de Kramnik, que juega con blancas). Porque para mí, no estaba en juego sólo un campeonato del mundo, sino el destino de todo un pueblo y el posible advenimiento de otro, con un nuevo orden mundial.
La reciente crisis financiera (en octubre del 2008), económica hoy, había cambiado ya este orden mundial con gran rapidez y simpleza. El único problema que veía a mi predicción (sancionada por el average negativo que reflejaban las apuestas - ¡y que me podía hacer ganar mucho dinero en caso de que que ganara Kramnik!-)era precisamente esta crisis, en la medida que el ajedrez, espejo de la vida (su resolución formal), ¡o la vida misma!, según Fischer, siempre había reflejado e incluso anticipado todos los cambios históricos y socioeconómicos.
Antes de viajar a Bonn un amigo definió esta crisis, para gran preocupación mía (de mi dinero invertido en apuestas, de mis prejuicios lentamente solidificados sobre la preponderacia de la estrategia sobre la táctica, hoy en riesgo de quedar obsoletos, de mis, por qué no decirlo, preferencias estéticas), como una simple actualización:"Coges los libros de texto de cuando eras pequeño con los mapas pintados con los dos grandes bloques, el capitalista y el comunista, cambias los colores y obtienes el mundo de hoy".
Eran estos factores extradeportivos, por tanto, los que más me angustiaban, pues tenía miedo de que pudieran confirmarse en este match.Por un lado, a falta de tres partidas, el viejo mundo, el incendio de Moscú, la victoria agónica en Stalingrado, la revolución rusa, el sistema staliniano y su reflejo en las grandes escuelas de ajedrez rusas y el trabajo colectivo que acompañó a todos sus campeones hasta Kasparov (con el llegó la perestroika, de inspiración un poco más individualista); y las famosas palabras de Hitler en julio de 1941: "Es curioso advertir hasta qué punto la situación de un pueblo en el mundo es efecto de su edad. Una nación joven necesita éxitos constantes.
Una nación envejecida puede permitirse continuos fracasos. Alemania e Inglaterra. Es necesario que dominemos esa región del Este con doscientos cincuenta mil hombres encuadrados por buenos administradores. Tomemos ejemplo de los ingleses, que con un total de doscientos cincuenta mil hombres - de ellos cincuenta mil soldados-,gobiernan a cuatrocientos millones de hindúes". Por un lado pues, toda la estructura mental de la Vieja Europa.
Por el otro, el nuevo mundo de los ejércitos profesionales (privados incluso: ¿contra qué luchan?), las economías emergentes, el poder nuclear indio, la permeabilidad y adaptación de su población a las nuevas tecnologías, a las que en Rusia sólo accede una élite, y la fuerte desregulación de una sociedad india, paradójicamente muy jerarquizada, como en el caso de Rusia: ¿será esta la mejor forma de organización social para enfrentarse a los retos del mundo moderno? Un nuevo mundo donde las amenazas bélicas obtienen por respuesta de la comunidad internacional un bloqueo económico, jamás una guerra que el probable vencedor curiosamente no puede permitirse (fracasos y retiradas progresivas en Iraq y Afganistán).
A partir de la clásica distinción de Clausevitz entre táctica y estrategia (para él, la táctica enseña el empleo de las fuerzas armadas en el combate y la estrategia el empleo de los combates para alcanzar el propósito de la guerra) se comprende que en este nuevo mundo, también para el ajedrez, y que podía sustituir al viejo de golpe, el jugador indio sobresalga en posiciones tácticas (aquellas en las que predomina el cálculo y la fantasía infinita y bella del mismo), posiciones estas en las que las máquinas son insuperables y a las que se puede imitar por inercia y talento; mientras que el ruso, representante del viejo mundo, destaca en posiciones estratégicas, para las que la moderna teconología no sirve, pues no pueden calcularse y sí pueden aprenderse. (Con este poco sentido de la táctica, Kutuzov y Zhukov enviaron a millones de abnegados soldados - ingenuos, hoy-,muchos de ellos inútilmente desde un punto de vista táctico, pero consiguieron in extremis el objetivo estratégico de la victoria final). La lucha entre estas dos aproximaciones y el grado de preponderancia de una sobre otra iba a determinar el resultado final del campeonato.
Esta dialéctica que vive en el corazón de todo ser humano y que el ajedrez refleja de forma nítida y perfecta (se suprime el azar que tanto distorsiona el arte de la guerra) ha sido abordada por grandes escritores, con diferentes resultados literarios pero indiscutiblemente mediocres en su capacidad analítica.
Stefan Zweig y Vladimir Nabokov escribieron dos novelas muy famosas sobre el tema pero débiles en lo que respecta a su profundización de los aspectos técnicos y psicológicos del ajedrez. Los elementos novelescos más efectistas (los desórdenes mentales de todo tipo, la inadaptación al mundo, etcétera), como sucede también en El jugador de Dostoievski, ahogan por completo la verdadera reflexión sobre la naturaleza del juego del ajedrez y el sentido competitivo de cualquier juego.
Para encotrar libros apasionantes sobre el tema, aunque sea de forma implícita, debemos acudir a Guerra y paz de Tolstoi y a las crónicas históricas Stalingrado y Berlin de Anthony Beevor, militar inglés, talentoso escritor y lúcido y desprejuiciado pensador.
Aparte, es interesante el libro Campos de fuerza,la curiosa, aunque ligera, crónica del campeonato del mundo disputado en Reijkiavik entre Fischer y Spassky, escrita por el teórico de la literatura George Steiner. Y por supuesto, no podemos evitar citar las obras de dos grandes tratadistas del arte de la guerra: Carl Von Clausevitz, con su capital De la guerra,y el más desconocido Antoine-Henri de Jomini, con su Compendio del arte de la guerra y otras obras.
La desafortunada carrera militar de este último y su secreta y enorme influencia en Napoleón y en el zar Alejandro, a los que sirvió indistintamente, fueron motivo de fascinación y reflexión para Josep Pla. Para comprender el nudo central de esta dialéctia entre táctica y estrategia, la décima partida fue soberbia y muy ilustrativa. Fue la primera victoria de Kramnik en el duelo y para la mayoría de verdaderos aficionados fue la más apasionante de todas. "No sé qué he hecho mal", dijo Anand al final en la rueda de prensa.
"Parece que no he hecho nada especial y al final tenía una posición ganadora. Es una posición muy complicada que incluso grandes maestros del más alto nivel no pueden comprender", aseveró Kramnik por su parte. Y, por supuesto, de bien poco servían los ordenadores en esta posición, como quedó demostrado en los análisis en la sala de prensa durante la partida, porque estos no piensan con lógica estratégica, sino con lógica táctica basada en el cálculo bruto, que no puede dar nada relevante en este tipo de posiciones. "No pueden comprender", dijo Kramnik... porque no se pueden calcular.
Y estas son el tipo de posiciones preferidas del ruso, representante del viejo mundo: el mundo de las partidas lentas, de los interminables campeonatos del mundo, del ajedrez por correspondencia sin ordenadores, hoy casi desaparecido; ese mismo viejo mundo ajedrecístico del jugador que con el tiempo necesario puede vencer a los jugadores profesionales de torneos (mejor preparados en aperturas con las bases de datos de los ordenadores); o de ese otro jugador (sólo un puñado de grandes maestros, es verdad) que puede, todavía hoy, vencer a los ordenadores más potentes (¡programados por ajedrecistas!) que calculan millones de jugadas por segundo; ese mundo, en definitiva, que en ajedrez busca la perfección.
Este mundo, con la victoria de Anand, a pesar suyo y del juego deslumbrante que mostró durante todo el campeonato, ha hecho un sensible paso más hacia su desaparición definitiva. El espectáculo, esto es, el dinero, lo ha matado. El deporte con menos aptitudes para ser fagocitado por la lógica del espectáculo ha sucumbido a él: véase el zoológico espectáculo de los jugadores en el último torneo de Bilbao, jugando dentro de unas peceras de cristal en medio de la plaza pública.
Qué contrasentido... ¡cuando la belleza del ajedrez, que es su profundidad, suele estar precisamente en aquello que no se ve!: las variantes que los ajedrecistas piensan y no juegan sobre el tablero, por razones lógicas de puro cálculo, psicológicocompetitivas o, incluso, metafísicas - signos de los tiempos y de los pueblos.
La lógica estratégica busca la perfección que debe conducir de forma fatal a la victoria final; la lógica táctica busca el refinamiento, la sofisticación diabólica de la imperfección, es decir, el aprovechamiento impío de la ausencia de perfección que, azarosamente, puede también conducir a la victoria final. También en la geopolítica moderna hemos visto como los golpes tácticos puros (el terrorismo) ponían en jaque a todo un sistema basado en la defensa perfecta: el de los estados que aman la paz y sólo se lanzan a la guerra convencional (estratégica) para defenderse de amenazas potenciales o reales.
Esta es su naturaleza, y cuando se salen de ella, caso de Estados Unidos cuando ha apoyado golpistas en países sudamericanos o líderes dudosos en Oriente Medio, siempre le ha salido mal, pues la lógica de estas actividades, en apariencia estratégica, era en realidad táctica, para un jugador o una posición inadecuada: es la misma sensación que todos los jugadores de ajedrez conocen cuando una combinación sale mal, es decir, cuando es refutada por la lógica superior o más profunda del adversario.
La profundidad está reñida con el espectáculo y Kramnik ha sido muy a menudo calificado como un jugador pasivo,por su juego y por firmar muchas veces tablas prematuras (decisión nunca táctica y, por tanto, poco comprensible para aficionados no experimentados); se le ha acusado de falta de ambición cuando para él la perfección está en la paz perpetua (no perder jamás) y sólo cuando se le obliga se lanza al ataque que destruye la máxima armonía de las piezas al inicio de la partida o de todas aquellas partidas que acaban en tablas forzadas.
La guerra convencional, e incluso la guerra de guerrillas tiene como objetivo estratégico final la creación de un nuevo orden; al contrario, el terrorismo tiene como objetivo, por definición, socavar un orden ya existente. De hecho, el terrorismo nunca ha conseguido sus objetivos porque, a pesar de ser fascinante y atrevido estéticamente, heroico incluso, simplemente no tiene futuro:sus fines se agotan en sí mismos y mueren en su propio fuego (casos de jugadores como Shirov y Tal).
Y se desmorona al mismo tiempo el mito de la gran sabiduría estratégica del terrorismo que persigue unos objetivos tan lejanos que sólo él puede vislumbrar y que siempre se mantienen curiosamente a la misma distancia (esto es, son tan inmóviles que se confunden con él). Décadas de terrorismo ruso, de audacia de corazón (valentía), no consiguieron lo que en pocos años consiguió una simple revolución, de audacia de espíritu (resolución)... por definición, estratégica; si no, se hubiera tratado de un inofensivo acto rebelde, táctico.
Los alidados del terrorismo, en el mundo moderno, son los mismos que los de este nuevo orden mundial del ajedrez que se está instaurando: los medios de comunicación de masas, el espectáculo y la opinión pública. ¿Cómo podemos tolerar la aberración que supone (por fortuna, sin una masiva aceptación por el momento), como hemos visto en el citado torneo de Bilbao, dar tres puntos por victoria y medio punto por tablas, como si estuviéramos en un vulgar partido de fútbol?
Esto es propio de deportes en los que el azar juega un papel importante (físicos, de equipo, con pelotas, es decir, imprecisos) y donde, a pesar de su profusión, dicho azar no se reparte de forma equitativa: los árbitros, la presión mediática, la agresividad del público, un reglamento confuso, etcétera, lo impiden. El aprovechamiento inteligente y estratégico de este azar, por tanto, es algo remarcable y puede merecer los tres puntos.
En una palabra, en deportes en esencia resultadistas, a pesar de clamar lo contrario y del menosprecio en que suelen caer los equipos que siguen esta filosofía, que es en el fondo la más acorde con la naturaleza íntima de dichos deportes, es donde la verdad (y su congénita belleza: ¡cómo el ajedrez refleja y demuestra el axioma platónico de la inviolabilidad de la unión de estos dos conceptos!) es indescifrable y, aún peor, superflua.
Es comprensible, pues, la facilidad con que estos deportes generan aficionados fanáticos, manipulables y estúpidos, que son todos; y cuánto más cerca están, a nivel teórico, del circo romano que del noble arte de la guerra. En el ajedrez, sin embargo, el azar no juega ningún papel (y, en cualquier caso, se reparte de forma equitativa). La lógica del espectáculo y de sus representaciones de acontecimientos le es ajena.
Su objetivo es la búsqueda de la perfección, desconocida a día de hoy pues ninguna computadora ha podido establecer cuál es el resultado ideal de una partida, ni parece que vayan a poder hacerlo en un futuro cercano (las combinaciones posibles son de 10 elevado a 126 ceros, más que átomos hay en el universo).
O, al menos, en ausencia de la perfección, la búsqueda de la unidad.La aberración de Bilbao podría compararse a dar como ganador de un maratón (otro deporte con poco azar de por medio: en eso reside su famosa mística - que no pueden tener los citados deportes vulgares-,pues su búsqueda, como en el ajedrez, es en el fondo espiritual) no al que llega primero al final de la carrera, sino al atleta que ha logrado los mejores puestos en varios pasos intermedios (pequeñas victorias azarosas o representaciones del gran acontecimiento final invisible). Y, claro, entonces tendríamos ocho maratones en uno (imagénes alejadas, no vividas) y mucho más espectáculo paro los legos.
Como en el ajedrez, en el maratón, su esencia, su belleza, ¡está en aquello que no se ve! ¿Són científicamente menos ideales las tablas que la victoria? Hoy no se sabe. Pero la clásica y tradicional proporcionalidad (medio punto, un punto) parece la más armoniosa... para alcanzar la verdad final del ajedrez, que no es la mera victoria: como el ideal de cualquier maratoniano, no es tanto ganar la carrera como morir justo después de cruzar la meta, por falta de reservas de energía, ni siquiera para seguir con vida; ni antes de cruzarla (imperfección estratégica), ni mucho después (imperfección táctica, aún más penosa).
¿Es este ideal de unidad superior a la victoria competitiva? La respuesta es difícil pero, en cualquier caso, estamos mucho más allá de todos los otros deportes, de esencia resultadista. ¿Tiene este ideal del maratón - no olvidemos su origen mítico y la muerte fundacional del primer corredor-algo que ver con ser el mejor sprinter en pasos intermedios? ¿Tiene algún sentido decidir un campeonato del mundo de ajedrez en un desempate a partidas rápidas (el ajedrez rápido es ya una contradicción en sí misma)? ¿O ir reduciendo, cada vez más, la duración de las partidas en los torneos profesionales? ¿O ir reduciendo también el número de partidas que deciden un campeonato del mundo o una final de candidatos?Un buen ejemplo de este descalabro lo encotramos en el reciente match de candidatos entre Kamsky y Topalov.
Las habilidades prácticas de este último le bastaron para conseguir una victoria triste, casual y poco merecida. En un duelo a sólo ocho partidas, el juego más profundo y completo de Kamsky al final sucumbió ante el perverso y vacío aprovechamiento táctico de pequeños despistes de este por parte del búlgaro.
De la misma forma, hoy, el ejército más completo y preparado del mundo, el de Estados Unidos, es inútil para controlar y eliminar las amenazas de pequeños países improductivos bélicamente, pero hábiles y, por tanto, peligrosos. Con la victoria de Anand, y a pesar suyo en el fondo, todo un mundo ajedrecístico da un paso más hacia su desparación (¿anticipa también un nuevo orden mundial?).
Perdí mucho dinero en las apuestas, pero puedo consolarme de estas dos tristes desgracias con una felicitación sincera a Viswanathan Anand por su formidable victoria, por haber jugado el mejor ajedrez de su carrera y por haber preparado este campeonato de forma tan convincente. El amor por el riesgo y la bravura que le definen estuvieron en Bonn siempre controlados y todos los golpes tácticos se armonizaron asombrosamente con los objetivos estratégicos.
La gran épica rusa fue embaucada, esta vez, por la magia indú... y por un poder real, que niega hoy categóricamente las palabras de Hitler de 1941. Un poder que anuncia una nueva supremacía mundial, de países como India o China (esta última con numerosos grandes jugadores ya en la élite), con una capacidad creciente y voraz de copiar y competir con la economía y la industria occidentales (la bélica también, con China y la desafiante Corea del Norte a la cabeza), y siempre a la búsqueda insaciable del éxito moderno (eficacia efectista), olvidando quizás demasiado pronto el antiquísimo origen y los tradicionales valores de su civilización.
¿Sabrá el viejo mundo y sus futuros grandes jugadores de ajedrez reaccionar y volver a recuperar su trono? Porque este debe ser su primer objetivo: no lo olvidemos, el ajedrez es deporte, ciencia y arte... por este orden. Ningún valor tiene la perfección estratégica (ciencia), ni la belleza táctica (arte) si no conducen al estadio máximo de armonía competitiva que es la victoria, o al menos, la ausencia de derrota (deporte).
Anand, representante del nuevo mundo, sobresale en posiciones tácticas, el predominio del cálculo y su fantasía infinita Kramnik, el viejo mundo, destaca en posiciones estratégicas, para las que la moderna tecnología no sirve El ajedrez, el azar no juega ningún papel, su objetivo es la búsqueda de la perfección
Para Paco Bravo Compré en mayo del año pasado las entradas para las cuatro últimas partidas, de las doce previstas, del duelo por el campeonato del mundo entre el ruso Vladimir Kramnik y el indio Viswanathan Anand. Este es para mí el más grande espectáculo deportivo (competitivo, no cruento) e intelectual (transparencia del razonamiento lógico) al que se puede asistir hoy en día. Ningún entendido esperaba que ese día de noviembre, cuando llegué a Bonn, el jugador indio tendría una ventaja de tres puntos, es decir, sólo tenía que conseguir un punto más para proclamarse vencedor. La primera partida que vi, la novena, acabó en tablas después de una ligera ventaja de las negras (Kramnik) que, contra la opinión de muchos, entre ellos el propio Anand, como confesó después en la rueda de prensa, nunca creí que el ruso supiera, o quisiera (el espíritu ruso sólo se motiva en situaciones extremas, de ahí toda la épica que envuelve su historia y su literatura) transformar en victoria.
Ningún analista daba ya ninguna posibilidad de triunfo al ruso, pues tenía que ganar las tres últimas partidas... ninguno excepto yo. (Cuando escribo esto estoy en la sala de juego en la jugada 20 de la décima partida, con ligera ventaja de Kramnik, que juega con blancas). Porque para mí, no estaba en juego sólo un campeonato del mundo, sino el destino de todo un pueblo y el posible advenimiento de otro, con un nuevo orden mundial.
La reciente crisis financiera (en octubre del 2008), económica hoy, había cambiado ya este orden mundial con gran rapidez y simpleza. El único problema que veía a mi predicción (sancionada por el average negativo que reflejaban las apuestas - ¡y que me podía hacer ganar mucho dinero en caso de que que ganara Kramnik!-)era precisamente esta crisis, en la medida que el ajedrez, espejo de la vida (su resolución formal), ¡o la vida misma!, según Fischer, siempre había reflejado e incluso anticipado todos los cambios históricos y socioeconómicos.
Antes de viajar a Bonn un amigo definió esta crisis, para gran preocupación mía (de mi dinero invertido en apuestas, de mis prejuicios lentamente solidificados sobre la preponderacia de la estrategia sobre la táctica, hoy en riesgo de quedar obsoletos, de mis, por qué no decirlo, preferencias estéticas), como una simple actualización:"Coges los libros de texto de cuando eras pequeño con los mapas pintados con los dos grandes bloques, el capitalista y el comunista, cambias los colores y obtienes el mundo de hoy".
Eran estos factores extradeportivos, por tanto, los que más me angustiaban, pues tenía miedo de que pudieran confirmarse en este match.Por un lado, a falta de tres partidas, el viejo mundo, el incendio de Moscú, la victoria agónica en Stalingrado, la revolución rusa, el sistema staliniano y su reflejo en las grandes escuelas de ajedrez rusas y el trabajo colectivo que acompañó a todos sus campeones hasta Kasparov (con el llegó la perestroika, de inspiración un poco más individualista); y las famosas palabras de Hitler en julio de 1941: "Es curioso advertir hasta qué punto la situación de un pueblo en el mundo es efecto de su edad. Una nación joven necesita éxitos constantes.
Una nación envejecida puede permitirse continuos fracasos. Alemania e Inglaterra. Es necesario que dominemos esa región del Este con doscientos cincuenta mil hombres encuadrados por buenos administradores. Tomemos ejemplo de los ingleses, que con un total de doscientos cincuenta mil hombres - de ellos cincuenta mil soldados-,gobiernan a cuatrocientos millones de hindúes". Por un lado pues, toda la estructura mental de la Vieja Europa.
Por el otro, el nuevo mundo de los ejércitos profesionales (privados incluso: ¿contra qué luchan?), las economías emergentes, el poder nuclear indio, la permeabilidad y adaptación de su población a las nuevas tecnologías, a las que en Rusia sólo accede una élite, y la fuerte desregulación de una sociedad india, paradójicamente muy jerarquizada, como en el caso de Rusia: ¿será esta la mejor forma de organización social para enfrentarse a los retos del mundo moderno? Un nuevo mundo donde las amenazas bélicas obtienen por respuesta de la comunidad internacional un bloqueo económico, jamás una guerra que el probable vencedor curiosamente no puede permitirse (fracasos y retiradas progresivas en Iraq y Afganistán).
A partir de la clásica distinción de Clausevitz entre táctica y estrategia (para él, la táctica enseña el empleo de las fuerzas armadas en el combate y la estrategia el empleo de los combates para alcanzar el propósito de la guerra) se comprende que en este nuevo mundo, también para el ajedrez, y que podía sustituir al viejo de golpe, el jugador indio sobresalga en posiciones tácticas (aquellas en las que predomina el cálculo y la fantasía infinita y bella del mismo), posiciones estas en las que las máquinas son insuperables y a las que se puede imitar por inercia y talento; mientras que el ruso, representante del viejo mundo, destaca en posiciones estratégicas, para las que la moderna teconología no sirve, pues no pueden calcularse y sí pueden aprenderse. (Con este poco sentido de la táctica, Kutuzov y Zhukov enviaron a millones de abnegados soldados - ingenuos, hoy-,muchos de ellos inútilmente desde un punto de vista táctico, pero consiguieron in extremis el objetivo estratégico de la victoria final). La lucha entre estas dos aproximaciones y el grado de preponderancia de una sobre otra iba a determinar el resultado final del campeonato.
Esta dialéctica que vive en el corazón de todo ser humano y que el ajedrez refleja de forma nítida y perfecta (se suprime el azar que tanto distorsiona el arte de la guerra) ha sido abordada por grandes escritores, con diferentes resultados literarios pero indiscutiblemente mediocres en su capacidad analítica.
Stefan Zweig y Vladimir Nabokov escribieron dos novelas muy famosas sobre el tema pero débiles en lo que respecta a su profundización de los aspectos técnicos y psicológicos del ajedrez. Los elementos novelescos más efectistas (los desórdenes mentales de todo tipo, la inadaptación al mundo, etcétera), como sucede también en El jugador de Dostoievski, ahogan por completo la verdadera reflexión sobre la naturaleza del juego del ajedrez y el sentido competitivo de cualquier juego.
Para encotrar libros apasionantes sobre el tema, aunque sea de forma implícita, debemos acudir a Guerra y paz de Tolstoi y a las crónicas históricas Stalingrado y Berlin de Anthony Beevor, militar inglés, talentoso escritor y lúcido y desprejuiciado pensador.
Aparte, es interesante el libro Campos de fuerza,la curiosa, aunque ligera, crónica del campeonato del mundo disputado en Reijkiavik entre Fischer y Spassky, escrita por el teórico de la literatura George Steiner. Y por supuesto, no podemos evitar citar las obras de dos grandes tratadistas del arte de la guerra: Carl Von Clausevitz, con su capital De la guerra,y el más desconocido Antoine-Henri de Jomini, con su Compendio del arte de la guerra y otras obras.
La desafortunada carrera militar de este último y su secreta y enorme influencia en Napoleón y en el zar Alejandro, a los que sirvió indistintamente, fueron motivo de fascinación y reflexión para Josep Pla. Para comprender el nudo central de esta dialéctia entre táctica y estrategia, la décima partida fue soberbia y muy ilustrativa. Fue la primera victoria de Kramnik en el duelo y para la mayoría de verdaderos aficionados fue la más apasionante de todas. "No sé qué he hecho mal", dijo Anand al final en la rueda de prensa.
"Parece que no he hecho nada especial y al final tenía una posición ganadora. Es una posición muy complicada que incluso grandes maestros del más alto nivel no pueden comprender", aseveró Kramnik por su parte. Y, por supuesto, de bien poco servían los ordenadores en esta posición, como quedó demostrado en los análisis en la sala de prensa durante la partida, porque estos no piensan con lógica estratégica, sino con lógica táctica basada en el cálculo bruto, que no puede dar nada relevante en este tipo de posiciones. "No pueden comprender", dijo Kramnik... porque no se pueden calcular.
Y estas son el tipo de posiciones preferidas del ruso, representante del viejo mundo: el mundo de las partidas lentas, de los interminables campeonatos del mundo, del ajedrez por correspondencia sin ordenadores, hoy casi desaparecido; ese mismo viejo mundo ajedrecístico del jugador que con el tiempo necesario puede vencer a los jugadores profesionales de torneos (mejor preparados en aperturas con las bases de datos de los ordenadores); o de ese otro jugador (sólo un puñado de grandes maestros, es verdad) que puede, todavía hoy, vencer a los ordenadores más potentes (¡programados por ajedrecistas!) que calculan millones de jugadas por segundo; ese mundo, en definitiva, que en ajedrez busca la perfección.
Este mundo, con la victoria de Anand, a pesar suyo y del juego deslumbrante que mostró durante todo el campeonato, ha hecho un sensible paso más hacia su desaparición definitiva. El espectáculo, esto es, el dinero, lo ha matado. El deporte con menos aptitudes para ser fagocitado por la lógica del espectáculo ha sucumbido a él: véase el zoológico espectáculo de los jugadores en el último torneo de Bilbao, jugando dentro de unas peceras de cristal en medio de la plaza pública.
Qué contrasentido... ¡cuando la belleza del ajedrez, que es su profundidad, suele estar precisamente en aquello que no se ve!: las variantes que los ajedrecistas piensan y no juegan sobre el tablero, por razones lógicas de puro cálculo, psicológicocompetitivas o, incluso, metafísicas - signos de los tiempos y de los pueblos.
La lógica estratégica busca la perfección que debe conducir de forma fatal a la victoria final; la lógica táctica busca el refinamiento, la sofisticación diabólica de la imperfección, es decir, el aprovechamiento impío de la ausencia de perfección que, azarosamente, puede también conducir a la victoria final. También en la geopolítica moderna hemos visto como los golpes tácticos puros (el terrorismo) ponían en jaque a todo un sistema basado en la defensa perfecta: el de los estados que aman la paz y sólo se lanzan a la guerra convencional (estratégica) para defenderse de amenazas potenciales o reales.
Esta es su naturaleza, y cuando se salen de ella, caso de Estados Unidos cuando ha apoyado golpistas en países sudamericanos o líderes dudosos en Oriente Medio, siempre le ha salido mal, pues la lógica de estas actividades, en apariencia estratégica, era en realidad táctica, para un jugador o una posición inadecuada: es la misma sensación que todos los jugadores de ajedrez conocen cuando una combinación sale mal, es decir, cuando es refutada por la lógica superior o más profunda del adversario.
La profundidad está reñida con el espectáculo y Kramnik ha sido muy a menudo calificado como un jugador pasivo,por su juego y por firmar muchas veces tablas prematuras (decisión nunca táctica y, por tanto, poco comprensible para aficionados no experimentados); se le ha acusado de falta de ambición cuando para él la perfección está en la paz perpetua (no perder jamás) y sólo cuando se le obliga se lanza al ataque que destruye la máxima armonía de las piezas al inicio de la partida o de todas aquellas partidas que acaban en tablas forzadas.
La guerra convencional, e incluso la guerra de guerrillas tiene como objetivo estratégico final la creación de un nuevo orden; al contrario, el terrorismo tiene como objetivo, por definición, socavar un orden ya existente. De hecho, el terrorismo nunca ha conseguido sus objetivos porque, a pesar de ser fascinante y atrevido estéticamente, heroico incluso, simplemente no tiene futuro:sus fines se agotan en sí mismos y mueren en su propio fuego (casos de jugadores como Shirov y Tal).
Y se desmorona al mismo tiempo el mito de la gran sabiduría estratégica del terrorismo que persigue unos objetivos tan lejanos que sólo él puede vislumbrar y que siempre se mantienen curiosamente a la misma distancia (esto es, son tan inmóviles que se confunden con él). Décadas de terrorismo ruso, de audacia de corazón (valentía), no consiguieron lo que en pocos años consiguió una simple revolución, de audacia de espíritu (resolución)... por definición, estratégica; si no, se hubiera tratado de un inofensivo acto rebelde, táctico.
Los alidados del terrorismo, en el mundo moderno, son los mismos que los de este nuevo orden mundial del ajedrez que se está instaurando: los medios de comunicación de masas, el espectáculo y la opinión pública. ¿Cómo podemos tolerar la aberración que supone (por fortuna, sin una masiva aceptación por el momento), como hemos visto en el citado torneo de Bilbao, dar tres puntos por victoria y medio punto por tablas, como si estuviéramos en un vulgar partido de fútbol?
Esto es propio de deportes en los que el azar juega un papel importante (físicos, de equipo, con pelotas, es decir, imprecisos) y donde, a pesar de su profusión, dicho azar no se reparte de forma equitativa: los árbitros, la presión mediática, la agresividad del público, un reglamento confuso, etcétera, lo impiden. El aprovechamiento inteligente y estratégico de este azar, por tanto, es algo remarcable y puede merecer los tres puntos.
En una palabra, en deportes en esencia resultadistas, a pesar de clamar lo contrario y del menosprecio en que suelen caer los equipos que siguen esta filosofía, que es en el fondo la más acorde con la naturaleza íntima de dichos deportes, es donde la verdad (y su congénita belleza: ¡cómo el ajedrez refleja y demuestra el axioma platónico de la inviolabilidad de la unión de estos dos conceptos!) es indescifrable y, aún peor, superflua.
Es comprensible, pues, la facilidad con que estos deportes generan aficionados fanáticos, manipulables y estúpidos, que son todos; y cuánto más cerca están, a nivel teórico, del circo romano que del noble arte de la guerra. En el ajedrez, sin embargo, el azar no juega ningún papel (y, en cualquier caso, se reparte de forma equitativa). La lógica del espectáculo y de sus representaciones de acontecimientos le es ajena.
Su objetivo es la búsqueda de la perfección, desconocida a día de hoy pues ninguna computadora ha podido establecer cuál es el resultado ideal de una partida, ni parece que vayan a poder hacerlo en un futuro cercano (las combinaciones posibles son de 10 elevado a 126 ceros, más que átomos hay en el universo).
O, al menos, en ausencia de la perfección, la búsqueda de la unidad.La aberración de Bilbao podría compararse a dar como ganador de un maratón (otro deporte con poco azar de por medio: en eso reside su famosa mística - que no pueden tener los citados deportes vulgares-,pues su búsqueda, como en el ajedrez, es en el fondo espiritual) no al que llega primero al final de la carrera, sino al atleta que ha logrado los mejores puestos en varios pasos intermedios (pequeñas victorias azarosas o representaciones del gran acontecimiento final invisible). Y, claro, entonces tendríamos ocho maratones en uno (imagénes alejadas, no vividas) y mucho más espectáculo paro los legos.
Como en el ajedrez, en el maratón, su esencia, su belleza, ¡está en aquello que no se ve! ¿Són científicamente menos ideales las tablas que la victoria? Hoy no se sabe. Pero la clásica y tradicional proporcionalidad (medio punto, un punto) parece la más armoniosa... para alcanzar la verdad final del ajedrez, que no es la mera victoria: como el ideal de cualquier maratoniano, no es tanto ganar la carrera como morir justo después de cruzar la meta, por falta de reservas de energía, ni siquiera para seguir con vida; ni antes de cruzarla (imperfección estratégica), ni mucho después (imperfección táctica, aún más penosa).
¿Es este ideal de unidad superior a la victoria competitiva? La respuesta es difícil pero, en cualquier caso, estamos mucho más allá de todos los otros deportes, de esencia resultadista. ¿Tiene este ideal del maratón - no olvidemos su origen mítico y la muerte fundacional del primer corredor-algo que ver con ser el mejor sprinter en pasos intermedios? ¿Tiene algún sentido decidir un campeonato del mundo de ajedrez en un desempate a partidas rápidas (el ajedrez rápido es ya una contradicción en sí misma)? ¿O ir reduciendo, cada vez más, la duración de las partidas en los torneos profesionales? ¿O ir reduciendo también el número de partidas que deciden un campeonato del mundo o una final de candidatos?Un buen ejemplo de este descalabro lo encotramos en el reciente match de candidatos entre Kamsky y Topalov.
Las habilidades prácticas de este último le bastaron para conseguir una victoria triste, casual y poco merecida. En un duelo a sólo ocho partidas, el juego más profundo y completo de Kamsky al final sucumbió ante el perverso y vacío aprovechamiento táctico de pequeños despistes de este por parte del búlgaro.
De la misma forma, hoy, el ejército más completo y preparado del mundo, el de Estados Unidos, es inútil para controlar y eliminar las amenazas de pequeños países improductivos bélicamente, pero hábiles y, por tanto, peligrosos. Con la victoria de Anand, y a pesar suyo en el fondo, todo un mundo ajedrecístico da un paso más hacia su desparación (¿anticipa también un nuevo orden mundial?).
Perdí mucho dinero en las apuestas, pero puedo consolarme de estas dos tristes desgracias con una felicitación sincera a Viswanathan Anand por su formidable victoria, por haber jugado el mejor ajedrez de su carrera y por haber preparado este campeonato de forma tan convincente. El amor por el riesgo y la bravura que le definen estuvieron en Bonn siempre controlados y todos los golpes tácticos se armonizaron asombrosamente con los objetivos estratégicos.
La gran épica rusa fue embaucada, esta vez, por la magia indú... y por un poder real, que niega hoy categóricamente las palabras de Hitler de 1941. Un poder que anuncia una nueva supremacía mundial, de países como India o China (esta última con numerosos grandes jugadores ya en la élite), con una capacidad creciente y voraz de copiar y competir con la economía y la industria occidentales (la bélica también, con China y la desafiante Corea del Norte a la cabeza), y siempre a la búsqueda insaciable del éxito moderno (eficacia efectista), olvidando quizás demasiado pronto el antiquísimo origen y los tradicionales valores de su civilización.
¿Sabrá el viejo mundo y sus futuros grandes jugadores de ajedrez reaccionar y volver a recuperar su trono? Porque este debe ser su primer objetivo: no lo olvidemos, el ajedrez es deporte, ciencia y arte... por este orden. Ningún valor tiene la perfección estratégica (ciencia), ni la belleza táctica (arte) si no conducen al estadio máximo de armonía competitiva que es la victoria, o al menos, la ausencia de derrota (deporte).
No hay comentarios:
Publicar un comentario